A propósito del rey Alfonso X el Sabio, tan ligado a la Región de Murcia desde hace ocho siglos, tengo una noticia buena y otra mala.
Es obvio que la conmemoración del mil doscientos aniversario de la fundación de Murcia ha impulsado a revisar una buena parte de nuestra historia. Y ahí no podía faltar, de ninguna manera, Alfonso X, tan vinculado a Murcia por ciertos hechos que se reflejan en los libros de Historia, de Literatura y de Derecho, que de todo sabía el buen hombre.
¿La buena noticia? El hecho, nada baladí, de que, aunque el rey descansa para siempre en la catedral de Sevilla, su primer deseo fue ser enterrado en la de Murcia. Murcia se le quedó grabada para siempre en su memoria cuando, siendo aún un joven veinteañero, al caer enfermo su padre, Fernando III el Santo, se le encomendó la difícil tarea de conquistarla, lo que consiguió sin derramar demasiada sangre, a base de pactos con sus pobladores.
El hecho de que sus padres, don Fernando y doña Beatriz de Suabia, estuvieran ya enterrados en Sevilla, fue decisivo para plasmar en su testamento que fuera sepultado junto a ellos, lo que sucedería en la primavera de 1284. Murcia casi lo consigue, pero como ya es tradicional en esta tierra, nos quedamos con la miel en los labios, y Andalucía se llevó el premio gordo, aunque algunos, con la típica sorna huertana, aseguren que, en realidad, les echamos el muerto.
¿La noticia mala? La noticia mala tampoco es para rasgarse las vestiduras, pero resulta sorprendente que haya sido tan poco difundida entre los murcianos, como si nos hubiéramos negado a darle crédito. Aunque ya se sabe que la verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero.
Lo cierto es que Alfonso X el Sabio, que ya había decidido que su cuerpo serrano reposara para siempre en Sevilla, tuvo el detalle de donar su corazón a Murcia, ciudad que le fue fiel durante todo su reinado. ¿Sin ningún tipo de condición? Ahí está el toque, tío Roque. Porque en sus disposiciones testamentarias relativas a su sepultura, mandó que, una vez muerto, le sacaran el corazón… “y que lo lleven a Santa Tierra de Ultramar y que lo sotierren en Jerusalén, en el Monte Calvario, do yacen algunos de nuestros abuelos”. Dicho de otra manera: Murcia, una vez más, se había convertido en ciudad de paso, en estancia provisional, para ese corazón “partío”, a la espera de que Tierra Santa fuera liberada por los ejércitos cristianos.
Y, por si hay alguna duda, aún se conserva el examen médico legal de los restos de Alfonso X el Sabio, llevado a cabo, con la precisión de un cirujano, por el doctor Juan Delgado Roig en 1948. Ahí, en ese documento, casi morboso por sus muchos detalles, se deja bien clara la existencia de dos cortes quirúrgicos en la caja torácica del Rey Sabio, que debieron de servir para extraer, con el máximo cuidado, su corazón y sus vísceras, que fueron conducidos, no se sabe bien de qué manera, hasta la catedral de Murcia, sin que nadie, ni obispos, ni prelados, ni alcaldes, ni gobernadores, ni presidentes, sean del color que fueren, ni el resto de mandarines, haya reclamado, hasta la fecha, con la contundencia y la firmeza necesarias, lo que resta del noble y coronado fiambre.


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