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El árbol, de John Fowles

El árbol, de John Fowles

Hace casi cuarenta años el novelista británico John Fowles publicó un excepcional ensayo contra esta reseña. En realidad, contra todas las reseñas y, en general, contra todos los intentos de etiquetado, de clasificación del arte y de la naturaleza, que equiparaba al arte. Lo tituló El árbol y ahora lo recupera Impedimenta. El libro ofrece al fondo una teoría de la novela, la del autor de La mujer del teniente francés, que es también una teoría de la naturaleza. O al revés. Ofrece una teoría de la naturaleza que es también una teoría de la novela. El propio autor indica que, en cualquier caso, no entiende la una sin la otra. La multiplicidad de senderos que ofrece el bosque “resulta muy característica del proceso de escritura en sí; de ese dilema, que puede ser doloroso o placentero, según las circunstancias, que siempre plantea cualquier proceso de creación, desde la formación de la frase más básica a las grandes cuestiones que atañen al hilo narrativo, a la caracterización de los personajes, al desenlace.”

"El bosque, como el mar, es ante todo la promesa de una vida nueva y así debe suceder también con la escritura."

Acaba ofreciendo todas estas teorías, o su refutación —que no deja de ser otra forma de teorizar—, aunque seguramente el propósito de Fowles, tan contrario a las taxonomías, no fuese otro que escribir una carta al padre, para, por supuesto, ajustar cuentas. Sostiene el autor que fue la obsesión de su progenitor por extraer el beneficio máximo de los árboles de su jardín, por ridículo que éste fuese, lo que regó sus ansias de naturaleza salvaje y, de paso, de creatividad literaria. Cada rama podada, cada rama injertada, alimentaba su furia: “la necesidad de crear, que en parte obedece siempre a la necesidad de escapar de la realidad cotidiana, no armoniza demasiado (a pesar de las teorías educativas modernas) con el ambiente festivo y <<creativo>> propio de la niñez, sino más bien con todo lo contrario: con la tala y la represión de los instintos infantiles más espontáneos.”

Por eso el Fowles adulto rechazará los manzanos injertados, los manzanos podados y hasta la posibilidad misma de nombrar aquello que se ha injertado o podado. No se puede vivir la naturaleza desde fuera porque, viene a decir, la experiencia de adentrarse en el bosque es como la de sumergirse en el mar, nada queda al margen de todos los sentidos. El bosque, como el mar, no es algo estático, ni nada que se pueda tocar, aprehender, atrapar. El bosque, como el mar, es algo que transcurre, algo que sucede imperceptiblemente, que discurre para nunca más volver a ser lo mismo. El bosque, como el mar, es ante todo la promesa de una vida nueva y así debe suceder también con la escritura: “encuentro una clara analogía entre los árboles, el bosque, y la prosa de ficción. Todas las novelas son también, de alguna manera, un ejercicio consciente de búsqueda de la libertad.”

Autor: John Fowles. Título: El árbol.  Editorial: Impedimenta. Edición: Papel.

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