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Himno al incorformismo

No es necesario acudir a la estética de la recepción, exitoso hallazgo hace medio siglo de la teoría literaria, para plantear lo que el común de la gente sabe, que el destinatario de un mensaje lo recibe según un específico horizonte de expectativas. Ocurre, sobre todo, en formas muy codificadas, en las películas del oeste, en las novelas de aventuras o en la narrativa negra. También sucede en algunos campos temáticos muy frecuentados como, entre nosotros, la guerra civil. El lector anticipa qué espera de esas narraciones. Pero puede ser que el autor, literario o no, trasgreda las reglas establecidas del juego y plantee un horizonte nuevo que habrá de jugar y confrontarse con el interiorizado. El cineasta Quentin Tarantino le ha sacado gran provecho a una mirada irónica sobre las convenciones y ha conseguido el éxito merecido al burlar con inteligencia la retórica de las películas de nazis en Malditos bastardos.

Algo así, aunque desde curiosos planteamientos propios, hace Ernesto Pérez Zúñiga en No cantaremos en tierra de extraños. El arranque del libro propone una narración sobre la guerra civil, o, mejor, sobre su desenlace y las circunstancias de los vencidos en el sur de Francia. De inmediato se reconoce un código que aúna materia imaginativa y crónica documentada de un tiempo. Aquella utiliza algún elemento novelesco, unos guiños sentimentales por cuenta de la atracción entre un soldado internado en un hospital y la doctora que lo atiende. La crónica tiene, por su parte, aires reporteriles. Los aportan la presencia de personajes reales: el recuerdo inevitable del «mejor poeta de España» enterrado en Collioure, un Max que no es otro que el autor del «Laberinto mágico» o Howard Fast, de quien se cita con intención alegórica la novela La última frontera en que el norteamericano recreó el intento de los cheyennes de volver a su tierra originaria, Al reportaje contribuyen también las notaciones de la actitud hostil francesa contra los fugitivos republicanos y el testimonio amargo de los campos de concentración donde fueron encerrados. (Por cierto, no habría estado mal la mención de Manuel Andújar cuyo Saint-Cyprien plage aureoló con poesía el dolor de aquellas inhumanas prisiones).

"Pérez Zúñiga escribe en este frente de su novela, que evoca en algunos pasajes el viejo género del drama rural, páginas escalofriantes con un propósito de denuncia."

Enseguida, sin embargo, el relato previsible de la guerra, de la española pero también de la europea aún no sentenciada, toma un derrotero inesperado. La acción se traslada a los Pirineos, se amplía a la persecución por la Guardia Civil de los restos rebeldes y se muestran los rescoldos vigorosos en aquellas tierras del tradicionalismo ultramontano. Pero ahora la anécdota se ahorma sin disimulo dentro de un esquema distinto, el de la novela de aventuras, con incontables riesgos y serios peligros que los dos protagonistas sortean con valentía y suerte, mientras siguen rumbo al sur en cumplimiento de un juramento, cual caballeros andantes, o cual justicieros del far west, parentesco reconocible aunque no estuviera tan explícito, Lo cual da pie a introducir otro célebre esquema narrativo, el relato de viajes, al que se somete también a una peculiar manipulación. Así, una novela de la guerra (Otra maldita novela sobre la guerra civil, podríamos decir al modo de Isaac Rosa) desplaza, si bien no del todo, el territorio manido de nuestra contienda familiar, y lo sustituye por algo distinto, no muy preciso pero cercano a una parábola de la búsqueda de un destino.

El arranque en suelo francés de No cantaremos en tierra de extraños se emplaza en 1944, en el Hospital Varsovia de Toulouse. En el centro médico coinciden dos soldados, Manuel Juanmaría y Ramón Montenegro. Manuel tuvo que huir de España por haberse puesto de parte de los desfavorecidos de su pueblo y dejó aquí a su mujer, Ángeles, embarazada de una niña a la que no conoce. Ramón participó en la liberación de París como sargento de la famosa División Leclerc. Ambos se reponen de sus heridas y acuerdan volver a España (equivalente metafórico del territorio indio de Howard Fast) para rescatar a la compañera de Manuel. En Bayona empieza su peregrinación, se detiene en el Baztán, atraviesa Soria y alcanza su meta en Las Quemadas, el impreciso lugar andaluz de negros recuerdos. Cumplido en parte el objetivo, continúa el viaje, ya de regreso, hasta el punto de partida, tras pasar por Gibraltar y Portugal.

El argumento se dispone, pues, como una historia circular que se alimenta de dos clases de materiales muy distintos. Uno de ellos recrea el mundo exterior, la cruda, tremenda realidad española de la alta posguerra, con muestras de la violencia implacable y del ansia vengativa estremecedora de los vencedores. Por momentos, la historia adquiere las tintas más lúgubres del viejo tremendismo que marcó toda una etapa de nuestra prosa narrativa, solo que aquí no se trata de mostrar una brutalidad generada por un sinsentido existencialista sino de ofrecer un alegato contra la implacable dictadura franquista y sus acólitos, los señoritos poderosos, la represión policial y el fanatismo ideológico. Pérez Zúñiga escribe en este frente de su novela, que evoca en algunos pasajes el viejo género del drama rural, páginas escalofriantes con un propósito de denuncia.

"Tantos enfoques singulares y detalles curiosos hablan de sobra de la profunda originalidad desde la que el novelista madrileño idea No cantaremos en tierra de extraños."

El otro bloque de materiales responde a una indagación psicológica. El relato externo se hace intimista. Para marcar bien la diferencia entre ambos, se utilizan diversos recursos, monólogos delirantes, mezcla de narradores, pasajes oníricos y frecuentes fragmentos en letra cursiva que además incorporan materia de las películas del oeste. Los dos protagonistas, aparte varios personajes más, exponen sus pensamientos por este medio. Creencias, dudas y tribulaciones afloran y descubren la conflictividad de esos seres. Las vivencias sirven de contrapunto a un relato que, por otra parte, manipula su aparente realismo con recursos sorprendentes que ahondan más todavía la quiebra del horizonte de expectativas inicial y llega a un punto en que toda previsión salta por los aires. Lo hace el emparejamiento de la historia con las aventuras del oeste. La peripecia de Manuel y Ramón establece un diálogo trasparente con las películas de vaqueros y ello aporta un cierto aire épico, la épica del esfuerzo por alcanzar un objetivo dificultoso. A este componente culturalista se añade un enfoque desrealizador cuya fuente sabemos por datos complementarios obvios. Tanto el apodo del padre de Ramón, Cara de Plata, como su apellido, Montenegro, remiten al universo de Valle Inclán. Y de esta perspectiva expresionista depende la más llamativa anécdota de la obra, un tanto excesiva si no tuviera el precedente del viaje enajenado para el entierro de un familiar que Faulkner contó en Mientras agonizo. Se trata de la obsesión de Ramón por dar sepultura a su padre, cuyos huesos trasporta sonámbulo a lomos de su cabalgadura a lo largo del largo itinerario.

Tantos enfoques singulares y detalles curiosos hablan de sobra de la profunda originalidad desde la que el novelista madrileño idea No cantaremos en tierra de extraños. Una originalidad que no implica excentricidad sino ambición de darle cobertura inédita a un importante anhelo humano, sublevarse contra la resignación que sigue a la derrota de los ideales, contra el sentimiento de fracaso y contra cualquier tiranía. La parafernalia anecdótica un algo desmesurada y cierto exacerbamiento imaginativo del argumento se explican, si bien no se justifican del todo, por la ambiciosa meta que se marca Ernesto Pérez Zúñiga. Nada menos que componer un himno al inconformismo, a la rebeldía y a la libertad.

Autor: Ernesto Pérez Zúñiga. Título: No cantaremos en tierra de extraños. Editorial: Galaxia Gutenberg. Edición: Papel y kindle

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