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Carta de un lector del siglo XIX a otro del siglo XXI

Grabado de Teodoro Miciano de Don Quijote

En próximo 23 de abril se celebra el IV centenario de la muerte de Miguel de Cervantes y William Shakespare. La coincidencia, de veracidad dudosa (por aquello de que el español murió un 22 de abril y el británico un 3 de mayo), no es motivo para aguarle la fiesta ni los fastos a nadie. Porque si de festejos se trata, hasta el mismísimo Avellaneda daría un paso al frente en estos días para cantar las loas que se tercien. Sin embargo, algo en la fanfarria cervantina da qué pensar, acaso porque tiene un espíritu crepuscular y pasajero. Alcaldes, diputados, presidentes de comisiones impensables y funcionarios del jolgorio se unen a esta especie de entierro de la sardina que contempla de todo, excepto sentarse a leer a los merecedores del homenaje. Empujado por el escepticismo que despierta tan repentino entusiasmo, sirva la presente para preguntarse qué tanto sarcasmo y rebeldía tiene el siglo XXI con el XIX, una fecha que marca el punto de inflexión en el estudio de Cervantes como en las traducciones de Shakespeare. Y acaso porque siempre es propicia la ocasión cuando de mirarse al espejo se trata, como quien inspecciona hilos sueltos en el guardarropa de sus esperpentos.

"Entre el guateque titiritero y la performance delirante, así marcha este cuarto centenario de uno de los hombres que se adelantó a la modernidad."

Celebrar de oídas, decíamos entonces. Entre el guateque titiritero y la performance delirante, así marcha este cuarto centenario de uno de los hombres que se adelantó a la modernidad. Pasar de buscar los huesos de Cervantes a estar en los huesos de su obra, eso incluye la errata en el epitafio (Segismunda por Sigismunda, ejem, ejem) que la mismísima RAE pidió a la alcaldesa Ana Botella que corrigiera en la entonces recién inaugurada tumba de Cervantes en Las Trinitarias. Pero hay más: sendos quevedos sin cristales para que dos fieras de bronce, Daoiz y Velarde, consigan sin atinar una letra fomentar el interés por un clásico que 40% de los españoles admite no haber leído jamás. O para decirlo de otra forma: según el CIS, de cada diez españoles, sólo dos dicen haber leído las aventuras del ingenioso Hidalgo. Habría que sumar a lo anterior, los 600 kilos de mazapán para hacer la edición repostera más grande del Quijote que el mundo haya visto jamás. Curiosa forma de celebrar la que han encontrado en tanto en Madrid como Toledo. Fuegos artificiales, azúcar a punto de nieve y 3,5 metros de almendra, patata y azúcar que habrán de sepultar a Cervantes como los legajos a su Quijote. ¿Por qué cada desagravio agravia más al escritor?

El lunes pasado, el diputado de UPyD Toni Cantó y Patxi López, el presidente de un Congreso que no consigue acordar un pacto para formar gobierno, posaron sonrientes para presentar las actividades de la semana cervantina.  Había algo blandorro e inconsistente en la sonrisa de ambos, en especial la del señor Cantó, quien admitió hace poco en una entrevista que lo dejaría todo hasta el escaño por interpretar el Hamlet de Shakespeare o que, de tener que comparar la situación actual española con algún género teatral, no dudaría en echar mano de la comedia Mucho ruido y pocas nueces.

Toni Cantó es libre, faltaba más, de leer lo que le plazca. Lo que sorprende de su respuesta es la total ausencia de Cervantes entre su repertorio. Algún entremés habrá representado el parlamentario que le hubiese servido para salir airoso del compromiso. No  se trata, lector, de hacer sangre a Shakespeare o desmerecer sus comedias, sino de no hacerlo con Miguel Cervantes, un autor (mal) citado a mansalva y a quien pocas figuras públicas parecen haber tenido la decencia o el interés de leer. Acaso porque será mejor hacerse los locos. Que ya se sabe que en épocas crepusculares, ser lector es también un acto de valentía.

La última salida, de Federico AxatCruza ya el quinto párrafo de esta carta dirigida al hipotético lector del siglo XXI y no hemos hablado aquí de un solo volumen por publicar, ni de los derechos arrebatados a un sello para dárselo a otro y mucho menos de uno de los libros escritos en español que arrasó en la reciente Feria de Londres, como dicen que ha hecho Federico Axat con su novela La última salida. Hemos dejado pasar cinco párrafos sin mencionar que Seix Barral se ha hecho con los derechos del nuevo premio Pulitzer, Viet Thanh Nguyen, con su debut literario The Sympathizer. Tampoco hemos hablado de las muchas más o muchas menos ventas, ni de las novedades a punto de desembarcar, que no son pocas: la nueva entrega de Bevilacqua y Chamorro, de Lorenzo Silva, que Destino publicará en mayo; Zero K, lo último de Delillo, a punto de caer en las librerías, y hasta nuevo libro de Rosa Díez (que engrosará la lista de memorias políticas que ni se compran ni se leen). Cinco párrafos, lector, y aún no hemos hablado de nada de esto, acaso porque algo lesivo hay en esta rara demolición que ocurre en los tiempos bisagra: el  suyo, lector, y el mío. Versiones recalentadas de antiguas taras el país de los Batuecas.

"... y hasta nuevo libro de Rosa Díez (que engrosará la lista de memorias políticas que ni se compran ni se leen)"

Apenas unos años y un trienio liberal separaron en el siglo XIX a un pobrecito de otro: al pobrecito Hablador del pobrecito Holgazán. Las firmas que emplearon Mariano José de Larra y el escritor palentino Sebastián de Miñano y Bedoya. Los unía además del afrancesamiento y un liberalismo apaleado, la empresa del proyecto por hacer y la del proyecto por frustrar: España. Los hermana la aspereza que hace poso en el aquí y el ahora, en las gafas sin cristales de los Leones del Congreso, en el mazapán o las erratas que una alcaldesa puede cometer al desvelar el monumento funerario de un autor que jamás ha leído y probablemente tampoco leerá. Que el humor bilioso hace lo que un renglón en la inmensa charca de Twitter. Que toda sátira es amarga y a su manera ilustrada. Que esta carta que envía desde el XIX un pobrecito Hablador, transcribe para el XXI lo que decía el pobrecito Holgazán:  «Ahora todo es baraúnda, y confusión, y gritos, y alborotos por esas calles; cada día sale un periódico nuevo con diferente título, no parece que tenían bastante con los antiguos». El hormigueo de la ilustración. Una forma de ir al encuentro de una nación con el matasello de un tiempo crepuscular, de fogonazos y petardos.

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