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Las hogueras de la moral incendian el arte

Las hogueras de la moral incendian el arte

Arden las redes asegura Juan Soto Ivars —con el que tuve el placer de coincidir la pasada Feria del Libro de Fuerteventura—, en un ensayo imprescindible, a causa de lo que él llama la poscensura. Resumiéndolo mucho y matizándolo poco, esa que ejercemos todos cuando compartimos, retuiteamos y comentamos cualquier acusación gratuita y descontextualizada por machismo, xenofobia, racismo… a un artículo, libro, o post. La mayoría ni siquiera se molesta en leer el artículo, libro o post en cuestión para verificar el “delito”. Interesa más compartir la acusación, infundada o no. ¿A quién le importa el análisis y la comprobación cuando lo que está en juego es el morbo y el linchamiento? La inquisición virtual del siglo XXI haciendo piña alrededor del mausoleo de Google. Porque no nos engañemos, siempre nos gustó reunirnos en la plaza del pueblo para ver arder las brujas mientras nos santiguamos contra el maligno.

Se nos escapa entre los pliegues de la dignidad el sentido del humor y la ironía, y se esconde tras los visillos de la pureza de cada muro de Facebook una moral de salón de té victoriano de puertas para fuera.

Pero no solo de las hogueras inquisitivas de las redes quería hablarles, eso ya lo hace mucho mejor que yo, y con ejemplos que lo ilustran, el señor Juan Soto, en un ensayo que, repito, les recomiendo.

También arde el arte. Los tentáculos éticos de vieja beata se imponen para construir una ficción inverosímil donde los asesinos no matan, los maltratadores no agreden, los bebedores no beben y los fumadores no fuman.

Antes al narrador se le exigían protagonistas creíbles, de carne y hueso, que proyectasen realidad, coherencia. Ahora se les exige lo contrario, que inventen una realidad basada en el buenismo inocentón y tontuno, para que así todos finjamos que de verdad vivimos en ella.

"Ningún creador está libre del desaguisado. El Gran Hermano se multiplica y se expande, como antaño la tuberculosis, en los ojos del pueblo que ahora ejerce de Torquemada."

Si dejamos de narrar lo que sucede, dejará de existir; construyamos un falso espejo en el que fingirnos bellos y lo seremos. Piensan, en el mejor de los casos, los que creen en el poder moralizador del arte. Aunque intuyo que esa no es la razón principal de esta —permíteme Juan que me apropie del término— poscensura al arte.

Confundimos las churras con las merinas y el culo con las témporas. Si uno de los personajes de una novela es machista, la novela lo es y su autor, por descontado. Si el detective fuma, su autor incita al tabaquismo y si el superhéroe es un hombre, su autor potencia un rol arcaico.

Ningún creador está libre del desaguisado. El Gran Hermano se multiplica y se expande, como antaño la tuberculosis, en los ojos del pueblo que ahora ejerce de Torquemada, orgulloso de la democratización inquisitorial. Nos quejamos de la “ley mordaza” del gobierno peperiano, pero ahora que tenemos la nuestra propia, libre y gratuita, la ejercemos con gusto y sin remilgos.

No digamos si su campo es la creación infantil, con la iglesia hemos topado. Como muestra, un botón en carne propia.

Recientemente he publicado una pequeña pieza teatral, La hormiga que quiso ser persona, en una editorial independiente (Inventa Editores), ilustrada y basada en una idea de mi hijo Bruno de seis años. Obra que ha llevado a los escenarios el grupo teatral de La Posada de Hojalata, dirigido por María Eugenia Muñoz. Les haré una breve sinopsis —no quiero aburrirles—:

Una hormiga —hembra—, cansada de su vida rutinaria, desea convertirse en persona, pues considera que así será libre y podrá llevar una existencia más plena. Expone sus problemas a diversos personajes que se cruzan en su camino, hasta que se topa con una bruja que hace realidad sus sueños. Pero para su desgracia, cuando consigue ser persona —mujer, recuerden que era una hormiga hembra—, se encuentra con que su vida no es mucho más diferente a cuando era hormiga y estaba sometida a una monótona disciplina por parte de la naturaleza. Ya lo dijo Capote, ten cuidado con tus sueños, pueden convertirse en realidad. Copio y pego literalmente el pasaje de la obra:

 

II ACTO

(LA HORMIGA, YA CONVERTIDA EN CHICA, ESTÁ SENTADA EN UNA MESA DE OFICINA FRENTE A UN ORDENADOR. GOLPEA CON UN DEDO EL TECLADO DE MANERA RUTINARIA. SU JEFE ENTRA EN ESCENA. LA CHICA RECOMPONE SU POSICIÓN EN LA MESA, COLOCA LAS DOS MANOS EN EL TECLADO Y COMIENZA A TECLEAR AFANOSAMENTE).

JEFE: Carlota, ¿tienes ya los informes que te pedí ayer?

CHICA/HORMIGA: Estoy en ello, don Mateo, los tendrá a última hora de la mañana.

JEFE: A ver si es verdad. Los espero en mi mesa. (SALE DEL DESPACHO).

CHICA/HORMIGA: ¡¿Qué se habrá creído?! Estúpido…

(SUENA UN TELÉFONO. LA CHICA BUSCA DENTRO DE SU BOLSO. SACA UN MÓVIL. RESPONDE)

CHICA/HORMIGA: ¿Sí?… No te preocupes… Está bien… Sí, yo le recojo en cuanto salga del trabajo, le doy la merienda, lo llevo a karate; mientras tanto voy a pilates para estar bien guapa, como a ti te gusta; cuando salga hago con él los deberes, luego baño al pequeño, bajo a la perra, les pongo la cena, les leo un cuento y los acuesto… De verdad, no importa… Claro, cariño, el trabajo es el trabajo, y si tienes que quedarte en el despacho, tienes que quedarte. A fin de cuentas eso es lo que tiene el ascenso a chorradirector de departamento… Claro. Un beso, amor.

(CUELGA EL TELÉFONO. SUSPIRA. VUELVE A GOLPEAR CON EL DEDO RUTINARIAMENTE EL TECLADO).

CHICA/HORMIGA: Esto es una vida de locos, la verdad. Parecemos hormigas, siempre sin parar un momento.

(UNA MOSCA PASA VOLANDO A SU ALREDEDOR. ALETEA Y ZUMBA DE UN LADO A OTRO).

CHICA/HORMIGA (SUSPIRA): ¡Ay, mosca! ¡Cómo me gustaría ser mosca! Una mosca sí que vive bien.

"Sí, Juan Soto Ivars, arden las redes y arde el arte bajo el fuego de una ética adoquinada en la falta de humor, de análisis crítico y de veracidad."

El libro fue entregado a la Jefa de Estudios de un colegio —omitiré el nombre del centro— con la intención de representar allí la obra, como se ha hecho ya en otros tantos, y lo tildó de machista por cosificar a la mujer. En ningún momento se valoró que las ilustraciones y la idea original partiesen de un niño de seis años. Algo, a mi juicio, más importante como ejemplo para sus coetáneos, ahora que tan de moda está potenciar la creatividad en la educación. Eso pasó, no a un segundo plano, directamente salió fuera de cuadro. Era, sin duda, mucho más importante dilapidar a su autor —yo— con la losa del machismo. Sin atender a la ironía y el humor que impregna toda la obra.

Y claro que se cosifica a la mujer, y se hubiese cosificado al hombre si el protagonista hubiese sido una hormiga macho y se hubiera convertido en hormiga/chico. Porque ese era el objetivo de la fábula, ahí residía la sátira y, si me apuran, la reivindicación. La hormiga quiere ser persona para huir de la cosificación y los roles preestablecidos y cuando lo consigue se topa con que los seres humanos están sujetos a los mismos roles.

¿Un ejemplo banal? No me parece que lo sea. Ni como este, tantos otros. Hablamos de la responsable de un centro educativo que confunde, no sé si intencionadamente o por mimetismo inquisitorial, nuevamente el culo con las témporas y enciende la antorcha de una moral obtusa y desenfocada.

Sí, Juan Soto Ivars, arden las redes y arde el arte bajo el fuego de una ética adoquinada en la falta de humor, de análisis crítico y de veracidad. ¡Que Dios —para cada uno el que sea— ponga nuestras carnes chamuscadas a buen recaudo, porque nadie está libre de quemarse en esta hoguera!

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