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Manuel Vilas: “Hay dureza en el oficio de escritor en España”

Manuel Vilas - Foto Jeosm

Que Manuel Vilas pida un café con leche desconcierta. Acaso por el aspecto áspero de su piel, el mentón partido o ese aire desamparado que tienen los tipos duros, quien se sienta ante él da por hecho que a estas horas lo suyo es más whisky con hielo y Lexotanil que infusiones. Pero no. Manuel Vilas no bebe whisky ni desayuna pastillas. El hombre está roto, pero no cayéndose a pedazos.

¿Dónde están las fisuras de Manuel Vilas? En todas y cada una de sus páginas: desde su novela España (DVD, 2008), pasando por los versos de El Hundimiento (2015) o los relatos de 700 millones de rinocerontes (2014) hasta El regalo luminoso, Aire nuestro o Los inmortales. No hay poema ni frase suya que no delate demolición. La obra de Vilas es el resultado de quien lleva años triturando sus huesos a dentelladas. Porque si la palabra es el diente que roe; sus libros son las astillas que él escupe a su paso y con las que sus lectores espantan el hambre.

"Es imposible leer a Manuel Vilas sin retratarse, sin dejarse un trozo de piel en la alambrada de la prosa."

Ante una taza humeante de café, Manuel Vilas luce el rostro de un hombre educado y risa sabrosa, también el aspecto acolchado de quienes prefieren los plumas a los abrigos. La razón que da pie a esta entrevista es América (Círculo de Tiza), su más reciente libro, uno en el que relata su recorrido por distintas ciudades del Midwest americano —reparte su residencia entre EEUU y España desde hace dos años— y en el que compone una rara foto que, sin ser nuestra,  nos incluye. Porque es imposible leer a Manuel Vilas sin retratarse, sin dejarse un trozo de piel en la alambrada de su prosa.

En América, Vilas olisquea  costumbres y fantasmagorías ajenas, como si buscara algo de sí mismo en ellas: hoteles desangelados en el medio de ninguna parte; la forma apocalíptica en la que cae la noche en las autopistas del Midwest; la manía de las personas de “decorar su soledad con abalorios” o el olor del basement (del sótano) como quintaesencia de la clase media estadounidense. América es un libro que se presta más a la llama del poema que a la pomada de la no ficción. Lo recorre algo subterráneo, acaso el hedor de los sótanos llenos de objetos estropeados —la memoria colectiva como una montaña de comida que caduca bajo tierra— o la electricidad de almacenes de cuya abundancia nadie podrá dar cuenta jamás.

"Por muy grande que sea la desesperación de un país o un continente, más grande será siempre la mía"

“Por muy grande que sea la desesperación de un país o un continente, más grande será siempre la mía», escribe Vilas en este ensayo. Nunca un clavo ardiente brilló con tanta fuerza, al menos en la frente de quien lee. Por eso esta entrevista: para hablar de la manada de objetos que pastan en este libro- vía crucis, pero también para ir a buscar las muchas versiones de Manuel Vilas, un escritor que roe sus huesos, nos alimenta con sus astillas y nos prende fuego con sus palabras.

manuel vilas

—En América ocurre lo que en 700 millones de rinocerontes. El libro está atravesado por un desasosiego, una cierta melancolía o acritud. ¿Qué es exactamente?

Es la desesperación. Por eso el libro está dedicado a los desesperados. Y aunque debo decir que he educado mi desesperación, es algo que está presente desde hace tiempo. Estados Unidos es un país donde la gente está desesperada —Manuel Vilas ríe— . Quizá se trate de un sentimiento de época que, en algún arquetipo moral, podría explicar el triunfo de Donald Trump y obedece a una especie de fin de ciclo.

—Por muy grande que sea la desesperación de un país, la mía siempre será mayor, escribe en estas páginas.

Esa es una reivindicación de la identidad frente a las naciones. Por muy grande que sea un país, siempre será más grande el yo, el individuo. Siempre será mayor mi identidad y mi angustia.  En Estados Unidos a la gente le va bien y sin embargo sus vidas están atrofiadas. Proyectan una insatisfacción que no se sabe de dónde procede. A mí el país me fascina. Va mucho con mi carácter.

—Describe el Midwest como un lugar en el que la gente decora su soledad con abalorios.

—Mi mirada sobre EE UU está filtrada por los objetos. Lo que me fascina es la exaltación de la materia: desde los rascacielos hasta las autopistas, los scalextric de las grandes ciudades. Es algo que me tiene mosqueado y flasheado. Por eso en el libro la idea de consumo está tan presente.

—Oh, sí. Llega a comparar Walmart con el corazón del poeta, porque ambos están abiertos 24 horas al día.

Es que es así. La idea de la abundancia te desespera porque nunca vas a poder dar cuenta de ella. Nunca vas a poder utilizar tantas cosas. La abundancia me sobrecoge, tal vez porque provengo de un mundo rural y  de una familia humilde. Encontrarse con eso genera desesperación.

"No es un libro sobre Nueva York, sino sobre el Midwest. La América profunda. La América de los basements (sótanos), y de los malls, y de las urbanizaciones, y de ciudades que son, en verdad, la ausencia de toda ciudad."
 

—América podría ser el compendio de las muchas postales que componen un viaje, pero, ¿cuál? ¿qué está buscando Manuel Vilas?

Este es un libro de viaje por distintas ciudades que dibujan el fantasma de América. No es el libro de un experto, es el libro de un escritor que viaja a los Estados Unidos. Es una tradición, cualquier escritor español que viaja a los EEUU escribe un libro, desde Lorca —la risa de Vilas vuelve a aparecer, cual bocinazo para la ironía— . Lo llamativo, en este caso, es que no es un libro sobre Nueva York, sino sobre el Midwest. La América profunda. La América de los basements (sótanos), y de los malls, y de las urbanizaciones, y de ciudades que son, en verdad, la ausencia de toda ciudad. Todo tiene una existencia  fantasmagórica. Eso es lo que yo quería contar en el libro: Minneapolis, San Luis, o el Mississippi. Las casas son familiares, pasan de padres a hijos y en torno a ellas se construye la ficción de la familia, que es también un fantasma, como en las series de terror. Hay algo fantasmagórico que el basement norteamericano resume. Todos los recuerdos de la ciudad van a parar ahí.

Manuel Vilas por Jeosm

—El olor de los sótanos está presente, como si algo de EEUU se pudriera en ellos, bajo tierra.

Los EEUU que yo conozco tiene un olor particular: el de las maderas, la humedad y las moquetas. Según a qué sitios entras, pega más o menos. En el fondo, mi mirada es muy ordinaria, porque va a esas cosas: al olor, por ejemplo. En algunos momentos la moqueta huele tanto que da la sensación de descomposición del aire. El basement, ese subterráneo con una especie de memoria extraña donde puedes encontrarte desde el vestido de novia de la bisabuela hasta juguetes de los años 30. Y ya sabes lo tétricos que pueden llegar a ser en algunas ocasiones, porque piensas: estos juguetes pertenecen a un muerto. Hay un espectáculo de la historia personal de la casa que linda con el terror. Stranger things, que es una serie de terror, está muy relacionada con los basements. Y la idea del zombi también resulta muy natural. Algo que podemos ver tan imaginativo… en el fondo no lo es tanto, porque emana de ahí. Hay casas construidas al lado de los cementerios, sin tapia, sin una separación entre la vida y la muerte.

—Hay una modalidad de soledad que permea en todas las capas de la vida que describe y que delata poca salud mental. Una sociedad enferma, neurótica. Piénselo: de los 7 premios Nobel de literatura de EEUU, 5 eran alcohólicos.

Se ve mucho, por ejemplo, en la obesidad. Es uno de los mayores espectáculos de autodestrucción que he visto. Son suicidios lentos, gente que come hasta matarse. Ocurre en determinados colectivos algo más desfavorecidos, por ejemplo los negros. Parece como un martirio elegido. Gente joven que a los 20 años pesa 150 kilos… ¡va a morir, se les va a parar el corazón! Luego está la leyenda del alcoholismo, sobre todo los ex alcohólicos… Los EEUU es un país que se construye sobre la idea de las grandes oportunidades, de ahí que Trump no tenga ningún sentido, porque Estados Unidos es producto de la gran reinvención europea. Cuando hablo de Kafka y de América en el libro, hago referencia a su idea de que Norteamérica fue la segunda oportunidad de la cultura europea y de toda la cultura occidental: toda la población europea que va a parar allí y fundan ese país, algo así como una manada de ex alcohólicos. Y esa  fundación pasa por la idea de la libertad, la fraternidad. Los mandatos de la Revolución Francesa. Y esos son los orígenes de EEUU. La redención es muy americana y produce mitos fascinantes.

 

* * *

Que Manuel Vilas lleva rato nadando en las hélices de un remolino es algo que puede notar hasta el menos avispado de los lectores. Lo que sea que haya ido a buscar en el Medio Oeste americano lo consiga o no, lo redime en estas páginas. En América hay luz y penumbra, la operación permanente de quienes entran y salen de sí mismos. “He venido a estar aquí con vosotros, soy Vilas (…) El Soldado Vilas del Regimiento Barbastro, luchando con el Sur, porque Vilas lucha siempre al lado de los que perdieron”, escribe en uno de los tres ‘poemas americanos’ que cierran en volumen.

Nacido en Barbastro, en 1962, puede que la España de Manuel Vilas parezca demasiado lejana; acaso corregida por versiones razonables de progreso que la hacen lucir más esbelta, urbana y democrática. Sin embargo, él tiene sus dudas. Por eso España se mete en su prosa como un viento aragonés. Por eso se marcha tan lejos: para medir la escala que ocupa su soledad en las autopistas nocturnas de un país inverosímil, para darse una tregua con todo cuanto ha sido.  Por eso Manuel Vilas se ha quedado a vivir en la bisagra entre un país y otro.

"No se trata de cambiar de país, sino de descansar de todos los países, de todas las naciones (…) Desistí de lo que fui."

“No se trata de cambiar de país, sino de descansar de todos los países, de todas las naciones. Y hacerlo por envejecimiento propio, no por inquina ni por ideología ni por los rigores intelectuales, sino por agotamiento. Desistí de lo que fui”, escribe en América. Estados Unidos se revela en él como esa puerta de entrada para dejar colgado el abrigo europeo, el lugar ideal para una reinvención, la frontera que va de lo muerto a lo vivo y en la que él buscó una palabra que pudiera separar en sílabas, una que fuese posible romper en trozos o fracturar como un hueso. La palabra es una y es ésta: De-sis-ti-mien-to. La claudicación  ante la idea de España como identidad única.

Manuel Vilas habla de América

—¿En qué se parece EEUU a la ficción?

Es un país que parece de ficción, que no tiene freno a las pasiones. Las leyendas cinematográficas que tienen dicen mucho del país, como las películas de Clint Eastwood de Sin perdón. Los criterios del bien y del mal se reformulan con bastante imaginación. Es un país muy contradictorio, porque luego está la vigencia de lo políticamente correcto. Es un país poliédrico y donde hay 50 mil maneras de ser americano. Cualquier reivindicación está acompañada de la bandera, a diferencia de España. La sienten suya. El país es próspero por esa unión.

—Dice en este libro que, escribiéndolo, buscaba descansar de su identidad española. No para ser otra cosa, necesariamente. ¿Qué quiere arrancarse?

Este libro es una coincidencia, porque si Estados Unidos es una refundación colectiva, yo necesitaba una refundación personal. Alguien que necesitaba la reinvención, llega a un país que la exalta. Claro, no es ni mucho menos que esté diciendo que dejaría de ser español para ser estadounidense. Hay un problema de las nacionalidades, porque es una identidad que no te puedes quitar. Lo que soy como escritor me lo da España, lo que soy como ciudadano me lo da España. Lo que tuve fue un deseo de abolir todos esos espejos donde se reflejaba mi identidad: no quiero ser nada de esto.

"Este libro es una coincidencia, porque si Estados Unidos es una refundación colectiva, yo necesitaba una refundación personal."
 

—¿Qué hueso se le rompió a Manuel Vilas? ¿De dónde provino tanta aspereza?

Tampoco puedo ignorar que hay una cierta sensación de que mi literatura no ha cuajado en España. Tengo pocos lectores. Siento que siempre estoy a punto de desaparecer como escritor en España. Hay dureza en el oficio de escritor en España.

—¿Tiene que ver esto con una posible relación conflictiva de España  con su capacidad de contarse?

El relato de España es conservador siempre, proceda de la izquierda o de la derecha. Siempre es conservador: estética e ideológicamente y la idea de la literatura acaba siéndolo también.

—Sigo sin entender, ¿por qué está tan lesionada su relación con España?

Amo a este país y amo a los españoles, pero creo que somos víctimas de un mal gobierno permanente y de malas acciones políticas. Es como si me hubiese casado con España, como si España fuera mi mujer. Hay días en que me levanto cabreado con ella y otros en los que la adoro. Es una relación casi conyugal y en la que, a menudo, tengo la sensación de que me pone los cuernos y se va con otro. Mi lugar como escritor en España me resulta a veces extraño, no me siento cómodo.

"Mi lugar como escritor en España me resulta a veces extraño, no me siento cómodo."

—La escritura se suele fortalecer en este tipo de episodios. Pero también es cierto que en su voz literaria reina una idea de periferia.

Mi literatura produce incomodidad y tal vez eso sea el motivo de todo esto, porque meto el dedo en llagas raras y a la gente no le gustan esas cosas, prefiere una literatura más amable o menos explícita, más oblicua. La mía es demasiado agresiva; y lo digo como defecto. Pero este tema, la verdad, no da mucho más de sí. Lo explico en el prólogo de América: llevo ya muchos años intentando trasladar literariamente España a cuentos y novelas y eso me produce un desistimiento.

—En usted la poesía tiene un peso enorme. Pero… ¿cuál es su relación con los géneros literarios?

Para mí la poesía es fundamental, pero es veneno para la literatura. Cuando dices poesía salen todos corriendo. No le importa a nadie. Yo he escrito poesía con la idea de crear lectores, porque es un género literario muerto que no le interesa a nadie, y muchas veces por culpa de los propios poetas. Aunque es cierto que existe un grupo de jóvenes que están haciendo cosas distintas e importantes. He intentado escribir una poesía que haga un retrato moral de este mundo, que es lo que debe hacer la literatura. Al menos ese ha sido su quehacer histórico: el reflejo preciso e inteligente del mundo que le toca vivir  a uno. Eso es Flaubert, eso es Kafka o Luis Cernuda o Antonio Machado o Pablo Neruda o Roberto Bolaño…

Manuel Vilas habla en Zenda

—Se siente más poeta que novelista. ¿Hasta qué punto eso condiciona su forma de relacionarse con su escritura?

Me siento más poeta pero también entiendo que la idea de los géneros literarios es pedagógica. Existe una diferencia entre los géneros, pero en el siglo XXI se están escribiendo libros donde esas diferencias se difuminan: se puede narrar con un poema, se puede cantar en una novela. Yo estoy en ese lugar de incertidumbre, de exploración, donde los géneros se desvanecen y no porque quiera ser vanguardista (que no me interesa para nada, me considero un escritor realista), sin embargo exploro ese tipo de cosas. Los rigores se han desvanecido. Es ahí donde mi poesía, mis novelas y mis relatos acaban pareciéndose. Parecen gemelos. 

"Llevar la literatura al confín más allá del cual el lenguaje comienza a ser ruido, y que yo hice en España, pues no… Ya no se hace."

—¿Qué tan lejos están, por ejemplo, el Manuel Vilas de España y el actual?

Hoy no volvería a escribir algo como España. Es la novela de un outsider total; muy radical. Ya no tengo esa mirada. Ahora tengo una visión mucho más acomodada con las posibilidades razonables o exitosas en este país Vilas suelta una risa metralla. En el libro que hice sobre Lou Reed, el que editó Malpaso, explico cómo, en la última época de su vida, él llevó las cosas a los extremos, hasta ese punto en el que si iba un poco más allá, la industria le iba a decir: ‘No’. Eso se puede hacer en el rock porque es un espectáculo de masas pero en la literatura no. Llevar la literatura al confín más allá del cual el lenguaje comienza a ser ruido, y que yo hice en España, pues no. Lo curioso es que la búsqueda de esos límites ha sido consustancial a los grandes hitos de la literatura. Lo hizo Joyce con El Ulises, Lezama Lima en Paradiso o Juan Goytisolo en Reivindicación del conde don Julián. Nada de esto se hace ya. Quizá sea posible en algún arte como la música: siempre vas a vender muchísimos más discos que libros. Pero la verdad es que ya nadie explora hasta el límite. Está prohibido. Yo lo hice en esa novela  y vi que efectivamente era un suicidio literario. En este momento, a un escritor lo único que le vale es tener lectores, nada más.

* * *

Manuel Vilas leyó a Kakfa a los 17. Era una edición de sus obras completas que permanecía todavía sin abrir en la biblioteca de su casa. “Mi padre no pudo estudiar por la Guerra Civil, pero compró libros”, dice. A juzgar por sus palabras, compró títulos que ni siquiera llegó a leer. Cuando murió, Vilas encontró entre sus cosas páginas y páginas manuscritas con las palabras del diccionario. Tuvo que pasar el tiempo para comprender lo que eso significaba: en la vida de su padre y en la suya.

“Yo soy de esa España de clase media baja que pudo mandar a sus hijos a la universidad. Yo procedo de la noche negra del campesinado irredento español. Lo he escrito miles de veces. Yo soy producto de la sordidez, del hambre, de la enfermedad, de la locura y de la devastación. Ese es mi origen geográfico. Yo soy el primero que llega a la universidad y lo enseñan a escribir. Por eso hay esa violencia de clase social en mi literatura, que la tengo y la tendré siempre”, dice casi sin hacer pausas.

Pero no todo empieza con Kafka. Si existe una relación directa de Manuel Vilas con la literatura, ésta comenzó en 1974. Son los tiempos en los que el franquismo vive ya su etapa crepuscular, Nixon sale de la Casa Blanca tras el escándalo del Watergate y el cantante Lou Reed lanza el álbum en directo Rock and Roll Animal. Manuel Vilas tenía 12 años cuando lo escuchó y desde entonces no pudo sacárselo de la cabeza. Porque si unos comienzan con Salgari, otros llegan a la literatura, por qué no, de la mano del Rock and Roll. Ese fue, sin duda, su caso. El canto de una piedra que rula por el camino. Avanzar deshaciéndose. En Manuel Vilas el asunto es serio.

—¿Cuál es el primer libro que le dio una pedrada en la cabeza? Aunque en su caso podría ser también música.

A  la vez. Casi se dieron la mano. Yo empecé a leer poesía francesa, a Baudelaire y Rimbaud. En la poesía española a Jaime Gil de Biedma y escuché música de Lou Reed. Fue mi principio fundacional.

—¿Qué edad tenía?

Mi primer disco de Lou Reed lo escuché con 12 años. Parece inaudito pero es así. Escuché el Rock and Roll animal a esa edad. Ahí se me quebró algo en el cerebro. Su voz, la música. Había una combustión moral y espiritual que me sedujo. Como una especie de epifanía. Lou Reed me parece un genio. Adoro más su música que cualquier obra literaria. Cuando le dieron el premio Nobel a Dylan, dije: pues, normal. Escuchar a Lou Reed era como leer un libro. Ocurre con algunos, no con todos claro. Si Bob Dylan y Lou Reed hacen canciones tendremos que denominar otra cosa a los que hace David Bisbal —ríe—. Lou Reed siempre me pareció una experiencia literaria. Nunca para mí el Pop fue una experiencia que cayera fuera de la literatura. Era palabra cantada pero también palabras dichas: la voz humana. Tanto la voz de Bob Dylan como la de Lou Reed me parecen literatura. No las letras. Si Bob Dylan ni siquiera es un gran poeta, pero cuando canta es poeta. Su voz es la poesía misma. Como si la poesía tomara carne mortal en este mundo. Y ese es un fenómeno que produjo el Pop.

—España estaba bastante aislada como para que fuese sencillo acceder a aquellos discos en los años en los que los escuchó.

España estaba en el franquismo. Dio un Pop nacional que está bien, pero no ha dado figuras universales. Esas las produjo EE UU. En el libro de Lou Reed cuento cómo en 1975, con 12 años, viajé a distintos sitios para conseguir los discos. Me volví medio loco intentando conseguirlos. La primera vez que Lou Reed actuó en España fue en 1975, vivía aún el caudillo.  Había algunos discos suyos en España, mutilados claro. Le habían quitado Heroin. En ese libro cuento todas las dificultades de un adolescente para hacerse con aquellos discos: viajé a Andorra, conseguí muchos pero, sin duda, era dificultoso.

—El cisma Lou Reed, ¿tiene en usted otra equiparación como experiencia lectora?

Kafka… Kafka, Kafka —repite , tres veces seguidas—. De hecho, Lou Reed es el Kafka del Rock and Roll. Es una isla.

—La experiencia lectora iniciática de la que me habla es demasiado adulta para alguien de 12 años, ¿no?

Sí, es raro. Pero lo tengo documentado: yo a los 12 años escuché Rock and roll animal de Lou Reed. Cuando me encontré con la poesía francesa, Rimbaud, me impresionó. Leí a Gil de Biedma con 15 o 16 años y me gustó muchísimo. Me ha gustado toda la vida.

—Al preguntar por las lecturas de iniciación, la gente suele aludir por ejemplo a Salgari o Dumas. ¿Cuáles fueron sus autores?

Yo leía cómics. Luego, con el tiempo, comencé a leer otras cosas. A García Márquez; Rojo y Negro, de Stendhal, con 17 años; a Faulkner. También a Tolstoi. Lo típico. Me leí toda la novela francesa del XIX, Flaubert, Stendhal, los rusos, Galdós.

—¿Cómo era la biblioteca de su casa?

Mi padre no pudo estudiar por la Guerra Civil, pero compró libros. Él tenía una relación… —Vilas hace una pausa, brevísima, como si recapitulara—. He llegado a pensar que mi padre quería ser escritor. Cuando murió, descubrí entre sus cosas un montón de páginas escritas. Era la A del diccionario. Había llegado hasta la mitad. Había cogido el diccionario y había copiado las palabras. Eso es típico de alguien que no ha tenido formación pero cree que la manera de acceder a la cultura es el diccionario y comienza a copiarlo, ¿entiendes? —una risa breve, como una coma de perplejidad—. Compró las obras completas de Kafka, que estaban sin abrir cuando las leí. Mi padre compró libros que no leyó.

—¿Qué cree significa eso?

Yo lo he racionalizado. Tengo un libro sobre eso, que está todavía sin contratar, que es la vida de mis padres. Ahí hablo de… —una pausa, esta vez sin risa—.El problema de España… de la posguerra —silencio, otra vez—. Yo soy de esa España de clase media baja que pudo mandar a sus hijos a la universidad. Yo procedo de la noche negra del campesinado irredento español. Lo he escrito miles de veces. Yo soy producto de la sordidez, del hambre, de la enfermedad, de la locura y de la devastación. Ese es mi origen geográfico. Yo soy el primero que llega a la universidad y lo enseñan a escribir. Por eso hay esa violencia de clase social en mi literatura, que la tengo y la tendré siempre. Toda mi literatura reproduce la tensión entre riqueza y pobreza, que es la historia de este tiempo. Yo viví eso de crío. De ahí la fascinación que hay en América ante la abundancia. Y eso es probablemente lo que más incomoda de mis libros. Es el motor de mi literatura. Y ahora lo pienso con la imagen de mi padre copiando el diccionario. Era un hombre al que habían quitado de la escuela a los doce años, que quería saber y que pensaba que el diccionario era la respuesta. Ese es mi origen. Por eso la mala hostia. Porque si recuerdo lo que era este país hace 50 o 60 años … se me pone la mala hostia. ¿La solución? La literatura. Una literatura violenta, desclasada y con el recordatorio constante de la tensión entre ricos y pobres. Eso es lo que quiero hacer, siempre: recordar esa tensión. Y ese recordatorio constante de que la literatura, de que el tipo que coge un boli y se pone a escribir, es política … a las personas les resulta incómoda. Todo acto humano es un acto político. Hasta morirse es un acto político. Todas las novelas que se venden en La Casa del Libro son política. Cualquier novela best seller o anti bestseller es política. Y eso es mi literatura, es política.

Manuel Vilas con Karina

Hace rato que la mañana se ha esfumado. Son casi las dos de la tarde de un lunes de invierno. El soldado Vilas, del Regimiento de Barbastro, viste un plumas quizá comprado en una enorme tienda por departamentos de Wisconsin. Quien lo observa con atención —es imposible dejar de seguir sus gestos— advierte en su rostro la piel curtida de los inviernos y las palizas, también la mirada de los hombres que nacieron viejos.

Él, que se dice un producto de la noche negra del campesinado, conserva el aspecto desamparado de los tipos duros; los que trituran sus huesos a dentelladas y escupen las astillas para no perder el camino de vuelta hacia la oscuridad que los trajo hasta aquí.  De esas esquirlas se alimentan sus lectores. De la larga y lenta desesperación de quienes desisten, resistiendo. Por eso, en la alambrada de su prosa, la de Manuel Vilas,  se secan al viento los jirones. Los suyos y los nuestros.

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