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Lorenzo Silva: «Lorca dibujó una imagen siniestra e injusta de la Guardia Civil»

Lorenzo Silva. Foto de Jeosm

Hablar con Lorenzo Silva es hablar con una persona poliédrica: traducido a una docena de idiomas, ganador de los principales premios literarios de este país, editor de Playa de Ákaba, jurado de concursos, adaptado al cine en varias ocasiones, guardia civil honorario, director del festival Getafe Negro, colaborador en prensa y radio, y narrador inquieto como pocos. Solo el 2016 acabará con seis libros publicados de los ocho que tiene escritos. Su conversación denota firmeza, convicción y coherencia, algo tan difícil de encontrar en la realidad civil o política. Preguntarle por su vida y obra es asomarse a la carrera de un currante de las letras, un tipo sereno que destila un fino sentido del humor.

P. Eres muy activo en Twitter. ¿Te ha dado más alegrías que disgustos?

Sí, porque a medida que me voy haciendo mayor voy olvidando lo desagradable. A veces soy capaz de ignorarlo en tiempo real. Y, sin embargo, he aprendido a valorar mucho lo que es enriquecedor de la vida y sobre todo he aprendido a obligarme mucho a sentir y demostrar gratitud hacia lo que merece esa gratitud. A través de Twitter me llegan muchos mensajes que no sólo son halagadores, reconfortantes, estimulantes o ilusionantes, sino que sobre todo despiertan mi gratitud. Twitter me permite expresar mi gratitud a mucha gente en poco tiempo, ya que a veces lamentablemente no tienes el tiempo que se requiere. Al mismo tiempo, de vez en cuando irrumpe alguien a leerte la cartilla, a molestarte, a decirte lo que tienes que hacer, a insultarte… La mayoría lo hace con una careta, con un dibujo de Piolín o el pato Donald o de un personaje de cómic. Eso, lamentablemente, no aporta nada, pierdes el tiempo de leerlo y el tiempo de bloquearlo o de silenciarlo. Yo lo intento olvidar rápidamente y no dejar que ocupe mucho espacio luego en mi mente y prácticamente ninguno en mi memoria.

P. Hablando de gratitud, me hace gracia la gente que dice que no necesita agradecerle nada a nadie. Sin embargo, al final siempre hay alguien que te tiende la mano o simplemente señala una dirección o te da un consejo en algún momento. ¿A quién le está agradecido Lorenzo Silva?

"Le estoy muy agradecido al bibliobús que pasaba por mi barrio cada 15 días, cuyo contenido me leí casi entero entre los 14 y 18 años y es la base de mi cultura literaria."

Estoy agradecidísimo a la enseñanza pública de mi país. No soy rico y yo tengo una educación excepcional en la enseñanza pública, desde párvulos hasta la universidad. Excepcional. Un regalo que me hizo el país en el que vivo y que tendré que devolver, no sé cómo, aunque yo lo intento devolver día a día. No sé si lo hago, no sé si soy capaz, pero lo tengo que devolver. Estoy agradecidísimo a mi familia. Mi familia no solo me ha transmitido valores, principios, la conciencia de la responsabilidad, del deber, el valor del sacrificio, de la solidaridad o del compañerismo, sino que también me ha transmitido la memoria y la conciencia de quién soy, dónde estoy, y qué es y qué ha sido el lugar donde estoy y la gente de la que vengo. Esa conciencia la tengo muy clara y estoy muy agradecido a mis padres y a mis abuelos. Le estoy muy agradecido al bibliobús que pasaba por mi barrio cada 15 días cuyo contenido me leí casi entero entre los 14 y 18 años y es la base de mi cultura literaria. Estoy muy agradecido al señor que conducía, a la chica que venía a dejarnos los libros y a recogerlos, y al señor de no sé qué negociado de la Diputación Provincial de Madrid que decidió que en ese bibliobús tenían que estar Onetti, Cortázar, Sábato, García Márquez o Günter Grass. A esa gente le debo tanto que nunca acertaré a agradecerlo lo suficiente.

P. Pequeños héroes anónimos.

Absolutamente. Por supuesto, estoy muy agradecido a mis lectores. Hay una serie de personas a las que no conozco en su mayoría que me permiten vivir de lo que era mi ilusión de niño. Eso no tiene precio. Yo nunca pensé que fuera a suceder. Por decirlo de otra manera: lo había descartado absolutamente. No fui a torturarme cinco años en la Facultad de Derecho y pasé muchas horas en despachos de abogados y de auditores porque a mí me fuera la marcha o el masoquismo, sino porque no tenía ninguna expectativa de ganarme la vida con mi oficio verdadero, que era escribir. Pensé que mi oficio lo tendría que desarrollar de manera clandestina, nocturna, de fin de semana y sin que nadie jamás me permitiera obtener de él una forma de vida para mí ni para mi familia. Y contra todo pronóstico lo he conseguido y sé a quién se lo debo. Estuvo el Premio Nadal, que me permitió salir del anonimato, he tenido muy buenos editores a lo largo del camino. No todos, pero he tenido bastantes editores y la mayoría han sido muy buenos, ha sido gente muy comprometida con mi trabajo que han respetado mucho lo que yo hacía y han respetado mucho mi libertad. Incluso para hacer marcianadas, cosa que les agradezco profundamente, que en vez de retraerse ante ellas me han apoyado mucho.

"No tenía ninguna expectativa de ganarme la vida con mi oficio verdadero, que era escribir."

P. Un buen editor puede salvarle la vida a un autor, al igual que uno malo puede hundirte en la miseria.

Pero al final lo que está detrás son los lectores. Que son señoras de 85 años que van a la Feria del Libro y que te agradecen el libro que has escrito sobre la guerra de Marruecos porque allí murió su tío y siempre quiso saber por qué su tío nunca volvió. O una chica de 13 años de Parla que se acaba de leer los libros de la Trilogía de Getafe y que viene a decir que el libro para ella ha sido revelador, porque Getafe está al lado de donde vive y de repente hay un espacio literario en el que pasan cosas que ella nunca imaginó que pudieran ser objeto de una novela. Siento gratitud hacia mis amigos, mi mujer, mis hijos, que a veces complican la vida pero también tienen muchos detalles que me la enriquecen.

Lorenzo Silva, en Getafe Negro. Foto de Jeosm

Lorenzo Silva, en Getafe Negro. Foto de Jeosm

P. Una lista larga. ¿Ves el vaso medio lleno?

Hay que pasarse la vida haciendo un inventario de lo que tenemos que agradecer. Incluso en la vida de la persona más desgraciada y más desafortunada es mucho porque si alguno tiene alguna vez una idea excesiva o demasiado áspera de lo que son sus problemas y sus infortunios, puede hacer el sencillo ejercicio de lanzar una mirada de 360 grados y alejarla 3.000 o 4.000 km, y es seguro que va a encontrar razones para agradecer incluso los sinsabores y las amarguras que le toca vivir cada día, porque podrían ser otras mucho peores. Como decía Marty Feldman en El jovencito Frankenstein. Cuando están sacando aquel cadáver de la tumba, el doctor dice: “Esto es asqueroso”. Feldman le mira y contesta “Podría ser peor: podría llover”. Y, por supuesto, empieza a llover. Así que cuidado con quejarse, porque te pueden oír y podría llover. Por suerte, de momento no está lloviendo. Así que vamos a llevar los bueyes que nos han tocado, aunque uno esté famélico y el otro esté cojo, porque podría ser mucho peor.

P. Has ganado el premio Nadal, el Primavera, el Planeta o el de la Crítica de Madrid. ¿Te queda algún sueño por cumplir?

"Los premios en España son casi indispensables para poder tener una carrera profesional como escritor"

Hombre, yo sueño con otras cosas. Los premios son gratificantes porque suponen que alguien que no eres tú valora lo que haces. En España son casi indispensables para poder tener una carrera profesional como escritor y para que un libro pueda tener una visibilidad mínima. En España yo creo que hemos pervertido el papel de los premios, porque en un país con tan poca tradición lectora, con tan poca información cultural, con tan poca atención hacia lo que tiene que ver con la literatura, el premio cumple una función un poco anómala de visibilización de lo que normalmente es invisible. Por eso son tan importantes en España y hay tantos premios a novela inédita mientras que en otros países dan premios a una novela publicada. Los premios son una manera de singularizar el libro. Yo soy consciente de esas dos cosas. A uno le reconforta que su trabajo lo valoren terceras personas, y por otra parte a alguien que quiere hacer de la literatura su profesión le resulta indudablemente conveniente, satisfactorio y favorecedor, y por tanto hay que estar agradecido, contar con premios que te van a aumentar esa presencia ante el lector y esa posibilidad de llegar a un lector al que le pueda interesar tu libro.

P. Entonces, ¿con qué sueñas?

Mis sueños realmente son de otra índole. Como el resto del mundo, no sé cuánto voy a vivir, pero me gustaría estar en mi penúltimo mes de vida escribiendo algo que me apetezca escribir teniendo la sensación de que puedo seguir viviendo de mi trabajo y de que hay alguien que espera para leerlo. Mi sueño es poder dedicarme toda la vida a esto profesionalmente, haciendo cosas que a mí me merezcan la pena y teniendo la sensación de que ese trabajo que yo estoy haciendo, cuando se convierta en un libro, va a caer en manos de alguien a quien le va a interesar. Ese es mi sueño y me parece que es un sueño bastante ambicioso. No sé si seré capaz, si llego a una edad provecta, de mantener esa tensión y esa ilusión no solo propia sino de los demás.

Lorenzo Silva, en el rodaje de Mirar con otros ojos de Bodegas Ramón Bilbao. Foto: Luis Cerdeira, www.luiscerdeira.com

Lorenzo Silva, en el rodaje de Mirar con otros ojos de Bodegas Ramón Bilbao. Foto: Luis Cerdeira, www.luiscerdeira.com

P. Trabajaste unos 10 años como abogado para una multinacional. ¿Qué hace un tipo creativo como tú en un sitio como ese?

Las multinacionales, en contra de lo que la gente suele pensar, buscan, valoran e incentivan a la gente creativa. No siempre, y no siempre justamente, pero son una materia prima que ellos buscan. He trabajado durante bastantes años con banqueros de inversiones, que son los que diseñan las grandes operaciones empresariales, bursátiles, etc. Se reclutan entre licenciados en Filosofía, en Historia, en Matemáticas, ingenieros, físicos… casi cualquier perfil profesional. Y el tipo de gente que se busca es gente no sólo con inteligencia, sino con inteligencia creativa, porque muchas veces el mundo los negocios requiere tanta creatividad como para hacer creer a alguien que algo que no tiene ningún valor en realidad es algo muy valioso. Y si a alguien le parece todo muy raro pues que piense las hipotecas subprime, activos bazofia, cuyo valor subyacente era cero o negativo, y sin embargo hubo gente lo bastante creativa como para convencer a millones de personas de invertir todos sus ahorros en esa basura financiera creyendo que eso era algo muy atractivo. Había una gran creatividad detrás de eso.

P. ¿Pero cómo acabaste ahí? No parece que fuera vocacional.

Yo no soy rico, tenía que vivir de algo. Jamás concebí remotamente la posibilidad de que en el país en el que había nacido la literatura fuera un medio de subsistencia. Acepté con 15 o 16 años que mi pasión era improductiva, no lucrativa, que en el fondo era una calamidad que me había caído y que yo tenía que buscarme otra actividad fuera lucrativa para llegar a fin de mes.

P. Sin embargo, a los escritores se los tiene en alta estima: viven en mansiones, fuman en pipa, ganan mucho dinero. Parece que ese es el prototipo al que hay que llegar.

Bueno, pero yo siempre he sido muy realista y con dieciséis años me daba cuenta de que eso era la excepción que confirmaba la regla. De esos había tres. El resto de los escritores se comía los mocos. Lo tuve claro rápidamente. Y no solo se comía los mocos sino que incluso para ser uno de esos escritores que se comía los mocos había que superar toda una serie de vallas que, yo que estaba completamente extramuros del sistema editorial, que no tenía a ningún conocido allí, que venía de un mundo completamente distinto, no tenía ninguna esperanza en superar. Acepté la posibilidad de pasarme toda la vida escribiendo y manteniéndome en la condición de autor inédito o como mucho publicar en alguna editorial marginal tres o cuatro libros que nadie leería. Acepté eso y acepté seguir escribiendo así, era mi pasión y nadie se puede desvincular de su pasión, pero claro, hay que comer. Entonces, móntate una vida en la que tú te ocupes de tu pasión porque es tu pasión y búscate otra cosa que te permita pagar facturas.

Lorenzo Silva, en la biblioteca de Carabanchel. Foto: Luis Cerdeira, www.luiscerdeira.com

Lorenzo Silva, en la biblioteca de Carabanchel. Foto: Luis Cerdeira, www.luiscerdeira.com

P. ¿Te pilló  por sorpresa todo lo que vino después?

Me pilló absolutamente por sorpresa. Todavía no salgo de mi estupor y han pasado bastantes años. No salgo de mi estupor al ver que me levanto por la mañana, me dedico básicamente a escribir o hacer cosas que tienen que ver o que provienen de la literatura, y que pago la luz, pago el teléfono, pago el coche, visto y doy de comer a mis cuatro hijos. Y soy muy consciente de que esto, si ya era difícil hace 20 años, ahora es todavía más difícil. Y además las perspectivas no son de que mejore, sino de que empeore. Mi horizonte es que esto debería ser cada vez más improbable. Cada año que pasa y sigo viviendo de esto no salgo de mi asombro. Y algo debe tener que ver eso con el hecho de que yo siga cotizando en el Colegio de Abogados de Madrid y siga teniendo el carnet de abogado y la cartera, aunque hace unos cuantos años que no me pongo la toga. Pero es que yo no me lo creo, no me creo que pueda vivir básicamente de escribir literatura en España en el año 2016.

P. La Guardia Civil quizá sea el organismo oficial que mejor ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos, y tú fuiste de los primeros escritores en percatarse de ello. De hecho, aún hoy sigue prevaleciendo la figura del policía sobre el guardia civil. ¿A qué se debe esto? ¿Por qué todo el mundo decide crear un policía o incluso un detective?

Para esta pregunta necesito casi media hora así que voy a ver si la resumo en tres minutos como mucho. En torno a la Guardia Civil y sobre todo a la Guardia Civil como personaje literario, que es de lo que estamos hablando muy específicamente, convergen varias cosas. Por un lado la historia de la Guardia Civil, que es muy larga y que es muy compleja. Es tan compleja como la historia contemporánea de España porque los guardias han sido testigos de todos los avatares de la historia española desde hace 172 años y esa historia es muy compleja, y por ello la historia de la Guardia Civil es muy compleja también. No solo es compleja sino que es muy desconocida, o peor que desconocida, porque todavía lo desconocido es neutro. Es muy mal conocida, incluso está llena de percepciones no ya erróneas, sino antitéticas con la realidad, lo que verdaderamente da para pensar sobre cuál es la gestión de la memoria en nuestro país.

P. Aún queda quien piensa que la Guardia Civil son los malos de la película.

A mí me ha llegado a decir alguien en Barcelona que no podía leer novelas de guardias civiles por el papel que tuvo la Guardia Civil en la Guerra Civil en Cataluña. En ese momento, le pregunté a esa persona (que por cierto era una periodista de un medio nacional y no era una niña) si me podía explicar por favor cuál había sido el papel de la Guardia Civil en la Guerra Civil en Cataluña. Y esta persona no sabía que la Guardia Civil no solo evitó la caída de Barcelona en el golpe de Estado del 36, sino que además los dos jefes de la Guardia Civil que evitaron el golpe de Estado en Barcelona murieron fusilados por ello. Esta persona no lo sabía y se permitía opinar de lo que desconocía hasta este extremo en sentido contrario a la realidad. Y estaba convencida. Llegué a la conclusión de que no era mala fe, sino de que no sabía lo que estaba diciendo.

P. La ignorancia es muy valiente.

Esto afecta a la gestión de toda nuestra memoria, pero mucho más a la memoria de la Guardia Civil, que es compleja y muy larga. Muy poca gente sabe que la Guardia Civil es una creación de la España liberal, que el señor que fundó la Guardia Civil se tuvo que exiliar de España dos veces: una vez porque lo perseguían los absolutistas y otra vez porque lo perseguía una parte de sus correligionarios. La creación intelectual que da armazón a la Guardia Civil como institución es la creación de un liberal escaldado que vive en un país medieval y que llega a la conclusión de que hay que intentar que exista algo tan improbable como un cuerpo de seguridad profesional, que no esté al servicio de los políticos y de los caciques, que esté compuesto por personas escogidas, y que además tengan como función defender las libertades y los derechos de los conciudadanos. Esto en la España de 1844 es algo parecido a intentar poner un huerto de tomates en Marte, y extrañamente funcionó.

P. Aquí siguen. En tiempos tan fugaces, es todo un hito.

"Franco metió a 20.000 excombatientes del bando Nacional, muchos de ellos analfabetos, y fue la primera vez que en la Guardia Civil hubo analfabetos, para tratar de apoderarse de una institución que no se había sublevado. Y la utilizó durante treinta y tantos años, pero cuando Franco murió la Guardia Civil se sacudió ese lastre."

A lo largo de la Historia los enemigos más acérrimos que ha tenido la Guardia Civil, con algunas excepciones, cuando han llegado al poder y han tenido la oportunidad de abolirla, como se cansaron de decir que iban a hacer, resulta que ninguno la abolió. Ninguno. Ni la abolieron los liberales después de la revolución de 1854, que lo que hicieron fue reforzarla; ni la abolió la Primera República, que la reforzó; ni la abolió la Segunda República, que la reforzó; ni la abolió el PSOE, que la reforzó. Aquí hay algo que funciona porque tiene una construcción intelectual muy potente y muy rara en España que es un país con una gran debilidad funcional y además con un atraso secular. En la España del siglo XIX no solo pervivía un semifeudalismo, sino que la economía seguía siendo básicamente medieval y era una población con tres cuartas partes de analfabetos. En ese país tan improbable para establecer un cuerpo de seguridad moderno que llevara la presencia del Estado, sucedió. Y es la primera vez que el Estado está presente en todo el territorio. La administración del Estado estaba en Madrid, Barcelona, Sevilla, Toledo… pero el resto del territorio estaba a merced de caciques y bandidos, y muchas veces los caciques eran los bandidos. Cuando la Guardia Civil empezó a perseguir partidas de bandoleros se encontró con que muchas de ellas estaban dirigidas por el alcalde del pueblo. Era un país sin autoridad estatal. Ahí hay un sustrato muy interesante, lo que ocurre es que no lo conocemos porque nadie se ha preocupado de contarlo, y que justifica que la Guardia Civil, por ejemplo, sobreviva a las dictaduras. La Guardia Civil sobrevivió a la degeneración de la Restauración, que fue la dictadura de Primo de Rivera, sobrevivió a la dictadura de Franco y los guardias civiles se siguen llamando guardias civiles y siguen llevando un tricornio y siguen teniendo la cartilla del Duque de Ahumada de 1845 que sigue siendo su principio inspirador. ¿Por qué? Porque era una construcción intelectual potente. Eso es lo que justifica que sea capaz de adaptarse a situaciones y sea capaz de tener, en este momento, la estima de la ciudadanía. Hubo también momentos con las dictaduras, que la han utilizado mucho, en que ha tenido el odio de la población porque cuando los déspotas han visto una herramienta efectiva se la han querido apropiar y muchas veces lo que han hecho incluso ha sido infiltrarla. Franco infiltró la Guardia Civil. Franco metió a 20.000 excombatientes del bando Nacional, muchos de ellos analfabetos, y fue la primera vez que en la Guardia Civil hubo analfabetos, para tratar de apoderarse de una institución que no se había sublevado. Y la utilizó durante treinta y tantos años, pero cuando Franco murió la Guardia Civil se sacudió ese lastre. Hace 41 años que se ha muerto Franco y ahí sigue la Guardia Civil, igual que también estaba fundada cuarenta y tantos años antes de que naciera Franco. Y aquí siguen hoy y Franco ha quedado por el camino. Ahí hay algo que, si uno conoce la historia, si uno conoce la idiosincrasia, si uno conoce la arquitectura institucional, es un buen material literario. Y es un buen material y uno entiende por qué la gente puede estimarlo porque detrás hay algo que vale la pena.

P. Sin embargo, a pesar de que como decía al principio es un cuerpo moderno y eficiente, mucha gente sigue imaginando al guardia gris de gesto torcido y fusil al hombro. ¿Por qué cuesta tanto desprenderse de esa leyenda negra?

La dificultad mayor creo que viene de la utilización tan infame que se ha hecho de la Guardia Civil en los periodos de dictadura. El franquismo estuvo a punto de cargarse la Guardia Civil. Ha sido la única vez que la Guardia Civil está a punto de desaparecer porque la utilización fue tan salvaje y la corrupción de lo que era un cuerpo que nace como vocación de seguridad apolítico al servicio de los ciudadanos, se convierte en un cuerpo que se dedica a aterrorizar y a vigilar a los ciudadanos. Y encima completamente politizado porque está alineado con el régimen de Franco. Franco estuvo a punto de cargársela, pero no lo logró. Hay mucha gente que tiene esa memoria, pero los guardias han tenido una continuidad histórica en la que ellos se han mantenido fieles a un espíritu de sacrificio, a un espíritu de neutralidad, y a un espíritu de servicio a los ciudadanos que permite que los ciudadanos lo aprecien. Ya cuando yo empecé en el año 95, cuando escribí la primera novela pude recurrir a ellos como personajes literarios, incluso te diría como héroes literarios. El mayor problema que tenía eran los prejuicios de muchas personas, las experiencias vitales de esas personas que habían conocido esa Guardia Civil corrompida y adulterada del franquismo, el perjuicio ideológico que está en buena clase de la intelectualidad progresista y que un poco dispara contra todo y a veces también sin mucho conocimiento. Pero luego si hablamos de literatura yo creo que uno de los principales problemas, y no lo digo achacándole ningún crimen, que el pobre ya tuvo bastante con lo que tuvo, se llama Federico García Lorca. El máximo poeta español del siglo XX, el más internacional, el más traducido, dibujó una imagen siniestra, una imagen que además creo que es injusta. Una imagen que podría valer para determinados ámbitos rurales o para determinados momentos, pero desde luego no vale para la Guardia Civil de los años 30, ni siquiera de los años 20, con excepciones como el crimen de Cuenca y demás. Digamos que en los años 20 y 30 los Guardias Civiles no eran tan siniestros como él los pinta. Algunos de ellos incluso se pronunciaron, por escrito, en su revista técnica, contra la barbaridad de enviarlos a disolver manifestaciones con fusiles (cosa que siempre acababa mal). Pero hay un arquetipo literario muy potente, muy negativo, que pesa mucho a mucha gente. Y pesa no solo en los españoles. Yo he notado que pesa mucho fuera, internacionalmente. Cuando salgo por ahí y hablo de guardias civiles, la gente te saca la foto de Tejero, te saca a García Lorca y tengo que apartar toda esa hojarasca para intentar contar a la gente que la Guardia Civil hoy es un equipo de veinte o treinta hombres y mujeres, que llevan muchos días trabajando 18 horas porque hay una chica que está desaparecida y cuyos padres no saben nada de ella. O que se pasan meses, en jornadas no menos interminables, destripando expedientes administrativos para acabar deteniendo por corrupción a media docena de alcaldes del partido en el gobierno..

P. ¿Cuánto tiempo estuvo llamando a la puerta Bevilacqua antes de que le dieras su primera novela?

"No hay guardias civiles en Chicago o San Francisco. Yo conocía a algunos con los que había tenido algún trato profesional, de temas penales, y veía unos personajes que se salían mucho de los tópicos: gente que no vestían uniformes, gente que era joven, las primeras mujeres."

No fue demasiado. Sitúate mi circunstancia. Yo me ganaba la vida como abogado, para mí la literatura era un espacio de libertad y de experimentación. Un buen día dije: “ya que he hecho alguna novela, ahora tengo que hacer una cosa diferente, una novela negra española. De verdad, sin complejos, sin calcos, sin imitaciones, sin emular a nadie. Hacer algo sea verdaderamente autóctono, que no sea castizo, porque aquí cuando vemos un autor autóctono enseguida nos ponemos castizos y el casticismo no me interesa especialmente”. Entonces pensé: “hagamos que asesinen a una turista en Mallorca”. Esto es una manera de contar la realidad española, de la costa, de los turistas. Situemos un homicidio en ese espacio emblemático de la primera industria nacional, y además que la muerta sea una extranjera para que perturbe un poco la realidad del escenario donde se produce. Y entonces, pensando en el crimen, vi que necesitaba buscar un detective que me permitiera contar lo que yo quería contar. Fue muy sencillo. Si aparece una turista muerta en una cala de Mallorca, le toca a la Guardia Civil. Así que fui a por un guardia civil. Además, con un guardia civil no hay confusión. No hay guardias civiles en Chicago o San Francisco. Yo conocía a algunos con los que había tenido algún trato profesional, por asuntos de temas penales, y veía unos personajes que se salían mucho de los tópicos: gente que no vestía uniformes, gente que era joven, las primeras mujeres. Decidí tirar por ese camino, un guardia civil que no tenga nada de todo lo que la gente espera de ellos, pero que sea real y que tenga que ver con lo que es la realidad del trabajo policial en España en este momento. Y así es como nació.

P. ¿Nació primero Bevilacqua o Chamorro? A los lectores nos cuesta imaginar a uno sin el otro.

La primera imagen de Bevilacqua la tuve antes. Cuando hice la mili, en el cuartel se alojaba un guardia civil. Había un pabellón de suboficiales y por las noches que yo estaba de guardia venía un tipo y enseñaba una tarjeta profesional de la Guardia Civil. El tipo venía vestido casi de mendigo, desharrapado, con melenas, etc., y la gente decía “este es un guardia civil” y corrían muchos rumores. Yo no sé exactamente lo que hacía este hombre, pero decían que estaba en tareas de información antiterrorista, que se pasaba el día tirado por el metro de Madrid vigilando itinerarios sensibles. No pude evitar acordarme de este hombre cuando empecé a pensar en mi personaje. Mi primera percha fue ese hombre al que yo había visto que no iba nunca vestido de guardia civil, y sin embargo lo era. Chamorro vino después, pero el perfil de Chamorro también me fue relativamente inmediato porque yo viví de niño en una colonia militar y tenía amigos y amigas que querían ser militares. Muchos de ellos, los chicos, se hicieron militares, pero las chicas, que aunque eran pocas alguna había que se quería hacer militar, no podían porque la mujer entonces no podía entrar en las Fuerzas Armadas. Así que un par de ellas entraron en la Guardia Civil. Tenía referentes cercanos, de personas con las que yo había estado jugando de niño, que habían acabado siendo guardias civiles.

P. Teniendo en cuenta que muchos guardias civiles entran en la reserva con cincuenta y pocos años, ¿cuánto tiempo seguirá en activo Bevilacqua?

"Cuando Bevilacqua tenga que jubilarse, se jubilará"

No mucho más. Intento pensar que le queda una década aproximadamente. Voy con un poquito de retraso en su cronología. La novela que acabo de publicar ahora sucede durante el año 2014, con lo que tengo un margen. Bevilacqua es del 63, cumplirá 58 dentro de no mucho y bajo ciertas circunstancias se puede prorrogar la actividad. Esto va cambiando a medida que van cambiando las leyes, pero mucho más allá de los 60 no le podré utilizar, con lo que le queda una década. Luego puede pasar a la empresa privada, puede irse a su casa a leer sin más… Hay algunos guardias civiles que están en una unidad que se dedica hacer análisis criminal y suelen ser veteranos y jubilados. Lo puedo mandar ahí, o lo puedo dejar como el viejo de la tribu, y mientras sus compañeros más jóvenes siguen investigando crímenes en activo, pueden ir a verlo casa a preguntarle… No lo sé. Cuando tenga que jubilarse, se jubilará. No lo voy a sostener artificialmente. Incluso puedo recurrir a algún flashback, pero no se puede abusar de eso.

P. No vas a resucitar a Sherlock Holmes.

Lo que pida la realidad. Yo creo que el narrador realmente lo que debe hacer es fijarse en cómo construye historias la realidad, que lo hace de manera inapelable. Al final, el creador de ficción, lo que tiene que hacer es acercarse lo más posible a ser casi tan inapelable como la realidad. Cuando tú intentas construir una ficción con arreglo a las leyes de la realidad, en este caso un policía de ficción, debes hacerlo con sus cualidades, sus defectos y sus posibilidades. Porque un policía tiene muchas posibilidades, como escuchar lo que habla la gente por teléfono. Esa posibilidad no la tenemos tú y yo salvo que cometamos delito. Pero también tiene sus limitaciones, como que no puede hacer lo que quiera, que tiene una edad de jubilación, que tiene unas reglas. A mí me gusta que los personajes de ficción estén sometidos a las miserias y a las servidumbres de la realidad. Me parece que eso los enriquece.

P. Está claro que son tus personajes más famosos, pero dime cuál es tu novela preferida del resto, esa que tal vez el público tiene olvidada pero tú reivindicarías.

La verdad es que no tengo unas predilecciones muy marcadas porque cuando me embarco en una novela me meto mucho y siempre intento creer que esta es la mejor novela que podría escribir ahora mismo. Y al final te comprometes mucho con todo, por lo que no puedes seleccionar. Hay tres novelas de las que puedo hablar de manera especial que son La flaqueza del bolchevique, El nombre de los nuestros y La sustancia interior. Salvo la primera, por la película, no son novelas muy conocidas entre el público, pero las tres para mí tienen valor. La flaqueza del bolchevique fue mi talismán. Cuando yo no esperaba dedicarme a la literatura, la presenté al Nadal, quedé finalista, y a partir de ahí mi historia cambia radicalmente. Esa fue la novela que a mí me permitió ser escritor profesional. Y la verdad es que le estoy muy agradecido, y no sé si es la mejor o no es la mejor, ni lo sé ni me importa, pero sí sé que le debo mucho a esa novela. La sustancia interior es mi homenaje a Kafka. Si nos centramos en la Edad Moderna y Contemporánea y sacamos así del concurso a Homero y Virgilio, Kafka es el segundo o el tercer escritor más importante de la Historia. Para mí, el más importante, sin duda, es Cervantes, y el segundo dudo entre Shakespeare y Kafka. Y yo quería hacer un homenaje a Kafka, que es una temeridad absoluta, y escribí La sustancia interior. Es una novela muy marciana que ha leído poca gente, pero cuando alguien me dice: “Me he leído La sustancia interior y me ha cambiado la vida”, es asombroso. A mí me ha llegado a decir un tío: “Me leí La sustancia interior y abandoné mi trabajo, cambié mi vida y estoy muy agradecido, porque al cambiar mi vida a partir de ahí fue a mejor”.

P. Una gran responsabilidad.

Bueno, ese me dijo que su vida fue a mejor, pero a ver si va a llegar uno y me va a partir la cara. “Por tu culpa dejé mi trabajo”. Ahí declinaré toda responsabilidad, que tampoco se postula como un manual de autoayuda, simplemente es una novela. Pero digamos que es un homenaje a Kafka que para mí tiene mucho valor. Y El nombre de los nuestros es un homenaje a mi abuelo Lorenzo y a los hombres de su generación. Hombres a los que masacraron y machacaron, primero en la guerra de Marruecos y luego en la Guerra Civil. Este país fue muy cruel con esa generación. Trituró a cientos de miles de jóvenes de una manera infame. Creo que la memoria literaria de eso ha sido escasa: la memoria literaria de Marruecos muy limitada y en cuanto a la memoria literaria de la Guerra Civil, pese al topicazo que una y otra vez se dice de que ya se ha explotado en exceso, para mí que lo principal y más significativo aún está por contar, con alguna excepción honrosa como Chaves Nogales y dos más. Para mí la Guerra Civil está todavía por contar literariamente como se merece, también la aventura de esos hombres a los que les destrozaron la vida, les destrozaron el futuro, les destrozaron el alma, literalmente, para nada.

P. ¿Con qué nos has sorprendido este año en Getafe Negro?

Lorenzo Silva, en Getafe Negro. Foto: Jeosm

Lorenzo Silva, en Getafe Negro. Foto: Jeosm

Sorprender cada vez es más difícil. Nosotros por lo que hemos apostado desde la primera edición es por tres cosas. En primer lugar, escoger un país como hilo conductor y dentro de ese país, en la medida de nuestras posibilidades y en la medida de los socios que encontramos, que no siempre dan el mismo juego, tratar de llevarle a la gente una visión lo más completa posible de la literatura del país en cuestión. En este caso el país invitado es Argentina. La segunda apuesta que hace el festival es siempre apegarse a la actualidad. Siempre lo hemos hecho y una seña de identidad del festival es tratar de agarrarse a lo que en cada momento está vivo y está, digámoslo así, en ebullición en la realidad que nos rodea, no solo española sino global. Este año tenemos un par de ideas articuladoras del festival. Una de ellas es la cuestión de los refugiados, que más allá de ese fenómeno concreto es la cuestión de las personas desplazadas en el mundo en el que vivimos, y de la gravedad y las razones de su desplazamiento. Y otro de los ejes temáticos, que también tiene que ver en cierto modo con este, es la cultura del abuso y el relato insuficiente que hacemos de las víctimas, no solo en la novela negra en general sino también en la sociedad y en el relato que hacemos del mundo en el que vivimos.

P. Un tema amplio.

"No hacemos Getafe Negro sólo en torno a los tópicos o a los platos típicos de la novela negra, sino que siempre ampliamos los márgenes"

Sí, pero vamos a ir a todas las relaciones de violencia en las que se produce claramente una desproporción de fuerzas entre víctima y victimario, y a reflexionar sobre esa dinámica por la que quien tiene superioridad sobre otro se sirve de ella una y otra vez para dañarlo. Ahí intentaremos ofrecer también alguna perspectiva novedosa, no quedarnos simplemente en lo que todo el mundo puede prever. Y la tercera idea que siempre hemos planteado es que nosotros partimos de la novela negra pero no hacemos el festival solo con literatos, ni hacemos el festival sólo en torno a los tópicos o a los platos típicos de la novela negra, sino que siempre ampliamos los márgenes. Y es por esos márgenes ampliados por donde podemos sorprender en el festival para no encontrarnos con un discurso sobre los temas de siempre, planteados de la misma manera, para llegar normalmente a las mismas respuestas.

P. ¿Hay algo que te habría gustado hacer en Getafe Negro pero que, como diría Rajoy, la realidad no te dejó llevar a cabo?

Podría mencionar varias cosas. He invitado a gente que no ha podido venir, o no ha querido venir, o no ha estado accesible para venir. Eso siempre pasa, aunque cada vez menos. Sí es verdad que al principio había mucha distancia entre nuestra carta a los Reyes Magos y lo que los Reyes Magos nos traían. Estaba muy por debajo. Ahora que hemos ido avanzando ediciones, que hemos ido ganando resonancia, respeto y conocimiento de que tratamos de hacer algo medianamente serio, los Reyes Magos nos traen más, de entre lo que les ponemos en la carta. Pero siempre queda algo, es inevitable, y siempre queda algo importante. Eso también es una experiencia. Por ejemplo, tengo una cosa en mente, que estaría muy bien: tener a James Rhodes, el autor de Instrumental. Cuando hablo de la cultura del abuso y de la violencia del fuerte sobre el que no tiene fuerza hablo de historias como esa. Y lamentablemente no ha podido ser. Hemos estado negociando hasta el último momento, realmente él tiene disposición a venir, sus editores han colaborado, pero a última hora tiene una serie de conciertos en Alemania y nos quedamos sin él. Digamos que siempre te queda pendiente algún plato de los que más te gustan.

P. Una pena. Habría sido toda una experiencia verlo en Getafe.

También hay una asignatura pendiente que a mí sí me gustaría algún día poder solventar, pero es muy difícil. Es algo que he visto en otros países y me parece que es algo que en un festival como éste, patrocinado por una ciudad, debe cuidar y atender. Hay ediciones en que lo hemos conseguido, pero es muy difícil por la propia dinámica de los interlocutores con los hay que tratar, no lo hemos conseguido como yo querría y lo hemos conseguido mucho menos lo que yo querría. Hablo de implicar a los centros de enseñanza y especialmente los centros de secundaria, que es donde están los futuros lectores o no lectores, en aprovechar la oportunidad que yo creo que supone tener en Getafe a un centenar de autores todos los años, dispuestos a participar en este tipo de actividades. Y sin embargo es muy difícil por la burocracia de la administración educativa y por las dinámicas docentes. Es muy difícil, salvo algún año que hemos hecho cosas muy buenas, como organizar un encuentro con Eduardo Mendoza con casi 900 chavales. Pero no conseguimos que eso tenga la regularidad, la continuidad y la extensión que a mí me gustaría.

P. Es llamativo que no se pueda llevar a cabo. Debería ser al contrario.

Es curioso porque a veces parece que hay gente que no tiene ganas, y otras veces me dicen que es muy complicado porque tienen los programas muy cerrados, o que esas salidas se tienen que organizar con mucha antelación, debatirse con sus consejos escolares… Parece haber una infinidad de problemas…

P. Los sacas de su zona de confort.

Te voy a contar un ejemplo. Hace varias ediciones organizamos un encuentro con José Luis Sampedro. Fue una de las últimas veces que habló en público y fue maravilloso. A José Luis Sampedro, hasta el final, daba gusto escucharlo. Además se lo preparaba mucho y lo hacía muy a conciencia. Y no había manera de traer alumnos. Entonces, un día, en una firma de libros, hablando con un señor que vino a que le firmara, no sé cómo salió la conversación, le conté mi disgusto porque tenía a José Luis Sampedro en Getafe, estaba intentando organizar algo y me costaba mucho con los institutos. El tipo se quedó extrañado. “¿Que tienes a José Luis Sampedro en Getafe? ¿Que quieres llevar a chavales? ¿Que te quedan huecos en la sala?”. Resultó que era profesor de instituto en Leganés, y me preguntó si me importaba que llevase a todos sus alumnos. Pero el acto era dos días después y ya me esperaba yo que hubiera problemas en organizar la salida. Y me contestó, muy sorprendido: “¿Problemas? ¿Para llevar a mis chavales a escuchar a José Luis Sampedro? Si alguien tiene algún problema que me demande, que me presente una querella criminal y ya la responderé”. Y ahí se plantó el hombre con los alumnos.

P. Requiere implicación de la otra parte.

A veces nos falta sensibilidad y complicidad por parte de más personas de las que uno supondría que más deben tenerlas. Como dice el chiste, son partidarios hasta cierto punto, siempre que no les represente un problema. No descarto que nosotros también fallemos. No siempre es fácil prever todo con mucha antelación. Ojalá yo fuera capaz de dar ese programa cerrado cinco meses antes, pero es muy difícil. Podemos adelantar algunos invitados, o que tendremos algunos autores que aún no están confirmados… Por alguna razón no terminamos de encontrar una manera de que eso sea regular, es decir, que el festival tenga un espacio natural que sea de los chavales, para que puedan aprovechar todo lo que la ciudad gestiona y consigue cada año, que es llevar a cien personas interesantes.

P. Yo lo veo como una oportunidad. Una oportunidad muy buena. Ojalá hubiera tenido algo así de niño.

Sí, pero yo ahí tengo una frustración. Y puede que sea torpeza mía, no lo descarto, que no sea yo capaz de adaptarme a los tiempos y maneras de mis interlocutores.

P. Hablando de institutos, ¿qué leías con 15 años?

Con 15 años leía básicamente a Kafka. Creo que lo descubrí con 15 años y con 16 me lo había leído todo. Por supuesto algo de novela policíaca, aunque no era lo que más leía. También mucho sudamericano: a Borges, a Cortázar, a Onetti, a Sábato… Entre los españoles leía mucho a Sender y recuerdo con mucha pasión la lectura de La crónica del alba, sobre todo las tres primeras novelas, que me parecieron y me siguen pareciendo deslumbrantes.

P. ¿Y con 30 años?

Entonces ya leía absolutamente de todo. Leía más novela policíaca, con otra mirada completamente distinta porque ya había perpetrado algo que se parecía. En aquel momento fue cuando me lancé a profundizar en la literatura centroeuropea. A partir de Kafka autores como Musil, Stefan Zweig, Thomas Mann… Me parece que es un yacimiento fascinante que requiere eso sí, una cierta madurez para poderle sacar partido. También a ciertos norteamericanos contemporáneos, Auster, McCarthy, Roth…

P. ¿Qué estás leyendo ahora?

Este verano he leído por obligación casi el 80%. He leído mucha novela inédita para un par de premios de los que soy jurado. También mucha documentación para un libro que estoy preparando sobre un episodio de nuestra historia más reciente y para otra novela histórica de hace 80 años que llevo entre manos. Por placer he leído fundamentalmente historia y biografía. No he podido leer novela por placer, la que he leído ha sido por obligación, pero lo que he escogido por placer fuera de la novela la verdad es que me ha gratificado mucho. He leído un libro sobre Grecia que es una joya, que se llama Historia menor de Grecia, de Pedro Olalla, editada en Acantilado. Una joya por lo que cuenta y por cómo lo cuenta. Luego, entre otras cosas, tengo una biografía monumental de Walter Benjamin que me voy leyendo a sorbos. Más que nada porque no me la puedo llevar a los viajes, es un libro demasiado voluminoso pero merece la pena tenerlo en papel. Es una biografía publicada por la Universidad de Harvard y es una verdadera maravilla. Es un viaje a su vida, a su obra, a la Europa de entreguerras. Los autores son Howard Eiland y Michael Jennings, y que se titula Walter Benjamin: A Critical Life. Es tan bueno que, cuando estás leyendo dices: “este libro tan bueno es muy probable que no se traduzca al español, que nadie consiga levantar un proyecto editorial que permita hacer rentable traducir este libro”. Tiene casi setecientas páginas, además con una prosa muy bien escrita, muy natural pero con todas las ideas filosóficas de Benjamin, con lo que la traducción es ni mucho menos sencilla. Piensa que quien intente acometer eso al final va a vender 600 ejemplares, si no le piratean en ninguna parte.

P. Es una pena el tema de las traducciones. Yo tengo la sensación de que me estoy perdiendo todo lo que está escribiendo gente de mi generación en otros países.

No te quepa duda.

P. Ha salido hace poco Yeruldegger, una novela negra ambientada en Mongolia. Ahora mismo estoy leyendo a Marlon James, que es jamaicano. Pero me parece muy llamativo que prácticamente no nos lleguen traducciones de esos países, salvo cosas muy puntuales, y como tú dices, puede que se estrellen comercialmente.

Todo tiene un precio. Mira, uno de los libros más interesantes que yo he leído sobre el error constitutivo del mapa político de Oriente Medio, que es la partición del Imperio Otomano tras la I Guerra Mundial entre británicos y franceses, con la supervisión de los americanos, se titula A Line In The Sand, de un británico llamado James Barr. Es un trabajo maravilloso, un buen periodista que ha hecho un gran relato con mucha documentación para entregarte vívidamente quiénes eran Sykes o Picot y de dónde salieron. ¿Por qué se encontraron esos dos tíos en una mesa pactando lo que iba a ser el mundo de los siguientes cien años y desencadenando una guerra que lleva durando lo mismo? Pues todo eso está muy bien contado y me gustó tanto que, aunque no estaba traducido, hice una reseña. Y el autor, como en Internet todo se lee, leyó la reseña y me escribió para agradecérmelo por Twitter. Y me preguntó por qué ese libro no está traducido en español cuando sí está en francés o italiano. Y como me comunico por Twitter le dije que se lo podía explicar en tres tweets. Uno con lo que vale la traducción, otro tweet con el público que tiene este libro en España, y el último calculando, respecto de ese público, cuántos lo van a pagar y cuántos lo van a mangar. Le di a entender perfectamente por qué ese libro no se traduce. No porque no sea interesante, que lo es y mucho.

P. Hablando del demonio. En tu web tienes varios relatos para su descarga gratuita. ¿Alguna vez te los has encontrado pirateados?

Sí. Ya lo creo. Es grandioso.

P. ¿Qué me estás contando? Lo he preguntado casi de broma.

Me he encontrado pirateado en una web un libro que yo regalo. Un libro que se vende a precio cero. Pero se ve que vender a precio cero legalmente no tiene el mismo morbo que mangarlo, no tienes la sensación de estar burlando los derechos de alguien, debe de ser más estimulante robarlo.

P. ¿Qué se puede hacer contra eso?

Nada. Relajarse y disfrutar. No puedes hacer otra cosa que tratar de mantener la relación con la gente… No sé qué adjetivo a emplear, de verdad. Tampoco me importa mucho que se ofendan. Tratar de relacionarte con la gente decente y generosa que pudiendo robarte los libros, los compra. Y decir: “yo trabajo para esta gente”. Y a los demás, lo siento pero como si les parte un rayo. Parto de la base de quien no tenga medios, bueno, tal vez no tenga otra opción… aunque para eso están las bibliotecas. Pero es que hay mucha gente que tiene los 10 o los 6 o incluso los 3 € que puede valer uno de mis libros en formato electrónico y que no se los gasta porque no le da la gana cuando seguro que se los está gastando en otras muchas cosas todos los días.

P. El precio de dos cafés.

Lo siento, pero esa gente para mí ha dejado de existir. Y no los considero ni lectores. Es como si vas por el campo y te salta una garrapata. No es más que eso. Tienes que procurar evitarlas y centrarte en todo lo que hay por el campo que no son garrapatas.

P. Publicas en un gran sello como Destino, y al mismo tiempo eres editor de Playa de Ákaba, una pequeña editorial. ¿Qué es lo mejor y lo peor de ambos mundos?

Tengo que decir que en Playa de Ákaba soy un editor un poco en segundo plano, porque la empresa realmente la sostiene mi socia, Noemí Trujillo, ya que ella es la que lleva el día a día de la editorial. Además tenemos algunos colaboradores y yo ni mucho menos estoy leyendo todos los manuscritos que llegan, no puedo, la vida no me da para hacerlo. Sí procuro leer todo lo que puedo y apostar. Alguna de las apuestas que salen son textos con los que me voy tropezando yo. Nunca he tenido una visión negativa del oficio de editor. Incluso cuando empezaba tuve la suerte de que me rechazara un par de manuscritos Constantino Bértolo, quien me mandó unas cartas preciosas que además siempre acababan con un párrafo maravilloso que decía: “Esto naturalmente sólo es nuestro criterio. La historia está llena de errores editoriales”. Cuando ese editor me rechazaba, tenía ese detalle que apreciaba, veía que detrás había alguien con un corazoncito, que sabía que había defraudado tus expectativas y que sabía que se podía equivocar. Podría no haberlo hecho, pero se tomaba la molestia de decirle a la persona a la que rechazaba que no era más que una opinión, que podía ser una opinión errónea, para no matarle la esperanza. Ya ves, incluso en esa época yo tuve mensajes positivos de los editores.

P. Ahora se lleva más el silencio administrativo.

"El verdadero editor es alguien que sale a pelear por el autor, para evitarle al autor el mal trago de salir a la plaza pública a vocear su propia mercancía sin que nadie más la defienda"

Sí, claro, porque alguna veces no se llega. Yo también lo padecí en su momento. Digamos que el editor, que siempre se ha visto de una manera muy negativa, incluso por los autores, es básicamente una persona que está deseando encontrar un gran libro que nadie conozca para patrocinarlo y promoverlo él. Con lo que realmente sueña, de lo que están hechos los sueños húmedos de los editores, no es de vender 400.000 ejemplares de Ildelfonso Falcones, que eso lo puede hace cualquiera, o no, porque ya veremos cómo salen las cosas, sino de vender a lo mejor sólo 40.000 de un señor a quien nadie conocía antes de que el editor en cuestión le diera por primera vez una oportunidad editorial. Es una profesión que sale desde la ilusión y el verdadero editor es alguien que sale a pelear por el autor, para evitarle al autor el mal trago de salir a la plaza pública a vocear su propia mercancía sin que nadie más la defienda. Es un mal trago con cualquier mercancía, pero especialmente cuando es una mercancía que te has sacado de las tripas, que te ha sacado de la memoria y que contiene tantos jirones de tu cuerpo y de tu alma. El editor es el que impide que ese señor salga solo a vocear la mercancía al mercado y le dice “no te preocupes, tú quédate en casa que yo salgo al mercado a vocear la mercancía por ti, voy a pelear por ti, para que vean que por lo menos yo creo en ti, y voy a salir ahí que me partan la cara a mí si me equivoco”. Eso para mí es la función del editor.

P. Muy gráfico.

El libro que más me ha enseñado sobre la edición es el de las memorias del fundador de Random House, Bennett Cerf. Está publicado en Trama Editorial y se titula Llamémosla Random House. Bennett Cerf es un señor que sacó adelante, promovió y llevó a donde no estaban autores como Truman Capote y varios Premios Nobel. Consiguió que un libro ilegal fuera un éxito de ventas. Ese libro ilegal era el Ulises de Joyce, que estaba prohibido en Estados Unidos. Él quería publicar ese libro pero no tenía dinero para el juicio, así que consiguió convencer a un gran abogado de que defendiera el caso sin cobrar, acordando que, a cambio, se llevaría un 2% de lo que vendiera el libro. Así consiguió engatusar a un abogado que defendió el caso, lo ganó y luego se hizo rico con los derechos que recibió del Ulises que le cedió el propio Cerf. Realmente leyendo este libro te das cuenta de que un editor, un buen editor, puede ser el que hace la carrera de un gran escritor, o puede ser el que a un gran escritor le permite desarrollar su potencial, o puede ser que a un gran escritor le permite tener a raya sus obras, tener bajo control sus paranoias, incluso muchas veces no dejarse devorar por sus puerilidades. El libro es muy sincero.

P. ¿Ha cambiado tu visión de los escritores desde que también ejerces de editor?

Una cosa que me llama muchísimo la atención son las rabietas, las pérdidas de los papeles, las cosas absolutamente fuera de lugar. Una anécdota que es muy graciosa que cuenta Cerf, y que no es suya sino del señor que le enseñó a él el oficio de la edición, Horace Liveright. Se refiere a un autor al que Liveright le consiguió vender los derechos de una novela para Hollywood, en los años 30, por 85.000 $. Era una cantidad astronómica de dinero por entonces. Liveright había pactado con el autor que iba a negociar la venta de los derechos y que si conseguía venderlos por más de 50.000 $, él se llevaba el 50% del exceso sobre esa cantidad. Lleva a cabo la negociación, con éxito, y le monta una cena para explicarle que le ha conseguido vender la novela, y la sorpresa es que ha sido por 85.000 $. El autor se alegra un montón. Y claro, luego le explica que a él le van quedar limpios tantos dólares al descontar su comisión. En ese momento, el autor le contesta muy ofendido: “¿Cómo? ¿Que me vas a robar?”. Y le tiró un café a la cara y se fue. Liveright, mientras se limpiaba la cara en aquel restaurante de lujo en Manhattan, le dijo a Cerf: “Bennett, nunca olvides esto: los autores son todos unos hijos de puta desagradecidos”. No es verdad, y nunca he pensado eso, pero hay autores que ni siquiera saben lo que les conviene. Ser editor es saber defender a la gente incluso de eso, respetando al propio tiempo su talento, su libertad, y su creatividad que en cada caso es única. Por ejemplo, cuando un autor nos presenta algo y lo leemos, y veo que hay cosas que creo que deberían ser de otra forma, se lo digo con mucha claridad. “Creo que esto mejoraría quitando esto, poniendo esto, pero eliges tú porque el libro es tuyo. Si estoy planteándome editarte es porque creo en ti como autor y si tú estás convencido de que esto ha de ser así, pues yo no quiero publicar al autor que yo adultero, sino al autor que me interesa y se publicará como tú digas”. La mayoría de la gente, con ese planteamiento, se lo piensa y te hace caso. Además le hago ver muy claramente que si está convencido de que eso ha de ser así, así será, y así lo publicaremos.

Lorenzo Silva, en la biblioteca de Carabanchel. Foto: Luis Cerdeira

Lorenzo Silva, en la biblioteca de Carabanchel. Foto: Luis Cerdeira

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