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El mejor escritor del mundo

El mejor escritor del mundo

Antes que nada quería darte las gracias, querido lector, por el apoyo recibido tras la publicación del primer texto de este nuevo proyecto. Como escritor, me es fácil escribir sobre la vida de los demás, pero muy complicado hacerlo sobre la mía propia. Es por eso que tu calor, tu apoyo y tu constante ánimo están siendo fundamentales para que siga adelante con esto. Pero dejémonos de preliminares. Normalmente suelen ser de lo más importante, pero en este caso no. Retomo donde lo había dejado.

Como te conté en la entrega anterior, tenía mi trabajo fijo, mi sueldo fijo y mi dolor fijo. Con eso creía ser feliz. La verdad, he de reconocer que fue una época muy rara para mí. Debido al trabajo y a las horas que echaba al día, vivía en un mundo muy alejado del que en verdad me rodeaba. Una realidad que distaba mucho de ser real o verdaderamente plena. Lo que ocurrió en febrero de 2012 lo cambió todo. Algo que empezó siendo un simple y fortuito accidente de tránsito daría la vuelta por completo a mi vida. La propia noche ya comencé a sentir fuertes dolores, cuando el accidente no había sido prácticamente nada. Al día siguiente volví a ir con mi dolor algo más intensificado y, más o menos a medio día, el brazo izquierdo empezó a tornarse morado para después, a las horas, volverse casi negro. Claro, me fui al hospital. Allí me dijeron que tenía un esguince de cervicales y, lo del brazo, pues del golpe, por ejemplo. La cara que se me quedó fue de bobo —más, todavía—, pero, claro, no se le puede discutir a un médico que te ha hecho un radiografía como estudio completo sobre un brazo ennegrecido. ¿Cómo discutirle? Él es médico y tú no. Él sabe.

Es curioso, la de veces que habré pensado eso… Pero no es el caso.

Sigo.

Me dieron la baja en el trabajo. Me dijeron que, al menos, en dos semanas no podría ir a trabajar. Seguramente cuando se me pasara el esguince cervical todo volvería a la calma, si es que alguna vez la hubo.

"Quiero que sepas que durante todo este recorrido que haremos, no daré nombres, a no ser que sean de los médicos que sí me han ayudado y solucionado algo."

Créeme que hubiera esperado las dos semanas de manera paciente, sin más que mirando pasar la vida por la ventana. Pero, claro, cuando a los días dejé de tener movilidad alguna desde el hombro hasta el codo, pues llámame hipocondríaco si quieres, pero me asusté. Fui de nuevo al hospital. Me tranquilizaron de nuevo diciendo que era algo natural, que era del golpe. Todo eso sin hacerme ninguna prueba más. Obvio, imagina que me la hacen y sale algo que contradiga el diagnóstico de que todo es por un puto golpe y esos médicos quedan mal. Imagina. Pues no. Pero mira, uno que es insistente y consigue que, por puro aburrimiento, lo envíen al menos, a rehabilitación —la consulta, no el gimnasio—.

Bien, no sé cómo funcionan las cosas en tu comunidad o país, pero yo vivo en la provincia de Alicante, donde la Sanidad, pues va a su propio ritmo. Tenemos la Sanidad española, luego la de la Comunidad Valenciana y luego la de Alicante, que forma un ecosistema propio. Esto significa que es como si se tratara de un palacio, por lo que deprisa no va. Tardaron tres meses en llamarme para ir. Tres meses en los que tuve que seguir de baja sin poder dar una explicación coherente más de que no podía mover el brazo izquierdo —sí, seguía sin poder—. Y sí, seguí yendo al hospital cada dos por tres para tratar de que alguien me hiciera caso sin éxito alguno. Pero bueno, mayo llegó y la ansiada consulta de rehabilitación me esperaba. Yo, iluso e ilusionado esperaba que todo llegara a su fin al salir por la puerta de la consulta, pero la hostia que me llevé en toda la cara fue de aúpa.

Quiero que sepas que durante todo este recorrido que haremos, no daré nombres, a no ser que sean de los médicos que sí me han ayudado y solucionado algo, pero ganas no me faltan de publicar una lista de los ineptos que me han ido tratando durante todo este tiempo. Y no, no insistas porque bajo ningún concepto lo voy a hacer.

Lo que sí quería decir, es que de todos los que han llegado a ver en estos cinco años, la persona que me atendió en la consulta de rehabilitación es la que peor me ha hecho sentir de todos. De primeras, en su primera consulta, me miró con cara escéptica, como de: “¿Seguro que no puedes mover el brazo?”. Le invité a hacerlo ella misma, pudiendo comprobar que tenía un rigidez que, por mucho que intentara apretar, el brazo no cedía ni un solo centímetro. Entonces y sólo entonces me mandó una prueba: una radiografía de codo.

Salí absolutamente derrotado de la consulta. Imagina. Pensaba que todo iba a ir a mejor y en cambio sólo obtengo un papelucho que dice que me mirarán de manera —más o menos— superficial, el codo. Pues nada. Bueno de mí, decido no decir nada y hacer caso. Al fin y al cabo, yo no soy médico, ellos saben, ¿no? —Ojito a esto que no estoy generalizando, es lo que pensé—.

"Podría haberme hundido todavía más. De hecho, no te voy a mentir: algo sí lo hice, pero decidí tomar esas críticas negativas y trabajar sobre ellas."

Me hice la dichosa radiografía y: ¡oh! ¡Sorpresa! No sale nada raro. La consulta me la habían vuelto a dar para julio, dos meses después. No hace falta ser un as de las matemáticas para saber que me tiré cinco meses sin poder mover ni un centímetro el brazo. Me tenían que ayudar para ducharme —a lo que debo dar las gracias a mi maravillosa mujer y apoyo Mari, sin ella, nada hubiera sido igual—. No podía conducir. No podía hacer muchísimas cosas porque no sólo era no poder moverlo. Yo lo sentía, vaya que si lo sentía. Pero cuando no se me dormía —por lo que tenía que estar moviendo todo el día los dedos—, me dolía horrores, sin más, dejándome sin fuerzas en el resto del cuerpo. Las piernas me empezaron a fallar por aquel entonces, pero todo lo achaqué a ese dolor que me estrujaba por dentro esa zona.

Imagina mi mundo. Desmoronado. Sin poder trabajar. Sin saber si podría volver a trabajar. Solo con dolor, mucho dolor.

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Fue entonces cuando recordé que tenía un libro escrito de hacía un tiempo ya. Un libro que yo creía el mejor del mundo y por el que las editoriales debían de rifárseme. Empecé a consultar por internet cómo publicarlo, pero vi que las editoriales no estaban muy por la labor, en ese momento, de tomar nuevos manuscritos. Entonces lo vi por ahí escrito: autoedición.

Me informé todo lo que pude sobre el tema y me lancé de cabeza. No lo pensé. Era el mejor escritor del mundo mundial. Mi madre, mi tía y mi mujer no podían estar equivocadas. Subí La verdad os hará libres a Amazon en junio de 2012. La hostia que me pegué fue tremenda.

Recibí varias —por suavizarlo bastante— críticas negativas sobre el libro. Les gustaba la historia, pero estaba pésimamente escrito. Hubo hasta quien me tuvo que explicar lo que era una coma. Puede que no fuera el mejor escritor del mundo, al fin y al cabo.

Podría haberme hundido todavía más. De hecho, no te voy a mentir: algo sí lo hice, pero decidí tomar esas críticas negativas y trabajar sobre ellas. Pero no sobre la novela que tenía, empecé a dar forma a La profecía de los pecadores.

Y sí, mi calvario siguió a partir de ese julio de 2012. Y no sólo eso, la cosa empeoró bastante, pero eso me lo dejo guardado para la siguiente entrega. Seguramente echas de menos la sangre en mis artículos. Tranquilo, que te la voy a dar. Jajaja.

Si te ha gustado —o no—, este texto, por favor házmelo saber en mi correo (BlasRuizGrau@Hotmail.com) o mi Twitter (@BlasRGEscritor). Prometo contestar. Gracias por leerme, una vez más.

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