Del comienzo

Ha terminado de leer un libro y ni siquiera recuerda cuál es. Mira a la estantería y no lo encuentra aunque hace sólo unos segundos que sabe que lo colocó allí. No importa. Coge uno al azar que empieza así: «Se llamaba Manuel Mena y murió a los diecinueve años en la batalla del Ebro». Le suena muchísimo. ¿Ya lo había leído? No cree. Es la última novela de Javier Cercas, uno de “sus” grandes. Él los cataloga así, a los escritores: los que son grandes para él y los que no. Lo malo de eso es que no tiene más remedio que leer a unos y a otros para después agruparlos en su particular clasificación. El monarca de las sombras se titula el libro…

He pensado que este podía ser el comienzo en esta eterna página en blanco que puede ser o es Internet. De manera inmediata vuelvo a la fantasía.

"Qué mejor que el nacimiento de un niño. ¿Ustedes conocen algo que aporte más? Aunque, con el paso de los años, ese ser ahora perfecto se convierta en alguien ruin o miserable."

¿Cómo no lo va a leer? Ha leído hace unos días la novela de Cercas, como hizo con cada una de sus novelas -no todas en realidad- desde que lo descubrió inesperadamente, adquiriendo uno de sus libros al azar, tal vez por el título, tal vez por la fotografía del mismo o tal vez por su comienzo: «Fue en el verano de 1994, hace ahora más de seis años, cuando oí hablar por primera vez del fusilamiento de Rafael Sánchez Mazas». Revisa la edición y se da cuenta de que no, ni este ni el anterior libro citado, lo leyó atraído sólo por su comienzo. En este caso le basta con mirar la edición que tiene del libro: Soldados de Salamina. ¡Undécima edición! Entre marzo y octubre de 2001, ¡once ediciones! ¿En España? ¡Qué alegría!, se dice jovial y aún intrigado por el conocimiento de uno de “sus” grandes. ¿Se lee ahora igual en este país que lo único que asegura es el crecimiento del número de mentecatos por metro cuadrado? Lo leyó, por tanto, porque el libro ya era muy conocido. Iba a decir porque era muy popular, pero esa palabra ahora se considera fea.

Ha empezado entonces a leer una nueva novela quizá continuando su ya conocida, —¿se puede decir archiconocida?— teoría para él del comienzo. Dice así: «No hay nada mejor que un comienzo. Qué mejor que comenzar un amor, un libro, un paseo, una vida. Me detengo aquí. Qué mejor que el nacimiento de un niño. ¿Ustedes conocen algo que aporte más? Aunque, con el paso de los años, ese ser ahora perfecto se convierta en alguien ruin o miserable. Yo he visto a algunos de estos seres». Por mucho que revisa en su estantería desordenada pero limpia, como uno de esos muebles suecos tan prácticos como impersonales, no encuentra ese libro. No importa, se dice. Lo habrá extraviado o tal vez no exista. Lo que sí busca y encuentra es la última novela de Vila-Matas, ese escritor que parece empeñarse en ser diferente pero que -él al menos está convencido- le sale ser distinto, ser brillante, acapara un estilo único y ya sólo copiable por irrepetible. De esta, Mac y su contratiempo, sí recuerda que acaba de leerla. El comienzo es: «Me fascina el género de los libros “póstumos”, últimamente tan en boga…». No sigue. Es suficiente para él. Sabe que con principios así, como los citados en los libros de Cercas, no le quedará más remedio que continuar leyendo.

"El caso es que ese libro, el de Calvino, supuso para él un antes y un después en la teoría de los comienzos, su teoría de los comienzos . Todo empieza en Calvino y casi se diría que termina en Calvino."

Inevitablemente revisa su pasado lector, cuando los escritores españoles de actualidad le interesaban, como ahora, buscando un algo más, una diferencia. Pero se detiene tal vez en el libro que podría ser el comienzo de su teoría, el comienzo de los comienzos. Vuelve a mirar en su pétrea estantería y tras varios segundos localiza el libro que busca. “Si una noche de invierno un viajero”, de su amado desde dicha lectura Italo Calvino, porque como el italiano muestra con su texto, y sin saberlo aún, empieza a creer que no hay mayor placer que el de leer y qué mejor homenaje a la lectura que el creado por el genio nacido en Cuba. ¿Es mucho decir genio?, se pregunta.  ¿Y por qué no decirlo?, se responde.

El comienzo del libro es sencillo pero te anima a un ejercicio no apto para todos los públicos. Dice así: «Estás a punto de empezar la nueva novela de Italo Calvino, Si una noche de invierno un viajero«. Se detiene ahí, pero visto lo que viene a continuación decide continuar: «Relájate. Concéntrate. Aleja de ti cualquier otra idea. Deja que el mundo que te rodea se esfume en lo indistinto. La puerta es mejor cerrarla; al otro lado siempre está la televisión encendida. Dilo en seguida a los demás: “¡No quiero ver la televisión!”. Alza la voz si no te oyen: “¡Estoy leyendo! ¡No quiero que me molesten!”. Quizá no te han oído con todo ese estruendo; dilo más fuerte, grita: “¡Estoy empezando a leer la nueva novela de Italo Calvino!. O no lo digas si no quieres; esperemos que te dejen en paz».

[Traducción de la gran Esther Benítez]

Puede parecer una cita demasiado larga. Pero con ella y las otras apuntadas yo que ustedes me iría ya a una librería en busca de esos libros. Incluso mejor que por Internet. Así se dan una vuelta.

El caso es que ese libro, el de Calvino, supuso para él un antes y un después en la teoría de los comienzos, su teoría de los comienzos. Todo empieza en Calvino y casi se diría que termina en Calvino. El caso es que ese inicio le ha vuelto a venir a la memoria al abrir la última novela de Landero, La vida negociada, que también ha comenzado. Es así: «Señores, amigos, cierren sus periódicos y sus revistas ilustradas, apaguen sus móviles, pónganse cómodos y escuchen con atención lo que voy a contarles». Todo un clásico. Como el de Calvino, sólo que el italiano al meterse en su propia narración rompe un tanto con lo establecido.

Homenajear la lectura no está de moda. El miedo de los escritores a que nadie lee sigue firme. Permítanme ustedes que mi personaje haga su particular homenaje a los comienzos de los buenos libros. Al menos los comienzos de los citados a él se lo parecen. En realidad, mucho más que buenos.

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