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¿Miedo a los muertos? ¿Por qué?

Iglesia y cementerio de Rabanera del Pinar (Burgos). Fuente: verpueblos.com

¿Cómo voy a tenerles miedo si me he criado casi entre ellos? Mire, en ese hueco estaba la casa de mis padres. Aquí he vivido muchos años. Con 22 me fui y desde que me jubilé sólo vuelvo en primavera hasta el otoño. Pero a lo que íbamos: fíjese que para entrar en la iglesia hay que pasar por el cementerio. Eso no lo encontrará en muchos pueblos. ¿Ve? Por aquí hemos pasado todos todos los domingos, todos los festivos, tanto para ir a misa como para bautizos, y no le digo nada para los entierros. Ahí, en la entrada, sentados en los bancos o mirando hacia el cementerio, las lápidas o las cruces, los hombres nos hacíamos los remolones antes de entrar a misa, echábamos un cigarro y hablábamos de las cosechas, de los hijos… de cualquier cosa.

Y le digo más. Durante muchos años, y sigo haciéndolo, después de cenar me doy una vuelta por el pueblo. Me gusta, hago la digestión. Y me fijo en las estrellas. Pero vayamos a lo que me preguntaba. Todos los días llego hasta aquí. Por dos razones. Porque ahí, en ese hueco, creo que ya se lo he dicho, estaba la casa de mis padres y así les veía otro ratito antes de volver a la mía. Eso cuando vivían. Y luego regresaba por nostalgia. Me quedaba mirando la entrada al pajar, el cabucho, el huertecito donde mi madre regaba sus plantas y donde plantamos dos ciruelos y un manzano, los geranios. Y al fondo, el pico de Navas.

"Vamos, venga, que le voy a enseñar la tumba de mis padres. Ésta es. No es de las más elegantes pero está al lado de la vereda..."

Y luego subía esta cuestecita, abría la verja, cruzaba el camino y me sentaba en este banco. Sí, junto a mis abuelos, mis tíos, mi hermano Raimundo, que murió cuando tenía cinco años de unas fiebres que el médico no supo atajar. Y miraba a las estrellas. Miraba y miro, porque ya le digo que sigo viniendo todos los días que estoy aquí. Y tengo ya… ¿Cuántos años cree que tengo? Diga, diga. Venga, diga un número. 82. Ya tengo 82 años. ¿Qué le parece?

Tendría que haber venido ayer. Esto estaba lleno. Y no sólo de mujeres. Vino hasta un primo mío, Julio, que vive allá por Bérriz. No le veía desde hacía cinco o seis años. Estaba igual. Pues lo que le decía, esto estaba lleno de gente, unos limpiando las lápidas, otros trayendo flores para que luzcan mañana, los de más allá habían traído una azada y limpiaban de hierbas las tumbas… El caso es que se fueron haciendo corros y nadie se iba, hasta que fue anocheciendo.

Vamos, venga, que le voy a enseñar la tumba de mis padres. Ésta es. No es de las más elegantes pero está al lado de la vereda. Aquí están los tres. Y aquí vendré yo. Que no me hablen de la incineración o de esparcir las cenizas en el mar. A mí eso no me va. Yo me he criado aquí y aquí quiero que me entierren. Y le diré más: cuando vengo aquí, por las noches, me siento un poco… cómo le diría yo… como si ya estuviera… algo enterrado. O un poco enterrado. Si cierro los ojos, el ratito que paso es como si no estuviera aquí. O estuviera un poco más allí, con ellos. Mirando desde dentro hacia el cielo, imaginándome las estrellas. Ya le he dicho que yo sé algo del cielo. Yo lo miro mucho. Y no sólo por si va a llover o no. Mire, a mí me deja dormido un año, o tres meses, o seis años menos treinta días, y me deja mirar el firmamento en una noche clara y le digo el día y el mes, y con un error de un día o dos como mucho. Y no es un farol.

"Pero ya le digo, a mí que me entierren con los míos, y a mi mujer con los suyos, que ya lo tenemos hablado."

Ahora le voy a enseñar el ensanche del cementerio. Es curioso. Aquí hace años vino un autobús con testigos de Jehová porque una mujer se casó con uno de ellos. Llegaron unos cuantos como a convertirnos. Aún me acuerdo de las revistas que traían, se llamaban Atalaya. El caso es que se murió el matrimonio y como no eran digamos de los nuestros los enterraron extramuros, hicieron un pequeño, cómo le diría, como un corralito, y los metieron allí. Luego, con el tiempo, pues qué quiere que le diga, ha habido de todo. Se ha ido muriendo gente que no estaba bautizada y alguno que se mató él mismo. Ahora no es que estemos revueltos pero no tan separados. Porque al final, qué más da, ¿no cree usted? Pero ya le digo, a mí que me entierren con los míos, y a mi mujer con los suyos, que ya lo tenemos hablado. Y no es que nos llevemos mal, pero las cosas son como son. ¿Qué le parece?

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