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La revista Ñ recuerda al fallecido Andrés Rivera

La revista Ñ recuerda al fallecido Andrés Rivera

La semana pasada falleció el escritor Andrés Rivera. Autor de La revolución es un sueño eterno, un agudo y necesario relato para entender la historia de Argentina. La Revista Ñ de Clarín le recuerda en el siguiente artículo.

Ya no podía leer ni escribir. Apenas si podía escuchar a su compañera, Susana Fiorito, hablar sobre los problemas de los vecinos del barrio Bella Vista, en Córdoba, donde terminó sus días. La última vez que lo vi fue a principios de septiembre, cuando enviado por Revista Ñ visité la Biblioteca Popular de ese rincón violento, azotado por los narcos y la desidia. Esa mañana de finales del invierno, el fisioterapeuta había logrado que Andrés, el viejo malhumorado, al fin hiciera un poco de ejercicio. Todos en la casa festejaron la hazaña. No quise acercarme a esa habitación en penumbras donde refunfuñaba. Quise, en cambio, dejarle mis saludos y el mensaje de que lo seguimos leyendo.

El certificado de defunción dirá que este viernes murió Marcos Ribak. Sin embargo, lo más preciso sería decir que ayer murió, a los 88 años, Andrés Rivera, una voz implacable de la literatura argentina. Miembro en numerosas oportunidades del jurado de honor del Premio Clarín de Novela, Rivera era sin duda un realista con un agudo sentido histórico y una fuerte noción del ritmo narrativo.

Había nacido en una familia judía de Villa Crespo en 1928 y, cuando publicó su primera novela, Marcos Ribak se convirtió en Andrés Rivera. Ese nombre fue el que envolvió a un autor de una obra contundente que a fuerza de estilo se volvió un clásico.

Fue hijo de un obrero que estuvo preso en Villa Devoto durante la dictadura militar de 1943. Fue un alumno inconstante de la escuela industrial donde los misterios de la química le resultaron infranqueables. La materias aplazadas lo empujaron a dejar los estudios y Rivera empezó a caminar por Buenos Aires con unos pocos pesos en los bolsillos. La lectura de Roberto Arlt no le cambió el mundo sino su manera de leer y de identificarse con lo que leía. Y cuando descubrió a William Faulkner sintió que así había que escribir: contando la vida. ¿Para qué sirve la literatura?, le preguntaron en 1989. La respuesta de Rivera tuvo, como toda su literatura, la construcción de una frase letal: “Para resistir a la desesperanza”. Tenía claro que había elegido ser un testigo y un testigo lúcido, sostenía, “acepta que la vejez es una derrota. Un declive natural, una etapa de la vida, la edad del descanso… todo lo que usted quiera, pero una derrota más a fin de cuentas”. En julio del año 2000, Rivera decía que un escritor escribe –con variantes– siempre la misma historia y que él había pertenecido “a un mundo de los que pelearon y perdieron”.

Pincha aquí para leer entero el artículo en la revista Ñ de Clarín

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