Desde que recibí de Fernando Costa Oeste: Poemas de Göteborg, el libro ha viajado conmigo durante las vacaciones de verano en una vieja bolsa de tela, junto con un ejemplar de Las aventuras de Oliver Twist, un cuaderno lila y una pluma Lamy Safari azul marino.
Hace unas semanas, en una librería de Oporto, adquirí un bello ejemplar de los Sonetos de Shakespeare y traté de leerlo sentado en una hamaca frente al océano. A los pocos poemas, me sentí abrumado por su profundidad, por su amargura, y dejé mi ejemplar abandonado sobre la arena de la playa.
Los poemas de Costa Oeste, sin embargo, gozan de una profundidad sin amargura, porque así es el talante de su autor, capaz de contemplar el transcurso del tiempo y aceptarlo, con hondura; pero también con calma y hasta con notas de comedia. Estos Poemas de Göteborg son el resultado de una residencia artística de Fernando en la ciudad sueca durante el verano de 2023: “Me dejaron una casa que sentí como propia. Fui con el propósito de comenzar un libro de viajes, cosa que hice, pero regresé con estos poemas, algo que inicialmente no se me había pasado por la cabeza”.
La buena literatura es siempre imprevisible, y en las páginas de Costa Oeste el viaje, la narración, se funden con la lírica creando poemas-relatos. Viajaba yo por el Alentejo, o por el Algarve y me sentía un poco escandinavo transitando lugares ignotos, que el lector anhela conocer: las islas de Hallö o de Brännö, el barrio de Eriksberg, los hoteles, las estaciones, las cafeterías, los jardines botánicos de Göteborg.
Abre la primera parte una cita de Adolfo Ayuso que es una declaración de intenciones: “Las mejores fotos son aquellas en las que nadie posa”. No hay en estos poemas sitio para la impostura, todo es tal cual lo expresa el poeta, que se desliza por las páginas en versos libres, sin signos de puntuación (los debe poner el lector), en un lenguaje simple que hace asequible y hasta placentero lo profundo.
La cuestión de fondo parece ser el paso del tiempo, la aceptación de uno mismo sin obviar las limitaciones y traumas que todos albergamos:
Contemplo el disfraz de mis heridas
he convalidado mis recuerdos
soy yo un enigma sin rótulo
el olvido es como la nieve
¿a dónde voy?
miro la memoria y está lejos el invierno
llegar significa conocer lo inútil
vivir los aniversarios
el pasado es una vieja iglesia
puedes sentarte tiene bancos.
El pleonasmo cómico de la última estrofa es ejemplo de cómo lo trascendente se funde con lo cotidiano, con lo banal incluso. El autor lo mismo cavila sobre el transcurso del tiempo que se queda embobado contemplando una peluquería canina, donde entra un señor con un yorkshire que le recuerda a un compañero de la infancia: el cóctel de versos rehúye la grandilocuencia, porque el poeta es al cabo un paseante, un flâneur que recorre la catedral, en cuyo órgano suena Bach; o un bar con música de Pink Floyd donde el camarero desvela que su madre tiene un apartamento en Torrevieja, Alicante.
En una breve nota final, Fernando concluye que “la escritura, al margen de que muestra nuestros miedos, el sabor de varias preguntas, o lo que nos puede obsesionar, es, como dice Marguerite Duras, lo desconocido, aunque a veces se convierta en un autorretrato que nos permite saber, con alguna certeza, qué somos”.
Cierra con un poema final en el que viaja al aeropuerto de Göteborg:
regreso a mi identidad
compito con los nómadas
¿para qué estoy preparado?
Entre tanto, yo recorro la península Ibérica bajo la ola de calor: Tavira, Huelva, Madrid… y al llegar, dejo sobre la mesa de Zaragoza mi ejemplar de Costa Oeste con la intención de escribir esta reseña.
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Autor: Fernando Sanmartín. Título: Costa Oeste. Editorial: Papeles Mínimos. Venta: Todostuslibros



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