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Javier Marías. Fotos: Victoria R. Ramos

[Fotos: ©Victoria R. Ramos]

“Las palabras caminan latiendo”, afirmaba la voz reencarnada de Eduardo Galeano en la presentación de su libro póstumo. En él, el hombre que hizo suyo el arte de escribir sencillo menciona “la certeza de que escribir, para algo sirve”. Con esa certeza, la noche del 22, el corazón de Madrid –dicen las estadísticas que es la ciudad con los españoles que más leen– latía a ritmo de letras. En esta fecha –marcada en la historia por obra y gracia del ninguneado Cervantes–, los habitantes de la capital parecían rendir tributo a un bien tan intangible como inmortal: la Literatura.

La Real Casa de Correos, la Real Casa de Postas, la Puerta del Sol o el Paseo del Prado se convirtieron en escenarios para cuentacuentos, coloquios, representaciones o proyecciones de versos. La programación del preámbulo al día grande del libro podía resultar tan abrumadora en número de actos para algunos como concentrada en el tiempo. Tal vez algo falla en lo esencial: el poner de relieve el legado cervantino, en sacar los libros a la calle… y a las portadas, durante algo más que un día. Queda, tal vez, la sensación de que 400 años, redonda cifra ésta, sin Cervantes pero con su legado entre nuestras manos, tal vez deberían dar para más… O mejor.

Nos queda el consuelo de poder seguir leyendo, y escuchando, a algunas de las plumas más consagradas. Una de las citas más esperadas de la tarde comenzaba con la voz del escritor Juan José Millás reclamando el poder de las palabras como “generadoras de realidad” en una abarrotada –largas colas rodeando el edificio formaron parte del decorado urbano por unas horas– Real Casa de Correos. El autor afirmó que alguien que lee “Madame Bovary” una tarde cualquiera de viernes “es alguien peligroso”. Tras él, y ante una asistencia que aguardaba expectante –en pie o incluso sentada en el suelo–, llegaba Javier Marías acompañado por Antonio Lucas, poeta y redactor de cultura del diario El Mundo.

Daba comienzo así una animada charla en la que el autor madrileño, que afirma desconocer totalmente el sendero que seguirá su creación mientras la tiene entre manos, que suele descubrir y articular la historia al tiempo que la va componiendo, que dice que el motor de su creatividad son esa combinación de sorpresa y zozobra, fue el absoluto protagonista. “Si supiera la historia completa desde el principio, probablemente cuando quisiera escribirla me aburriría”, afirmó Marías.

Antonio Lucas: Sucede con las novelas de Javier Marías algo muy interesante. Una primera escena formidable enreda las cosas y deja cabos sueltos que seguirán sueltos a lo largo de la novela porque no aspiran a resolverse del todo, porque esa es la forma de indagar en la penumbra y lo visible, entre lo sabido y lo callado, entre lo oculto y lo aparente, entre lo apenas adivinado. Un juego de luces y sombras donde los individuos están expuestos a un misterio, a un vértigo, a una inquietud. Es lo que podríamos llamar «la voz Marías», esa condición de territorio propio que tienen los escritores que importan, lo reconocible, el estilo, esa poética que nunca suplanta, sino que propone y alumbra a quien se acerca.

Antonio Lucas.

"Javier Marías es un hombre que, felizmente, incomoda. Y es, a la vez, un tipo que alumbra. "

Mañana será el día fijado para celebrar el libro. Cervantes murió, dicen, el 22. Shakespeare, mañana. Y estamos aquí para saber más de Javier Marías, del lector que es, del escritor y del hombre cívico, que mira alrededor con cierta distancia pero escribe con toda proximidad sobre lo que de verdad nos interesa. Uno, de Marías, querría saber más, por esa condición reveladora que le asestamos a los escritores que nos han dispuesto el ánimo para entender que la literatura es no aceptar lo irremediable, buscar sin equilibrio. Los libros no sé si nos hacen mejores, pero nos potabilizan, nos dan suelo, nos completan. Leer es una condición indispensable para saber mirar más lejos, para saber pensar con más firmeza. Javier Marías es lector exigente, de los que en artículos de prensa arriesgan opiniones con una cierta vocación de caminar en dirección contraria. Eso también lo dan los libros leídos, la condición de hablar por uno mismo sin necesitar el bautismo o la aceptación de la manada. Javier Marías es un hombre que, felizmente, incomoda. Y es, a la vez, un tipo que alumbra. En la literatura ha ido haciendo senda a solas, un camino de libros y aventuras que le ha dispensado muchos cómplices, «compañeros de viaje», que decían los viejos comunistas, porque eso también es la literatura, un voy contigo. Hablemos pues de libros, de presente, de vida. ¿Cuál fue el primer libro que recuerdas leer y cuál el primero que recuerdas comprar?

Javier Marías: Tuve la fortuna de nacer y crecer en una casa tapizada de libros. Hace muchos años, en un artículo que se llamaba “La biblioteca invasora” conté cómo perdí el respeto a los libros, porque me quitaban mucho espacio para jugar a las chapas y a los soldados. Estaba todo inundado de libros. De manera que comprar, pues no necesité. Mi padre tenía una muy buena colección, incluidos libros que se consideraban entonces juveniles. Creo que así con mis ahorrillos, el primer libro que debí comprar no debió ser un libro, sino un tomo de Tintín. De los cuatro hermanos que éramos, dos eran pacientes y ahorrativos, y otros dos, impacientes y gastadores. Y yo no podía soportar no tener el nuevo Tintín inmediatamente. Hay un cuento infantil del que mencioné hace muchos años en una entrevista que nunca lo había vuelto a encontrar. Bastante gente que leyó esa entrevista –la gente es muy amable–, me envió varias versiones de ese cuento: “El castillo de irás y no volverás”. Y sin embargo ninguna de las versiones coincide con la que yo recuerdo que me contaba mi madre. En cuanto a lo que es un libro propiamente dicho, es posible que fuera uno de Salgari o de Julio Verne, autores que todavía a mi generación se nos dieron a leer cuando éramos chicos. Tal vez “La vuelta al mundo en 80 días” (quizás con motivo de una película muy popular en aquellos años, con David Niven), “Los tigres de Mompracem”, “El corsario negro”, o “A través de la estepa”… O alguno de la serie juvenil de «Guillermo el travieso», «Guillermo el proscrito». Desde luego, es una de mis influencias primeras, yo empecé a escribir cositas con doce o trece años y una de las cosas que hacía era una imitación de Guillermo.

Antonio Lucas: Dice el poeta Francisco Brines que uno antes de intentar ser un buen escritor debe intentar ser un gran lector. ¿Siempre empuja el lector al escritor?

Javier Marías: Yo creo que no hay que procurar nada. Uno no intenta ser un gran lector, uno lee. Y eso es lo que lo lleva a uno a escribir en un momento dado. Yo me he encontrado a veces ante esa pregunta que nos hacen a los escritores, que es “¿por qué escribe usted?”. Y diferencio el “¿por qué escribo ahora?”, porque tengo la consciencia de haber empezado a escribir con 12 o 13 años, y fue para leer más. Los cuentos de Guillermo eran muy anteriores a nuestra época, y cuando ya los había leído todos no había más. Pues como no hay más, voy a escribir yo algunos. Me gustaban también las novelas de mosqueteros y tampoco había tantas: estaban las de Dumas, “El juramento de Lagardère” de Paul Féval, Musset… Así que también escribía cuentos de mosqueteros. Uno empieza a escribir a veces para leer más.

"Uno no intenta ser un gran lector, uno lee. Y eso es lo que lo lleva a uno a escribir"

Hay un elemento que hoy en día quizás se está olvidando, el de la emulación. Es uno de los motivos semiolvidados. No es exactamente la imitación, no es la copia. Ser un émulo de alguien implica un elemento de admiración. Si uno recibe tan grandísimo placer de unas lecturas determinadas, es normal, es lógico y no menoscaba a la persona, el aspirar a parecerse a eso. Hoy en día la gente copia, sin mucho elemento de admiración. Yo reivindicaría la emulación, no solamente para escribir, para tantísimas cosas en la vida. Se conserva en algunos campos. Hay futbolistas que dicen “yo admiraba muchísimo a Cruyff, y mi sueño era llegar a ser como él”, pero en la literatura se ha perdido.

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Antonio Lucas: Hay una frase de R.L. Stevenson sobre el oficio de escribir: “La literatura tiene mucho de jugar en casa como un niño con papel”.

Javier Marías: Eso procede de un poema de Stevenson que traduje hace muchos años. Stevenson venía de una familia de ingenieros y constructores de barcos, y en ese poema se siente un poco culpable por no haber seguido con esa tradición y haberse dedicado a escribir. Y empieza el poema diciendo algo así como «no digáis de mí que, débil, renuncié a las obras de mis mayores… y me quedé en casa como un niño jugando con papel». Hay algo de eso en el escritor. El escritor renuncia parcialmente a la acción. Hay un cierto elemento de quedarse en casa jugando con algo inexistente, con algo ficticio. Uno está inventando cosas que no han sucedido, o está transformando cosas que han sucedido y ficcionalizándolas, imaginándolas. Además de haberlas vivido, las reimagina, y entonces es cuando aparece la literatura. Aquí estoy con papel y mis personajes y mis historias inventadas. Hay algo un poco pueril en el fondo.

En un artículo de hace muchos años dije que escribir supone la asunción de una anomalía. Escribir, en el fondo, tiene algo de anómalo, de extraño. Eso lo reflejé a través de mi única narradora, en “Los enamoramientos”, una mujer que trabaja en una editorial, y como está acostumbrada a ver escritores y a ver lo pesados, imbéciles y fatuos que somos, no nos tiene mucho respeto. No acaba de entender a esta gente que, sin que nadie se lo diga, se pone delante de una máquina y se pasa horas a solas imaginando cosas que no han ocurrido o cambiándolas.

Antonio Lucas: Se suele considerar que lo mejor del novelista viene cuando ya tiene poso de vida. A pesar de las incógnitas que te despierta la novela, también te sentirás más seguro de saber juzgar lo que es bueno y lo que es malo. Esa página que tiras…

Javier Marías: Si por mí fuera tiraría todas. Mientras escribo, todas. Luego resulta que al final hay un número suficiente como para que dé pena tirarlas todas juntas. Respecto a mí mismo yo no puedo tener juicio y no tengo ninguna claridad. Respecto a lo ajeno, sí. Cuanto más perro viejo es uno, cuanto más lector veterano, también es uno más maniático. Yo a veces empiezo a leer y tropiezo con una frase de una cursilería tan sublime o tan pésimamente escrita que digo «no, esto es imposible, el que ha sido capaz de escribir esta frase no va a dar un libro bueno, lo siento». Quizás soy injusto, pero hay cosas con las que uno cree no equivocarse. Esto a los 20 o 35 años no me pasaba. Ahora ya… hay cosas que me parecen irremediables. Hay algo preocupante que está sucediendo en los últimos tiempos en España: aparte del maltrato del último gobierno hacia la cultura y las artes, empieza a haber una especie de cuestionamiento. Al fin y al cabo, esto, ¿para qué sirve? Lo que hacen estos individuos, ¿tiene alguna utilidad? ¿La literatura para qué sirve, es útil, por qué hay que leerla, por qué hay que enseñarla? Me parece alarmante que se vuelva a plantear si la literatura es útil o no. Me impresiona que se reivindique que la cultura, la literatura, tenga que ser gratis. Que sea algo que se nos debe.

Antonio Lucas: Tal vez se preguntan por qué usan sus herramientas para arremeter contra nosotros. En estos cuatro últimos años, en los que ha habido una inmisericorde actuación por parte de las actuaciones gubernamentales en contra de la cultura, la gente ha reaccionado. Tus artículos, los de Pérez-Reverte, los de otros escritores con voz y eco… Y probablemente han sentido la amenaza. Esa desidia que ellos manifiestan hacia la cultura muchas veces viene dada por la luz de alerta de los que os oponéis a esa humillación, esa ofensa o esa indiferencia.

Javier Marías: Los políticos –todos lo sabemos y el que no lo sepa es un poco ingenuo–, no hacen nada que sea totalmente impopular o que no sientan que está respaldado al menos por una parte de la población. Hace 20 años hubo elecciones, y los dos candidatos eran Felipe González y Aznar. Hubo un par de reportajes en un suplemento dominical, con ambos, y uno de ellos dijo que le gustaban mucho no sé qué autores, y que estaba leyendo la que entonces era mi última novela. También estaba entre los libros que tenía en la mesilla el otro. Alguien me preguntó qué opinaba yo. Dije que uno no tiene la culpa de quién lo lee. En el año 96 a los políticos que aspiraban a ser presidentes les venía bien decir «somos lectores». Hoy eso sería muy raro, y no sólo entre el partido gobernante, tampoco hablan de literatura y cultura los políticos de los demás partidos. Ha cambiado la sociedad. La sociedad, o al menos una parte, ha empezado a preguntarse si la literatura sirve de algo. Y eso los políticos lo captan, y dicen «podemos no hacer nada en pro de esto, porque se nos va a consentir».

"La sociedad, o al menos una parte, ha empezado a preguntarse si la literatura sirve de algo"

Antonio Lucas: ¿Mariano Rajoy ha ido a la Academia en estos años?

Javier Marías: Creo que no, me suena haber oído a algún académico más mayor, que son los que llevan cuenta de esto, que no ha pisado nunca la Academia. Tratándose de Rajoy me parece normal. Me parecería raro que no hubiera ido nunca a un estadio. Si fuera otro presidente igual no, si fuese Václav Havel, el antiguo presidente de la República Checa…

Antonio Lucas: Lo decía por tu idea de ese orgullo de la ignorancia que se instala en la clase política.

Javier Marías: Sí, porque les sale gratis, y eso es lo preocupante. Lo que me preocupa no es que los políticos, o unos políticos determinados, presuman de ignorancia u hostiguen al mundo de la cultura. Lo veo como un síntoma de que una gran parte de la sociedad se lo permite, eso es lo grave. Luego que un señor lea o no… Hace poco a Rajoy le preguntaron qué había leído en Semana Santa y dijo que la última de Eduardo Mendoza que es “algo de una modelo”. No recordaba ni el título. No va a perder ningún voto por eso.

Antonio Lucas: Ya que citas a Mendoza, unas declaraciones suyas en la feria del libro de Guadalajara despertaron una cierta polémica, porque dijo que le daba igual que la gente no lea, porque la mayoría de los libros son una birria.

Javier Marías: Ya, pero es que anoche casualmente vi a Mendoza y me dijo: “Es que no he dicho eso, es que algunos periodistas oyen una frase y se quedan con media, les he mandado cartas, el discurso entero”. Esto lo encuentra uno a veces en los lectores. Uno hace un artículo, intenta razonar, intenta argumentar, intenta matizar, y luego viene alguien y dice: “Ya, pero lo que usted en realidad viene a decir…”. No me diga lo que cree que quiero decir, dígame lo que he dicho. Mendoza lo que me comentó es que había dicho que no es que leer sea bueno siempre, que depende de lo que se lea. Que leer birrias no tiene mucho provecho para nadie. Y que hay mucha birria, no que casi todo lo sea. Pero que sí, que la literatura es importante, que cómo va a decir lo contrario. Yo coincido con Mendoza: se escribe mucha birria, y también muchas cosas que no lo son, pero que tampoco van a dejar mucho eco, lo cual no es nada grave y está muy bien, porque hay literatura que no aspira más que a ser puro entretenimiento, y eso también es lícito. Hay lectores que sólo quieren eso y lo pasan estupendamente mientras leen el libro. Pero no hay por qué condenar esa literatura. De ahí a leer cualquier cosa… Leer no es importante en sí mismo, es importante leer algo que valga la pena, leer más o menos bien. Algo que nos ayude a comprendernos mejor a nosotros mismos y al mundo que nos rodea. Y si uno quiere leer sólo entretenimiento también hay cosas muy dignas. Y luego hay cosas que son birrias, las hay y las ha habido siempre.

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Antonio Lucas: Hace poco viví en tu casa un encuentro con Arturo Pérez-Reverte, donde hablabais sobre el cuarto centenario de Cervantes, y de la muerte de Shakespeare, y cómo había un déficit extraordinario en España frente a lo que los ingleses sí han sabido articular: una gran celebración en torno a una de las figuras referenciales de la literatura mundial. Fuisteis muy severos juzgando que había una malísima articulación institucional en torno a este aniversario, casi un desprecio velado.

Javier Marías: Me temo que sí. Si es institucional lo que ayer se hizo en el Congreso… Sólo vi el resumen en televisión, pero me dio un poco de vergüenza ajena. Sin que fuera un acto estrictamente académico, se podía haber hecho algo que no fuera una patochada. Escribí hace poco un artículo que se titulaba A ver si se muere Cervantes hablando de esto mismo. Incluso si se trata de alguien consagrado como el escritor más importante de nuestra lengua y de nuestra historia, muerto hace 400 años, traducido a todas las lenguas, parece como si la actitud de los españoles y de sus representantes fuera «ay, qué pesado, a ver si se muere de una vez, a ver si se muere de verdad, a ver si pasa el año 16 y nos deja en paz». Da la impresión de que hay que cubrir el expediente con alguna cosa un poco folklórica y que no hay verdadero interés en explicar por qué vale la pena seguir leyendo esto después de 400 años. Cuatrocientos años son muchos.

Antonio Lucas: ¿Por qué vale la pena?

Javier Marías: Hay muchas razones. Una de las principales es que en el Quijote está contenida la novela entera que ha venido después. La novela entera quiere decir Flaubert, quiere decir Sterne, quiere decir Joyce… Casi todo lo que las novelas posteriores han dado es tributario del Quijote. Sólo eso es ya extraordinario. En cierto sentido es depositario de todas. Tiene además una extraña virtud y es que el Quijote todavía –a pesar de que hay gente que se dedica a traducirla del español al español, lo cual es raro, es una adaptación, no diga usted «traducción»–, es un libro que con unas cuantas notas a pie de página podemos leer y entender perfectamente. Mejor que los contemporáneos de Cervantes, que no conocían aún el Quijote. El español le debe mucho a Cervantes. El que ha venido con posterioridad depende en gran medida también de Cervantes, no depende tanto ni siquiera de Quevedo o de Lope. Leemos con más facilidad el Quijote de lo que leemos a Quevedo, a Góngora, a Jáuregui o a tantos otros. Tenemos la enorme suerte, como sucede también en inglés con Shakespeare, de que aún podemos leerlo con ayuda de unas pocas notas a pie de página.

"En el Quijote está contenida la novela entera que ha venido después. Casi todo lo que las novelas posteriores han dado es tributario del Quijote"

Es, como se ha dicho tantas veces, la cuna de toda una tradición novelística. La novela, nos guste o no, se ha convertido en el género por excelencia, y eso procede de Cervantes y del Quijote. Hay quien lo ve como una novela de aventuras, como un libro metaliterario (todo lo contrario), hay quien lo ve como un libro de autoficción, por utilizar un término actual, quien lo ve como un libro historicista… Cabe en todas las interpretaciones, porque posee una riqueza absoluta. Y tiene unos personajes tan extraordinarios, tan ambiguos, que la caricatura de don Quijote a mí no me sirve, es un personaje enormemente complejo: a veces parece estar loco y a veces se nota que no lo está en absoluto, que quizás se está fingiendo loco y está perfectamente cuerdo.

Antonio Lucas: En tu literatura está siempre ese juego con la penumbra. La ficción y la realidad se encadenan. Los personajes tienen muchos momentos de luces y sombras. Dice Camus que si el mundo fuese claro, el arte no existiría.

Javier Marías: La literatura, tanto la poesía, como el teatro, la novela, los cuentos, es la mejor forma que ha tenido el ser humano de aprender sobre la complejidad de las relaciones entre las personas, la complejidad del mundo y las sutilezas. No hay mejor escuela de eso. La persona que ha leído sabe apreciar más la complejidad de cada persona o de una situación que quien no ha leído nada. Las personas que han leído han aprendido a tratar con sus semejantes en algo imaginativo, en algo que es ficción, en algo que no ha sucedido, pero que nos muestra cómo son las relaciones. La persona que no ha leído Proust no sabe muchísimas cosas que sí sabe quien lo ha leído. La literatura formula, o muestra en una escena determinada, la complejidad y las sutilezas de los seres humanos o de las grandes cuestiones, como el carácter, el valor, la cobardía, la traición, el secreto, la venganza…

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Las vidas que llevamos la mayoría de las personas son bastante rutinarias. Todos tenemos pequeños secretos, hemos sufrido alguna decepción y alguna pequeña traición, pero no son grandes cosas. Y no llegamos al punto de tener que ver con claridad cómo uno se enfrenta a esas cosas. La ambigüedad moral ante la cual nos encontramos muy a menudo, está en la literatura también. Está explicado desde hace muchísimo tiempo en la «Ilíada», en la «Odisea». ¿Por qué seguimos haciendo literatura si existen cosas tan buenas desde Homero? Porque también cada época necesita que se lo vuelvan a contar. Lo mismo, pero en el lenguaje de nuestro tiempo.

Antonio Lucas: ¿El tiempo te ha ido haciendo más escéptico, más desengañado?

Javier Marías: A medida que cumplo años tengo menos certezas. Cuando uno es joven es más simple y cree tener más claras las cosas. En lo que se refiere a la literatura, cada vez entiendo menos cómo se hacen las novelas. Y la primera la publiqué con 19 años. Ahora no entiendo muy bien cómo se hacen, no sé hacerlas. La literatura, en contra de lo que esta sala llena podría indicar hoy, siempre ha sido minoritaria. El autor más vendido, más popular, Gabriel García Márquez, es minoritario también en el conjunto de la población, de hablantes en español, en su país. Y en épocas pasadas no se leía tanto como ahora. Nunca se ha leído tanto como ahora. Gente como Baroja, como Valle-Inclán, cuando publicaban una novela nueva la tirada era de 2.000 ejemplares y les llevaba varios años agotar esa primera edición. Ahora hay autores que venden, por no ponernos en cifras descomunales, 25.000, 40.000 o 50.000 ejemplares de cada libro que publican. Estos clásicos se habrían quedado maravillados –salvo Blasco Ibáñez que vendía mucho, siempre hay algún autor que vende mucho–. Pero los que hoy consideramos clásicos indiscutibles vendían eso.

«Estamos en un día en el que la convención es que se celebren los libros. La literatura es muy útil para entender de la mejor manera posible, las sutilezas y complejidades entre los seres humanos, que es lo que nos corresponde aprender a lo largo de nuestras vidas», Javier Marías, 22 de abril, La Noche de los Libros.

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