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Besar al detective

Primeras páginas de Besar al detective (Literatura Random House), la nueva novela del escritor mexicano Élmer Mendoza, «el patriarca de la literatura norteña mexicana», según Arturo Pérez-Reverte. La novela está protagonizada por el Zurdo Mendieta.

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Nadie se lo aconsejó. Simplemente decidió que había que reunirse en Tijuana y pidió a Max Garcés que hiciera los arreglos. Sólo a los del norte, Max, necesitamos reforzar algunos puntos y en Tijuana siempre hay un clima acogedor. A Garcés le extrañó pero igual telefoneó a los implicados, pensó que quizá quería ver a su hijo que por esas fechas cumplía once años, o ir de compras en algunas tiendas que le gustaban. La Hiena Wong se opuso de inmediato. Max, Tijuana no es confiable, es un pinche hervidero, mejor en Mexicali, aquí tenemos todo bajo control. Se lo comentaré; por lo pronto, prepárate, ya la conoces. En Tijuana, Frank Monge se tardó en responder: ¿Estás seguro? Para mí que el lugar más apropiado para ella es Culiacán, si recuerdas, su padre jamás se movió más allá de Bachigualato. Son otros tiempos, Frank, ni modo, además es nuestro territorio, o qué, ¿tan jodidos estamos que no podemos encerrar al chamuco unas cuantas horas para tener una reunión tranquila? Aquí es difícil saberlo, mejor manda gente de confianza; como dices tú, tiempos traen tiempos y más vale prevenir que lamentar. Los de San Luis Río Colorado, Nogales y Agua Prieta no hicieron comentarios. Los de San Francisco, Los Ángeles, San Diego y Phoenix, tampoco. Hacía más de un año que había terminado la guerra contra el narco y el negocio marchaba como cuchillo en mantequilla, aunque la reducción de muertos era minúscula.

El Diablo Urquídez, que tenía un hijo pequeño, y el Chó­per Tarriba, que salía con la más reciente miss Sinaloa, se hallaban listos para acompañar a su jefa, que apareció con un entallado traje rojo y una mascada negra. Guapísima. Si sus preocupaciones eran muchas no se le notaba. Era media tarde. Una avioneta la esperaba en una pista clandestina por el rumbo de El Salado, en las afueras de la ciudad. Cerca del golfo de Santa Clara, en el mar de Cortés, bajarían en la carretera que cruzaba el Gran desierto de Altar y de allí seguiría por tierra hasta Rosarito, donde disponía de una casa discreta. Sin embargo, alguien tenía otros planes.

Justo en la cima del puente que se alza donde termina la Costerita para tomar la carretera libre a Mazatlán, contiguo al panteón Jardines del Humaya, los estaban esperando. Un bazucazo en el motor de la hummer negra que transportaba a la capisa los detuvo en seco. Incendio expedito. Chirridos. Frenadas. Qué onda, mi Chóper, el Diablo era el conductor. Nada, mi Diablo, hay fiesta y somos los invitados. Llamas en el frente de la camioneta. Disparos por todos lados. Es una emboscada, exclamó Samantha Valdés, adrenalizada al cien. Pá­senme un fierro, plebes. El Chóper le acercó un Cuerno, a su vez bajó el cristal blindado y disparó el suyo, ella procedió igual. Señora, espere, sugirió el Diablo. Hay que salir de aquí antes de que nos llegue la lumbre. Al lado, desde una camioneta, que también acribillaron pero que no ardía, Max Garcés envió un bazucazo que voló por los aires un vehículo de los muchos que bloqueaban el paso. Ratatatat. Pum pum. Intenso tiroteo sobre la hummer en llamas. Black black. Pum. Los conductores que no tenían que ver, los que no pudieron huir, se acomodaron en el piso de sus autos transpirando y rezando. El Chóper y el Diablo pusieron pie a tierra sin dejar de disparar, resguardándose tras las portezuelas. La balacera se incrementó de tal manera que pronto los blindajes de los vehículos cedieron. Vamos, señora, gritó el Diablo abriendo la portezuela trasera. Tenemos que borrarnos. Vayan la señora y tú, yo los cubro; el Chóper Tarriba disfrutaba rafagueando el amplio campo enemigo; el Diablo miró adentro y encontró que Samantha Valdés estaba herida y se estaba ahogando en su propia sangre. Ah, cabrón, pálida y temblorosa. Hirieron a la jefa, mi Chóper, desmadejada y religiosa. Voy a sacarla de aquí. El vestido manchado. Muévele que estos están bien cabrones.

La cargó en brazos y corrió con ella mientras la camioneta le servía de escudo. Max, que vio la acción, ordenó fuego graneado y siguió al joven pistolero con su AK vomitando lumbre. Los autos que se detuvieron detrás de ellos se veían desocupados y algunos lo estaban. Fue hasta que bajaron el puente que encontraron uno que era posible sacar de la aglomeración. Apearon al aterrado conductor y se marcharon rápido. La balacera era incesante. La jefa sangraba por nariz y boca, maldecía y no había tiempo que perder. Max consiguió el número de la clínica Virgen Purísima y hacia allá se lanzaron.

Todavía los persiguieron dos camionetas que salieron del panteón. Para su fortuna, el carro que habían tomado era del año y pronto las perdieron. Encontraron dos patrullas de la división de Narcóticos que iban tendidas al lugar de los hechos. Sabían que las balaceras de este tipo les concernían.

Al llegar los esperaba un médico alto y pelirrojo que acompañó a la herida hasta el quirófano. ¿Cómo la ve, doctor? El Diablo lo miró acucioso. Muy grave, no la garantizo. Samantha había perdido mucha sangre, estaba desmayada, el vestido hecho un asco y sin mascada. El Diablo tuvo ganas de amenazarlo pero la premura con que el doctor conducía a la paciente no le dio tiempo. Max fue atendido de una herida leve en un hombro. ¿Cómo se llama el pelirrojo? Doctor Jiménez, es el mejor, manifestó la enfermera que le hacía el trabajo. ¿Y sus hombres? Se aferró a la posibilidad de que hubieran salido poco afectados, cuando los dejó sólo había dos muertos. Desde luego que tres asuntos ocupaban su mente, ¿por qué no envió una vanguardia?, ¿por qué su camioneta no iba delante de la señora?, ¿quién estaba detrás de esto? Más le valía a Samantha Valdés salir con bien; su hijo estaba muy pequeño para ponerse al frente del negocio y les habían enviado un aviso difícil de ignorar.

Al rato todo el cártel tenía la información de que la jefa estaba levemente herida, recibiendo primeros auxilios, conversando tranquilamente con su madre y con el médico que la atendía. Todo muy bien, pero en el fondo Max Garcés comprendía que había cometido un error, y que ahí se vislumbraba un enemigo, que por lo que intentó, nada tenía de pequeño.

Meditaba en la calle, recargado en una ambulancia. Frente a él, circuló despacio una patrulla de la Policía Ministerial con las luces encendidas pero sin sirena. Acarició su pistola pero ellos siguieron de largo como si nada. Más les valía largarse, aún no llegaban a un acuerdo con las nuevas autoridades y eso complicaba las cosas. ¿A quién se le ocurrió esta madre? Lo voy a colgar de los huevos al cabrón. ¿Quién tiene o puede contratar tanta gente como para bloquear un puente? No muchos. En el quirófano, Jiménez sabía que sólo tenía una oportunidad.

En la ciudad de México, en una oficina elegante por cuya ventana se veía un jardín iluminado por el atardecer de abril, un celular y un teléfono fijo sonaron a la vez. Una mano con tres dedos eligió.

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Portada de Besar al detectiveSinopsis: Los pobres resultados de la investigación sobre el sangriento homicidio de un adivinador obligan al Zurdo Mendieta a echar mano de sus contactos dentro del oscuro mundo del narcotráfico. Pero, como todos los favores, ninguno es gratuito.

Como pago por la información sobre el homicida del adivino, al Zurdo no le queda mas remedio que ayudar a la jefa a escapar. Lo consiguen mediante un plan descabellado y mucha adrenalina, aunque el rostro del detective es identificado y su misión queda truncada.

En la clandestinidad y con un futuro incierto, el Zurdo revive un traumático evento que remueve su miedo y lo regresa a la calle: su hijo ha sido secuestrado en Los Ángeles. Con ayuda del cartel viaja a Estados Unidos, donde descubre una enmarañada situación en la que reina la confusión operada por el FBI, que esconde intereses de gran alcance que Mendieta no alcanza a vislumbrar.

Este es el regreso del Zurdo Mendieta en una vibrante novela que explora el entramado de traiciones, pactos y conspiraciones de una sociedad en la que el crimen organizado forma parte indisoluble de la realidad cotidiana. Una vez mas, el Zurdo, y su inconfundible carácter, se enfrentara a un complejo rompecabezas donde la frontera que divide la ley del crimen pierde su definición.

Título: Besar al detective. Autor: Élmer Mendoza. Editorial: Random House. EdiciónPapel

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