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La lluvia roja (leyendo Patria II)

Ha pasado una semana desde la primera entrada de este humilde diario de lectura, y sigo angustiado con Patria. Desde niño, he visto las imágenes de los atentados en televisión, he llegado a oír y sentir en mi habitación el estruendo de las bombas, he visto a amigos sufrir por la barbarie terrorista. Lo acepté como algo normal en mi vida. Sin embargo, este tiempo de tregua, de final de la violencia, de ausencia de muertos, lo vivo como algo excepcional. Aramburu me está ayudando a interiorizar todo eso que nos ha pasado, invitándome a exteriorizarlo también. Una pregunta me ronda por la cabeza durante estos días, ¿cómo hemos sido capaces de tolerar como normal algo tan espantoso?

Como habrás comprobado, querido lector, voy muy despacio con la lectura. Patria no es un vino joven que puedes apurar de un trago. Es un gran reserva que se saborea con delicadeza y dedicándole su tiempo. Su retrogusto puede martillearte la conciencia durante horas. Sigo atrapado por su simbolismo. Cada vez que abro sus solapas, me encuentro en medio de la nada, sintiendo las gotas frías y gordas de su «lluvia» caer sobre mi cabeza. Son muchos los momentos, las citas, los diálogos que se están grabando con tinta indeleble en mi memoria. Hoy, quiero traer aquí un capítulo especialmente importante para mí en esta gran novela, Rojo.

A su padre debía de haberle ocurrido algo muy grave, algo muy rojo, lo peor.

El rojo, la sangre, la muerte. Tres personajes gravitan en este breve capítulo: Txato, su mujer, Bittori, y su hijo, Xavier. Todos ellos conectados por la sangre, la que les une —la familia—, la que les separa —el vil asesinato que acabó con la vida del patriarca—.

Desde la primera página Patria está llena de frases redondas. El plasticismo del lenguaje que utiliza el autor en este texto es apabullante. La novela está repleta de aforismos magistrales. Con solo 6 o 7 palabras consigue describir, con precisión de neurocirujano, lo que otros no logran en todas sus obras completas.

Hijo alto, madre baja, roce de mejillas en el recibidor.

Ahí va la pobre, a romperse en él. Lo mismo que se rompe una roca en las olas. Un poco de espuma y adiós.

Gris de noviembre.

En Patria, el lenguaje es la rica materia prima con la que se elabora esta terrible historia de odio, miedo, vergüenza y sinrazón.

Cierro por esta noche el libro con Pintadas. El tiro en la nuca mata, físicamente, pero lo que realmente le quita la vida a Txato es lo que le ocurre en el último párrafo de este capítulo:

Avistaron por fin Zumaya. El bar ya lo conocían de otros años. En el bar les sellarían la tarjeta donde constataban, en diferentes cuadrículas, las etapas de la temporada. Y después, la recompensa al esfuerzo: huevos fritos con jamón. Desde las calles se oían voces y risas. Entró el Txato. Se produjo en el bar un silencio repentino. Y eso ya fue demasiado para él. Eso ya no lo pudo soportar. Ni siquiera se hizo sellar la tarjeta. Sin despedirse de nadie, tampoco de Joxian, se montó en la bicicleta y emprendió en solitario el viaje de vuelta al pueblo.

Abro los ojos, las gotas de agua helada resbalan por mis mejillas; la maldita lluvia no para.

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