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En busca de la llave de la naturaleza

En busca de la llave de la naturaleza

Cuando en octubre de 1866 el zoólogo alemán Ernest Haeckel pone un pie al fin en la isla de Tenerife hará dos años que su mujer, Anna, ha muerto. Por amor a ella, que ansiaba una vida cómoda y sencilla, había Haeckel renunciado a ese viaje, que no se limitaba a esa parada sino que continuaba tras los pasos de Alexander von Humboldt por gran parte de América Latina. Cuando regresó a su casa un año después estaba más tranquilo y en paz. No exactamente Humboldt pero sí un discípulo de Humboldt le había ayudado tres años atrás a esconderse de los primeros embates de aquel tremendo mazazo. Encerrado día y noche en su casa, asediado por libros y papeles, “escribiendo 18 horas al día”, había logrado aparcar un rato el sufrimiento por la pérdida de Anna para escribir una de las obras cumbre de la zoología: Morfología general de los organismos. Su propósito no era otro que el de formular el más grande elogio de El origen de las especies del entonces muy cuestionado Darwin.

Años antes, el británico Charles Darwin, con gran dolor, no había llegado a pisar Tenerife, pero se había embarcado en el Beagle siguiendo también los pasos de Humboldt, los intelectuales pero, sobre todo, los físicos. Escapaba en su caso del oscuro destino como pastor protestante que le había reservado su padre para cuando terminara su periplo universitario. De la bancarrota, de su fracaso como abogado y enseñante, y de su incapacidad para las urgencias de la vida cotidiana huiría toda su vida el norteamericano George Perkins Marsh pero no por ello dejó de reunir materiales para su Man and Nature, el clásico contra la deforestación que al final lograría escribir inspirado también por algunas ideas pioneras de Humboldt. Su compatriota Henry David Thoreau encontró en los escritos del prusiano fuerzas para emanciparse de la visión mística de la naturaleza de su otrora maestro R. W. Emerson y una metodología para transformar en literatura las notas tomadas durante los dos años que vivió junto a la laguna de Walden.

"El primero fue tal vez Goethe, con quien paseó y charló mientras perfilaba la visión de la naturaleza que estaba a punto de alumbrar."

Este es el gran acierto de la biografía de Alexander von Humboldt que acaba de editar Taurus: Mostrarnos cuán nutritivo, medicinal o, al menos, paliativo puede ser el hambre de ideas en el ser humano. Andrea Wulf, su autora, no se limita a dejar anotados los lugares por los que transitó Humboldt, que fueron muchos y, de América a Rusia, entonces muy ignotos; a retratar a las personas a las que frecuentó, que fueron también bastantes, pero, sobre todo, como Simón Bolívar o Thomas Jefferson, muy relevantes; o a describir didácticamente sus hallazgos, que fueron de naturaleza tanto instrumental —las isotermas— como, sobre todo, paradigmática: su visión de la vida en la tierra como un todo interconectado. Andrea Wulf nos muestra cómo la sed de conocimientos puede salvar la vida de un hombre. Y, a la postre, la de muchos hombres.

La invencion de la naturaleza

Porque el pequeño Alexander fue un niño enfermizo, que decepcionaba a sus maestros y que no tuvo nunca el amor de su madre. Pero acabaría convirtiéndose en el primero en subir a la entonces considerada montaña más alta del mundo, en la principal referencia de la comunidad científica internacional y en el más admirado y, por lo tanto, querido y amado personaje de su época. El joven Alexander sólo se encontraba a gusto perdiéndose en los bosques de su natal Tegel. Y, más tarde, en el interior de su mente. O en compañía de algunos hombres. El primero fue tal vez Goethe, con quien paseó y charló mientras perfilaba la visión de la naturaleza que estaba a punto de alumbrar. Porque tuvo que ser entonces cuando escuchó algo parecido a esos versos que pronunciará Fausto algunos años más tarde y que encierran la pista definitiva para quien, como Humboldt, ansiaba encontrar la llave de la naturaleza toda:

Misteriosa en pleno día,

la naturaleza no se deja despojar de su velo

y lo que ella se niega a revelar a tu espíritu,

no se lo arrancarás a fuerza de palancas y tornillos.

Autor: Andrea Wulf. Título: La invención de la naturaleza. Editorial: Taurus. Venta: Amazon y FNAC

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