Escribe mi colega Jorge Zepeda Patterson que lo de la señora Miranda de Wallace, una política mexicana fallecida el pasado mes de marzo, fundadora y presidenta de la asociación civil Alto al Secuestro y quien presuntamente orquestó la desaparición de su hijo en 2005 para protegerlo de un narcotraficante e hizo encarcelar y torturar a unos sesenta inocentes, es un magnífico ejemplo de cómo un personaje puede construirse en México una carrera a partir de su victimización y de la manipulación de prebendas y recompensas, algo que el libro del escritor y periodista Ricardo Raphael Fabricación, que acaba de publicarse bajo el sello Seix Barral, ha ayudado a desvelar, desmontando los supuestos argumentos jurídicos con los que se mantenía a gente como Brenda Quevedo en la cárcel desde hace 15 años, cuya condena ha sido modificada por la de prisión domiciliaria, y con los que condenaron a otras personas como Juana Hilda González a 78 años de encierro, ahora liberada por la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Dice con razón Zepeda Paterson que desengañar a la opinión pública respecto a una madre que había movido cielo, mar y tierra para encontrar a los secuestradores y asesinos de su hijo era una fuerte apuesta del autor, pues podía terminar en un descrédito profesional y mediático mayúsculo o incluso algo peor, considerando la urdimbre de relaciones que la mujer había desarrollado entre los cuerpos de seguridad y entrañas del poder judicial. Pero como ya hiciera hace casi veinte años con su libro Los socios de Elba Esther (Planeta), en el que muestra la manera en que Elba Esther Gordillo consiguió posiciones de poder gracias a su habilidad para desplazarse en las esferas corrompidas de la vida pública mexicana a través de una carrera en las filas sindicales del magisterio, Ricardo Raphael recurre en esta nueva obra a una investigación valiente y acuciosa a lo largo de varios años, a través de cientos de horas de entrevistas con los involucrados, visitas a la cárcel y revisión de un laberinto de expedientes, todo lo cual le ha permitido descubrir una cuanto menos alucinante y rocambolesca historia de mentiras, culpabilidades fabricadas y vidas inocentes destruidas que, como afirma Zepeda Paterson, “están en la frontera del diván psicológico y de la ambición política crasa”. Por otra parte, hay que coincidir plenamente con Zepeda Paterson en que la importancia de las dos grandes investigaciones que ha llevado a cabo Raphael no reside en desentrañar la miseria humana que está detrás de dos ambiciosas trayectorias, ni el morbo que provocan las “bios” de las celebridades caídas en desgracia: “Lo que Raphael documenta es una radiografía de la descomposición del poder político y de las estructuras judiciales a partir de datos y hechos, sin discursos ni juicios de valor”, algo que en México parece ser moneda corriente y que está en la base de su modo de ser social. Por ello, libros como este de Ricardo Raphael son indispensables, pues nos confrontan con esa realidad como un espejo en el que podemos vernos nítidamente, sin máscaras ni adornos, tal cual somos como sociedad. La imagen, claro está, provoca vergüenza.
TENOCHTITLAN, 700 AÑOS DESPUÉS
Ahora que van a conmemorarse con bombo y platillo los siete siglos de la fundación de la Ciudad de México, llamada entonces, en 1325, Tenochtitlan, el fotógrafo y editor Pablo Ortiz Monasterio (1952) nos ofrece su contribución a esas celebraciones con una excelente “exploración fotográfica” en forma de libro titulada justamente Tenochtitlan, mediante la que “reimagina” la capital mexicana como un lugar de esplendor histórico y vitalidad moderna, donde el pasado se topa con el futuro y donde la antigua civilización de los aztecas o mexicas se encuentra con la vida contemporánea. El volumen, de 121 páginas y 80 imágenes, ha sido editado por RM, un pequeño sello dirigido por el periodista y gestor cultural Ramón Reverté, y cuenta con un prólogo del escritor Álvaro Enrigue. Ortiz Monasterio, uno de los grandes maestros vivos de la fotografía mexicana, cuenta que tras la lectura de un libro de Barbara E. Mundy titulado The Death of Aztec Tenochtitlan: The Life of Mexico City (La muerte de la Tenochtitlan azteca: La vida de la Ciudad de México), en el cual establece y describe con gran precisión el perímetro de Tenochtitlan, decidió hacer un proyecto en el que quiso revisitar ese universo y ver hasta dónde llegaba. Así, empuñando su cámara fotográfica, Ortiz Monasterio caminó de Tlaxcoaque al Zócalo y hasta Tlatelolco; de la Alameda hacia el Zócalo y hasta La Merced, con el propósito de ver cómo estaban las cosas 700 años después de la fundación de la gran ciudad. Lo que detectó y fotografió, como puede verse en este magnífico libro, es el paisaje de una urbe surrealista, íntima y multitudinaria, nerviosa y catártica, orgullosa y casi imposible de creer, a no ser porque las imágenes de gente como Pablo Ortiz Monasterio nos dicen que es verdad y nos la muestran con una mirada cómplice y sincera. Brillante.


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