Inicio > Firmas > Naves de recreo > Ideas sueltas (III)
Ideas sueltas (III)

Los primeros días me pican los mosquitos. Pienso, como me decía mi amigo Yimit cuando fui a verlo a Cuba, que me están instalando los plugins, y que, una vez hayan descargado su sistema operativo en mi organismo, dejarán de picarme. Encuentro un gusto especial en ese placer extático del rascar. Y pienso que es exactamente lo que consigue la escritura en mi cerebro: aliviar un picor que siempre está ahí. El alivio sólo se produce cuando voy rascando y soltando, como mugrecita rebelde, estas pequeñas ideas que no van a ningún lado.

50 años tarde

Andando por la calle, veo que se aproximan un abuelo y su nieto de unos 6 años. Justo cuando pasan a mi lado, el niño termina una frase que no entiendo, y el abuelo le responde: “Llegas 50 años tarde”.

"Siempre siento que las novelas sobre residencias de creación ofrecen un buen compost para que prenda cualquier libro o cuento"

Intento buscar un contexto para esa frase suelta. ¿Quizás el niño ha dicho justo antes “me encantaría poder jugar en la calle sin que nadie me vigilara”? Y entonces ese “llegas 50 años tarde” tendría total sentido. Pero se me ocurre que el niño le ha podido decir al abuelo “me gustaría que estuviéramos en el mismo equipo de fútbol de alevines”, en cuyo caso también la respuesta “llegas 50 años tarde” tendría sentido. Pero la versión que más me gusta es pensar que el niño ha dicho algo genial, agudo, divertidísimo, y que el abuelo ha pensado que habría sido estupendo que su nieto y él hubiesen sido niños al mismo tiempo, compartiendo época, edad y juego. Y entonces, desde la nostalgia por lo que no pudo ser, desde un cierto dolor, pronunció ese “llegas 50 años tarde”.

Manchas

Recuerdo de pronto una época en la que siempre encontraba unas manchitas blanquecinas en la ropa. Daba igual el cuidado que tuviese, siempre estaban esas manchas. Y no salían con la lavadora ni frotando a mano. Así que, cada poco tiempo, llevaba a la tintorería prendas de ropa que me gustaban mucho y que no quería perder a manos de las manchas balnquecinas. Visita a visita, fui cogiendo confianza con la de la tintorería. Me confesó que nunca había visto ese tipo de manchas. Y un día, me miró muy seria y me dijo: “Creo que es algo que produces tú”.

La residencia

Siempre siento que las novelas sobre residencias de creación ofrecen un buen compost para que prenda cualquier libro o cuento. Un montón de gente intentando hacer algo que trascienda la cotidianidad, la vida normal, pero teniendo que fingir frente a otros desconocidos que llevan una vida normal y tienen unas costumbres de sueño, higiene y alimentación aceptables. Lo que pasa es que todo lo que rodea a una residencia de creación despide un tufillo elitista que tira para atrás. Puedo sentir cómo la gente me odia en redes sociales cuando estoy en alguna residencia, quizás sin imaginar que no hay relajación alguna en encerrarte en un lugar en el que no tienes un hombro amigo en el que llorar, ningún plato que puedas tirar contra el suelo. Un lugar en el que el más mínimo gesto de locura puede resultar más preocupante de lo normal. Todas tus manías, tus costumbres alimenticias extrañas, tus ritmos circadianos delirantes, ocultos bajo la manta tibia y picona de la simpatía y la aparente normalidad. Pero, pese a eso, o precisamente por eso, imagino novelas que suceden en residencias. Por ejemplo:

"Sus esculturas, dulces, redondeadas, que muestran pequeños sapos de ojos saltones, son también una táctica de disimulo"

Alguien de una residencia se corta las uñas todos los días. Se oye el chasquido inconfundible de las uñas. Los demás artistas escuchan el sonido cada día. Viene de la habitación de la misma persona, el escultor finlandés Grünas. Sin embargo, durante las comidas, cuando miran sus uñas, las ven normales, cortas, pero aceptables, con su partecita blanca bien visible. Pero esa misma noche de nuevo clic clic clic en el silencio de la casa, colándose en el sueño de todos. Nunca se llega a concretar nada, pero finalmente concluyen que Grünas es un ser peligroso, que su organismo es animal, híbrido, y que alberga una capacidad de violencia monstruosa. Si no se las cortara todos los días, sus uñas crecerían rápidamente hasta convertirse en garras afiladísimas que podrían rebanarles la aorta sin esfuerzo. Lo que Grünas oculta en ese clic clic, ese cortado de uñas incesante, es la capacidad de ser letal. Sus esculturas, dulces, redondeadas, que muestran pequeños sapos de ojos saltones, son también una táctica de disimulo. Antes que hacer arte, lo que le interesa a Grünas es no ser descubierto.

También me parece interesante contemplar la residencia como un lugar en el que desarrollar en tranquilidad una manía secreta. En una residencia de escritura en la que estuve, los que la gestionaban me contaron que hace años había ido una chica francesa que pasaba el día encerrada en su cuarto. Cuando pasaban junto a su puerta, oían ruido de papel. Crujidos, rasgones, un crepitar de cartulina. Me encantaría leer una novela sobre una chica que trabaja mucho y muy duro durante todo el año como asistente de un artista déspota, y que, con la excusa de desarrollar una obra propia que no existe, en sus vacaciones solicite residencias para poder entregarse en secreto a su mayor pasión: comer papel. Qué delicia. ¿Por qué nadie ha escrito esa novela? Quiero leerla ya.

4.2/5 (38 Puntuaciones. Valora este artículo, por favor)
Notificar por email
Notificar de
guest

0 Comentarios
Feedbacks en línea
Ver todos los comentarios