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Primeras páginas de Aunque caminen por el valle de la muerte, de Álvaro Colomer

Primeras páginas de Aunque caminen por el valle de la muerte, de Álvaro Colomer

Esta novela está inspirada en los hechos acaecidos en la ciudad santa de Najaf (Irak) durante la jornada del 4 de abril de 2004. La historia narrada es una recreación de la batalla de Najaf, sin duda la más importante librada por el ejército español desde el asedio de Sidi Ifni (1957-1958).

En Aunque caminen por el valle de la muerte Álvaro Colomer reconstruye en clave de ficción uno de los episodios más controvertidos de la guerra de Irak.

Los protagonistas de esta historia son los soldados del ejército español (Brigada Plus Ultra II), norteamericano (711th Signal Battalion) y salvadoreño (Batallón Cuscatlán II), así como otros militares de compañías menos representativas, se dirigen a la ciudad santa de Najaf, donde compartirán acuartelamiento con el cuerpo diplomático de la Autoridad Provisional de la Coalición (CPA) y con mercenarios de la compañía privada militar Blackwater.

 

1

Ruta Tampa (Irak), 11 de diciembre de 2003

 

El sargento de infantería Jorge Martín del Pozo está meando sobre la arena del desierto. Su convoy partió de Kuwait al amanecer y, tras cuatro horas rodando por la Ruta Tampa, ha efectuado la primera parada. Algunos hombres se han apeado para tomar el aire, otros para hacer sus necesidades. Eso sí: nadie puede abandonar el asfalto. Por las minas, más que nada. De manera que el suboficial del ejército español, todo él inquietud y cautela, ha caminado hasta el arcén, ha arqueado un poco las piernas y se ha puesto a orinar sobre el inhóspito, aterrador paisaje que se abre ante sus ojos como el vientre de un reptil moribundo.Un helicóptero sobrevuela pausado el horizonte y arden torres petrolíferas en la distancia. Humo negro, mal presagio.Irak sigue en llamas. Hace nueve meses, en una de esas refinerías, la de Rumaila, cayó abatido el primer miembro de la Coalición, teniente segundo Shane Childers, 1. er Batallón del 5.º Regimiento del Cuerpo de Marines de los Estados Unidos de América. Su compañía se enfrentó a un comando baazista y un disparo le reventó el estómago. La revista People le dedicó una página.Decía que había luchado con honor en la primera guerra del golfo, pero en esta segunda no contempló la tercera caída de la tarde.Desde entonces, la lista de muertos en combate por parte del bando occidental ha aumentado en quinientos ochenta.Del otro lado, el de los huérfanos y las viudas y los mutilados, faltan datos.

El sargento Martín del Pozo, todavía con el miembro en la mano, se frota los dientes con la punta de la lengua y, cuando se dispone a escupir las partículas de arena acumuladas en sus encías, repara en un escorpión acechando su bota. Lo observa con detenimiento, es su primer contacto con un habitante del desierto, se deja hipnotizar por la negra armadura. Calibra la opción de aplastarlo, de imponer su presencia en la zona de un pisotón, de demostrarse a sí mismo que tiene fuste para la guerra, pero refrena el impulso al recordar que no lo han traí- do hasta este confín del mundo para matar, sino para reconstruir, y enfunda su pene, da media vuelta y monta en el autobús. Recorre el pasillo en silencio, escrutando los rostros de sus compañeros, y toma asiento en la última fila, desde cuya ventanilla localiza de nuevo al alacrán, ahora a la sombra de una rueda. Contempla la escena convencido del destino de ese arácnido, sin duda la muerte bajo el neumático, quedando no obstante estupefacto cuando, al retomar el convoy la marcha, brinca el escorpión a un lado, abre raudo las pinzas y levanta feroz la uña. Entiende el sargento que los seres de este páramo no se acobardan ante nada, ni siquiera ante una caravana repleta de fusiles de asalto Heckler & Koch G-36E como pueda ser la de la Brigada Plus Ultra II, tercer contingente español de la División Multinacional Hispano-Polaca, responsable de la seguridad en el sector centro-sur de Irak, con acantonamientos en Diwaniya, provincia de Al-Qadisiyah, y en Najaf, provincia de An-Najaf. Los integrantes de la misión, desde el oficial al mando hasta el último soldado, viajan en estos autobuses rumbo a una guerra que algunos llaman posguerra, pero a Jorge Martín del Pozo únicamente le preocupan los seis combatientes, su pelotón, con quienes patrullará durante los próximos cuatro meses en el interior del Blindado Medio sobre Ruedas asignado por comandancia. Ahora mismo puede ver los cascos de esos muchachos asomando por encima de los respaldos y, cuando un bache los sacude al alimón, se alegra de dirigir una unidad que se mueve, incluso en estas circunstancias, como un solo hombre.

Pero aún queda carretera por delante y la monotonía es pasajero sin asiento. Los chicos empiezan a aburrirse, ya ni siquiera toman fotos, matan el tiempo como pueden. Charlan, piensan, cabecean. Martín del Pozo recuerda. Le viene a la memoria una época remota, cuando niño en la colonia militar, corriendo junto a otros chiquillos tras los tanques que salían de maniobras. Ha llovido mucho desde entonces. Lo suficiente como para convertir a aquel chaval en este guerrero y como para que sean los demás quienes lamenten su marcha. Se acuerda a ese respecto del desfile de despedida celebrado hace tres días en el cuartel de Menacho: su padre henchido de orgullo dentro del uniforme de gala, su madre a lágrima viva en la tribuna de invitados, sus hermanos diciéndole ten cuidado, recluta. En el acto también una ausencia, la de su pareja de toda la vida, María, con quien rompió hace unos meses y con quien, pese a todo, le hubiera gustado compartir las horas previas al viaje que ha emprendido hacia la guerra.Después un vuelo y un campamento y una frontera. También un checkpoint con agentes kuwaitíes alzando los pulgares al paso del ejército español. Y luego el Éufrates, cuna de la civilización, origen de la escritura, geografía del Edén.Durante el resto del trayecto, bordeando la cuneta como una serpiente metálica, el oleoducto construido por los marines para proporcionar combustible a las tropas, y algunos carros de combate volcados sobre las dunas.Imposible saber si pertenecen a la guerra contra Irán, a la invasión de Kuwait o a la contienda presente. Veinte años lleva este país vertiendo sangre y los tanques calcinados conforman ya su decorado. En otras ocasiones, cuando la orografía lo permite y el sol no alumbra de frente, se divisan pueblos en la llanura, palmerales mecidos por el viento y niños saludando al convoy. Esos chiquillos aparecen cuando menos te lo esperas. Observas la nada, parpadeas un instante y encuentras a un iraquí erguido sobre un montículo de arena. El sargento no entiende de dónde salen.No hay casas ni jaimas ni coches, pero de pronto te sonríen los chavales tras el arcén, en la parte exterior de la calzada, a escasos metros de alguna mina, y tú sólo puedes devolverles el gesto. Se le ocurre a Jorge Martín del Pozo que tal vez sean espejismos. Los ve tan felices que no los considera reales. A fin de cuentas, aquí hay una guerra. No tiene lógica tanta sonrisa.

 

2

Diwaniya (Irak), 20 de diciembre de 2003

Cuando Mahoma vino al mundo, la luz emitida por el vientre de su madre alcanzó los castillos de Bostra, allá en la lejana Siria, y catorce siglos después, cuando los ojos de Ayad Razak asoman por encima de esta cornisa, un rayo de luz semejante al que se perdió en la noche de los tiempos se cuela entre las nubes para acariciar, acá en un tejado de Diwaniya, su rostro todavía aniñado. En cualquier momento este chaval, de apenas dieciséis años y con la devoción a flor de piel, se estrenará en la lucha contra el invasor, así que no puede dejar de interpretar este destello como una señal divina lanzada por el mismísimo Alá, el Compasivo y Misericordioso, a modo de bienvenida al ejército de sus fieles. Ayad Razak es chií. Cree en el imán Alí, en el imán Husein, en el imán Mahdi, en los nueve imanes restantes. Pero también cree en los misiles de origen soviético como el que tiene a su vera, un Grad adquirido en el mercado negro con el que él, junto a los cinco compañeros de armas apostados en la azotea, pretende acabar con ese acólito de George W. Bush llamado José María Aznar.Dentro de un rato el Cougar HT-21 Super Puma del presidente español surcará el horizonte rumbo a uno de los dos acuartelamientos donde se acantonan sus hombres, pero la insurgencia lanzará un ataque antes de que el helicóptero alcance su destino y Razak habrá superado la prueba de iniciación que le dará derecho a considerarse, según viene soñando desde hace tiempo, un auténtico miliciano a las órdenes del clérigo chií, amén de martillo de la Coalición, Muqtada al-Sadr.

Mientras espera la aparición del enemigo, el aspirante a insurgente recita una aleya del Corán, «Dios ha sellado sus corazones y oídos; una venda cubre sus ojos y tendrán un castigo terrible», y continuaría musitando versículos si no escuchara, de repente con gran nitidez, el rugido de un rotor en las alturas, y si no se abalanzara sobre el proyectil que aguarda, cubierto con una manta y montado sobre un caballete, la hora de devenir en explosión. Ayad Razak se siente preparado para entrar en combate, arde en deseos de cincelar una muesca en su culata, quiere conocer la experiencia de matar, y por eso aguarda, sudor y nervios por doquier, el momento de disparar. Paciencia, le pide su instructor, no te precipites. Los insurrectos escrutan el cielo con los ojos entornados y, cuando divisan el helicóptero asomando por el cuadrante sur de la ciudad, ordenan al chaval que abra fuego. El dispositivo emite un pitido y la ignición levanta una polvareda y vibra un instante el cilindro. El misil sale propulsado, dibuja una estela y vuela directo hacia ese objetivo que sin embargo sobrepasa, qué le vamos a hacer, sin apenas rozarlo. El rebelde ha errado el tiro y no estamos en el país de las segundas oportunidades. Se impone el silencio en la azotea; ningún rayo atraviesa las nubes. Y no obstante, cuando todo parece perdido, cuando el fracaso empaña los ojos del principiante y la decepción los de su mentor, el Cougar HT-21 Super Puma da media vuelta y pone rumbo a Bagdad. Hay un momento de desconcierto. Los insurgentes no saben cómo reaccionar, no dan crédito a cuanto ven. Hasta que entienden que el presidente español ha abortado el viaje por miedo a una segunda carga, y estalla la alegría en el tejado. Los guerrilleros celebran, entre risas y abrazos y clamores, que han impedido el aterrizaje del infiel, que han robado la Navidad al invasor, que han golpeado la moral del cristiano. Alzan las manos, besan al aspirante, mencionan a Alá. Pero el tiempo apremia y el día avanza. El enemigo debe de haber detectado el origen del lanzamiento y en breve bombardeará el edificio. Morirán civiles, no cabe duda, pero nada puede hacerse contra eso. Es la guerra, y ya se sabe. Los milicianos abandonan la posición, bajan las escaleras a trompicones y arrancan a correr, cada uno en una dirección, por las callejuelas de Diwaniya. Ayad Razak huye junto a su amigo Mohamed Kadum, también novato en estas lides.No se separan ni un instante, mezclan sus carcajadas, se creen los más astutos que jamás comieron pan. Ya son, ya se sienten, ya forman parte del Ejército del Mahdi.

 

Autor: Álvaro Colomer. Título: Aunque caminen por el valle de la muerte. Editorial: Random House. Venta: Amazon y Fnac

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