Diciembre
Jueves, 1 de diciembre

Continúo con el seguimiento de las noticias de la hucha de las pensiones. La de hoy es que el Gobierno vuelve a sacar dinero: 9.500 millones de euros, esta vez para pagar la extra de navidad.

El año que viene, si nadie lo remedia, el crack va a ser sonado.

Viernes, 2

El premio Cervantes ha sido para Eduardo Mendoza, un escritor cervantino, discreto y elegante que no ha protagonizado en su vida una noticia más allá de la propia publicación de cada uno de sus libros. Mendoza es un autor que cuando publicó su primera novela, La verdad sobre el caso Salvolta, en 1975 (el mismo año en que se crea el Cervantes), la sociedad literaria lo recibe como un acontecimiento. Es una novela singular por la frescura, la ironía, la investigación y la estructura. Desde entonces Eduardo Mendoza ha seguido publicando y en su haber cuenta con obras notables como El misterio de la cripta embrujada, La ciudad de los prodigios y El año del diluvio, por citar solo tres. Venía Mendoza de trabajar en Nueva York y ahora reside parte del año en Londres. Todo un gentleman.

Martes, 6

El Museo del Prado es una joya indescriptible al alcance de la mano. Si se vive en el centro de Madrid, solo hay que acercarse, caminando por los bulevares arbolados del Paseo de Recoletos, y entrar. Luego hay que dejarse llevar por el color, por la forma, por la luz y por las sombras, por la historia y por las historias de los artistas que pueblan ese palacio en el que se han quedado a vivir con todos los personajes que han creado a través de los siglos.

Entré con P. y con Marina, que con sus 17 años sabe mirar un cuadro con sensible determinación, y recorrimos tres breves muestras temporales: “Metapintura: un viaje a la idea del arte”, “Ribera, maestro del dibujo” y “El arte de Clara Peeters”.

Después nos acercamos, una vez y otra vez más, a Las meninas.

El personal del museo tiene un trabajo adicional al tradicional cuidado de las obras. En este tiempo loco de los teléfonos móviles, con tanto fotógrafo sobrevenido, el personal del museo salta al primer indicio del visitante de desenfundar el artefacto.

Miércoles, 7

UN DESEO PARA MI HIJO
Su Tong-Po (1036-1101)

Todo el mundo quiere un hijo inteligente.
Pero a mí fue la inteligencia lo que me hizo perder la vida.
Así que quiero un hijo ignorante y estúpido.
Así, seguro que no le cuesta llegar a ministro.

Sábado, 10

P. tenía un plan secreto para mi cumpleaños: comer en el restaurante El Poleo, en Patones de Arriba.

Un día completo lleno de sensaciones culinarias, entre casitas levantadas con lascas de pizarra veteada; calles estrechas y empinadas, y un paisaje de montañas que se expanden alrededor, y que en este otoño suave se adornaban de ocres y dorados, de rojos, verdes y grises, y de piedras con líquenes como huellas del tiempo.

Un hotelito rural, semiescondido entre la hiedra, llamado “El tiempo perdido” hace saltar la emoción y la sorpresa de la literatura.

Martes, 13

Angelo Loi, cuerpo y alma de La Tavernetta (Orellana, 17), nos invita a cenar en su restaurante, como cada año, cerca de la navidad, para celebrar estas fechas entre amigos. Angelo es un sardo encantador que hace que te sientas el único en su restaurante. Yo lo conozco desde que abriera en el número 1 de la misma calle, La Taverna siciliana. Allí lo disfrutaba menos porque casi siempre estaba oculto en la cocina preparando unos platos excepcionales. En La Tavernetta solo lo hace cuando sustituye por vacaciones a Flor, su cocinera filipina, una abuela que parece que acaba de cumplir los 40.

Así empieza a relatar sus recuerdos Elio Vittorini en Cerdeña como una infancia (editorial minúscula, 2000):

“Yo sé lo que significa ser feliz en la vida, y la bondad de la existencia, el gusto de la hora que pasa y de las cosas que se tienen alrededor, aun sin moverse, la bondad de amar esas cosas, fumando, y una mujer en ellas”.

Así me parece a mí que Angelo ha vivido su infancia, aprendiendo de su padre el respeto por la tierra, a tenor de cómo te recibe, cómo te recomienda los platos o te cocina: por “la bondad de amar esas cosas”.

***

Me dicen de la imprenta que mañana llegará el libro que he hecho con Daniel Mordzinski, Ciudades para a(r)mar. Como el del año pasado, Encuentros con el 50. La voz poética de una generación, es una edición no venal patrocinada por Ámbito Cultural de El Corte Inglés que conmemora su 75 aniversario. El alma de estos proyectos es su director, el poeta y novelista Ramón Pernas, quien escribe una hermosa introducción que arranca con este primer párrafo:

Son un rompecabezas urbano donde cada pieza encaja en su lugar imaginado. El viento en Ushuaia o Punta Arenas, el calor atardecido de Puerto España, el ángel caído con sus alas de mármol de Madrid. Cracovia y Brasilia, París, siempre París, indescifrable e infinito, ciudad para armar despacio en un hueco feliz que dejan los recuerdos.

La fotografía que abre este dietario de diciembre corresponde a este libro, y este es el texto que escribí:

Puede que camine por la calle Đồng Khởi, frente al hotel Continental, lugar de paso de una adolescente Marguerite Duras dentro de una limusina en brazos de Léo, su rico amante de la China del Norte. La dulzura de su rostro borra de pronto cualquier vestigio sangriento vertido en aras de la ideología del momento.

“La secreta realidad” es el prólogo que ha escrito Pepe Caballero Bonald, y como el libro no estará a la venta reproduzco aquí sus palabras:

La mirada de Daniel Mordzinski se ha especializado en recorrer el intrincado laberinto de la realidad. Conoce muy bien las claves, los atajos que conducen a la salida de ese laberinto. Buena prueba de ello es este itinerario fotográfico que constituye, por muy distintas razones, una reveladora y fascinante aventura visual. El artífice de esta aventura es, antes que un fotógrafo al uso, una especie de fotógrafo ambulante que va descubriendo rastros perdidos de la naturaleza, fragmentos inéditos de la vida. Sabe dónde encontrar la marca oculta de esas informaciones medio olvidadas en los devanes de la memoria y, sobre todo, conoce que su función no es la de fijar el aspecto exterior de una realidad sino la de ahondar en la raíz secreta de esa realidad. Ha eludido retratar paisajes y figuras en un determinado espacio de tiempo y se ha ocupado en descifrarlos, en dotarlos de un nuevo contenido sin límites de tiempo.

Daniel Mordzinski ha recorrido medio mundo con sus bártulos de fotógrafo sin ningún plan de trabajo preconcebido. Por supuesto que no se proponía recoger ninguna expresa documentación gráfica sobre los lugares visitados. Pero, a medida que iba recorriendo esos rincones tan geográficamente dispares, se le iban manifestando sin previo aviso los mínimos o desmesurados elementos que articulan la vida cotidiana. Se fue encontrando con lo que no sabía exactamente que iba a encontrar, con lo que de pronto le salió al paso igual que una iluminación inesperada. Un muro, una silueta, un arbusto, una sombra, un escorzo, un reflejo, bastaban para desvelar esa teoría de emociones que hay detrás de las frías apariencias.

Es bien sabido que la fotografía no sólo determina el valor de la realidad, sino que lo intensifica; no sólo reproduce un concreto espacio físico, sino que lo valora, lo juzga, lo coteja con toda una serie de personales nociones emotivas. Todo depende de la capacidad indagatoria, de la previa intención crítica de quien observa. La sensibilidad artística se ha unido al sentido testimonial en una especie de revisión interiorizada de las imágenes entrevistas. Es cierto que un determinado aspecto de la realidad puede acentuar oportunamente el significado global de la realidad. Es como si el fotógrafo se ocupara también de incorporar a cada fotografía un veredicto inapelable: el de su veracidad y su lucidez.

El título general de Ciudades para a(r)mar concuerda muy bien con el carácter de estas fotografías. Hay un enfoque dialéctico –amar, armar– que remite en este caso a lo que la propia imagen tiene de espontánea y elaborada, a lo que pasa de ser una sorpresa repentina a una fijación emocional. Las ciudades visitadas por Daniel Mordzinski no lo han sido en razón de sus bellezas naturales o sus vistas panorámicas. Esos lugares comunes han sido tajantemente sustituidos por lugares inusitados; las referencias habituales han quedado súbitamente elevadas al rango de excepcionales.  No se ha retratado la naturaleza como tal, sino algunos de sus escondidos ingredientes físicos y humanos. Ya se sabe que detrás de cada realidad se agazapa un enigma.  Averiguar de qué enigma se trata es tarea del artista.

Las fotografías de Daniel Mordzinski están acompañadas en esta edición de una serie de textos de Miguel Munárriz. Son acotaciones, sensaciones, corolarios, apuntes, escritos a propósito de las imágenes seleccionadas. Oportunos y penetrantes, entre el dato informativo y la reflexión poética, esos textos colaboran en glosar la forma y el fondo de las fotografías. De unas fotografías –de un trabajo de campo– que suponen a la vez un descubrimiento insólito de la realidad y un testimonio del pensamiento moral del autor.

Miércoles, 14

Me gustan las efemérides que hace Google con animación. Hoy toca esta:

“La expedición Amundsen fue la primera en llegar al Polo Sur, liderada por el explorador noruego. Él, junto a cuatro de los miembros que integraron la expedición, llegaron al Polo el 14 de diciembre de 1911”.

Y de pronto me veo, muy niño, en la primera biblioteca que hubo en mi pueblo, leyendo como un poseso las aventuras a los Polos en la inolvidable colección amarilla de la editorial Juventud.

Jueves, 15

“La heroica ciudad dormía la siesta”. Clarín. La Regenta, 1884.

“Oviedo es una ciudad dormida”, Dolores Medio. Nosotros, Los Rivero, 1953.

Viernes, 16

Leo en El País lo que escribe Jorge Martínez Reverte sobre Manuel Arroyo, editor de Turner, al encontrarlo en una librería:

“Yo no sabía muy bien cómo presentárselo a mi acompañante, y opté por una salida relativamente facilona:

—Manuel Arroyo es uno de los mejores editores que hay en España.

Él, modestamente, se quitó la flor con un recurso nada amanerado:

—Exeditor. Ya me he retirado. Vivo en Berlín”.

Es verdad que a Manuel Arroyo hay que agradecerle el trabajo minucioso que hizo en los años 70. Recuerdo magníficos libros de José Bergamín; los tres tomos de La forja de un rebelde, de Arturo Barea, o una edición preciosa de 1977 de Muestra, corregida y aumentada, de algunos procedimientos narrativos y de las actitudes sentimentales que habitualmente comportan, de Ángel González.

Volviendo a la respuesta de Manuel Arroyo a Martínez Reverte: “Exeditor. Ya me he retirado. Vivo en Berlín”, me ha sonado tan redonda y contundente, que solo un editor como él —acostumbrado a escribir, a expurgar, a resumir, a corregir, a darle al lector solo lo que merece—, sabe y puede decir. 

Pisando cenizas (Turner) es su testamento en vida.

***

Comida con la Cofradía de los Buenos Bebedores en Cava María, Cava Alta, 7. Algún día tengo que hablar de esta reunión de dieciocho amigos, de la que soy cofrade desde hace unos ocho años, porque tiene un funcionamiento espectacular basado en la amistad, en la generosidad, en el disfrute y en la voluntad de ser feliz.

Domingo, 18

He empezado a leer El baile de Natacha. Una historia cultural rusa, de Orlando Figes (Edhasa, 2006), por consejo de Jaime Chávarri, porque tengo en proyecto escribir una historia larga y complicada para la que he empezado a documentarme. Aparte de la esencia de la que intento apropiarme con la lectura de este ensayo de más de 800 páginas, la incursión en “el alma rusa” me sacude hacia derroteros literarios tan dispares como Guerra y Paz y Ana Karenina, de Tolstoi; Petersburgo, de Andrei Biely; Habla memoria, de Vladimir Nabokov, y más autores como Pushkin, Dostoiesvki, Gogol… : “Obras que presentan una historia de ideas y actitudes, de conceptos de nación a través de las cuales Rusia intentó entenderse a sí misma. Si las observamos con cuidado, tal vez se conviertan en ventanas a la vida interior de una nación”.

No me cabe duda, pues, de que la narrativa cumple una función sociológica de la que he hablado en alguna ocasión.

Para la lectura de esta historia cultural rusa, que me servirá para mi ya dilatada decisión de documentación para un enjundioso proyecto, y antes de pertrecharme en mi sillón de orejas, me hice con un lápiz para subrayar todo aquello que luego usaría —o no— en mi escrito posterior; me fui con el lápiz a la cocina para sacarle una fina punta, como había visto siempre hacer a mi padre con gran dominio. Esta operación que no practicaba desde que tengo memoria, me sobrecogió porque unos minutos más tarde, ojeando Petersburgo, en la página 18 me encontré con esta frase:

“Un lápiz sobre la mesa acaparó la atención de Apolón Apolónovich. Aplolón Apolónovich adoptó una decisión: conferir una forma acabada a la punta del lápiz”.

Viernes, 23

Fui a La Felguera porque había una lectura de poemas de un libro de Enrique Serrano que aún no publicó. Se titulará “Entrevuelos” y dos actores del grupo Kumen nos pusieron en situación con unos versos que sonaron a verdad y cuya envoltura clásica y bien atinada iluminaron mi ciudad de adopción, ya sin remisión postindustrial. El hermano de Enrique, Urrechu Meana –músico en los años 80 en el grupo Métodos de danza– interpretó varias canciones de su nuevo disco, No sé decir adiós, e inundó el local de un halo melancólico y poético, con recuerdos amorosos de infancia y juventud.

Sábado, 24

Voy con Javier García Cellino, que acaba de publicar su última novela, La resurrección de Richard Wagner (Septem ediciones), a encontrarme con algunos amigos a los que solo veo una vez al año.

De esta novela escribe Francisco García Pérez en La Nueva España:

“Se decanta Cellino por la novela corta y es de ver lo mucho que consigue embutir en menos del centenar de páginas. No sólo unas historias de amor, sino a un Wagner redivivo, los nazis, Auschwitz, la Argentina, París, descripciones (pocas), diálogo (abundante), venganza cumplida y hasta los mensajes que la BBC dirigía a la Resistencia francesa preparando el desembarco de Normandía. La capacidad de síntesis ha de deberse a lo que la contraportada del libro llama “prosa ajustada” y que entiendo como un apartarse del vuelo largo en el párrafo para centrarse en la chicha del asunto: no hay más páginas y hay mucho que contar. Pero no por ello Cellino resume –digámoslo así– sino que en más de una página se deja llevar por el ritmo lento que lo narrado pide. Se lee en un momento y deja poso largo, no hay excusa para no entrarle”.

Uno de estos amigos “anuales”, Miguel Montes, es el alma del premio de poesía Alberto Vega (qué buen poeta y qué gran tipo) para escolares de la cuenca minera entre 14 y 18 años. Nos cuenta que quiere dejarlo porque está cansado de bregar sin ayudas. Se busca alma caritativa con algo de dinero —poco— que admire a los niños poetas. Propondré un crowdfunding entre los letraheridos del valle del Nalón. O tempora, o mores.

Y como cada año haré el mismo ritual: depositaré flores sobre la tumba de mis padres y luego bajaré unos metros para escanciar sidra en la terraza del bar de la asociación cultural Belarmina García de la Nava. Estamos a escasos dos kilómetros de La Felguera y el paisaje de alrededor –entre el cementerio y un valle de residuos siderúrgicos y mineros– podría ser para neófitos en nortes desnortados algo tétrico y demoledor.

Por aquí vivió David Villa, el guaje exsportinguista y exculé que ahora juega en el New York City F.C.

Jueves, 29

De nuevo en el tren; aunque no me disgusta el viaje, espero la noticia de que un AVE rebajará en un par de horas el trayecto. Vuelta a Madrid y de Madrid al cielo… de Vejer de la Frontera, en donde nos reuniremos con José C. Vales y Belén Bermejo para brindar por este año que se acaba y que por distintas circunstancias no se ha portado nada bien con algunos amigos. A quién voy a echar la culpa si no. No me quedan dioses, y menos héroes a quienes recurrir, para lo bueno y para lo malo.

Sábado, 31

«El hombre construye casas porque está vivo pero escribe libros porque sabe que es mortal”. Daniel Pennac.

Adiós 2016, inauguramos un año con deseos que no se cumplirán.

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