Un RPG literario

La historia comienza con un apocalipsis en el que la Tierra es asolada por una especia extraterrestre debido a un tema básicamente de dejadez, algo muy humano, ahora que lo pienso. El caso es que el protagonista, Carl, y su gata, Donut, se encuentran con un mundo literalmente aplastado en el que solo han sobrevivido aquellos que no se encontraban bajo techo en el momento de la destrucción. Población actual del planeta: unos 14 millones de habitantes. Y en ese punto, en el que el autor nos ha presentado a Carl, su relación sentimental rota y el carácter del gato de su recién estrenada exnovia, empieza el juego. Están de moda los juegos de supervivencia. Lo que comenzó con Los juegos del hambre o El corredor en el Laberinto ha evolucionado hacia El juego del calamar o, en su versión más cíber, Alice in Borderland, en versiones cada vez más adultas dirigidas a un público más amplio. Y Dinniman coge estas tendencias y las mezcla sabiamente con la nostalgia del espectador de Stranger Things para crear un reality interplanetario en el que los planetas intervenidos desarrollan un juego de 18 niveles a superar por los supervivientes para lograr, en el mejor de los casos, la hegemonía sobre lo que ha quedado. Solo hay un problema, y es que, como Carl descubre, nadie ha llegado nunca al nivel 18. Es decir, población 14 millones y bajando.

Carl no es un antihéroe. Carl es cualquier lector que alguna vez haya tenido delante un juego de ordenador y se haya adentrado en el rol. La novela recrea perfectamente cómo sería entrar en un videojuego; barras de salud, jefes, cofres y logros incluidos, además de habilidades con las que uno puede estar o no de acuerdo. Y antes de que nos hayamos recuperado, nos mete en el tutorial para dejar bien claras las reglas de este juego cuyo mayor mérito es la enorme capacidad visual del autor. Dinniman prescinde de la realidad para realizar una inmersión directa en la dinámica del juego, el lector se sorprende al reconocer determinado tipo de situaciones a la vez que lo hace el protagonista. Carl no tarda en verle sentido y pauta a las distintas situaciones en las que se ve implicado y acepta que su vida no depende solo de sobrevivir, también de dar espectáculo, y Donut, esa gata molesta con la que le había tocado quedarse, es ahora su compañera inseparable y contrapunto utilizado por el autor para potenciar un humor que va entretejido a prosa de esta historia. Él juega en calzoncillos, y se frustra, y corre, y no siempre sabe si está avanzando correctamente, pero siempre lo hace dando espectáculo, que es lo que al final le piden, y el lector asiste a ello sediento de referencias a videojuegos ya terminados y a chistes con un humor más o menos cuestionable que se amparan en criaturas propias de un universo esquizofrénico.

El resultado es una novela que funciona. El autor no pretende que su protagonista sea perfecto, pero sí perfectamente identificable con cualquier jugador. Opta por la vieja máxima que dice que el protagonista puede ser cualquiera y logra de este modo enganchar al lector, que vive los conflictos de Carl como propios, sin dramas y con la urgencia de quien ve que se consume la barra de vida. El objetivo era convertirnos en jugadores, divertirnos y, frente a quienes dicen que la literatura tiene que luchar contra otras formas de ocio como los videojuegos, demostrar que ambas cosas pueden fusionarse.

Carl el mazmorrero es una propuesta que llega avalada por el éxito en su país de origen y que, hasta este momento, está demostrando el mismo tirón en el nuestro. Una apuesta pensada para los aficionados al género, y también para todos aquellos que un día estuvieron detrás de una pantalla. Todo un fenómeno refrescante con el que da comienzo una serie que dará mucho que hablar, porque convierte la lectura en pura diversión. Algo mucho más complicado de lo que pueda parecer.

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Autor: Mat Dinniman. Título: Carl el mazmorrero. Traductor: David Tejera Expósito. Editorial: Nova Scifi. Venta: Todostuslibros.