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Escribir ficción o realidad

Soy de ese tipo de personas que cuando lee un libro interesantísimo, que le marca, se va adonde sea del globo para conocer al autor en persona. Solo lo hago con escritores de no ficción, porque en sus libros me aseguran que todo lo que exponen es verdadero, demostrado, investigado, aprobado por la ciencia o el periodismo más riguroso. Y es que aparte de novelas, a mí me fascinan los libros de divulgación científica, de historia (aunque en este caso me divierte comprobar los diferentes puntos de vista desde los que se narra la historia), biografías y libros de viajes. Además, también me gusta escribir ensayo, y vivo en un conflicto constante conmigo misma sobre qué escribir a continuación: novela o la verdad pura —según mi punto de vista y mi memoria, claro, lo cual ya no es verdad pura sino solo mi verdad.

Hace dos años y un mes terminé de escribir mi novela Nunca dejes de bailar en español. Ahora estoy a punto de finalizar la versión en inglés y ya tuve una entrevista con una editora de una editorial australiana, que leyó los dos primeros capítulos y está interesada. Estoy en la recta final de un proyecto en dos idiomas que me está llevando cerca de tres años. Aunque he disfrutado de cada momento y siempre he sabido y aceptado que no seré de los que regurgitan una novela cada año (en gran parte por el miedo a repetirme), empiezo a tener ganas de olvidarlo y dedicarme al siguiente.

"Algunos no se atreven a contar verdades ni siquiera enmascaradas hasta que los implicados han pasado al otro barrio."

Mi dilema ahora es cuál de las cuatro o cinco ideas que me rondan por la cabeza abarco primero y, sobre todo, ¿escribo novela o no novela? Quiero hacer las dos cosas. No ficción porque sobre ciertos temas quiero gritar a los cuatro vientos que ¡así lo pienso yo!, y además la ciencia me respalda. Por otro lado, la ficción es tan tentadora… ¡y da tanta libertad! Es más fácil y más divertida de crear. La novela es la mejor herramienta para contar verdades envueltas en una sarta de mentiras. Y como cura para otros males es también perfecta. Por ejemplo, algo que sienta de maravilla es meter en la novela personajes o acontecimientos reales pero tan salpicados de anécdotas inventadas o tomadas de otro sitio que nadie podría acusarnos de haberlos robado de sus vidas.

Algo que yo comprobé con mi primer libro y después he constatado que le pasa a otros escritores (quizá a todos) es que los familiares y amigos o no te leen o se enfadan porque creen que los has usado para crear a tus personajes (o porque no los has usado). A mí me halaga que me lean los allegados pero no me importa que no lo hagan, así que cuando me vienen con objeciones, me encojo de hombros, levanto las manos y alego: «Es una novela». Cuando no es novela no es tan fácil salirse por la tangente, pero la satisfacción de poner por escrito cosas que de otra manera no se pueden contar es inmensa.

Sin embargo, en uno de los últimos festivales de escritores a los que acudí aquí en Australia, varios confesaron abiertamente que están esperando a que ciertas personas de su entorno se mueran para poder escribir sobre ellas. La novelista y ensayista Zadie Smith dice que escribir sobre alguien que todavía está vivo es para ella «una cosa muy violenta de hacer» y cada vez que lo ha hecho «el resultado ha sido horroroso». Es decir, que algunos no se atreven a contar verdades ni siquiera enmascaradas hasta que los implicados han pasado al otro barrio. Pero para Smith escribir sobre alguien que está muerto es también una traición, pues «lo que queda es lo que has escrito. Y empieza a reemplazar a tus recuerdos de la manera en que las fotografías reemplazan a las cosas reales».

Y digo yo —aunque seguro que antes ya lo pensó alguien— que escribir novelas es más fácil que escribir ensayo por esa gran libertad que confiere. Yo me tomé mucha con la mía, también en cuanto a la forma y estructura. Un escritor y una editora me aconsejaron cambios, que rechacé con orgullo (aunque tuve en cuenta para futuros trabajos). Y es que comparto con J. M. Coetzee, y se ve que con muchos otros, la náusea de tener que ajustarse a parámetros. Claro que Coetzee es uno de los novelistas a los que más admiro y además, siendo un premio nobel, supongo que él puede hacer lo que le dé la gana con sus novelas, y lo hace. Así pues, ha desafiado el concepto de la novela «bien hecha» o «como debe ser» al crear novelas con formato de diario, autobiografías noveladas, alegorías filosóficas e incluso novela disfrazada de conferencia pública.

En El ensayo moderno Virginia Woolf afirmó que el ensayo, en contraste con la ficción, «debe ser puro —puro como el agua o puro como el vino, pero libre de insipidez, soponcio y depósitos de materia extraña» y que un ensayo «puede pulirse hasta que brille cada átomo de su superficie». Esto último, sin embargo, conlleva peligros, pues «la tentación de decorar es grande mientras que el tema puede que no lo sea en absoluto» y «¿qué interés puede tener para otro el hecho de que uno haya disfrutado de un paseo?», por eso «en vez de moverse con un impulso más tranquilo, que tiene una emoción más profunda, las palabras se coagulan en ramilletes congelados que, como las bolas en un árbol de Navidad, brillan durante una sola noche pero al día siguiente aparecen estridentes y acumulan polvo». (La traducción, como la de todas las citas en este artículo, es mía).

"Escribir sobre un escritor y una editora es peligroso."

Escribió David Foster Wallace que a los escritores de ficción les gusta observar pero no que los observen y Tom Bissell afirma que la literatura está escrita por outsiders, en el sentido de que son ajenos a ella. Asegura que incluso la mala literatura está escrita por «una persona que se inclina no por conectar con los que están a su alrededor sino por retraerse a un mundo de sueños privados».

En el confinado espacio del ensayo, dice Zadie Smith, «tienes la posibilidad de ser sabio, de demostrar algo, de parecer que profundizas en las cosas —aunque lo que normalmente estás investigando es a ti mismo». Según ella, en los límites del ensayo —y de lo real— puedes ser el escritor en el que sueñas ser porque no hay palabras fuera de sitio ni puntos débiles como diálogos flojos o vacíos, fallos en la trama, representación poco convincente de los personajes o cualquiera de las otras carencias que abundan en las novelas. En suma, a la hora de escribir ensayo, el escritor tiene que aspirar más a la perfección. Esta limitación no existe en la novela. Además, yo creo que en una novela el escritor puede presentar sus ideas de manera más convincente al ponerlas en conflicto con otras y en boca de personajes que hacen de mediadores suyos pero no son él.

nunca-dejes-de-bailarWilliam Goldman opina que el problema de las novelas es que están escritas por novelistas. En su libro The Spooky Art, Norman Mailer también afirma que en el siglo XX ni un solo político, actor, atleta o cirujano surgió como novelista de primera a pesar de la gran experiencia que les aportan sus profesiones. Y eso explica, según Tom Bissell, por qué «los escritores son escritores son escritores» y por qué hay tantos novelistas mediocres y por qué existen tantos libros sobre escritores y por qué muchos escritores de ficción de talento creen que la mejor manera de distinguirse de los demás es escapar de lo cotidiano y explorar material más fantasioso y producen así novelas con perros que hablan o con mundos alternativos.

Y con esta última nota recuerdo que la editora con la que me entrevisté me comentó que escribir sobre un escritor y una editora es peligroso. Me pregunto si pensó que yo podría ser una de esos novelistas mediocres de los que hablan Mailer y Bissell, que no tiene profesión sobre la que inventar una ficción. Quizá, pero aun así, me pidió toda la novela «para ver cómo resuelves el lío».

La versión digital en español de Nunca dejes de bailar —una novela con un escritor y una editora como protagonistas— está de oferta en Amazon durante el mes de octubre por solo €0,99.

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