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Hacer camino al andar

Antonio Machado murió el 22 de febrero de 1939. Había cruzado los Pirineos a finales de enero, dentro de la inmensa caravana de refugiados que conformó el éxodo republicano, y la intercesión de Corpus Barga evitó que diera con sus huesos en un campo de concentración, como les ocurrió a cientos de miles de compatriotas. Pasó sus últimos días en el Bougnol-Quintana, un recoleto y sencillo hotel ubicado en el centro del pequeño pueblo de pescadores de Collioure. Apenas duró un mes en el exilio. Su hermano José contó en el libro Últimas soledades del poeta Antonio Machado (Forma Ediciones, 1977) que durante su breve estancia en tierras francesas sólo abandonó el hotel en una ocasión, para dar un paseo hasta la playa de Boramar. Falleció en la ruina más absoluta. Aunque las autoridades republicanas se ofrecieron a gestionar su inhumación en París, que consideraban un destino más afín a su envergadura ética y literaria, la familia decidió que recibiera sepultura en el mismo lugar en el que había exhalado su último suspiro. Pauline Quintana, la dueña del establecimiento en el que se alojaban, consiguió que unos amigos cediesen un nicho de su propiedad que permanecía vacío. En él descansaron los restos de Machado. Su madre, Ana Ruiz, que expiró tres días después, fue enterrada provisionalmente en una fosa municipal. Al revisar los efectos personales del poeta, se encontró en un bolsillo de su chaqueta el que pasó a la Historia como su último verso, un alejandrino que se cree escrito en Collioure y que resumiría la melancólica resignación que le embargó en sus días finales: «Estos días azules y este sol de la infancia».

"Hasta Collioure se desplazó un grupo de intelectuales con el fin de rendir honores al autor de Campos de Castilla. Una famosa fotografía dejó constancia del acontecimiento."

En 1945, tras la victoria aliada en la II Guerra Mundial, se creó el Comité Antonio Machado, que recibiría más tarde el nombre de Asociación de Amigos de Antonio Machado. Presidido por el alcalde de Perpiñán, Félix Mercader, tenía como secretario a Paul Combeau y contaba con Jacques Baills como tesorero. Figuraban en el equipo fundador, además, Cyprien Lloansí, Henri Frère y Manolo Valiente. La figura de Baills es importante en el último episodio de la biografía machadiana. Ferroviario en Collioure, fue él quien recomendó a la familia que se hospedara en el Bougnol-Quintana. También quien unos días después, al hojear el libro de registro del establecimiento, descubrió que entre aquel grupo de refugiados figuraba el mismísimo Antonio Machado, algunos de cuyos poemas él había memorizado en sus clases de español. Desde entonces, ambos conversaban con cierta frecuencia, y el joven mozo de estación llegó a dejarle al poeta algunos libros para que, en la medida de lo posible, entretuviera sus soledades. El Comité organizó, los días 24 y 25 de febrero de 1945, el primer gran homenaje que se le tributó a Machado en tierras francesas, repartido entre el Teatro Municipal de Perpiñán y el cementerio de Collioure.

Collioure

Unos años después, la familia Deboher, que había donado el nicho, necesitó hacer uso de él. Otro exiliado, Josep Maria Corredor —al que unía una estrecha relación con el violonchelista Pau Casals, del que acabaría siendo secretario personal—, publicó en la prensa un artículo titulado «Un grand poète attend son tombeau» en el que se hacía eco de la necesidad de dotar a los restos mortales de Machado de una morada digna. Aunque Casals se ofreció de inmediato a correr con todos los gastos, se abrió una suscripción popular que no tardó en dar sus frutos. En unos meses se reunieron 413.472 francos, según recoge Jacques Issorel en su libro Últimos días en Collioure, 1939 (Renacimiento, 2016), que permitieron hacer realidad el proyecto. El dinero llegó desde diversas partes del mundo, con aportaciones de intelectuales como Albert Camus, André Malraux o René Char. La inhumación de los restos de Antonio Machado y Ana Ruiz en la nueva sepultura, la misma que recibe hoy a los viajeros que se adentran en el cementerio de Collioure, se celebró el 16 de julio de 1958. Unos meses más tarde, con ocasión del vigésimo aniversario de la muerte del poeta, tendría lugar en el pequeño pueblo de pescadores un hecho que adquiriría un carácter singular en la historia de la literatura española. Hasta aquel rincón del sur de Francia se desplazó un grupo de intelectuales con el fin de rendir honores al autor de Campos de Castilla. Una famosa fotografía dejó constancia del acontecimiento. Se distingue en ella a Blas de Otero, José Agustín Goytisolo, Ángel González, José Ángel Valente, Jaime Gil de Biedma, Alfonso Costafreda, Carlos Barral y José Manuel Caballero Bonald. En nuestros días, la imagen se considera una suerte de acta fundacional de la llamada Generación del 50. En su momento, la prensa extranjera la publicó como retrato y emblema de los «poetas de la resistencia».

Ese mismo año, la editorial Ruedo Ibérico —con sede en París, pero cuyo papel en la oscura España del franquismo resultó crucial— propuso al Comité Antonio Machado crear un premio literario que llevara el nombre del poeta. La idea se concretará un trienio más tarde con el fallo de dos galardones, el Ruedo Ibérico de novela y el Antonio Machado de poesía, cuyos jurados realizaron su última deliberación en el restaurante Les Templiers, en Collioure. El jurado de narrativa lo formaban Eugenio de Nora, Manuel Lamana, Juan Goytisolo, Carlos Barral, Juan García Hortelano y Manuel Tuñón de Lara. En el tribunal encargado de elegir la mejor obra poética figuraban Gabriel Celaya, José Ángel Valente, Josep Maria Castellet, Jaime Gil de Biedma y Antonio Pérez. Los ganadores fueron Armando López Salinas, con la novela Año tras año, y Ángel González, gracias al poemario Grado elemental. Se incluían en este último libro, precisamente, los versos de «Camposanto en Colliure», un texto que el autor ovetense había escrito tras su visita con motivo del homenaje de 1959.

Generación del 50

Pero los premios Ruedo Ibérico y Antonio Machado se agotaron en esa primera convocatoria. Hay que dar un nuevo salto en el tiempo para llegar hasta 1977. En ese momento, Monique Alonso (profesora de francés en el Institut Français de Barcelona y en la Universitat Oberta de Catalunya), Antonio Gardó (maestro republicano exiliado en París, donde fundó el Ateneo Iberoamericano) y Manolo Valiente (artista y poeta) decidieron crear la Fundación Antonio Machado, cuyo fin primordial radicaría en la entrega de un premio internacional de literatura que echaría a andar dos años más tarde. Se trata del mismo Prix International de Littérature que se ha venido entregando, primero con carácter bienal y después con periodicidad anual, a obras escritas en español, francés y catalán. Desde que en 1979 abrió su palmarés con un ensayo de Bernard Sesé titulado Antonio Machado: l’homme, le poète, le penseur (publicado en España por la editorial Gredos en 1980) hasta su última edición, celebrada este mismo año y en la que resultó ganadora Pilar Zapata Bosch con la obra de teatro La cáscara amarga, en su historial figuran nombres como Georges Colomer, Narciso Alba, Javier Pérez Bazo, Toni Quero o Selena Millares.

"Sería deseable que en 2019, cuando se cumpla el 80º aniversario de su fallecimiento, el Gobierno de España sepa estar a la altura de las circunstancias."

Es un premio modesto en cuanto a dotación, pero rico en connotaciones. Y si bien en un principio constituyó la principal razón de ser del colectivo convocante, con el tiempo se ha convertido en un ingrediente más del homenaje que cada año se rinde a Antonio Machado allí donde dejó de existir. La Fundación no ha cejado en su empeño de mantener vivo el legado del poeta en un rincón en el que aún son patentes las huellas del exilio, y a ella se debe que su tumba se haya convertido en un símbolo del éxodo republicano, cuyos protagonistas no tardaron en adoptarla como emblemático punto de encuentro. Quizás el ejemplo más notable de este extremo sea el buzón que, instalado junto a la sepultura, recibe cada año cientos de misivas de lectores que se dirigen al difunto como si fuera un santo laico, pero también de hijos y nietos del destierro propiciado por el final de la Guerra Civil que ven en él al representante por antonomasia de la tragedia que ellos tuvieron que sufrir en sus carnes.

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Presidida actualmente por Joëlle Santa-Garcia, que se encuentra al frente de un equipo del que forman parte Soledad Arcas Jorda como vicepresidenta, Quéti Otéro en el papel de secretaria y Jacques Rodor a cargo de la tesorería, la Fundación convoca además galardones dirigidos a colegios e institutos franceses y españoles y organiza —en colaboración con la Cátedra del Exilio y la asociación FFREE, que aglutina a descendientes de los republicanos españoles— conferencias destinadas a evitar que se acabe extinguiendo la llama de la memoria. Es una institución modesta, pero entregada. Compensa las dificultades económicas, que son muchas, con su trabajo y su ilusión. Al mismo tiempo, sus miembros no dejan de sentir cierto desencanto ante el desinterés de las autoridades españolas, que sistemáticamente desechan las invitaciones que les cursan para que tomen parte en sus actos. El último representante institucional que acudió a Collioure para presentar sus respetos ante la tumba de Machado fue Luciano Alonso, por entonces consejero de Educación en la Junta de Andalucía, y no se le ocurrió mejor cosa que aprovechar su discurso para reclamar la repatriación de los restos del poeta. Cabe contraponer los gestos que llevan a cabo las autoridades locales. Tras varios intentos frustrados por comprar el hotel Bougnol-Quintana —que sigue en pie, lánguido y medio abandonado, a la vera del arroyo Douy—, el ayuntamiento está construyendo muy cerca, en la Placette, una mediateca que llevará el nombre del autor de Soledades y que espera inaugurar este mismo otoño. Será en sus dependencias donde la Fundación pueda hallar, al fin, una sede definitiva. El alcalde de Collioure, Jacques Manya, pese a situar sus coordenadas ideológicas en la derecha, está presente en cada convocatoria de la Fundación y ha colaborado siempre con ella en lo que le permiten sus posibilidades. Poco a poco, entre unos y otros han conseguido que cada año, cuando llega el mes de febrero y se abre paso en el calendario el domingo más próximo a la fecha de defunción del poeta, el bueno de Machado sea destinatario de una ceremonia honesta y digna. Sería deseable que en 2019, cuando se cumpla el 80º aniversario de su fallecimiento, el Gobierno de España sepa estar a la altura de las circunstancias. Teniendo en cuenta los resultados de las conmemoraciones a raíz del cuarto centenario de la muerte de Cervantes, quizá sea mucho pedir. Pase lo que pase, los miembros de la Fundación Antonio Machado ya están pensando en ello, y es un consuelo saber que alguien sigue haciendo camino al andar. Trabajando para recordar que, pese a los múltiples olvidos, hay una parte de España que sigue viva y coleando al otro lado de los Pirineos.

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