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La vergüenza tipográfica

La vergüenza tipográfica

Abro las páginas virtuales del diccionario de la Academia y busco el término «tipografía». La definición devuelve palabras meridianas: «Modo o estilo en que está impreso un texto». Aunque pienso que el lexicógrafo se ha quedado algo corto, sí valoro la aparición de un término clave: «estilo». Y es que esta semana se ha inaugurado un pebetero para honrar la memoria de los fallecidos por Covid-19 en algún lugar del centro de Madrid. En su base han colocado una placa: «Vuestra llama nunca se apagará en nuestro corazón», reza. Algo tira para atrás con un solo golpe de vista. Y no, no es el mensaje, pese a resultar misterwonderfulliano hasta la náusea. Tampoco la forma del pedestal o la apariencia del monumento. Me ha costado tres segundos intuir que se trata del tipo de fuente elegido para glosar el epitafio: es la Hobo, más propia de un tarjetón para felicitar el cumpleaños, o de un cartel para anunciar a la orquesta de moda en las fiestas de Porriño. Se trata, por volver a los términos académicos, del estilo.

"Me ha costado tres segundos intuir que se trata del tipo de fuente elegido para glosar el epitafio: es la Hobo, más propia de un tarjetón para felicitar el cumpleaños"

Hay quien piensa que la tipografía no es importante. Pienso entonces en Paul Renner, quien a fines de los años veinte, con una Alemania derrotada y hundida, que caminaba directa al segundo descalabro con el ascenso de Hitler, acudió a la mítica Bauhaus para idear la fuente Futura. Los nazis vieron en este prodigio tipográfico, elegante en sus formas geométricas y legible como pocas, un vehículo perfecto para expandir su mensaje. No poca importancia tuvo esta fuente en el éxito propagandístico alemán. Escapando de los cauces históricos, hace unos meses leí en la prensa que un estudio demostraba cómo las viñetas y textos humorísticos diseñados con Times New Roman resultaban más graciosos que los impresos en su archienemiga Arial. Un estudio comercial de la BBC demuestra que los tipos redondeados se asocian a sabores dulces y las formas más anguladas con los salados. IKEA expuso un tipo de letra muy legible, Verdana, porque ofrece sensación de fácil ensamblaje en sus muebles. Los ejemplos son infinitos.

Placa homenaje a los fallecidos durante la pandemia

Fuente Hobo

"En un mundo donde la imagen tiene tanto peso, la solemnidad que debía desprender ese túmulo ha quedado en nada, en aras de la vergüenza ajena que da título a esta columna"

El aspecto de la palabra, fonética, morfológica, ortográfica y, por supuesto, tipográficamente habla tanto de nosotros a veces como su propio significado. Más aún en un homenaje así, donde la formalidad y la apariencia son tan necesarios. Definir la eficacia de esta materialización visual es difícil, claro. Cabría una descripción similar a la que Balzac hacía de la elegancia: se trata de no hacer nada igual que los demás, pero pareciendo que se hace todo de la misma manera. Algo de esa tácita diferencia se busca en la tipografía. En un mundo donde la imagen tiene tanto peso, la solemnidad que debía desprender ese túmulo ha quedado en nada, en aras de la vergüenza ajena que da título a esta columna. Porque una palabra, en su indescriptible forma, evoca historias, provoca emociones, ofrece armonía o disonancia, coherencia o caos. Y en este caso sólo transmite un infantilismo impropio del honor que persigue, y una ignorancia impropia de un profesional del diseño gráfico. Dice Aristóteles en su Poética que la palabra es un puente entre la ignorancia y el conocimiento. Lo que no dice el estagirita es, me temo, que dicho puente puede cruzarse, también, en dirección contraria.

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