Detalle de la portada de Day by day, de Robet Lowell

Se escribe y se lee en silencio. Se nada en silencio. Lo mismo que se anda por la montaña, aunque estemos acompañados. Incluso si hablamos. En silencio nos va venciendo el día y en silencio soñamos.

En silencio. En soledad. Casi siempre estamos solos, más entre el griterío y en el afán de la jornada. Y no digamos en la enfermedad. Él, ahora, estará oyendo cómo le roe el cáncer. Cómo le va comiendo el esófago, tal vez el páncreas. Sólo lo siente él, nadie más que él. Todos en su casa duermen. Todo el mundo duerme, menos él. Ya dormirá más tarde. Ahora bastante tiene con aguantarse, con soportar el dolor, con poder dormitar unas horas, con poder llegar hasta la bañera y sentir cómo va subiendo el agua, verter dos kilos de sal y reposar la cabeza como Marat, y esperar que el cuerpo la absorba, y hacerse a la idea de que está en el mar, quizá buceando, quizá en la orilla con un vino blanco, con los ojos cerrados, sintiendo sin sentir una brisa que desordene su pelo, que bese ese cuello escuálido donde la nuez es ya cuchillo.

"Qué más da que aguantes una semana que seis meses. Ya el reloj no se para, dijo Robert Lowell."

En silencio te escribo en plena madrugada, despiertos los dos, despidiéndonos. Qué más da que aguantes una semana que seis meses. Ya el reloj no se para, dijo Robert Lowell. Tampoco para mí. Pero es distinto, o eso creo. O eso crees.

Estoy esperando las tres campanadas del reloj del vecino, la solemnidad rotunda y hueca de esa hora como si fuera a revelarme algo. Quizá espere el consuelo de ese reloj. A eso he llegado.

Ahora es cuando quisiera nadar. Por rutina, por romper el silencio de esta noche. Por hacer algo. Que alguien abriera la piscina, que pudiera cambiarme y por una vez lanzarme de cabeza al agua, dejarme llevar por el impulso, bracear pegado al suelo falso hasta que no pudiera aguantar, y al final de la calle, intentar el volteo como tú me enseñaste. Nadar en silencio, solo, sin luces, a la vera de la media luna, y tú corrigiéndome la brazada, empeñándote en que mueva los pies, aunque nadie nos vea, aunque sepamos los dos que mañana se me habrá olvidado.

"No sé si saldrás en algún periódico a no ser que hayas pagado la esquela. Es así, no te ofendas. Pasa contigo y con los demás."

Ahora estarás en tu cama, rodeado de medicinas, oliendo a medicinas, insomne, con los ojos azules de lechuza. Inerte, flotando en la noche, mecido por las olas de la noche, con sabor a salitre, sonriendo.

No creas que importas a tanta gente. No sé si saldrás en algún periódico a no ser que hayas pagado la esquela. Es así, no te ofendas. Pasa contigo y con los demás. Si lo piensas dos veces te convencerás. Tienes tiempo. Nadie te molesta. Y eso es lo malo, que nadie te molesta. Que tienes tiempo y que estás rodeado de silencio, que vives en pleno silencio. Que casi eres ya silencio.

Ojeo un libro y luego otro, apago la luz y la enciendo. Te escribo y dejo de hacerlo. Hace horas que no me contestas. Sólo escucho el camión de la basura. Se hace tarde. Deberías dejar de esconderte, como escribió César Vallejo de su hermano Miguel. Y, como él, te digo: “hoy estoy en el poyo de la casa/ donde nos haces una falta sin fondo!”.

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