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Juan Bonilla: “La literatura surge de donde puede y de donde quiere”

Juan Bonilla: “La literatura surge de donde puede y de donde quiere”

Casi veinticinco años han pasado desde que Juan Bonilla (Xerez, 1966) publicara su Veinticinco años de éxitos, libro con el que inauguró una de las carreras literarias más solventes y ricas del panorama actual. Poesía, relato, novela, incluso guiones de radio para estrellas mediáticas; la obra de Bonilla recorre, con estilo personal y propio, acaso lo más difícil de lograr para un autor, todos los géneros posibles. Del sur de su ciudad natal al norte en el que hoy día reside, según nos cuenta.

Dedicado a la labor literaria, el pasado año editó en Renacimiento, sello del también poeta Abelardo Linares, su último libro, Poemas pequeñoburgueses. Hasta entonces, multitud de reconocimientos, de crítica y lectores, consagraron las obras que iba produciendo. Reconocimientos que llegaron en forma de premios, sí, como el Premio Bienal de Novela Mario Vargas Llosa o el Biblioteca Breve —concedido hace escasas semanas a Antonio Iturbe—.

Desenfadado, irónico, ingenioso, sugerente, atrevido, singular, con la atención puesta en lo sórdido, en el pliegue no siempre visto pero sí presente, y casi decisivo, de la vida, del doble sentido que todos escondemos, Bonilla sumerge su escritura en historias que abren carnes y dan vértigos. Que cumplen expectativas y que, de paso, dejan propina. Charlamos con él de los entresijos de la creación literaria, de la rutina del escritor, de su visión de la formulación de la escritura, de su relación con el periodismo. De…

 

"Lo idóneo es que un poema no caiga nunca en la obviedad."

P: ¿Qué necesita el género literario: emoción o sentimentalidad?

R: A ver, esto no es cocina, no hay recetas que puedan seguirse al pie de la letra para que te salga un buen poema o por decirlo mejor las recetas que hay no sirven de mucho, sólo para que salgan poemas más o menos consabidos. Puedes ponerle mucha emoción y el resultado sin embargo ser una banalidad. Puedes echar unos grumos de sentimentalidad y cargarte la ensalada. Así que a la pregunta qué necesita el género no tengo idea de qué responder, porque aquí no hay leyes que vayan a asegurarte nada, aunque parece claro que le pongas emoción o sentimentalidad, lo idóneo es que un poema no caiga nunca en la obviedad.

P: ¿E ironía? ¿Necesita, o le sienta bien, la ironía? Tan denostada en lo poético, según qué lectores y críticos.

R: Yo sólo valoro resultados, no prescripciones, ni intenciones siquiera. Y la ironía a veces funciona y otras veces no. A Sócrates le funcionaba con los sofistas. Gabriel Ferrater, que era tan inteligente, decía que si tenemos un signo ortográfico para la interrogación y otro para la admiración, deberíamos tener uno para la ironía. Creo que ahí se equivocaba, porque la ironía –dado que significa disimulo– tiene toda su fuerza en que no se sepa del todo si el que la utiliza está siendo de verdad irónico. Cuando alguien dice, después de decir algo, «lo digo con ironía», se está cargando la ironía que ha utilizado al ponerla al descubierto. Como un elemento expresivo más, en un poema, a veces funciona y otras no, pero me parece bastante bobo declararle la guerra a un elemento expresivo cualquiera, es como denostar la interrogación, la presencia de paisajes o cualquier otra herramienta de la que un autor pueda hacer uso.

P: ¿Y por qué la suspicacia respecto del humor en la poesía?

R: Porque la poesía siempre ha tendido a lo grave, y grave en inglés significa tumba. Aunque ahora que lo pienso, en realidad, no hay tal suspicacia con respecto al humor en la poesía, la hay con respecto al buen humor o al humor salvaje: con respecto al mal humor no hay ninguna porque de hecho mucha poesía parece escrita con mal humor, porque el humor sin adjetivo no es más que endocrinología. 

"Ahora la etiqueta es lo primero que se le pone a algo, cuando la etiqueta debería ser lo último que se le pone y lo primero que se le quita para empezar a usarlo."

P: ¿Está en decadencia la poesía de línea clara? Hay lectores, muchos de ellos jóvenes, que la toman como un retrato superficial de la realidad, a veces cursi, otras prosaico, ingenioso sin más.

R: Me aburren tanto las etiquetas. La herramienta principal de la época no parece que sea ni el ordenador ni el móvil, sino la etiquetadora. Le pegas una etiqueta a lo que sea y ya te parece que lo tengas controlado. Ahora la etiqueta es lo primero que se le pone a algo, cuando la etiqueta debería ser lo último que se le pone y lo primero que se le quita para empezar a usarlo. En esa poesía de línea clara, naturalmente, habrá toneladas de versos cursis, toneladas de poemas obvios, toneladas de insuficiencia. Y hay que medir los movimientos y grupos poéticos por sus logros, no por sus caricaturas. Si esos lectores, muchos de ellos jóvenes, toman a la poesía de línea clara como retrato superficial de la realidad, no tienen más que ir a los poemas de Wislawa Szymborska, y si ellos pueden hacer un retrato más conseguido de «la realidad» –si es que la realidad es el tema de la poesía, que yo creo que no, que el tema es siempre la vida, y la vida es enemiga de la realidad como demostraba cada vez que podía Agustín García Calvo, porque la realidad está hecha de abstracciones y la vida es concreción–, si ellos, esos jóvenes poetas, pueden ir un paso más allá de donde llega Szymborska con sus poemas tantas veces prosaicos e ingeniosos, estamos de enhorabuena, le espera un gran futuro a la poesía. 

P: También defienden que esos poetas de redes sociales y ventas abultadas son herederos de tal corriente, la de la experiencia, línea clara.

R: Para empezar, los padres no son culpables de todo lo que los hijos hagan. Y para seguir, no sé si en la formulación de la cuestión molesta más la herencia de la «línea clara» o el hecho de que esos poetas tengan «ventas abultadas». En cualquier caso esos poetas de «venta abultada» merecerán un examen de uno en uno, aunque sus logros comerciales han conseguido cosas como que Espasa abra una colección de poesía. En esa colección, lo recibí el otro día, aparece un libro de Carlos Zanón, Banco de Sangre. ¿Tiene ventas abultadas? Ni la menor idea ¿Es línea clara o poesía de redes sociales? Ni idea. Sólo sé que lo leí y me pareció que estaba muy bien. Quizá eso sea lo que importa. 

P: Uno de ellos, acaso el más representativo, Marwan, tomó el “Epitafio del enamorado” para su cuenta de Instagram. Sé que ha escrito sobre este movimiento pero ¿qué opinión le merecen? ¿Son poetas? ¿Por qué?

R: Ya escribí lo que me parecía, en efecto, en un reportaje publicado en Perú. En cualquier caso, es justo reconocerles cómo se lo han currado: empezaron sin que los conociera nadie, dando recitales en bares, vendiendo sus libritos autoeditados a la concurrencia y, cosa del todo imperdonable, teniendo éxito. En cuanto a si son poetas, claro que lo son si poetas son aquellos que escriben poemas. La discusión no debe ir por ahí, negándoles una supuesta categoría sólo al alcance de los maestros. La discusión es si una poesía, cualquier poesía, debe conformarse con satisfacer las expectativas de un público determinado y, posiblemente, muy circunstancial. Y yo creo que no, que no debe conformarse con «deberse a su público». Pero no me gusta hablar como si fueran un grupo ya establecido. Quizá sólo sean un tono, un tono intimista, un tono donde triunfa una sentimentalidad quizá demasiado edulcorada, adolescente, que obtiene sus beneficios gracias a un público adolescente y edulcorado. En cualquier caso tendríamos que ver caso por caso. Que yo sepa no han publicado ningún manifiesto como hicieron los ultraístas, y en cualquier caso, incluso con el manifiesto ultraísta en la mano, los mejores poemas ultraístas son los que se saltan las reglas ahí consignadas. 

"Mi tierra tiende al barroco y a la exuberancia verbal, Jerez es muy verbal."

P: En una ocasión comentó que menos mal que nació en Jerez, para tener de referente, entre otros escritores, a Felipe Benítez Reyes. ¿Determina la procedencia el estilo de la escritura?

R: Ahora supongo que no tanto. Cuando yo era chaval, algo más. La Jerez en la que yo me crié era la ciudad donde Francisco Bejarano y Felipe Benítez Reyes hacían la revista Fin de Siglo, una de las mejores de la década de los ochenta. Era emocionante encontrarse un nuevo número en las librerías. Y los libros de Felipe eran una lección, y eso que faltaba mucho para que escribiera El novio del mundo. Había recitales en bodegas, allí escuché recitar a Fernando Quiñones, a Caballero Bonald, a Félix Grande, a Ana Rossetti. No hay duda de que esas cosas influyen, más allá de que también sea cierto el hecho de que para un adolescente de los ochenta fuera bastante más fácil leer los cuentos de Carver que los de Ignacio Aldecoa. Pero sí, tuve suerte en eso. Bejarano nos llevó a José Mateos y a mí a la redacción del Diario de Jerez y le dijo al director: estos muchachos deberían hacer un suplemento cultural en el periódico. Y a la semana estábamos colaborando, y a los dos meses ya nació Citas, el suplemento cultural donde publicamos íntegro, antes de que saliera en Pre-textos, el primer tomo del Salón de Pasos Perdidos de Andrés Trapiello, y donde publicábamos reseñas terribles. Teníamos veinte años, podíamos permitírnoslo. Pero bueno, en cuanto a lo de la procedencia y el estilo, no sé: mi tierra tiende al barroco y a la exuberancia verbal, Jerez es muy verbal, por decirlo así, tienes que esperar mucho tiempo en la cola de una tienda porque quien va antes se lía a hablar con quien vende y te enteras de sus vidas y sus opiniones, y no creo haber heredado esa característica. 

P: Cómo se inicia un escritor. O cómo se hace un escritor.

R: De tantas maneras distintas que sería un poco disparatado tratar de exponer una sola, ni siquiera mi caso particular. Pero supongo que es indispensable –y que casi no habrá excepción en esto– haber sido un lector que en algún momento, ante algún libro, dentro de algún libro, se saliese del libro y pensara: me gustaría hacerlo a mí. No creo que haya ningún escritor que antes no haya sido alguien que viera en la lectura de algunos libros, de algunos autores, un modo de saciar una sed extraña, una manera de abolir el tiempo, de sentirse descubierto. 

P: ¿Y un periodista?

R: Igual, supongo. Cada quien tendrá su historia particular. Yo lo tengo claro: en mi casa, libros no se leían muchos, pero periódicos, dos al día. Me gustaban los periódicos, eran la obra total perfecta —antes de que yo supiera siquiera qué pudiera significar «obra total»—. Eso de que pudieras recorrer mundo, de que te enteraras de que el cronista deportivo había visto un partido distinto al que habías visto tú, que habían abucheado a Rafael de Paula en Las Ventas, que el Skylab se iba al garete y no se sabía dónde iba a caer, y a la vez que Francisco Umbral dijera alguna barbaridad graciosa sobre cualquier cosa… En fin, esa variedad me parecía muy estimulante. Pero vaya, todo esto no son más que excusas para disimular una vocación que tampoco he tenido: yo me hice periodista porque, en mi época, Periodismo era lo más lejos que podía estar uno de casa. Si hubiera sido Farmacia, ahora sería farmacéutico, pero Farmacia se estudiaba en Sevilla, que estaba demasiado cerca aún.

Poemas pequeñoburgueses

P: Por su trayectoria y por su generación, ha vivido el declive social y económico del periodismo. ¿Cómo vive un periodista este descenso? ¿Cómo ha sido, para Juan Bonilla, esa experiencia? ¿En qué lo ha percibido?

R: Lo percibí el primer mes de crisis económica, porque a los que teníamos colaboración en las páginas de Cultura nos echaron, naturalmente, los primeros, muy ayudados, claro, por aquellos otros colaboradores que entregaban sus textos sin cobrar nada, lo que le ponía las cosas bastante fáciles al amo. Y bueno, si viviste una buena época de la cosa –y yo creo que la viví, en los noventa, en Radio América con Jesús Quintero, y luego en la revista Ajoblanco, e incluso de columnista en Interviú, y por supuesto durante años en El Mundo haciendo un poco de todo, desde tratar de entrevistar a Salinger (que es una locura que se le ocurrió a Miguel Munárriz) hasta cubrir entierros de víctimas de ETA– tampoco hay mucho de qué quejarse. Ahora sólo colaboro bajo petición de Manuel Llorente: es decir, me llama, me dice «tenemos esto», yo digo, «sí o no», y ya. En general, ¿en qué se percibe? Bueno, no hay que ser Sherlock Holmes para darse cuenta de que hay un bajón importante en la calidad general del producto, aunque eso no significa que no haya siempre cosas muy bien hechas, de auténtica excelencia profesional. Encontrar esas islas es ahora el refugio de todo el que esté harto de ver siempre a los mismos, diciendo las mismas generalidades, abusando del periodismo de declaraciones, sin la más mínima capacidad narrativa. Pero ni antes el periodismo español era el ejemplo máximo de profesionalidad ni ahora es un mero catalizador de tertulias radiofónicas o televisivas donde las mismas voces dicen las mismas cosas de manera incansable. Y en cualquier caso, lo que la red permite es que uno no tenga que conformarse con el periodismo español. Se está haciendo muy buen periodismo en otros lugares. En Estados Unidos –donde siempre se ha hecho– pero también en muchos países latinoamericanos donde hay cosas verdaderamente buenas, como El Faro, un periódico de El Salvador. Hay revistas científicas donde periodistas especializados consiguen el milagro de hacerte comprender procesos complejos. Hay muchos lugares donde detenerse. Ahora, cómo conseguir que la prensa generalista, el periódico de toda la vida, se adecúe a las nuevas circunstancias, no sé, supongo que ya debe haber hasta tesis doctorales examinando el asunto. 

"Lo que no creo yo que tenga mucho sentido es sanar un negocio cargándose el sentido primero del negocio."

P: Pero lo digital y los titulares propensos al clickbait parecen sanar las cuentas. Y aliviar el negocio.

R: La cuestión es si se puede sanar un negocio permitiendo que el negocio se vuelva otra cosa: porque si se tratar de sanar económicamente una marca, basta con que se invierta todo en Asia y pongan aquí unos grandes almacenes de ropa barata, que creo que eso también da unos réditos impresionantes. Lo que no creo yo que tenga mucho sentido es sanar un negocio cargándose el sentido primero del negocio. Es como si pones una librería que sólo pretende vender literatura de calidad y como no te sale la apuesta dices que vas a mantener la librería pero vendiendo sólo los libros que venden, sin que te pares a calcular su calidad: bueno, sí, sigues teniendo una librería, pero has desmentido el proyecto que te hizo abrir la librería. Así que eso de que haya unas pantallas en las redacciones en las que los redactores vean continuamente qué cosas está viendo la gente, cuánto tiempo se para, el número de visitas que recibe la última exclusiva sobre las novias de Cristiano Ronaldo, me parece un espanto. Naturalmente si cuelgan un artículo mío sobre Joan Didion, tiene muy pocas posibilidades de que esté ahí en primera línea más que unas horas. Pero eso ya estaba dicho, con complejidad e inteligencia suficientes, en Masa y Poder de Canetti. 

"Es de idiotas deprimirse porque dos millones de personas ven Sálvame, y no fijarse en que hay cuarenta millones de personas que no lo ven."

P: ¿Qué hemos hecho para llegar a esta coyuntura en la que los jefes prefieren el número de visitas a la calidad del texto?

R: ¿Por qué habla en plural? Yo no he hecho nada, ni creo que usted tampoco. A ver, estamos en la época en la que estamos. Si un medio necesita para vivir ser un periódico de masas, es natural que ofrezca a la masa a la que se dirige lo que la masa parece disfrutar y exigir: lo único bueno de esto es que por fuera de esa masa hay una masa aún mayor, quiero decir que es de idiotas deprimirse porque dos millones de personas ven Sálvame, y no fijarse en que hay cuarenta millones de personas que no lo ven. Ahora bien, los medios de formación de masas no son todo lo que hay, no cubren ni inventan toda la realidad, por debajo de ellos puede haber otras posibilidades, otras voces, otros ámbitos, otras maneras de hacer las cosas que no tengan esa dependencia urgente del click de miles de personas. Pero ahí cada navegante tiene que inventarse su propia navegación y adecuarla a sus necesidades e intereses. Tenga en cuenta que esta coyuntura, como usted la llama, comienza con un cambio que es formal: un periódico de papel, se leyera de delante a atrás o de atrás adelante, te hacía pasar por todas las secciones, aunque te saltaras algunas, Internacional, Opinión, Nacional, Local, Economía, Cultura, Deportes, Televisión… Ahora entras en la página principal de un periódico y te encuentras con los titulares, ahí ya empiezas a seleccionar, casi nadie o nadie mira el periódico entero. Ese no es un cambio menor, por obvio que sea. Y ese cambio, como todo cambio formal, lleva de la mano otros cambios formales. Enseguida se dan cuenta de que para que el lector clique hace falta otro modo de titular, por ejemplo. Mis artículos en el blog que tenía en El Mundo, por poner el ejemplo más cercano que tengo, los titulaba siempre Luis Alemany, que era buenísimo sustituyendo mis títulos, los mejoraba todos y seguramente conseguía para ellos más lectores de los que hubiera tenido sin que él me hiciera de editor. Lo que es una buena prueba de que siguen haciendo falta excelentes profesionales haciendo el trabajo de edición, y se nota mucho cuando eso es lo que falta. 

"El público siempre se va de rositas, nunca tiene culpa de nada."

P: ¿Columnismo o reportajes? Hay ahora un debate sobre el asunto. Sobre lo insustancial que resulta el periodismo literario o la firma de autores como Javier Marías en relación con el presupuesto que el periódico destina a sus cuentas corrientes.

R: ¿Por qué hay que elegir entre uno y otro? ¿Es de veras necesario? Para que vea lo poco informado que estoy, ni siquiera sabía que hubiera un debate sobre el asunto. Me parece una falsa dicotomía. Pero es que me temo que quienes lo debaten no están muy al tanto de la propia historia del periodismo español. A ver, el periodismo español nunca ha tenido mucho dinero porque nunca ha producido mucho dinero, salvo a unos cuantos que compraban y vendían, los amos, por llamarlos así. ¿Por qué en los años cuarenta o cincuenta había más columnismo que reportajes, hasta el punto de que es una tradición muy española? Pues porque el columnismo es mucho más barato, pero muchísimo más barato que el periodismo de investigación. Y sus réditos son instantáneos: todavía me acuerdo de que muchas veces uno compraba el ABC no por lo que pudiera encontrar en ese periódico sino por sus firmas, por sus columnistas. Y supongo que todavía hay columnistas que consiguen que muchas personas compren un periódico o una revista –o entren en su página web– sólo para leerlos. Así que no me gustaría hablar sin conocimiento, y la verdad es que no tengo idea de cuánto le pagan a Javier Marías por sus artículos, pero no me cabe duda de que hay miles de personas que leen sus artículos, y me parece que es justo que eso se pague. Aparte de eso, qué más quisiera uno que vivir en un país donde las revistas tuvieran dinero para enviar a sus reporteros adonde sea, que les diesen los meses que necesitan para hacer una investigación, y que a la vez, fueran tan serios en la verificación de datos que hasta exigieran a sus periodistas que entregaran sus blocs de notas y sus grabaciones para tasar si lo que cuentan en los textos que van a ser publicados se corresponde con sus investigaciones. Pero eso sólo pasa –o pasaba– en Estados Unidos. ¿Por qué? Pues porque allí una revista podía tirar dos millones de ejemplares, es decir, había un público que lo hacía posible. Un público que hace posible que un cuentista viva con la venta de dos relatos al año a una revista importante: ¡cómo no va a ser bueno el cuento norteamericano! Por supuesto que sería idóneo que se potenciara el reportaje, yo soy el primero al que le parece que es una de las asignaturas pendientes de nuestro periodismo, pero para ello no sólo hace falta que un periódico o una revista tenga posibilidades económicas para afrontar un gasto así –¿cuánto nos cuesta mandar a Martín Caparrós a Malasia a que nos cuente qué ha pasado con el hermano del dictador de Corea del Norte?–, hace falta también un público, alguien que haga posible que eso se produzca. Y quizá lo que no tenemos es un público así, quizá esa sea la primera fuente de problemas, lo que nos llevaría al tema de la educación. El público siempre se va de rositas, nunca tiene culpa de nada. Quizá el lugar del reportaje, del gran reportaje, hace mucho que dejó de ser el periódico, y ya es directamente el libro. Por último, me temo que se confunde a menudo Columnismo con Opinión. El columnista no tiene por qué ser un opinador. Puede ser un narrador, un poeta: su pecado consistirá siempre en limitarse a decir obviedades, por mucha floritura que le eche. Y la prueba del 9 del columnista es siempre la reunión de sus piezas en un volumen: si es capaz de reunirlas y los textos siguen latiendo, tienen fuerza, son una lectura vigorosa, habrá demostrado que era algo más que un mero opinador. Coja el Arsenal de balas perdidas de Manuel Vicent, que es de los años 80. Es un libro lleno de piezas magníficas de un folio. ¿Los libros de Julio Camba se reeditan y leen porque queremos enterarnos de sus opiniones o por su capacidad para pintar escenarios, personajes ridículos, costumbres idiotas? 

P: Hablando de nombres canónicos… ¿Por qué un país donde el escritor nacional es Camilo José Cela ya está casi todo dicho? Tomo la cita de su entrevista en Jot Down.

R: Yo no lo dije por meterme con Cela, sino con la figura de Cela como escritor nacional, como representante eximio de lo que es un escritor patrio, como figura pública, me parecía insufrible. No sé si cualquier figura elevada a ese pedestal de «escritor por antonomasia» ha de ser por fuerza insufrible. En ese sentido, tener a Cela como escritor nacional, digámoslo así, como el escritor por antonomasia, la gran figura pública de nuestras letras, al que todo el mundo reconoce como escritor español aunque nunca haya leído un libro ni de Cela ni de nadie, me parece que decía bastante de nuestro país, eso es todo. Pero bueno, aparte de eso, le reconozco a Cela algunas audacias importantes, como la revista Papeles de Sons Armadans, y desde luego La Colmena me parece magistral —no así el Pascual Duarte—. 

"Es raro el mes que no me encuentro con un buen libro."

P: ¿Qué escritores merece un país como el nuestro?

R: Sin duda los que tenemos. No tengo para nada una visión catastrofista de esto. Si alguien se queja de lo poco que lee la gente, debería acordarse de cómo eran las cosas en los sesenta o los setenta o los ochenta. No creo que se publiquen obras maestras todas las semanas, como parecen dar a entender los suplementos culturales, pero es raro el mes que no me encuentro con un buen libro, ya sea de poemas o de relatos, ya sea una novela o un libro de ensayos. 

P: Personajes que pasan desapercibidos, aunque en este punto respecto de lo que llamamos vida convencional, son los que habitan en sus relatos y en sus novelas. ¿La literatura surge siempre de lo sórdido, de lo recóndito, acaso del conflicto?

R: La literatura surge de donde puede y de donde quiere. Que la mía surja de ahí sólo dice algo de mí, no de la literatura en general. Surge de un muchacho francés que lo observa todo y que más adelante decide hacer con el hilo de sus recuerdos un texto que se multiplica y que se gusta a sí mismo, por lo que se reproduce incansable, y de otro muchacho norteamericano que mira a su generación, a las fiestas de su juventud, qué hermosos y qué malditos, y decide agarrarla en una novela, surge de una muchacha polaca que mira con atención el mundo raro que la rodea y lo poetiza, surge de un argentino que se está quedando ciego y que ha leído casi todos los libros que necesitaba leer y los regurgita en forma de literatura fantástica, surge de un ruso que ha tenido que huir de su país y comprende que el texto es pintura y pinta la melancolía y la hermosura de un primer amor, surge de un cubano que junta un coro de voces para tratar de detener en las páginas de un libro La Habana de su juventud. Surge de tantos sitios que es tontería declarar de dónde surge. 

P: ¿Y del encargo? ¿Se puede producir literatura por encargo? Conocemos a autores que escriben libros comerciales para editoriales. O bueno, guionistas.

R: Por supuesto que sí: el encargo muchas veces puede ser un trampolín, y los trampolines pueden ser importantes para dar un salto y una voltereta, pero lo que hay que juzgar es el salto y la voltereta, no el trampolín. Así que por supuesto que puede hacerse buena literatura, incluso, gran literatura, a partir de encargos. Uno de los libros más bonitos de Scott Fitzgerald es Mi ciudad perdida, y reúne textos que las revistas en las que colaboraba le encargaron, y el resultado es una maravilla. 

 

P: ¿Son los manuales de literatura un género literario? ¿De ficción en según qué casos?

R: No sé si un género literario, pero estoy seguro de que son literatura y con eso debiera bastar para que se pusiese el mejor cuidado en su redacción y para que no se limitasen a repetir lo dicho en otros manuales. No sé si Borges o Juan Ramón, aquí mi memoria flaquea, proponía un manual de literatura donde no hubiera un solo nombre propio de autor, donde se contase la historia de una literatura a través de sus obras. Casi se podría hacer una novela así, un personaje que empieza siendo expulsado por su Rey y se mete en un monasterio a escribir sobre los milagros de Nuestra Señora pero se dice, uf, qué aburrimiento, y pasa al otro lado, a ser un señor que se entrega al Buen Amor y a las noches intensas, pero se le muere el padre y se da cuenta de que nuestras vidas son los ríos, y así.

P: Bromas al margen. Desde su perspectiva como novelista, qué prevalece: ¿un explícito retrato psicológico de los personajes, de la condición humana, o una descripción de sus acciones y que el lector construya la personalidad alrededor de estos?

R: Me parece que las dos posibilidades pueden de nuevo abrazarse sin tener que renunciar a ninguna, aunque, como lector, siempre he preferido que los retratos psicológicos se hagan a partir de las acciones de los personajes. De todas maneras, a veces, para hacer un retrato psicológico basta una frase: «Eres de los que pide café hirviendo para después dejar que se enfríe antes de tomártelo», dice Jules Renard. En una línea, traza un retrato psicológico de alguien, es decir, nos ayuda a hacernos una idea de cómo es ese alguien, no le ha hecho falta mucho más. Y en Risa en la Oscuridad, se puede describir mejor la psicología de un personaje de cómo lo hace Nabokov, ese tipo que hace pantomimas delante de un ciego que cree que está solo en su casa: es una escena milagrosa, inolvidable. 

P: ¿Cómo logramos la credibilidad del personaje? ¿Es ese el aspecto más complicado y necesario de la novela?

R: Bueno, hacer un personaje creíble está al alcance de cualquiera: basta con que te describas con un poco de precisión o describas a tu vecino, no hay mucho mérito en eso. El mérito está en que además de creíble sea inolvidable, en que se te adhiera en la memoria, en que te acompañe, en que te acuerdes de él mucho después de leída la novela en la que lo encontraste. Y, amigo mío, ese sí que es un juego complicado. 

P: En otras cuestiones… ¿qué olvidados rescataría en una feria del libro antiguo? En la de Sevilla dio el pregón el pasado año.

R: Hay muchos, no cabrían aquí. Hace ya unos años que me vengo interesando en la figura de Nahui Olin, una poeta de la vanguardia mexicana a la que todos los artistas de la época querían retratar, pintora ella misma, y tan consciente de su condición de musa que decía que las fotos que le hacían eran obra suya, no de los fotógrafos. También Emma Pérez, una excelente poeta cubana de los años treinta que escribió un libro titulado Poemas de la mujer del preso. El preso era Carlos Montenegro, un cuentista cubano, excelente, autor de una novela carcelaria que se ha reeditado alguna vez, Hombres sin mujer. De gente más cercana sobre la que pende la amenaza del olvido porque cometieron el grave error de morirse antes de tiempo, citaría sin duda a Fernando Quiñones, que no sólo es un gran cuentista y un poeta muy a tener en cuenta, sino también autor de dos novelas magníficas –y tan comerciales ambas que fueron finalistas del Planeta– La canción del pirata y Las Mil y una noches de Hortensia Romero. Y bueno, no creo que esté olvidado porque está vivo, pero no me canso de reconocer la importancia como cuentista de los primeros libros de Gonzalo Suárez. Y, finalmente, Agustín García Calvo: recomendaría el Sermón de ser o no ser, recomendaría Cartas de negocios de José Requejo, recomendaría Contra la Pareja… Y tantos otros libros suyos. El año pasado se publicó póstumo su Sermón de dejar de ser, y no se le dedicó apenas una línea en ninguna parte, lo que bueno, sirve de alguna manera para que te dé mi opinión sobre nuestro periodismo cultural. 

P: En cuanto a autores olvidados, muchos de ellos leídos y considerados en su tiempo, un nombre sobre el que ha publicado algún que otro artículo: ¿quién es Juan Larrea?

R: Era un poeta creacionista, muy particular, muy potente, muy extraño. Llegó a dirigir con César Vallejo una revista: Favorables París Poema. Publicó un librito de poemas en edición de cincuenta ejemplares. Pero su gran libro, creo, son sus diarios, Orbe. Se volvió un erudito de las piedras en Perú. Le declaró la guerra a Neruda por cuenta de qué cosa y para qué servía el surrealismo. Tenía un sentido místico, esotérico, del tiempo que pertenece a la literatura fantástica quizá, pero que no deja de ser deslumbrante. Un personaje radiante que además escribió unos cuantos poemas fibrosos que se mantienen en muy buena forma. 

P: ¿Por qué un autor tan conocido y tan tratado en un momento y en una generación cae en el olvido?

R: Bueno, él hizo mucho, trabajó yo creo bastante en favor de su propio olvido, el propio hecho de que, siendo ya un autor conocido, decidiera publicar su libro en una edición mexicana de 50 ejemplares ya dice mucho, cuando lo podría haber publicado en Plutarco o Revista de Occidente, que era donde publicaban Lorca y Alberti, Guillén y Salinas. O en la CIAP, donde Vallejo publicó Trilce. Pero no, decidió que su poesía era un secreto, y que para llegar a él, había que merecérselo. Es una actitud que no deja de ser fascinante en un mundo donde los egos se devoran unos a otros. Aparte de eso, no le importaba demasiado el mundo literario. Hay un libro muy recomendable sobre él, El hombre al que perseguían las palomas, de José Fernández de la Sota. 

"Al noventa y nueve por ciento de los escritores que hoy merecerían una entrevista como esta, dentro de cincuenta años no los leerá nadie."

P: En alguna ocasión he leído que cree en que eso también le pasará. Como autor. ¿Lo piensa porque así lo prefiere o porque lo supone inevitable?

R: Lo que pase conmigo cuando yo no esté me trae más bien sin cuidado. Pero el que no se consuela es porque no quiere, y ya dejó dicho Borges que la meta es el olvido. De cualquier modo, ese gusto por autores menores u olvidados (el peruano Alberto Hidalgo, por ejemplo) lo puedo compaginar con el gusto por gigantes como Nabokov o Scott Fitzgerald. Y bueno, lo más natural, por una cuestión de prosaica estadística, es que al noventa y nueve por ciento de los escritores que hoy merecerían una entrevista como esta, dentro de cincuenta años no los leerá nadie, así que no deja de ser ambicioso esperar que una pequeña cuadrilla de lectores, cuatro o cinco, quince o veinte, busquen tus libros, si para entonces hay aún buscadores de libros.

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