«El exilio es una maleta con el asa rota», escribe la autora en un libro que viaja desde «una colina en lo alto de Teherán» hasta la ciudad de Los Ángeles, desafiando las tradiciones patriarcales, los mandatos religiosos y la discordia. Quien lee a Sholeh Wolpé queda atrapado en su mundo, que desgrana las complejidades del exilio, el hogar, la familia, el amor y todo lo que queda por el camino.
En Zenda reproducimos cinco poemas de Ábaco de la pérdida: Memorias en verso (Visor), de Sholeh Wolpé.
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CUENTA II
La pérdida es una lengua
que todos hablamos bien,
un gemido que resuena
entre las costillas, la desdicha
que se convierte en dicha.
*
CUENTA III
Todos los viernes el abuelo nos lleva a mí y a mis hermanos a un circo lleno de tigres, elefantes, caballos y hombres sin camisetas con mallas relucientes. Hay mujeres más pequeñas que mi cuerpo de niña, animales más grandes que mi cuarto. Todo es extremadamente divertido hasta que aparece el gigante de cuatro caras. Mis brazos empiezan a temblar. Los escalofríos me recorren hasta la punta de los dedos. El abuelo me toca el hombro y me dice: Es solo una máscara en su cabeza.
Pero yo sé que no
porque todo lo que se ama
—un hermoso día con el abuelo
en aquel circo de Teherán,
el algodón de azúcar pegajoso derritiendo
su canción rosada en mi boca,
mis hermanos, traviesos, con dientes de alegría—
arde siempre hacia un futuro
aún por llegar,
fuegos artificiales en mi mente,
chispas soldadas a cada recuerdo.
*
CUENTA I
El hogar es un diente que nos falta.
La lengua busca
rigidez,
pero solo encuentra
ausencia.
*
CUENTA II
Altas, rígidas, afiladas.
Intenta llegar al otro lado
a pesar de las espinas salvajes.
Nosotros, que marchamos de casa adolescentes,
niños que cruzamos fronteras y fuimos despedazados
por mil lenguas dentadas,
nosotros, que llevamos heridas que florecen
bajo la piel cicatrizada,
¿en quiénes nos hemos convertido?
Me pregunto si casa
será mi fantasma,
si llevará mi ropa interior
guardada en la antigua cómoda
que compré hace veinte años,
si habrá anidado en mi blusa colgada
en una percha que no me atrevo a tirar.
Acaso esté extraviada entre filas de libros
ordenados alfabéticamente en un idioma
en el que no nací. O aquí, en el borde
de esta taza desportillada
que mi último amor olvidó.
Llevo semillas en la boca. Planto
cúrcuma, cardamomo y diminutos
pepinos aromáticos en el jardín.
Los riego con la lluvia que arranco
de las canciones de la abuela.
Crecerán, lo sé, por encima
de las murallas de espinos.
Se abrirán paso, ilesos.
Me fui de casa a los trece.
No había vivido lo suficiente como para saber
no amar.
Casa era el mar Caspio, los bazares bulliciosos,
el aroma del kebab y el arroz, los almuerzos
de los viernes, los picnics junto a los arroyos.
Nunca quise irme tan lejos.
Dijeron: Vuelve
y morirás.
El exilio es una maleta con el asa rota.
Lleno cien cuadernos de garabatos,
los arrojo al fuego y vuelvo a empezar,
esta vez me tatúo las palabras en la frente,
esta vez escribo solo para no olvidar.
La complacencia se contagia como un catarro.
Nado a contracorriente para dejar mis huevos púrpura.
Dicen: Saca sustento de esta tierra,
pero mira cómo cuelgan mis frutos en espiral
y huelen a cuadernos viejos y a encaje.
¿Qué es un árbol trasplantado
sino un ser en el tiempo,
resignado a la adopción?
Los espíritus apremian, los espíritus se van,
lloran y se lamentan en la puerta del templo,
donde pendo al borde de un abismo.
Tal vez los espíritus solo acuden en el exilio.
Pero incluso esto es una ilusión.
*
CUENTA III
Querida América,
solías colarte en mi cuarto,
¿lo recuerdas?
Yo tenía once y tú venías
noche tras noche, a Teherán, te deslizabas
desde la vieja radio de mi escritorio,
pasabas por la pila de deberes de matemáticas, sobre
la desgastada alfombra persa, y me arremetías
con tus golpes de rock and roll.
Te quería más que al chicle,
más que a los plátanos importados
que vendían en la calle por un ojo de la cara.
Pensaba que eras azur, América,
como el vestido nuevo de mamá, y kumquats,
y naranja, cielo y amapolas.
Soñaba contigo, América, soñaba
contigo cada noche con la ferocidad de un niño
extraviado hasta que te volviste real como la carne.
Y cuando llegué,
me embestiste
como una carcajada.
***
Sholeh Wolpé (Teheran, 1962) es una poeta, dramaturga y traductora iraní-estadounidense. Su obra está compuesta por más de quince libros, obras de teatro y libretos para coro y ópera. Ha vivido en Irán, Trinidad y Reino Unido, y actualmente divide su tiempo entre Los Ángeles y Barcelona.
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Autora: Sholeh Wolpé. Título: Ábaco de la pérdida: Memorias en verso. Traducción: Corina Oproae. Editorial: Visor. Venta: Todostuslibros.



Cuenta 1,2,3…..siga contando y estallar bom…
Que lindo que escribe, voy a leer más poemas que recomiendes