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‘Senderos de gloria’: el individuo y el sistema

‘Senderos de gloria’: el individuo y el sistema

Durante la Primera Guerra Mundial, el ejército francés prepara un importante asalto contra una estratégica posición alemana. Y la dificultad del ataque es sólo el principio. Esta es una de las mejores películas de guerra nunca hechas, a pesar de que (o quizá porque) trata de la propia guerra durante solo una mínima parte del metraje. También ayuda que el director, Stanley Kubrick, en su primera etapa, era capaz de rodar una película de sólo 86 minutos. Kirk Douglas era la cara famosa del film, pero destacan también las actuaciones de los dos generales, George Macready como el rígido Paul Mireau y Adolphe Menjou como el sibilino George Broulard.

[Aviso de destripes en todo el texto]

No recuerdo cuándo fue exactamente, pero sé que la primera vez que vi este film fue por televisión, a finales de los 80, con todo su golpe publicitario de Película Prohibida Por Franco. Obra Maestra De Kubrick. Alegato Anti Guerra. Por Primera Vez En Televisión Española. Así que había que verla, claro. Lo curioso para mí era que si el asunto era para tanto, y Franco llevaba muerto desde el 75, ¿por qué no se había rescatado esta película antes? Al parecer, hubo que esperar hasta 1986 para que alguien se acordara de ella. Quizá los españolitos de aquélla estaban más interesados en descubrir el destape sin tener que irse a Perpiñán de la France.

La impresión que me dejó fue que no me pareció tan anti-guerra, y si se me apura, ni siquiera tan anti-militarista, así que me ha alegrado leer ahora que Kubrick nunca la había planteado así. Él dijo que contra lo que va es contra la ignorancia autoritaria. Y, en efecto, cuando se examina con atención, ese es el tema clave: la autoridad mal entendida, o cómo unos determinados principios, aplicados sin sutileza ninguna, pueden llevar a paradojas como la que la película nos presenta.

Puede que parezca que lo importante de la historia está en los soldados a los que se va a fusilar y en el coronel Dax (Kirk Douglas), que intenta defenderlos en el juicio, pero a pesar de que el interés humano del guion sí que reside en ellos, la clave de la lectura está en los generales, que son quienes con sus decisiones condenan a vida o muerte no ya a los soldados enemigos, sino a los propios. Y a quien hay que seguir con atención es en concreto al general Paul Mireau. ¿Qué vemos en él? Alguien recto e inflexible, para lo bueno y para lo malo, con un código militar que no tolera la cobardía y que aplica a rajatabla, incluso contra sus propios hombres. Pasea por las trincheras hablando con varios de sus soldados, sintiéndose hasta orgulloso cuando le saludan y responden a pesar de la dureza de las condiciones, hasta que llega a uno que parece estar ido, «en estado de shock», según le dicen. Mireau niega que tal cosa exista, y cuando el soldado se derrumba, diciendo que nunca volverá a ver a su esposa otra vez, el general ordena «que se lleven a ese bebé de mi regimiento». Después, cuando considera cobardía la falta de avance hacia unas líneas alemanas imposibles de atravesar con vida en medio del fuego enemigo, primero ordena a un capitán de artillería que bombardee sus propias trincheras para obligar a los soldados a salir de ellas, y luego, al fracasar la operación, pide que se fusile a cien hombres como escarmiento. Finalmente, en la escena que quizá puede tenerse como más definitoria de su carácter, a la mañana siguiente del fusilamiento habla en el desayuno de cómo fue un espectáculo «espléndido», «muy bien manejado», porque siempre hay riesgos de que alguien haga algo que estropee la pompa del momento y deje mal sabor de boca. «Sus hombres murieron muy bien, coronel». Y entonces, a bocajarro, el general George Broulard pregunta a Mireau por la orden que dio. Éste reacciona diciendo a Dax, a quien ve como un chivato: «Siempre he sabido que era usted un oficial desleal, pero nunca soñé que se rebajaría a algo tan rastrero como esto». Broulard le pregunta si es mentira, y Mireau, en vez de contestar sí o no, dice que «no veo cómo puede siquiera preguntarme eso». Y por último, cuando Broulard le dice que habrá investigación pública, viene la gran escena de orgullo herido de Mireau: «Me convierte usted en el chivo expiatorio, al único hombre completamente inocente de todo el asunto. Sólo tengo una cosa que decirte, George. El hombre al que apuñalas por la espalda es un soldado». Y se va. Todo esto da una imagen de Mireau que redondea esa primera impresión de autoritario con elementos adicionales como inhumano, sin sentimientos, que se cree por encima de las normas y que considera una traición cuestionar actos suyos para los que no tiene más explicación que negarse a hablar cuando ha de justificarlos. Es decir, un hombre fallido y hasta cobarde por debajo de su estampa de mariscal de campo.

Vayamos ahora a la primera escena de la película. Mireau y Broulard en el despacho del primero. Broulard le dice que se ha tomado la decisión de atacar de frente la estratégica posición del Hormiguero y arrebatárselo a los alemanes. Antes de pasado mañana. «Ridículo», responde Mireau. «Fuera de toda conjetura. En absoluto. Mi división está hecha pedazos. Soy responsable de las vidas de mis hombres. ¿Qué significan mi ambición y mi reputación comparadas con ellas? Mis hombres son lo primero, George, y ellos lo saben. Saben que nunca los decepcionaré». E incluso acaba diciendo: «La vida de un soldado significa más para mí que todas las condecoraciones de Francia».

¿Es posible? ¿Es éste el mismo Mireau que vemos después? ¿Qué pasa entre esta primera escena y lo demás? Pues que Broulard juega sus cartas: que si «se dice en el Estado Mayor que te vas mereciendo otra estrella», que si «sería una pena que le dieran esta misión a otro porque tus hombres no son capaces»… Y ahí es cuando cambia la cosa. Cuando Broulard menciona las medallas, Mireau aún se resiste un tanto, pero cuando se insinúa falta de capacidad «de los hombres» (y por tanto, y veladamente, de su general), el giro es automático. A partir de ahí, es cuando Mireau se pone en modo «sin compasión» sin que nada pueda detenerlo.

¿Puede ser tan fácil? ¿Qué solo había que llamarlo «gallina», como a Marty McFly en ‘Regreso al futuro’, y ya está? Pues no exactamente, pero Broulard ve la debilidad de Mireau y la usa para sus intereses. Y cuando Mireau va demasiado lejos con la orden de disparar contra sus propias trincheras, Broulard no tiene ningún problema en usar algo que podía haberse tapado sin riesgo para provocar la salida de Mireau. ¿Y qué hace entonces? Pensando el ladrón que todos son de su condición, ofrece a Dax el puesto de Mireau, diciéndole sin empacho que estaba claro que Dax llevaba buscándolo desde el principio, y se lleva la gran sorpresa cuando Dax reacciona airadamente sugiriendo lo que puede hacer Broulard con el ascenso. Dax nos ha dejado muy claro hasta ahora con sus actos que no es ese tipo de hombre, pero lo que resulta llamativo es la naturalidad con que Broulard asume que es obvio que Dax desea el puesto de Mireau. Incluso el propio Mireau parece creerlo así antes de dar el portazo. Y aquí está el centro mismo de la crítica de esta película: no va contra la violencia o la guerra en sí, sino contra el sálvese quien pueda como forma de vida. El sobrevivir a puñaladas. El manipular para medrar, sin importar los daños colaterales. Broulard manipula a Mireau, Mireau usa a sus propios hombres acusándolos de cobardía para intentar salvar su cuello, y ambos creen que Dax está jugando al mismo juego de salvarse uno mismo a base de trepar empujando a otros hacia abajo, porque les resulta imposible pensar que haya alguien que no sea así. El mismo capitán de artillería no se negó exactamente a cumplir la orden de Mireau, sino que pide confirmación escrita de la orden, con lo cual está claramente buscando más el salvar su trasero contra posibles juicios futuros que la justicia o falta de justicia de lo que le mandan. Lo que le hace saltar el resorte no es «qué barbaridad me han pedido» (aunque seguramente al principio sí), sino «a ver cómo salgo de esta». Lo cual es normal, en un sistema con una cadena de mando tan rígida. Y un sistema que permite este tipo de cosas, e incluso las alienta, como es el ejército en muchos casos, en especial en tiempo de guerra, es el verdadero objetivo de la crítica. El cómo es posible que un general que se nos presenta como maduro, recto y cabal, preocupado por sus hombres a la vez que marcial en su conducta (Mireau incluso accede a rebajar su petición de cien fusilados a sólo tres), llegue a esos extremos de desdén. Pues por culpa de un sistema que le obliga a salvar el cuello a costa de quien esté debajo, o a perderlo a esas mismas manos. Esa es la ignorancia autoritaria, y existe en muchos otros órdenes de la vida, no sólo en lo militar: política, corporaciones privadas, trabajo, policía… No en vano ‘Senderos de gloria’ es una de las principales influencias en la teleserie ‘The wire’, todo un estudio de cómo el sistema aniquila la iniciativa.

En fin, para mí esta es la parte más importante de la película, así que he dejado fuera, hasta ahora, otras como la del juicio, por ejemplo, de la cual mi impresión es que Dax resulta bastante incompetente, la verdad. Recordemos que se nos presenta como una de las mentes legales más brillantes de Francia antes de la guerra, no como un aprendiz de leguleyo, así que no me extraña que Broulard piense tras su actuación que anda detrás del puesto de Mireau. Dax se concentra demasiado en temas de forma, y se limita a quejarse de que no le dejan hacer esto o aquello en lugar de defender con pasión a los soldados. Supongo que la impresión que se quiere dar es que la decisión estaba ya tomada de antemano y que el juicio es misión imposible para Dax, reflejando de nuevo la impotencia de un hombre y su mente, en principio justa, ante un sistema que corrompe sus actos, pero a mí me dio esta otra imagen.

También se puede comentar la naturaleza de los tres elegidos para el fusilamiento: uno a suertes, y que resulta ser de los más valientes de su pelotón, otro a dedo por «indeseable social» y otro, más a dedo aún, por tener un conflicto serio con el superior con potestad de elegirlo a él para vengarse. Se pueden escribir páginas y páginas sobre esto, pero pueden caer perfectamente dentro del tema mencionado: ese sistema que obliga al hombre a sacar lo peor de sí mismo, como son la falta de justicia en el primer caso, los prejuicios sociales en el segundo y los odios personales en el tercero, junto al ya visto deseo de salvar el propio pellejo caiga quien caiga.

Por último, lo de la canción final. No sé si se puede ver como un pegote, o si hay mucho o poco mensaje que leer en esta escena. Claramente, la canción en alemán que acaban tarareando los soldados franceses aún sin saberse la letra evoca una especie de llamada a que somos todos humanos con cosas en común, y tal, pero a mí me parece que provoca más un sentimiento que una idea en el espectador. Que en mitad de un caso horrible aparece de repente otra escena en la vida de uno que cambia el foco de sitio y que te hace reflexionar. Y lo mismo le debió pasar a Kubrick, ya que la actriz que interpreta a la cantante alemana se convirtió en su esposa durante el resto de su vida.

La novela original, de Humphrey Cobb, escrita en 1935, justo antes de empezar la Segunda Guerra Mundial, tenía como guía (más que como modelo) ‘El rojo emblema del valor’, de Stephen Crane, con su soldado más joven y su militar más mayor abriendo la narración. El primero de ellos, Duval, es un recluta primerizo que aún cree que la guerra es un romántico teatro de glorias, e incluso se alegra de tener «una butaca en primera fila» en el Frente Occidental. Cuando el primer «trozo de metal» volante pasa por encima de su cabeza considera que acaba de dejar de ser niño para pasar a ser adulto. A medida que van pasando los días y las tropas mueren a un ritmo de «cuatro al minuto», el pesimismo e incluso el nihilismo fatalista se adueña de las conversaciones: «Muchas razas han muerto y nadie parece estar de luto por ellas. La nuestra también lo hará, y me apuesto a que los animales estarán encantados cuando ese día llegue». Y todo desembocará en ese momento en el que ambos personajes, al principio dirigiéndose al frente en medio de gran compañerismo, acabarán en lados opuestos de un rifle de fusilar.

Los cambios más pronunciados entre ambas obras seguramente sean la influencia del papel de Dax (incluso hoy en día se ve como una película «de» Kirk Douglas) y los detalles de veterano aportados por la insustituible experiencia presencial del propio Cobb en los campos de batalla franceses, como por ejemplo la descripción de cómo el combate te vacía la mente de manera absoluta durante la acción o varios ejemplos de humor negro. En la novela la posición alemana no se llama «el Hormiguero», con su tono misterioso y amenazante, que refuerza la idea de conformidad y automatismo por debajo de una mente superior, sino «the Pimple» («la Espinilla»), lo cual denota más bien una ridiculez por la que no merece la pena enviar a miles de hombres a la muerte. Aparte de eso, este apodo era también el de una enfermedad infecciosa local. También hay cañones calificados de «eréctiles» cuya munición en ocasiones arranca los testículos a los enemigos. No hacen falta lecturas freudianas aquí. O igual sí.

Y para acabar donde empezamos, con la censura, decir que a pesar de la leyenda urbana, esta película nunca estuvo prohibida en Francia, aunque lo que sí pasó fue que el gobierno francés presionó a las distribuidoras para que la dejaran pasar de largo. Puede parecer «una muy jodida sutileza», que diría Íñigo Balboa sobre la Inquisición española de sus días, pero Franco, por ejemplo, no se anduvo con chiquitas y la censuró oficialmente. Y en Alemania, donde se rodó y estrenó el film y donde no debería haber habido ningún problema, no se proyectó durante dos años… para no molestar al vecino francés. De nuevo el sistema. Si se necesitaba prueba de lo acertado del enfoque de Kubrick, ahí está: a veces la realidad supera a la ficción.

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