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Cajal y la Naturaleza

DETRÁS DE LAS PALABRAS: EL VIAJE DE UN GENIO

Reseña de Cajal y la Naturaleza (Ediciones Desnivel, 2016), y entrevista con su autor, Eduardo Garrido.

IlustraciónNo se sabe qué día exacto sucedió, pero a principios de 1888 un joven llamado Santiago Ramón y Cajal hizo uno de los mayores descubrimientos de la ciencia. Como tantas veces, observaría a través de la lente de su microscopio y, al fin, todo empezaría a encajar. El entramado filiforme del sistema nervioso no estaba unido a modo de una continua red, tal y como se había creído, sino que estaba constituido por pequeñas estructuras individuales cuyas terminaciones solo se tocaban, o como describió él, se «besaban». Unos meses más tarde, Cajal viajaba a Alemania para mostrar al mundo su gran hallazgo, y fue allí donde los más prestigiosos investigadores le encumbraron. No mucho tiempo después fue propuesto para el premio Nobel de Medicina y Fisiología, el único de ciencias que desde entonces, en más de cien años, se ha ganado en este país.

Tal vez este hecho resulte familiar para muchos, pero la historia que nos quiere contar Eduardo Garrido, médico amante de la montaña y autor de Cajal y la Naturaleza, es otra. Quien se adentre en ese libro se va a encontrar con un recorrido por la vida de un hombre profundamente sensible, que creció inspirado por las lecturas de Verne y Defoe en las altas tierras de Aragón, donde soñaba con vivir las aventuras que leía. Para Cajal pronto aquellas fronteras se quedaron pequeñas. Ese muchacho que quiso ser pintor y conocer el mundo halló en la Guerra de Cuba un duro revés por las enfermedades tropicales contraídas allí, de cuyas secuelas no se libraría el resto de su vida. Este precoz giro del destino fue precisamente lo que hizo que conozcamos al Cajal que todos tenemos en blanco y negro en la mente. El de rostro severo y perfil adusto que observa en el microscopio. Cajal no cambió en realidad, mantuvo la misma esencia que primero le llevó a recorrer los paisajes que amaba, y que en su madurez le llevó a descubrir los territorios más insondables del cerebro, como jamás nadie lo había hecho antes. Mediante sus estudios científicos trasmutaría el tamaño del escenario, los paisajes, pero no la dimensión de la aventura. Neuronas en forma de lianas, flores, hiedras, bosques, selvas, etc, desfilaban de forma sugerente ante sus ojos, planteándole misterios que él se dispuso a desvelar.

“Hay que vivir no conforme a los impulsos de la Naturaleza sino conforme a las normas de la ciencia y del arte, que son también, en definitiva, mandatos de la Naturaleza, pero de una naturaleza esclarecida y depurada por el conocimiento de sí misma”. (1932)

Cajal y la Naturaleza es un revelador ensayo sobre el significado que tuvo el medio natural en la vida de este sabio, desde su infancia y juventud bohemia y rebelde hasta los momentos más melancólicos y timoratos de su vejez. Su autor nos lo presenta en forma de antología, reuniendo todos los testimonios, vivencias y pensamientos que dejó Cajal en relación con la Naturaleza. Aporta además numerosas fotografías paisajísticas realizadas por el propio Cajal, muchas de ellas inéditas, que representan un documento de gran valor.

Estamos ante un sentido y digno homenaje a una figura imprescindible que pertenece a una historia que ya no es sólo nuestra. Es la del mundo. Recoge en sus páginas reflexiones imperecederas que muestran ese vínculo casi místico que mantuvo con la Naturaleza, y que perduró hasta el último de sus días, acercando al lector esa faceta no tan conocida de este ser universal. Y resulta muy interesante abordar la compleja personalidad del genio, humano y contradictorio, que fue don Santiago, este Robinson y Quijote del microscopio que fue lo que fue, quizá por lo que no pudo ser. El fotógrafo, el pintor, el trotamundos… Aquí debajo, el joven del arco.

El joven del arco¿De dónde procedía la asombrosa tenacidad de este hombre? ¿Cuál fue su fuerza motriz? Este hermoso y sugerente libro plantea una posible respuesta. Desde el niño fantasioso al joven osado y al cabo al anciano lúcido y melancólico, no hay un solo momento de su vida en que no regresara, de una forma u otra, a su Centro. Al lugar donde todo comenzó, como si en realidad, jamás hubiera salido de allí. Cajal consagró su vida a la Naturaleza, hechizado por sus enigmas, admirado por su armonía y, como diría el maestro don Arturo Pérez-Reverte, por sus «normas». La convirtió en su “museo y biblioteca”, universidad y universo: “Mucho aprendemos en los libros, pero más aprendemos en la contemplación de la Naturaleza, causa y ocasión de todos los libros”, dijo en 1899.

Eduardo Garrido Marín

Eduardo Garrido Marín (Barcelona, 1959) es doctor en medicina y cirugía y académico correspondiente de la Real Academia de Medicina de Cataluña. Ha realizado pioneros ensayos científicos en himalayistas y en sherpas de élite, por lo que ha recibido diversos premios, siendo estudios de referencia internacional en el campo de la fisiología ambiental. Su gran afición por la montaña y la fotografía de la naturaleza ha podido desarrollarla especialmente en el Pirineo, Picos de Europa, Alpes, Cárpatos, Escandinavia, Laponia, Islandia, Escocia, Israel, Bolivia, Perú, Nepal y Tíbet, habiendo escrito varios reportajes al respecto. Su profunda admiración por Santiago Ramón y Cajal le ha llevado a publicar algunos destacados artículos sobre la figura del Nobel español.

-Médico, montañero, amante de la Naturaleza, investigador… Observo cierto parecido entre autor y personaje. Cuéntanos. ¿Por qué has escrito este libro?
-Sobre Cajal se ha escrito muchísimo. Hay libros y artículos extraordinarios, algunos realizados por personas ilustres, como Marañón, Laín Entralgo, Pío del Río Hortega, etc. Pero influido tal vez por mis aficiones notaba que existía un vacío, un monográfico que versara sobre lo que yo considero que fue la verdadera esencia de Cajal: la Naturaleza. Quise reunir todos los datos posibles al respecto en un volumen. Pensé que eso sería fantástico. No me cabe duda de que la Naturaleza fue el eje y el motor de su vida, y ésta se expresó, en cierta manera, de la misma forma, tanto en su niñez como en su larga actividad científica. Estoy, además, convencido de que a Cajal le hubiese gustado el enfoque de este libro. Tal vez se hubiese sorprendido de mis indagaciones sobre algunos aspectos de su persona, especialmente en la etapa más dubitativa y melancólica de su vejez. He intentado interpretar sus propios testimonios, algunos muy subliminales, pero me asalta la duda. ¿Qué hay de lo que él no dijo, aquellos secretos que guardó para sí? Sólo Cajal podría decirme si estoy o no equivocado.

-Tus estudios en fisiología han sido referenciados a nivel mundial, e incluso uno de ellos aparece en un memorando de la NASA. ¿Consideras que el esfuerzo invertido sirve de algo? ¿Cómo ves la situación actual de la ciencia?
-Cuando algo se realiza con pasión y formas parte de un gran equipo, las ideas bullen en la mente y los resultados se te reconocen tarde o temprano. Ese ha sido mi caso. El esfuerzo siempre vale la pena, aunque solo sea por lo mucho que uno ha disfrutado haciendo las cosas que ha hecho, y que hace. Yo tampoco me he dedicado íntegramente a la investigación, pero sí que he participado en algunos estudios pioneros. El problema es la situación actual de España. La ciencia es una de las grandes perjudicadas y conlleva la fuga de cerebros, igual como ocurrió en tiempos de Cajal, o poco después. Pero, pese a todo, a Cajal se le debe mucho, pues fue él quien puso a España en el mapa científico mundial y quien creó un ambiente adecuado para impulsar la red de centros con que cuenta hoy nuestro país, lamentablemente muy dañado por la crisis económica y la corrupción. España aporta al mundo grandes hombres y mujeres de ciencia, y el estandarte lo lleva, sin duda, Santiago Ramón y Cajal. El “fenómeno Cajal” no ha dejado de alumbrar la cultura española y universal, pese a que su vida quede ya lejos.

-Inicias el libro con un encuentro que tienes con él. ¿Es una expresión de un deseo que te hubiera gustado realizar?
-¡Desde luego! Me hubiese encantado conocerle, pasear junto a él charlando placenteramente sobre mil cosas, pedirle grandes consejos para la vida. Intercambiaríamos ideas sobre la Naturaleza y, por supuesto, le preguntaría sobre lo que he querido plasmar en este libro. Mediante la literatura he materializado ese gran anhelo, que es el poder estar con él. Pero debo matizar: a don Santiago me hubiese gustado conocerle cuando ya era un anciano, cuando ya transportaba ese enorme bagaje de erudición, el Cajal de la barba blanca y de miranda penetrante, precisamente el hombre que hemos seleccionado para la portada del libro. De hecho, la ensoñación donde tengo el encuentro con él corresponde a esa etapa, pues su vejez es para mí enormemente atrayente. Le invadieron profundamente las dudas, los temores, la melancolía y el desconsuelo. Ya lo había dado todo, como un noble guerrero tras la larga batalla. Ya nada tenía que demostrar al mundo y aun así siguió peleando y creando hasta el final de sus días. Una etapa en que su mente brillante tendía a refugiarse en su infancia y juventud, y pese a ser previa a sus éxitos científicos fue el periodo de su vida que en el fondo más amaba y siempre recordó con suma nostalgia y ternura.

-El proceso de documentación es extraordinario. ¿Cómo abordaste este trabajo? Algunas de las fotografías que publicas son inéditas.
-Ha sido complejo, pues el esqueleto del libro lo he configurado con testimonios y vivencias del propio Cajal o de otras personas que le conocieron. Todo ese enorme puzzle de frases, aforismos y sentencias originales seleccionadas en torno a la Naturaleza lo he tenido que ordenar e hilvanar en una serie de capítulos de una forma tal que no perdiese coherencia narrativa ni así su mensaje fundamental. He cotejado, incluso, sucesivas ediciones de alguno de sus libros. Han sido muchas horas de documentación, de extracción de datos interesantes, visita a bibliotecas, etc. Otra tarea fascinante ha sido descubrir a qué lugares correspondían algunos de los paisajes fotografiados por el propio Cajal, pues en gran parte de las placas originales inéditas, algunas con más de cien años de antigüedad, no había ninguna referencia identificativa. Son realmente valiosísimas fotografías documentales que relacionan todas a Cajal con la Naturaleza y que en su mayoría me las facilitó muy generosamente el Instituto Cajal del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, en Madrid.

-Las enfermedades contraídas en Cuba y una posterior tuberculosis le obligaron a pasar unos meses convaleciente en las montañas del Pirineo. ¿Fue un punto de inflexión en su vida?
-Esos hechos fueron claves. Era muy joven y vio la muerte de cerca. Estaba muy deprimido y enfermo. Tenía ideaciones casi suicidas cuando ascendía solitario y renqueante a los picachos próximos al balneario de Panticosa. Él había tenido siempre una salud de hierro, forjada a base de ejercicio físico realizado en plena Naturaleza y en un gimnasio. Además, disponía de una genética montañesa de la que siempre alardeaba. Esas condiciones le salvaron de una muerte casi segura. Vio que su espíritu de trotamundos se truncaba en plena juventud, y aquellas enfermedades, de las que siempre arrastró secuelas, le obligaron a llevar una vida más sosegada. Pero su inquietud aventurera jamás cesó y la intentó saciar mediante la minuciosa exploración del cerebro. Su espíritu, por tanto, no se transformó lo más mínimo, sino que se renovó volcándose en un nuevo pulso existencial, la ciencia.

-¿Puedes explicarnos de una forma sencilla a los profanos en la materia en qué consiste ese proceso que descubrió Cajal? ¿La palabra «neurona» fue una invención de él?
-Cajal mapeó histológicamente todo el sistema nervioso central, hasta los más ínfimos rincones. Ese trabajo ingente ha sido uno de los grandes legados para la humanidad. La independencia celular del tejido nervioso fue también verificada por él, demostrando que las terminaciones nerviosas no acababan en una red difusa, como un gran retículo, sino en arborizaciones libres. Por tanto, el impulso eléctrico se producía por contacto. No obstante, pese a sus grandes hallazgos la terminología “neurona” fue introducida tiempo después por el alemán Waldeyer y el espacio interneuronal, conocido como “sinapsis”, por el británico Sherrington. Pero además, Cajal postuló la dirección que adquiría el impulso eléctrico neuronal, la existencia de sustancias que guiaban el crecimiento de las terminaciones nerviosas y la posibilidad de que se crearan nuevas conexiones entre dichas células. Todo ello se ha podido ir comprobando a medida que la tecnología lo ha ido permitiendo, incluso hasta muchas décadas después de plantear Cajal su teoría de la neurona. Por todo ello, Cajal está considerado como el “padre de la neurociencia moderna”, pues sentó las bases para todos los importantes avances que se están produciendo hoy en día en dicho campo.

-Cajal fue elegido miembro de la RAE, pero rechazó el puesto. ¿Por qué lo hizo?
-Desconozco el motivo exacto. Al parecer, se sentía injustamente sobrevalorado como escritor. En realidad, nunca rechazó formalmente la propuesta, pero jamás llegó a leer el discurso como nuevo miembro de esta academia, cuando fue sugerido en 1905. Su forma de escribir es extraordinariamente exquisita, tal como queda bien reflejado en sus memorias, libros de ensayo y filosóficos, y hasta algunos relatos novelados que hizo. Se le tiene como el científico de la “Generación del 98”. Fue muy admirado por éstos y otros pensadores coetáneos suyos como por Unamuno, Ortega, Perez Galdós, Pardo Bazán, Azorín, Baroja, Jiménez, etc.

-Escribió un relato de ciencia ficción asombroso y visionario. ¿Crees que hay personas que, en cierto modo, se salen del tiempo?
-En realidad fueron dos los relatos de ciencia ficción que elaboró durante su juventud. En uno de ellos nos relata un viaje al futuro, al año 6000, experiencia en la que él mismo es protagonista y experimenta un proceso de desecación de su cuerpo. El renacido Cajal, tras rehidratarse milenios después, plasmó lo que vio en aquella gran civilización que disponía de increíbles avances científicos y tecnológicos. Muchas de las numerosas descripciones realizadas por Cajal en dicho relato son conquistas ya reales hoy en día. El otro curioso escrito de ciencia ficción trataba sobre un viaje interplanetario. Digo “trataba” pues dicho libro se perdió para siempre durante su época militar. Pero sí sabemos que el argumento iba sobre un terrícola que se introducía por las glándulas de la piel de unos humanoides de un tamaño colosal que habitaban en Júpiter. A lomos de un glóbulo rojo viajaba por todos aquellos organismos gigantes hasta llegar al cerebro y así averiguar el secreto de la máquina mental. Algo parecido se llevó décadas después al cine, creo recordar el título: Viaje alucinante.

-Cajal era aficionado a también a la fotografía, a la pintura… ¿En qué campo crees que hubiera destacado?
-Destacaba en todo lo que se proponía, en cualquier campo que le interesara, pues estuvo dotado de una mente brillante y trabajaba con una perseverancia extrema. Pintaba y dibujaba como pocos. Su sentido artístico lo volcó también en la fotografía, e incluso realizó nuevas técnicas fotográficas en color. Pocos saben que también introdujo innovaciones en el fonógrafo, que fue un pionero en la aplicación de la hipnosis como anestésico, en la elaboración de vacunas utilizando microorganismos muertos… Le interesaron la astronomía, el comportamiento de los insectos, la metapsíquica, la interpretación de los sueños… Imagínate si hubiese dedicado todo su tiempo a algo de ello. Fue realmente un ser único.

-Observo en el libro que Cajal se contradice a menudo en algún aspecto. Por ejemplo, de joven quería ser un atleta, y luego despotrica contra el deporte. ¿Qué hay de cierto al respecto?
-Durante un tiempo acudía a un gimnasio de Zaragoza. Pretendía ser el más fuerte de su pandilla, y no cesó hasta conseguirlo. Se entrenaba de forma obsesiva. Eran épocas de amoríos de juventud, su etapa de “furor romántico”, como él la llamó. Pero pronto se dio cuenta que había que desplegar su capital mental antes que su musculatura. Y eso ocurrió a raíz de las graves enfermedades que padeció a raíz de su estancia en el trópico. Su visión en torno al deporte fue muy crítica con los años. Él defendía la actividad física como un medio de salud, no como un fin remunerado donde las masas sociales idolatraran a los campeones. Cajal quiso ver una España más pujante en actividades intelectuales y que el deporte solo fuera practicado de forma lúdica, recomendando el ejercicio físico en plena Naturaleza. Fue, de hecho, un gran aficionado al montañismo.

-¿Qué lugares visitó? ¿Cuál era su lugar predilecto?
-Muchos. Conocía gran parte de Europa, estuvo en Estados Unidos de América y Cuba, pero se lamentó mucho de no poder haber viajado a Grecia y a Egipto. Pero como te acabo de comentar Cajal era especialmente un enamorado de la montaña. Azorín dijo de él que no había montaña en España que no hubiera ascendido Cajal. Eso es una exageración, pero sí es cierto que conoció los Picos de Europa, el Moncayo, las sierras litorales catalanas y levantinas, Gredos, etc. Veraneó en la sierra de Guadarrama, pero yo considero que su lugar predilecto fue siempre la tierra que le vio crecer, o sea el norte de Aragón y su Pirineo. Allí volvió hasta casi el final de sus días.

Contraportada de Cajal y la Naturaleza-¿Qué le dirías a la gente joven que desconoce aún quién fue este hombre?
-He pretendido que el libro fuera una herramienta que facilitase el trabajo a eruditos en Cajal, pero sobre todo he querido difundir esa faceta menos conocida de su persona entre el público en general, el no científico. Cajal es un gran desconocido para muchos jóvenes. Sus escritos, sus mensajes, sus pensamientos son intemporales y fueron, en gran medida destinados a despertar las almas de la juventud. Él creyó siempre en la juventud estudiosa y voluntariosa, donde estaba depositado el futuro creativo y los valores puros de la especie. Concretamente, su maravilloso libro Los tónicos de la voluntad tendría que ser lectura obligatoria en todas las facultades de ciencias o en carreras universitarias técnicas. La gente joven descubriría a Cajal, como yo y muchos otros lo hicimos, pero los maestros deberían ayudar a difundir la figura y el ejemplo de este gran personaje. Yo lo hago en algunas clases universitarias que imparto.

 

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