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El país de la Literatura (II). Una entelequia a mil metros sobre el nivel del mar

El país de la Literatura (II). Una entelequia a mil metros sobre el nivel del mar

Campos de Soria, donde parece que las rocas sueñan. La ermita de San Saturio cuelga de los escarpes calizos de la sierra de Santana. ©Luis Fidel Mateo

 

“Decíamos ayer”, a la manera de Fray Luis, que nadie que quiera conocer Soria y saber de ella la encontrará en Machado. También defendíamos que la relación que la Soria geográfica y administrativa mantiene con la Soria machadiana es nula. Cierto que aquella, la geográfica y administrativa, empujó ésta, la Soria machadiana, lo mismo que Oviedo empujó Vetusta y como León, probablemente, la onírica Región de Juan Benet, tan distinta de la tierra que levantó Jesús Fernández Santos en Los bravos, acunada por los mismos paisajes. Literatura sensacional, es decir, de sensaciones, “impresionista” se podría decir, o “geográfica”, incluso, y que parece brotar directamente de los sentidos sin pasar por el engorroso trámite técnico de la redacción. Como los versos de Machado en Campos de Castilla.

…trepaba por los cerros que habitan las rapaces

aves de altura, hollando las hierbas montaraces

 

de fuerte olor -romero, tomillo, salvia, espliego—.

Sobre los agrios campos caía un sol de fuego.

 

    Un buitre de anchas alas, con majestuoso vuelo

cruzaba solitario el puro azul del cielo.

 

Yo divisaba, lejos, un monte alto y agudo,

y una redonda loma cual recamado escudo,

 

y cárdenos alcores sobre la parda tierra

—harapos esparcidos de un viejo arnés de guerra—,

 

las serrezuelas calvas por donde tuerce el Duero

para formar la corva ballesta de un arquero

 

en torno a Soria. —Soria es una barbacana

hacia Aragón que tiene la torre castellana—.

 

Veía el horizonte cerrado por colinas

oscuras, coronadas de robles y de encinas.

Lo mejor de estos versos introspectivos es que parecen reflejar la realidad objetiva, una instantánea oportuna tomada con el móvil en el momento justo. Y no. La Literatura tiene sus propios códigos, distintos de los que rigen las Ciencias Naturales. Y no digamos las ciencias geográficas, históricas y administrativas. La verdad literaria tiene poco de realidad notarial, mucho más prosaica y aburrida. Cualquier parecido del hecho literario con el real es, por definición, pura coincidencia. Y el propio Machado lo sabía.

“Veréis llanuras bélicas y páramos de asceta, no fue por estos campos el bíblico jardín”. Hoz del Caracena (Soria) ©Luis Fidel Mateo

…tardes tranquilas, montes de violeta,

alamedas del río, verde sueño

del suelo gris y de la parda tierra,

agria melancolía

de la ciudad decrépita.

Me habéis llegado al alma,

¿o acaso estabais en el fondo de ella? 

"Y si nos ponemos históricos, Castilla sólo es un feudo de límites imprecisos ubicado en la cabecera del Duero y que rinde vasallaje a la monarquía astur-leonesa."

Pues más bien. Todo, en efecto, parece indicar que el “verde sueño” y la “agria melancolía” estaban en Machado esperando “la mano de nieve” becqueriana que supiera arrancarlas. Esperando que las “alamedas del río”, la “parda tierra” y una, a su juicio, “ciudad decrépita” despertaran su visión de España, amarga y tierna a la vez, para ponerla negro sobre blanco con delicada precisión. Pienso yo ¿eh? Que nadie se ponga tarasca. Pongámonos estrictos, mejor, y coincidiremos en que la tan traída y llevada Castilla, y con ella León, disyuntiva histórica que desmiente la Geografía, no es otra cosa que la cuenca del Duero, y punto. Nada más. Por lo menos hasta que el río entra en Portugal. Y si nos ponemos históricos, Castilla sólo es un feudo de límites imprecisos ubicado en la cabecera del Duero y que rinde vasallaje a la monarquía astur-leonesa. Como O porto do Cal, en el otro lado del mundo, en la desembocadura del río. Un feudo que como Castilla soltó amarras y se proclamó reino hace ya un buen puñado de siglos. En fin “la vida con la Historia, tan dulces al recuerdo”, que cantó Luis Cernuda borracho de nostalgia.

Laguna Negra, al pie de Urbión. “…agua clara donde beben las águilas de la sierra, donde el jabalí del monte y el ciervo y el corzo abrevan…” al decir de Machado. ©Luis Fidel Mateo

Castilla es tan idea que encontrarla sobre el terreno cuesta trabajo. “Santander, Burgos, Logroño, Soria, Segovia y Ávila” cantaban los niños españoles hace sólo cincuenta años, ayer como quien dice, para resumir una entidad denominada Castilla La Vieja inscrita en el censo de “Regiones Españolas”. Un censo al que sólo daban sentido las Agrupaciones de Coros y Danzas de la Sección Femenina, que para eso estaban: si había una muñeira gallega —muiñeira para ser precisos— era porque había una Galicia. Si había una jota aragonesa era porque había un Aragón y si había una jota castellana era porque había también una Castilla “nervuda, enjuta y despejada” por decreto, al gusto de don Miguel de Unamuno. Y sanseacabó. Qué fácil era todo en tiempos de Su Excelencia. Luego estaban León, Zamora, Salamanca, Valladolid y Palencia, que conformaban León. Y Guadalajara, Madrid, Toledo, Cuenca y Ciudad Real para conformar otra región llamada también Castilla, sólo que Castilla La Nueva. ¿Dónde demonios estará, pues, Castilla? Porque te pones a buscar Castilla y a Castilla en Castilla misma no la hayas, podríamos decir parafraseando el lúcido soneto de Quevedo sobre Roma. Machado lo tuvo claro cuando se subió a un monte, tal vez el cerro Santana, «oh mole del Santana, ancha y maciza», y se lo explicó al personal cargando un poco la suerte. Y es que era poeta y no agrimensor.

Veréis llanuras bélicas y páramos de asceta

—no fue por estos campos el bíblico jardín—;

son tierras para el águila, un trozo de planeta

por donde cruza errante la sombra de Caín.

Nadie duda de la magia de Soria. Cuando las aguas del pantano de La Muedra se retiran emerge, como la osamenta de una res, el viejo puente sobre el Duero que Machado tuvo que cruzar en diligencia más de una vez ©Luis Fidel Mateo

"Lo malo de todo esto, lo trágico, es que esos sitios de ensueño que aparecen en un fabuloso poema de hace ocho siglos, ocho, aparecen también en Google Maps."

Sobrecogedor. Tú subes al Alto Duero con «la sombra de Caín» en la cabeza y la acabas encontrando. El español es muy novelero, así que asumamos de una vez que la Castilla que tenemos implantada en las circunvoluciones cerebrales se reduce a un lugar en la imaginación, un lugar para recorrer sin moverse del sillón en compañía del Cid, Alvar Fáñez, la doña Inés azoriniana o el galdosiano Caballero Encantado. Las dos Comunidades Autónomas que incluyen la palabra Castilla en su denominación oficial son otra cosa distinta del fantástico país, también llamado Castilla, que hemos aprendido a amar en los libros.

Saliéndose va del reino el Campeador leal;              

a la izquierda, San Esteban, una buena ciudad;               

a la derecha las torres que moros las han.              

Pasó por Alcubilla, que de Castilla es fin ya;            

la calzada de Quinea íbala a traspasar;                   

sobre Navapalos el Duero va a cruzar.

Lo malo de todo esto, lo trágico, es que esos sitios de ensueño que aparecen en un fabuloso poema de hace ocho siglos, ocho, aparecen también en Google Maps. Y a partir de ahí se monta el lío. La gran confusión. Conclusión: mejor no consultar Google Maps y asumir con valor que Castilla es, en realidad, un soñado País de Nunca Jamás, y Soria, una entelequia a mil metros sobre el nivel del mar. Pura magia. Un lugar, según sentenció Machado,“donde parece que las rocas sueñan”.

Claro que a estas alturas no vamos a discutir con Machado, que era poeta y sabía de qué hablaba.

Quizás sí fue aquí el bíblico jardín. La ribera del Duero con el viejo puente de acceso a la ciudad. “… y, silenciosamente, lejanos pasajeros, ¡tan diminutos! —carros, jinetes y arrieros—, cruzar el largo puente. ©Luis Fidel Mateo

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