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Caminando entre dioses: Sicilia monstruosa (parte II)

Caminando entre dioses: Sicilia monstruosa (parte II)

Como toda hembra disputada por muchos y abandonada por todos, Sicilia tiene  frondosa la epidermis y duro el corazón. A medida que nos alejamos de la franja verdeazul de sus orillas viajando hacia el interior, el paisaje se vuelve árido, estepario, terroso. La mitología explica este contraste en uno de sus más definitivos cantos: el rapto de Proserpina. Este mito, como toda narración que trasciende el argumento, está tejido con el hilo de la vida, resultando un tapiz complejo de la historia de las primeras civilizaciones del Mediterráneo: el matriarcado, la maternidad, la entrega al esposo, la pérdida de la inocencia, la venganza, la renuncia, la partida, el regreso.

La Perséfone de los griegos (Proserpina para los romanos y también para la posteridad, gracias a Ovidio) era  hija única, el tesoro de su madre, Deméter, diosa de la fertilidad, que la amaba con una entrega absoluta, orgullosa de su belleza carnosa y su inocencia de juventud . Había usado al más potente de los dioses, Júpiter, para que la preñase y ahora disfrutaba de su matriarcado en la cálida Sicilia, que cada año era testigo de la felicidad de madre e hija manifestada en la fertilidad de la tierra y la frescura y claridad de los lagos, entre los que destacaba  por singularidad y pureza el Lago Pergusa, en el centro mismo de la isla. Y fue precisamente ese el escenario elegido por  el mito para representar la tragedia: Eros disparó su flecha al rey del inframundo, el invisible Hades, demostrando divertido a su madre Venus que, además de puntería, Amor tenía el poder de someter a los dioses. Herido, el terrible dios hizo suya, sin preguntar, a la bella Perséfone, arrancándola con brutalidad de aquel lugar para que reinara junto a él en los Infiernos.

"Hay un lugar en Sicilia que ni siquiera Deméter con su fértil manto, logró nunca llenar de color. Se trata de la tenebrosa región del interior."

Mientras, en casa, Demeter esperaba, paciente, el regreso de su hija. Tras acudir, enfadada al Lago Pergusa a buscarla y comprobar que no había nadie, comenzó la desesperada búsqueda por cada palmo de la isla, primero; por todos los rincones de la Tierra, después. A su paso, como una ciociara implacable, iba derramando su impotencia y su furia, destrozando las cosechas y matando sin distinción a bueyes y labradores, aunque sin duda de todos los países, el que más sufrió su ira fue Sicilia que tan celebrada por su fertilidad en otro tiempo, empezó a languidecer. Las tierras se tornaron amarillas como melena de león, las fuentes se secaron y el abundante llanto de Deméter se acumuló en Drépano (la actual Trapani, en la costa noroeste) formando un bosque estéril de dunas blancas de sal brillando bajo el imponente sol del Mezzogiorno.

—»¡Contén tu dolor! Le gritó, medio seca, la fuente Aretusa desde Ortiggia. O nos matarás a todos.»

—La hija que buscas es ahora la esposa de Hades y tú has perdido tus derechos sobre ella.

Horrorizada, Demeter comprendió que como diosa, tendría que acatar la ley, pero como madre, tenía que intentar negociar con su yerno. Éste, listo como un demonio y consciente de lo incómodo que resultaba tener una espalda silenciosa en el lecho conyugal, accedió a la propuesta.

"Pero el frío helado de las altas cumbres del Etna termina, cada vez, enfriando la ira del gigante, solidificando su saliva de fuego y perpetuándola en un paisaje de pesadilla."

Las seis semillas de granada que la novia tomó en el ágape de bodas determinaron el cómputo de los meses en los que Perséfone debía permanecer en el Reino de los Muertos, estableciéndose de esta manera el ciclo de las estaciones. Y cada vez que  vuelven a encontrarse  tras los fríos seis meses de invierno, la Tierra despierta de su letargo y es de justicia recordar que la vida se renueva  para todos los mortales, fiel a su ciclo milenario, gracias al amor de una madre.

Sin embargo, hay un lugar en Sicilia que ni siquiera Deméter con su fértil manto, logró nunca llenar de color. Se trata de la tenebrosa región del interior, donde en lo más alto de una montaña, se abre la poderosa boca del Gigante Enceladus. Ruge sin cesar la desgracia de su destino vinculado para siempre al volcán Etna, que lo mantiene sujeto bajo las aguas atrapado por la diosa Athenea como castigo eterno por encabezar, frente a un ejército de gigantes, una revuelta de ira y venganza contra los dioses del Olimpo.

Inmovilizado, escupe fuego y vapores tóxicos y su fuerza es tan terrible que bajo su vómito de lava han sucumbido durante milenios, ciudades y hombres.  Pero el frío helado de las altas cumbres del Etna termina, cada vez, enfriando la ira  del gigante, solidificando su saliba de fuego y perpetuándola en un paisaje de pesadilla. Este lugar brumoso y terrible en el corazón de Sicilia era el hogar de los Cíclopes, raza savaje de gigantes caníbales de un solo ojo que dedicaban sus días al rudo trabajo de los metales en lo más profundo de la sima del volcán donde Hefesto, dios del fuego, tenía su taller.

Y entre todos ellos destacaba por su fuerza y ferocidad heredada de su padre Neptuno, el Cíclope Polifemo,que en los días previos a la fortuita llegada de Ulises, vagaba por Sicilia herido por el malévolo juego de amor del implacable Eros.

Su pasión por la nereida Galatea, criatura de las aguas, lo llevó a abandonar las entrañas de la tierra y caminar sin descanso lamentando su amor a lo largo de las doradas orillas de la isla, acompañado por su rebaño de cabras y su cayado hecho con el tronco de un alto pino. En uno de esos paseos, predeciblemente, halló la verdadera razón de la negativa de Galatea a sus requerimientos: era el hermoso pastor Acis, al que la nereida abrazaba con pasión, como cada atardecer, en una playa cercana.

Ciego de furia y dolor, Ovidio en su Libro XIII, nos asegura que Polifemo bramó:

«Yo que desprecio a Júpiter y al cielo y al rayo destructor a ti te venero, Nereida(….)¿Por qué rechazando al Cíclope amas a Acis?(…) He de arrancarle vivas las entrañas y he de cortar y esparcir sus miembros por los campos y por tus ondas. Porque estoy ardiendo y el fuego, agitado, se desborda con más violencia, y me parece que se ha trasladado y llevo en mi corazón el Etna con toda su potencia; y tú Galatea, no te conmueves».

Y aunque el joven Acis, el héroe de Simeto, intentó huir, su suerte estaba echada. Aplastado por una negra roca volcánica, sus miembros arrancados por la furia ciega de Polifemo fueron esparcidos en tres puntos de la costa y a Galatea sólo le quedó para llorarla, la sangre de su amado que, transformada en río por los dioses, hoy tiene el poder, aseguran los lugareños, de aliviar durante un tiempo la sed de amor.

En la costa sureste de Sicilia, a unos veinte kilómetros al sur de Catania, tres bellos pueblos llevan en su topónimo la memoria del terrible asesinato: Aci Trezza, Aci Castelo y Aci Reale. En este último, un hermoso grupo escultórico perpetúa en mármol la historia de amor.

Desde aquel terrible día, Polifemo no quiso volver a ver la luz el sol. Se encerró con su rebaño en una fría cueva en las faldas del Etna y en ella permaneció, rumiando su tristeza, hasta que unos marineros griegos aparecieron por allí, exhaustos y hambrientos.Se dejó emborrachar por el jefe de todos ellos, un tal capitán Nadie, y mientras se adormecía embriagado por el licor, recordaba las palabras de su amigo Télemo de Eurímida, el adivino: -«El ojo único que llevas en medio de la frente te lo arrebará Ulises». Con tristeza, antes de caer en la oscuridad eterna, sonrió Polifemo al evocar su respuesta: «Querido amigo, te engañas; otra me lo ha arrebatado ya.»

-«Los vientos nos son favorables, Ulises, y por fin estamos a salvo sobre nuesta nave con las velas hinchadas, rumbo a Ítaca. ¿Qué pesamientos silencian tu voz y entristecen tu mirada?»

Ulises,sin apartar la vista de los oscuros «faraglioni» arrojados por el gigante, susurró,como para sí:

-«No querrás creerlo, pero cuando quemé su único ojo, Polifemo apenas se defendió.»

persefone

En la provincia de Catania, donde la amenazante sombra del Etna me hace pensar, con generosidad, en la valentía del ser humano que a pesar de todo sigue plantando cara a los dioses construyendo ciudades en las faldas de los volcanes, los cataneses afirman que Homero se inspiró para crear sus Cíclopes en los cráneos fosilizados de los elefantes prehistóricos de origen africano atrapados en la isla tras la fragmentación de Pangea y posteriormente adaptados durante cientos de años a la vida en estas tierras sicilianas. La parte frontal de dicho cráneo, un tanto hundida, recuerda tal vez, el hueco de un gran ojo señoreando en una cabeza poderosa.

Este animal todavía hoy sigue siendo el símbolo de la «nera» Catania y en la Piazza del Duomo, la famosa Fontana dell’Elefante que en catanés llaman U Liotru, nos recuerda, una vez más, su inevitable pasado africano: un paquidermo siciliano esculpido en roca de lava, sostiene con orgulloso equilibrio un obelisco egipcio. Y aunque esta fuente no es demasiado antigua (Vaccarini la esculpió en 1736), consuela saber que a su sombra alargada se forjó otro amor desgraciado e inmortal-el de la hermosa Norma y aquel ingrato general romano- salidos de la imaginación de Vincenzo Bellini que tal vez algunos pensarán que no debiera estar aquí, por no ser ni un héroe ni un dios. Ya me dirán, entonces, cómo se puede ser humano y capaz, al mismo tiempo, de componer Casta Diva.

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