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¿A las puertas de un nuevo Guerracivilismo…?

¿A las puertas de un nuevo Guerracivilismo…?

Apoltronado en la ultratumba del siglo XIX, hay asuntos que merecen una resurrección. Salir del sepulcro para estirar las piernas y, de paso, partir algunos huesos. Éste, sin duda, es uno de ellos asuntos. En la última década el mercado editorial ha echado mano de todo. Santos Griales; la novela negra y los subproductos marca blanca del género; la literatura erótica de baja intensidad; la autoficción ñoña y onanista, aunque también otra algo más acicalada y solvente. Tras mucho nadar, los editores regresan el punto de partida: la memoria histórica. La Guerra Civil ha vuelto. La pregunta es … ¿para qué?

Hay aniversarios que explicarían el rebrote, los 80 años del bombardeo de Guernica podría ser uno de ellos. Pero esa no es la única razón y mucho menos una suficiente. Si hacemos un repaso al catálogo de los grandes sellos en las últimas semanas, es posible apreciar de qué forma la contienda hace las veces de mascarón de proa. ¿Acaso porque la Patria, de Aramburu, sacudía temas postergados? ¿O porque la mucha novela negra aparca el empobrecimiento económico para poner de manifiesto la bancarrota política? Porque la memoria, claro, es el más ciudadano de todos los temas.

"Recordarán tu nombre (Destino) cuenta la historia del general José Aranguren Roldán (1875-1939), la máxima autoridad de la Guardia Civil en Cataluña. Un hombre que se negó a participar en el golpe de Estado contra la República en 1936."

Comencemos el recuento por la que puede que sea la más potente de las novedades guerracivilistas. Se trata de Recordarán tu nombre (Destino), una novela sin ficción en la que Lorenzo Silva explica a un personaje al mismo tiempo que se explica a sí mismo. El repertorio literario de Silva es inmenso. En él caben las muchas ficciones que es capaz de llevar a buen puerto: el relato, la novela policiaca, la ficción histórica, la pura y dura literatura forjándose contra el yunque del oficio. Pues bien, éste es un punto de inflexión en su obra.

Recordarán tu nombre (Destino) cuenta la historia del general José Aranguren Roldán (1875-1939), la máxima autoridad de la Guardia Civil en Cataluña. Un hombre que se negó a participar  en el golpe de Estado contra la República en 1936, un oficial leal al gobierno al que prestó juramento y al impulso moral del cuerpo del que formaba parte. Natural de Ferrol, Aranguren se batió en la guerra del Rif y también como jefe de la policía en el Madrid del 31, y fue a parar a Barcelona en el más complicado de todos los años. Un héroe que quedó atrapado en la frontera de los que se quedan sin bando y cuya hoja de servicio desapareció como su fusilamiento: entre archivos.

"Y es ahí donde la historia cruje, donde la Guerra Civil habla con los huesos de los mortales. Es en esa hendidura donde el relato sin ficción cobra sentido y oportunidad. Un acierto."

El creador de Bevilacqua y Chamorro dedicó ocho años de su vida para contar un episodio y a su principal protagonista. El 19 de julio de 1936, José Aranguren le dijo al general Manuel Goded Llopis —con quien compartió lucha en África— que no se uniría al golpe que tenía por objeto acabar con la Generalitat catalana y en el que su antiguo compañero de armas intentaba enrolarlo. Aranguren fue sometido a un consejo de guerra y ejecutado por los nacionales la madrugada del 21 de abril de 1939. Hubo prisa y brutalidad en su ejecución. Parecía que el correcto proceder de Aranguren afeaba y dejaba en evidencia la conducta de quienes tanta prisa tenían por fusilarlo. «Que lo fusilen aunque sea en camilla», dijo Franco, quien había coincidido con Aranguren en la Academia Militar de Toledo y en las campañas de Marruecos. Para darle muerte, tuvieron que sentar a Aranguren en una silla, causa de las múltiples lesiones tras un accidente de tráfico.

El libro quedaría en la glosa estrictamente histórica y moral —que no por ello insuficiente—, de no ser por un detalle fundamental. Un ladrillo que sostiene el enorme edificio levantado por Silva: la presencia de sus dos abuelos, Lorenzo y Manuel, hombres repartidos en una España en la que su mayor bando era el deber. Ambos coincidieron con Aranguren y Goded. Y es ahí donde la historia cruje, donde la Guerra Civil habla con los huesos de los mortales. Es en esa hendidura donde el relato sin ficción cobra sentido y oportunidad. Un acierto.

"Castañón usa —habría que decir desaprovecha— la Segunda República para darle vestidazo a una historia que sabe a poco. Que se queda, literalmente, en bragas."

Otro libro que redime el guerracivilismo como recurso literario fácil es El hoy es malo, pero el mañana es mío (Espasa), una novela de Salvador Compán que —a pesar de su mal título— hinca el diente en la mezquindad y la pobreza económica y moral de la posguerra española: la de los delatores, la de quienes suman tanta cobardía como para subastar a la baja la propia vida y la de otros. La historia se desarrolla en Daza (acrónimo de Úbeda y Baeza) a mediados de los años 60. Dos adolescentes descubren la vida, y la de quienes le rodean, a partir de la historia de un pintor de pasado —y presente— turbio cuya explicación está en la Guerra Civil. Delación, infidelidad, amor, homosexualidad, moralismo, aislamiento. Una explosión sin fuegos artificiales que asola el corazón del lector que la visita.

En un registro algo más oportunista, por no decir deslucido y ñoño: La noche que no paró de llover (Destino), de Laura Castañón. Cuatro años después de publicar su primera novela, Dejar las cosas en sus días (Alfaguara, 2013), Laura Castañón retoma la clave de la saga familiar con Valeria Santaclara, una solitaria anciana de pasado burgués que vive en una residencia geriátrica. Entre sus cosas, guarda una carta que su hermana Gadea escribió antes de morir, 18 años, y que aún no se ha atrevido a abrir. Ese sobre es la causa de pesadillas y  problemas de insomnio que la hacen acudir, a sus ochenta años, a la consulta de una psicóloga recién mudada a la ciudad con su pareja homosexual. Al margen de la floritura del lesbianismo y la femineidad como espada que hace bajonazo —porque no pega, no viene a cuento—, Castañón usa —habría que decir desaprovecha— la Segunda República para darle vestidazo a una historia que sabe a poco. Que se queda, literalmente, en bragas.

"El influjo de la Guerra Civil como tema literario se derrama a ambos lados de una misma razón: porque escuece. Por tanto, interesa. Y eso se traduce en ejemplares vendidos."

Muy distinta a esta novela de Castañón es la que hizo a Care Santos merecedora del 73 Premio Nadal: Media vida (Destino), una historia ambientada en la posguerra y que traza una línea hasta la Transición, sin estridencias, ni manierismos. En este libro Care Santos parte de cinco mujeres que coincidieron siendo apenas niñas en un internado de monjas en Barcelona y que se despiden –amarga y duramente- la víspera de unas vacaciones de verano. Volverán a encontrarse en una España en democracia, machacadas unas y redimidas otras, por la sociedad en la que crecieron y se abrieron paso. Aunque no es una novedad, hay que volver sobre esta novela. Se trata de El Monarca de las sombras (Literatura Random). Su autor, Javier Cercas, la publicó en marzo de 2017, justo 16 años después del superventas Soldados de Salamina (Tusquets). En las páginas de esta nueva entrega, Javier Cercas retoma la Guerra Civil Española, pero del otro lado. Así como en aquel entonces narró la historia de Miralles, el miliciano que perdona la vida al escritor e ideólogo de la Falange Rafael Sánchez Mazas, en esta  ocasión, el novelista elige la historia de su tío abuelo: el falangista Manuel Mena, alférez del ejército franquista que murió en el Ebro, con apenas 19 años. Lo cuenta y lo juzga, juzgándose a sí mismo, la carta del narrador investigador que es, al mismo tiempo, narrador y personaje.

El influjo de la Guerra Civil como tema literario se derrama a ambos lados de una misma razón: porque escuece. Por tanto, interesa. Y eso se traduce en ejemplares vendidos. Así que los editores sacuden el árbol, para ver con cuántas manzanas llenar el cesto. Las que caigan. Del otro lado, el de los autores, la contienda parece haberse transformado en un nuevo espacio para apreciar y desentrañar la contradicción. A diferencia de las novelas de ese tipo que inundaron las novedades durante los primeros años de la década, las que se publican ahora gozan de una visión más escarmentada de los héroes que presentan. Acaso porque las demoliciones políticas también propician la madurez en la manera de recordar, este Guerracivilismo luce menos exaltado y con mayor capacidad literaria.

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