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¿Qué sabemos de Vellido Dolfos?

¿Qué sabemos de Vellido Dolfos?

En la década de 1950, unas obras en la muralla de Zamora permitieron descubrir una pequeña puerta en su lienzo noroeste a la que pronto se bautizó como «Portillo de la Traición». ¿El motivo? Según los eruditos consultados al respecto, aquella oquedad tenía que ser la que empleó el noble Vellido Dolfos para penetrar en la ciudad una vez consumado el regicidio que le hizo merecedor de entrar en los anales. Se referían los viejos cronistas e historiadores al célebre episodio ocurrido en los primeros compases del siglo XI, cuando el rey Sancho II de Castilla se mostró descontento con el reparto testamentario que había hecho su padre y decidió lanzarse a conquistar los territorios que gobernaban sus hermanos. Al frente de Zamora, una plaza importante en la época, se encontraba doña Urraca, que al intuir las ambiciones de quien era sangre de su sangre optó por pertrecharse a tiempo para evitar que la ofensiva cogiera desprevenidos a los suyos y a los nobles que habían buscado allí cobijo. El cerco de Zamora —a la que sus murallas y su ubicación en un risco sobre el Duero le habían hecho merecer el apelativo de «la bien cercada»— se prolongó durante siete meses y seis días, y en el transcurso del asedio se produjo el hecho que nos ocupa y que conocemos por lo que de él nos cuenta el romancero, ese compendio de poemas medievales donde se mezclan la realidad y las leyendas para dar curso a un relato tan incierto como fascinante de lo que fue nuestro medievo.

¡Rey don Sancho, rey don Sancho!,
no digas que no te aviso,
que de dentro de Zamora
un alevoso ha salido.

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Los romances del cerco de Zamora constituyen la segunda parte del ciclo de los romances del Cid, por cuanto se tratan en ellos los prolegómenos de la narración que emprenderá el Cantar una vez condenado Rodrigo Díaz de Vivar al destierro. Cabe recordar que el Cid fue armado caballero al pie de las murallas que lame el Duero, en una ermita puesta bajo la advocación del apóstol Santiago que aún se conserva en nuestros días a la sombra del imponente castillo. También pervive, frente al ábside de la catedral, un edificio al que llaman «casa del Cid» quienes creen que fue habitada por Rodrigo en los tiempos en los que éste residió en la ciudad. Precisamente, en una de las primeras composiciones de la serie la propia doña Urraca se dirige al Campeador. Le afea que ponga las armas al servicio de su rival y da a entender que ambos mantuvieron un breve cortejo que el guerrero despreció al preferir, según la versión de la interesada, las riquezas monetarias a las territoriales:

¡Afuera, afuera, Rodrigo,
el soberbio castellano!
Acordársete debría
de aquel buen tiempo pasado
que te armaron caballero
en el altar de Santiago,
cuando el rey fue tu padrino,
tú, Rodrigo, el ahijado;
mi padre te dio las armas,
mi madre te dio el caballo,
yo te calcé espuela de oro
porque fueses más honrado;
pensando casar contigo,
¡no lo quiso mi pecado!,
casástete con Jimena,
hija del conde Lozano;
con ella hubiste dineros,
conmigo hubieras estados;
dejaste hija de rey
por tomar la de un vasallo.

Es en este contexto de pugnas y menosprecios donde surge, impetuosa, la figura de Vellido Dolfos. Se trata de un personaje ciertamente enigmático. Nada se sabe de sus ocupaciones anteriores ni se conoce qué ocurrió con él después del hecho que le haría famoso. Todas las referencias provienen de textos literarios, del mencionado romance hasta el Cantar de Sancho II de Castilla, pasando por la Primera Crónica General. Tradicionalmente se le ha venido considerando como una creación legendaria destinada a subrayar la heroicidad de los asediados y su arrojo a la hora de defender la plaza que anhelaban los castellanos. Sin embargo, está documentada la existencia en Zamora, allá en 1057, de un tal Vellit Adulfiz que bien podría tratarse de nuestro hombre. Lo que queda claro, por lo que cuenta el texto que le dio fama —recogido aquí en la versión que aporta Ramón Menéndez Pidal en su Flor nueva de romances viejos (Austral)—, es que ni él ni sus familiares gozaban de muy buena reputación allende los muros de su ciudad.

Llámase Vellido Dolfos,
hijo de Dolfos Vellido;
si gran traidor fue su padre,
mayor traidor es el hijo;
cuatro traiciones ha hecho
y con ésta serán cinco.
Si te engaña, rey don Sancho,
no digas que no te aviso.

El Cid Campeador

El Cid Campeador

No sabemos cuáles fueron esas cuatro traiciones que tan mala fama le granjearon al bueno de Vellido ni en qué delitos habría incurrido su pobre padre para merecer tal escarnio a su memoria. Sí sabemos que al rey, efectivamente, le engañó. La leyenda quiere creer que salió de Zamora disfrazado, llegó al campamento de los invasores y se hizo pasar por un combatiente afecto a la causa de Castilla. Su fingimiento fue tan meritorio que Sancho II no tuvo duda de que aquel voluntario era uno de los suyos. Confió en él hasta el punto de que accedió a mantener una entrevista a solas en la que Vellido prometió que le mostraría una entrada secreta a la ciudad. Fue el momento elegido para dar la estocada al monarca, al que atravesó con su propio venablo dorado. Don Sancho murió desangrado al pie de las murallas, y el Cid —que vio desde lejos cómo huía el agresor, aunque aún ignoraba que hubiera asesinado a su rey— trató de perseguir al zamorano hasta que vio cómo se introducía por un pequeño portillo de la muralla.

Gritos dan en el real:
¡A don Sancho han malherido!
¡Muerto le ha Vellido Dolfos,
gran traición ha cometido!
Desque le tuviera muerto
metióse por un postigo;
por las calles de Zamora
va dando voces y gritos:
—Tiempo era, doña Urraca,
de cumplir lo prometido.

A tenor de los dos últimos versos se entiende que Vellido Dolfos no actuó por libre, sino que contaba con las bendiciones de doña Urraca, quien puede que hasta le hubiese encargado acabar con la vida de su hermano. De hecho, las crónicas sugieren que reina y noble eran amantes. El postigo por el que entró de vuelta en Zamora, el «Portillo de la Traición», ya no se llama así. El 22 de diciembre de 2010 las autoridades competentes, no sin razón, concluyeron que, si bien es cierto que Vellido Dolfos había traicionado la confianza de los castellanos, no había hecho más que mostrarse fiel a sus convecinos, por lo que la oquedad pasó a conocerse como «Portillo de la Lealtad» en franca señal de desagravio. Lo que es justicia poética para unos entraña ganas de enredar para otros. Hace unos años, en un muro que se levantaba en la ciudad de Astorga frente al edificio que acoge actualmente el Museo del Chocolate, alguien había pintarrajeado la inscripción: «¿Qué sabemos de Vellido Dolfos?». No supe interpretar si se trataba de una duda filológica o de un manifiesto político.

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