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Ángeles subterráneos (y 4): Gregory Corso

Gregory Corso

SINE TEMPORE

Quizás el más subterráneo de todos los poetas que Kerouac llamó ángeles subterráneos  fuera Gregory Corso. Todavía no sé a estas alturas si existió de verdad, o fue un heterónimo inventado bajo el que se parapetaron sus compañeros de generación para escribir y firmar sus anécdotas y poéticas más viscerales, también las más desahuciadas. Y a cadena perpetua. Algo así al menos se empeñan en recordarnos las biografías oficiales de un poeta que, entre otras y en distintos momentos de su vida, cursó estudios superiores de supervivencia en la Tombs, la Dannemora, la Clinton State…, que no son precisamente encopetadas universidades privadas de la costa este, sino cárceles todas ellas. La vida como es.

Un día llegó a asaltar incluso la propia librería City Lights, de su protector y amigo Ferlinghetti, y se llevó y cepilló en una noche de farra la caja entera. Aunque éste lo tuvo fácil, la verdad, y en vez de denunciarlo a la policía, algo que hubiera estado muy mal visto ante los demás colegas de credo libertario, se limitó a descontar lo sustraído de los derechos de autor de Gasolina, el libro que le había publicado años antes en su sello editorial.

"Leyenda siempre y siempre haciendo méritos por mejorar su propia marca en la prueba de relevos entre el caballo y la metadona."

El barco roto, en definitiva,  de una nómina beat que quizá le acogió y adoptó también de inmediato como el maldito más auténtico, el incunable que completaba la pureza de sangre más rebelde y antisistema de la generación. Aunque el apelativo de barco roto es un atrevimiento de cosecha propia, recordando y homenajeando imagino aquellos versos suyos que tanto me gustaron siempre: los hombres rotos buscan barcos rotos… 

Escrita a mano con mala letra y atropellados trazos de rotulador de punta gruesa —recuerdo sus derrapes sobre el papel— , la cita  habitó  largo tiempo el corcho mural que acogía por entonces la esencia de mis lecturas más cómplices, y convivió incluso, durante larga e inestable travesía, en dura competencia con otra que ahora pienso venía a decir exactamente lo mismo, el frío es el origen del encuentro…, que escribió Ernesto Sábato no sé si en El Túnel o en su Informe para ciegos. Da igual.

Allen Ginsberg y Gregory Corso

Allen Ginsberg y Gregory Corso

Subterráneas e invisibles trascurrieron en cualquier caso grandes etapas de su vida, desaparecido, quizás a la sombra, en todo caso siempre al borde del abismo, fuera cierta o ficticia su existencia, carne viva o trasunto. Leyenda siempre y siempre haciendo méritos por mejorar su propia marca en la prueba de relevos entre el caballo y la metadona. El caso es que fue el único de los cuatro poetas de los que no recibí carta alguna, vagas y confusas noticias siempre hasta que me llegó su poema titulado The whole messAl carajo con todo…, directamente de su traductor el poeta José María Parreño, otro grande, del que ya oyeron hablar al principio de esta serie, y autor de un texto fundacional en la poesía española de principios de los 80 cuyo título hubiera entusiasmado sin duda a Gregory Corso y al resto de los poetas beats: Instrucciones para blindar un corazón.

"Snyder, Ferlinghetti, Ginsberg, Corso… Gente loca por vivir, por hablar, por salvarse… Por entenderlo todo."

El mío, por ejemplo, al borde del colapso emocional cuando los cuatro poemas solicitados obraron al fin en mi poder, y aquel extraordinario número de El Hombre de la calle fue botado días después en la misma Sala de Columnas del Círculo de Bellas Artes donde años atrás había comenzado todo con aquella lectura tan absolutamente imprevista de Gary Snyder. Él fue el primer poeta beat al que conocí personalmente,  y de él fue el último poema que escuchamos en esta ocasión en la voz del actor argentino Mario Merlino, nuestro añorado Mario. Sinfónico, carnal, inolvidable. Estremeciéndonos a todos cuando de pronto un nudo en su garganta hizo justicia poética y explicó para siempre, de la forma más hermosa y vocacional al tiempo, aquella exclamación de Federico García Lorca cuando le preguntaron por qué le gustaba leer en público sus poemas: ¡Para defenderlos!

Porque la poesía, como decía Corso, o dicen que decía un tal Gregory Corso, aquel hombre roto del que jamás quise ver foto alguna, llega inmensa, con sus harapos empapados de gasolina, tachonada de pedazos de alambre y viejos clavos torcidos, arribista oscura, desde un oscuro río interior…

Snyder, Ferlinghetti, Ginsberg, Corso… Gente loca por vivir, por hablar, por salvarse…  Por entenderlo todo. 

Follarse a la bruja, / follarse a los ángeles celestiales / y a las blondas doncellas perfumadas… Y después, por qué no, amar lo humano: esposas, esposos y amigos… / Agotamiento, hambre, descanso… 

La libertad sagrada de la danza…


 

 

Serie de artículos de Fernando Beltrán que tiene como eje vertebrador el número extraordinario que la revista El Hombre de la Calle dedicó a los poetas de la generación Beat Gary Snyder, Allen Ginsberg, Lawrence Ferlinghetti y Gregory Corso.

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