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James gandolfini encarnando a Tony Soprano

No suelo deambular por casa en albornoz. Todavía no he matado a nadie ni fumo puros. Y mis amigos no me besan ni me saludan como a un capo de la mafia. Pero el otro día, cuando por fin mi hijo logró convencerme y nos sentamos para que viera por primera vez –para mí fue la tercera o la cuarta– el principio de Los Soprano, me soltó: «Te pareces un montón a Tony Soprano».

¿Qué deciros? No me enorgullece parecerme a Tony Soprano,… Es una mala bestia. Un asesino. Un mafioso, por supuesto. Pero, sin embargo, Tony cae bien. Es, como explicaba Jorge Fernández Díaz este martes en Zenda, un héroe infame. Decía el autor de El puñal a María José Solano:

Hay tres tipos de héroes. Uno, el héroe de corazón puro; ya sabes, Ulises y compañía. Dos, el héroe cansado, de Sam Spade a Lucas Corso. Tres, el héroe infame. Ese que a pesar de ser un sinvergüenza sin escrúpulos hace que el lector se ponga siempre de su parte.

Contemplando en el televisor al gran James Gandolfini, retrocedí dos lustros. Recordé esta columna que publiqué en Diario de Burgos hace diez años:

Soprano en Burgos

¿Cómo se ganaría la vida Tony Soprano en Burgos? Si el mafioso más célebre de la historia de la televisión viviera aquí (aquí, palabra tótem para cualquier nacionalista, por cierto), en vez de en la Nueva Jersey ficticia de la serie norteamericana que emiten la Sexta y el Plus, ¿a quién extorsionaría? ¿Y a quién untaría?

Me lo imagino entrando a saco en el mundo de la construcción, tan goloso, o convulsionando las cloacas de la ciudad, sacando tajada de bares y burdeles, diciendo a sus colegas que Burgos es una ciudad sin ley, donde si no pisas te pisotean, mientras Carmela, su esposa, no se pierde una misa de guardar en San Lesmes y llena el monovolumen en Hipercor.

En este mundo tan moderno y funcional todo se confunde. Molan el mestizaje, los maridajes, la fusión, los cubatas y el calimocho, el caso es mezclar, ya sea en un restaurante de tres estrellas Michelin o en una plaza botellonera. En este mundo nuestro, como en el de nuestros abuelos y tatarabuelos, como siempre, la ficción forma parte de nuestra realidad. Si no, que se lo pregunten a cualquier niño: los Lunnis o el rey León de turno forman parte de sus vidas, les pertenecen, y no sólo porque tengan el deuvedé, la mochila, el cuaderno o los calzoncillos de sus personajes favoritos. Puestos a mezclar, juguemos a plantar en nuestras vidas a nuestros personajes favoritos, juguemos no sólo a disfrutar de sus vidas cuando les contemplamos en el sofá o en el cine, sino también a fantasear plantándolos en nuestro hábitat.

¿Se imaginan al doctor House en el Yagüe? Yo no, la verdad. ¿Y a Jack Bauer salvando al mundo durante 24 horas de vigilia, ayuno y abstinencia por las calles de Gamonal? Tampoco, ¿no? Las series yanquis nos gustan pero resultan lejanas, aunque aquí también tengamos mujeres desesperadas o «friends» a destajo. Sin embargo, Tony Soprano es uno de los nuestros. Aquí, allá y en cualquier otro sitio.

La columna, como podéis ver, se ha quedado algo viejuna. Ya no usamos deuvedé, y en Burgos han demolido el Yagüe, el hospital donde nací. En 2006, por cierto, Juan Torca –protagonista de mi primera novela, Las Cuatro Torres, que publiqué en 2014, y de la segunda, La sirena de Gibraltar, que Planeta publicará en enero– ya rondaba por mi cabeza. Y en aquellos años imaginaba que un Tony Soprano burgalés podría ser un enemigo, o un colega, de Torca.

Ahora, en cambio, me cuesta mucho imaginar a Tony Soprano en España, lejos de Nueva Jersey. Un mafioso burgalés, para ser creíble y no un pastiche, tendría que ser muy distinto del gánster que reinó durante 86 episodios y 6 temporadas en HBO. La fuerza de Tony Soprano, del Walter White de Breaking Bad o del Donald Draper de Mad Men –o si hablamos de novelas de personajes como Pepe Carvalho, Alatriste, Sherlock Holmes o don Quijote–, es que encajan perfectamente en su tiempo y en su espacio, con una personalidad única, tanto como la de cualquiera de nosotros. Así retratan su tiempo, y el nuestro.

"Todo tiene importancia y nada tiene importancia, aseguraba el gran Julio Ramón Ribeyro, pero los personajes quizá importan más que ningún otro elemento."

La novela negra, dijo más de una vez Manuel Vázquez Montalbán, el creador de Carvalho, nos embarca en un viaje literario. Y, para recorrer ese viaje –y los viajes cinematográficos, televisivos o de cualquier otro ámbito–, los personajes son cruciales. El escenario y la trama importan, importan mucho. Todo tiene importancia y nada tiene importancia, aseguraba el gran Julio Ramón Ribeyro, pero los personajes quizá importan más que ningún otro elemento.

Bajo a mi terreno. Con modestia, que las comparaciones son odiosas. Pretendo que mi Juan Torca sea tan creíble como Tony Soprano en albornoz, abriendo el frigorífico, hambriento y resacoso. O fumándose un puro en la piscina. Por eso, por ejemplo, Torca corre por el parque del Retiro madrileño o por las Fuentes Blancas burgalesas. Y se abrasa las manos friendo un huevo.

#BurgosNegroOjalá algún día un hijo diga a su padre que se parece a Juan Torca. Sin ofender.

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P.D.: He escrito estas líneas tras improvisar una charla sobre este asunto el miércoles pasado en el encuentro literario Burgos Negro, organizado por Los insolentes, unos tipos solventes.

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