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Todos los colores de Berlín

Los colores de Berlín

En el título de este libro está implícito lo que David Wagner se plantea paseando por la ciudad alemana un día de nieve, uno de esos días en los que todo parece estar en blanco y negro. A través de esta colección de textos escritos durante una década, descubriremos que Berlín es verde parque, rojo ladrillo, blanco marfil, gris lignito, salmón centro médico, azul Prusia, violeta empedrado, y por las noches, en algunas zonas residenciales del Oeste, es dorada como la luz de gas.

Acompañarle en este paseo nos invita a pensar que la ausencia de interrogante en el título esconde en el fondo una colorida aserción. Y es que reparamos en la existencia de la ciudad cuando algo nos la niega o la transforma, cuando su constante cambio nos estimula. “Berlín es fea”, escucha Wagner, y este comentario, alentado por un impulso afectivo hacia la ciudad, alimenta la necesidad de hacer su propio juicio de valor. Para ello recorre a pie sus calles, plazas, parques, estaciones, barrios, y suburbios, mostrándonos, a cada uno de sus pasos, un particular y paradójico concepto de belleza, tantas veces bonita como fea.

El propio autor reconoce que le hubiera gustado titular el libro Declaración de amor a una ciudad fea, si Bodo Morshäuser no se hubiese anticipado. En sus textos descubriremos ese amor a la ciudad, a la que en algunas ocasiones trata como un hijo a una madre, en otras como un huésped eternamente agradecido, y siempre como un turista seducido.

LA CIUDAD

Wagner nos presenta la ciudad como un hecho colectivo en permanente construcción, del que somos albaceas para las siguientes generaciones. Como esa vieja alfombra que nos dio la abuela, llena de retales de descuidos y aciertos, con los que remendamos los agujeros que deja nuestro desgaste. Un legado insustituible sobre el que hacemos vida; mullida por un lado y áspera en el contrario; que manchamos, y bajo la que a veces se esconde la porquería; que no entonaría en la mayoría de los salones; pero que es la nuestra.

El ojo atento de Wagner descubre los trazos de color que, zurcido sobre zurcido, capa sobre capa, se han dado a este gran palimpsesto que es Berlín. Arquitecturas y agujeros de bala que le han conferido la presencia de un denso libro de historia; graffitis y esculturas que la visten de galería de arte urbano; rótulos y carteles que la maquillan como un frívolo anuncio publicitario. Todos ellos son los rasgos y las cicatrices de la piel de la ciudad, que resaltamos o disimulamos con nuestra cosmética.

"Las tentativas frustradas de grandes utopías, los desastres, las hazañas heroicas, los partidos de fútbol, o las performance artísticas, quedan marcados en las piedras de la ciudad como testigo."

Pero lo que verdaderamente nos asombra es ver cómo tanto los más trascendentales relatos históricos como los más insignificantes gestos cotidianos conviven justo en el mismo espacio. Es aquí donde el autor se muestra extraordinariamente amplio, enseñándonos que la gran escenografía de la ciudad se construye con afamados protagonistas, pero también con silenciosos actores secundarios, los del fondo de la escena. Todos ellos equilibrados en un guión tal que cada ciudad es una obra diferente.

David Wagner plantea una visión arqueológica de Berlín, un paisaje de grandes bloques ciclópeos y de partículas de polvo. Todos los cambios que en ella se producen van dejando restos, no sólo gloriosos o significativos, como los monumentos en los que todos se reconocen, sino también vergonzosos, insolentes o banales. Y por supuesto, las ruinas, de tiempos pasados o  contemporáneas, que la propia ciudad derribará o dejará cubrir con el musgo de la no aceptación y el olvido.

Las tentativas frustradas de grandes utopías, los desastres, las hazañas heroicas, los partidos de fútbol, o las performance artísticas, quedan marcados en las piedras de la ciudad como testigo, como una pátina más o menos duradera. El autor encuentra e inventaría la magia de los actos simples y cotidianos  frente a las hazañas históricas, en ese conflicto de velocidades, de adelantamientos y frenazos, en este aparente desequilibrio de pervivencias que es donde reside el urbanita.

EL PASEANTE

Pero el sentido dinámico de este libro no sólo queda plasmado en el registro del paso del tiempo en la ciudad, sino también en el paso del propio autor por ella.  Es aquí donde se produce el salto del frío libro de historia al diario personal del viajero caminante, cargado de anotaciones, observaciones y críticas.

Como asume el autor, hay algo de terapia en el hecho de caminar, que tiene que ver con hallar un poco de humildad en el reconocimiento de la ciudad. Nos ayuda a comprender el valor de la escala, la posición relativa del hombre como “un glóbulo rojo en el cuerpo de la ciudad”, como una “miniatura animada frente a las maquetas arquitectónicas”, a la escena que han soñado los programadores de diseño, los arquitectos, los káiser, o las grandes marcas publicitarias.

"David Wagner construye su propio mapa de llenos y vacíos de Berlín con la tecnología del XXI, registrando sus paseos en móvil o desvelando mentiras gracias a Google Earth."

El hecho evolutivo de erguirse y caminar —con la vista puesta a la altura de miras a la que cada cual tenga los ojos— nos permite tener una visión absolutamente personal del medio, que podemos compartir con los demás como experiencia. Sin olvidar que las primeras noticias que tenemos de nuestros antepasados, son precisamente las de sus paseos sobre el barro volcánico de Tanzania hace casi 4 millones de años, caminar como hecho estético es una experiencia que se acentuó en la ciudad desde fines del siglo XIX y especialmente en el XX. La flânerie de Fontane, Baudelaire, Benjamin, o Hessel; las visitas excursiones Dadá por los espacios banales; las inmersiones surrealistas por la ciudad inconsciente y onírica; las derivas por la ciudad nómada y lúdica de los situacionistas; o el descubrimiento de la ciudad entrópica de los artistas de los años setenta. Todas estas trayectorias bípedas han aportado una infinidad de mapas urbanos personales, cartografiados en todas las ramas del arte.

David Wagner construye su propio mapa de llenos y vacíos de Berlín con la tecnología del XXI, registrando sus paseos en móvil o desvelando mentiras gracias a Google Earth. Recorre la ciudad dejándose sorprender con sus hallazgos, perdiéndose sin agobios, y recibiendo como personales los múltiples mensajes con los que ésta se comunica.

Desde su visión de paseante, ciudadano, o incluso como urbanista, marca en su devenir los puntos de referencia estables, al menos duraderos, asociados a grandes lugares y edificios públicos, a las infraestructuras, a iconos o símbolos. Pero también nos presenta una fotografía instantánea de las acciones menudas que llenan el espacio que queda entre ellos, de los hechos cotidianos que todos reconocemos, de los accidentes que se transforman continuamente. Y ahí es donde nos muestra una Berlín colorida, efímera y suculenta, que se ve, se oye, se toca, se huele, se come y se bebe, que se siente distinta en cada momento. Y esto es lo que hace verdaderamente maravillosa a esta guía de viaje en continuo cambio,  que es que, en el fondo, es imposible de seguir.

Autor: David Wagner. Título: De qué color es Berlín. Editorial: Errata naturae, 2017. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro

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