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Pícaros en la literatura VI: Don Pablos de El Buscón y Barry Lyndon, dos pícaros ambiciosos

Pícaros en la literatura VI: Don Pablos de El Buscón y Barry Lyndon, dos pícaros ambiciosos

La literatura picaresca nos ha legado personajes inolvidables cuyas andanzas reflejan la lucha por ascender en la escala social mediante el ingenio y el engaño. Don Pablos, protagonista de La vida del Buscón (1626) de Francisco de Quevedo, y Redmond Barry Lyndon, antihéroe de The Luck of Barry Lyndon (1844) de William M. Thackeray, son dos ejemplos notables de caros separados por un siglo y por las fronteras de sus países, pero unidos por rasgos temáticos similares. Ambos son jóvenes de origen humilde que, armados con astucia y pocos escrúpulos, persiguen obsesivamente una mejora de condición social. Sus historias, narradas con sátira e ironía, sirven para criticar ferozmente las sociedades de su tiempo.

Tanto Pablos como Barry Lyndon encarnan la ambición desmedida de ascender socialmente a cualquier precio, utilizando métodos cuestionables, trampas y artimañas. En El Buscón, Quevedo relata las aventuras de Pablos, un picaruelo que intenta ascender socialmente a pesar de sus orígenes humildes, todo ello narrado con un estilo satírico mordaz que critica la obsesión de la sociedad por las apariencias y por escalar posiciones en el estamento social. Pablos sueña con dejar atrás su baja cuna y convertirse en caballero, y para ello no duda en mentir, robar o fingir ser quien no es. De igual modo, Thackeray presenta en Barry Lyndon la crónica de un arribista: en sus páginas presenciamos el ascenso social del irlandés Redmond Barry, un pícaro anhelante y sin escrúpulos que usará todas sus destrezas para medrar en la escala social. Barry, joven de origen modesto, ansía ingresar en la nobleza inglesa y alcanzar riqueza y reconocimiento; para lograrlo recurre a la manipulación, el fraude, el juego y hasta el matrimonio por interés. El paralelismo temático es claro: ambos protagonistas representan la figura del trepador social que busca mejorar su destino no mediante el trabajo honesto o la virtud, sino a través del engaño ingenioso y la falta de ética. Sus historias exponen así la ilegalidad y la inmoralidad que a menudo se esconden tras la movilidad social en sus respectivas épocas.

Las dos narraciones acompañan a sus protagonistas desde la juventud hasta la madurez, revelando una evolución psicológica semejante: los impulsos idealistas e inocentes de la adolescencia dan paso a la astucia y el cinismo de la vida adulta. Pablos inicia El Buscón siendo un mozo escolar en Segovia, aparentemente inocente en sus primeras travesuras, pero pronto la dura realidad lo curte. Durante sus años como estudiante sirviente en Alcalá, sufre humillaciones que lo empujan a aguzar el ingenio; allí se convierte en experto del engaño. Es decir, su aprendizaje vital consiste en adoptar la picardía como medio de supervivencia: de víctima pasa a ser estafador, de ingenuo a manipulador. A lo largo de la novela, Pablos atraviesa múltiples etapas (criado, tahúr, cómico, delincuente) y con cada experiencia se vuelve más pícaro y menos ingenuo, perdiendo cualquier atisbo de inocencia juvenil.

"En ambos casos, la transición de la juventud a la madurez está marcada por la pérdida de la inocencia y la internalización de una ética dudosa"

Por su parte, Barry Lyndon comienza su andadura como un joven impulsivo e incluso romántico: en Irlanda, siendo adolescente, se bate en duelo por un amor no correspondido y cree haber matado a un hombre, lo que precipita su huida inicial. Sin embargo, esa inocencia romántica pronto es reemplazada por la astucia fría que adquiere durante sus aventuras como soldado, jugador y buscavidas por Europa. La novela de Thackeray, concebida como una autobiografía ficticia del propio Barry, permite al lector seguir el crecimiento y degradación del personaje a lo largo de los años: desde sus primeras peripecias juveniles hasta su decadencia final, vemos cómo el protagonista evoluciona de un muchacho pobre con grandes sueños a un hombre calculador y oportunista, endurecido por las vicisitudes (guerras, fraudes, duelos, matrimonios por interés). En ambos casos, la transición de la juventud a la madurez está marcada por la pérdida de la inocencia y la internalización de una ética dudosa: Pablos y Barry aprenden que, en sus mundos, la supervivencia y el ascenso requieren dejar de lado los escrúpulos.

Paralelismos históricos y pulsiones orgánicas

Aunque situados en épocas y lugares distintos —El Buscón en la España del Siglo de Oro (siglo XVII) y Barry Lyndon en la Europa del siglo XVIII (principalmente Inglaterra e Irlanda)—, ambas obras ofrecen una crítica social paralela de las sociedades estamentales y sus vicios. Quevedo satiriza con ferocidad la España barroca: retrata un país de rigidez estamental, donde la movilidad social es prácticamente imposible y conceptos como la limpieza de sangre (pureza de linaje) condicionan el destino de las personas. En este contexto, el afán de Pablos por ascender es anatema: la novela enfatiza la imposibilidad del ascenso social en una sociedad corrupta y obsesionada con las apariencias. A través de las desventuras de Pablos, Quevedo pinta una sociedad decadente donde nobles, clérigos, estudiantes y pícaros comparten defectos: hipocresía, avaricia, engaño. La crítica que subyace es demoledora, al exponer un orden social donde los valores morales han sido reemplazados por la fachada y el engaño, y donde cualquier intento de un plebeyo por mezclarse con la nobleza está condenado al ridículo y al fracaso.

En Barry Lyndon, Thackeray realiza una crítica comparable hacia la sociedad británica de la época georgiana (finales del XVIII), aunque con la perspectiva de un escritor victoriano. La novela satiriza la aristocracia angloirlandesa y el clasismo imperante, mostrando que la cúspide social también está podrida por la corrupción y la hipocresía. Thackeray, reconocido por sus criticas sociales y sus retratos mordazes de la aristocracia y la clase alta, expone en Barry Lyndon la futilidad y la amoralidad de la vida noble: duelos por honor vacuo, matrimonios por interés económico, fortunas dilapidadas en el juego, etc. A través de la ascensión y caída de Barry, el autor critica la superficialidad de una clase privilegiada preocupada solo por la fachada del honor y la riqueza, evidenciando que bajo sus modales refinados hay tanta o más corrupción moral que en los bajos fondos. Ambas novelas, por tanto, funcionan como espejos deformantes de sus sociedades: El Buscón refleja y ridiculiza la España contrarreformista, con su nobleza ociosa y su pobreza extendida, mientras Barry Lyndon desenmascara la Inglaterra del Antiguo Régimen, donde el brillo de los salones aristocráticos oculta deudas, trampas y decadencia ética.

Tono satírico y complejidad narrativa

El tono narrativo de El Buscón y Barry Lyndon está cargado de sátira, ironía y humor negro, conformando en ambos casos una visión sarcástica de las andanzas del pícaro. Quevedo escribe El Buscón con un estilo barroco satírico extremadamente mordaz: la crítica es tan exagerada que el sarcasmo se exagera hasta ser una caricatura sangrienta, llevando la ironía al sarcasmo más brutal. El autor emplea juegos de palabras, descripciones grotescas y situaciones esperpénticas para provocar la risa a la vez que denuncia la corrupción. No pretende impartir moralejas directas (de hecho, El Buscón carece de digresiones moralizadoras explícitas); su objetivo declarado es hacer reír, con las fechorías narradas, castigando a los personajes más en el plano del ridículo que del arrepentimiento. Así, los múltiples fracasos y humillaciones de Pablos se relatan con humor ácido: el lector es invitado a reírse de la ingenuidad y presunción del pícaro y de la corrupta sociedad que lo rodea. El tono mordaz subraya la denuncia social: las desgracias de Pablos son chiste y crítica simultáneamente.

"Están dirigidas a un público adulto o juvenil adulto con cierto bagaje literario. No son lecturas infantiles ni sencillas, dado que para apreciar plenamente su significado es útil conocer el contexto histórico y captar las sutilezas de la sátira"

Del mismo modo, Barry Lyndon se narra con una ironía constante y un humor sutil pero demoledor. Thackeray fue uno de los grandes maestros victorianos de la crítica mordaz; ha sido considerado como uno de los grandes escritores satíricos de todos los tiempos, en esta novela despliega un rango de tonos que va desde la fina ironía hasta el sarcasmo abierto. La historia es contada en primera persona por el propio Barry, un narrador poco fiable que embellece sus hazañas y se excusa de sus vicios, lo que genera un efecto cómico-irónico: el lector percibe la brecha entre la versión vanidosa que da Barry y la cruda realidad de sus actos. El estilo de Thackeray, marcado por el humor incisivo y la crítica mordaz a la hipocresía social, hace que incluso los momentos trágicos de la vida de Barry se presenten con un tinte satírico. Por ejemplo, las victorias militares, los duelos y las conquistas amorosas de Barry suelen revelarse como resultados de la suerte o el engaño más que de su heroísmo, lo que ridiculiza al personaje.

Por su temática y estilo, ambas novelas están dirigidas a un público adulto o juvenil adulto con cierto bagaje literario. No son lecturas infantiles ni sencillas, dado que para apreciar plenamente su significado es útil conocer el contexto histórico y captar las sutilezas de la sátira. La vida del Buscón, escrita en un español del Siglo de Oro, rebosa de lenguaje conceptista, alusiones culturales de la época y humor irónico, elementos que pueden escapar a un lector poco experimentado. De hecho, suele ser estudiada en contextos académicos avanzados: hoy es una obra clásica analizada en universidades de todo el mundo como exponente de la literatura barroca española. Existe incluso la necesidad de ediciones anotadas o adaptadas al castellano moderno para los lectores actuales, lo que da cuenta de su complejidad lingüística y estilística.

Lo mismo sucede aunque en menor medida, con el texto de Barry Lyndon —escrita en el siglo XIX pero ambientada en el XVIII— que emplea un estilo narrativo decimonónico, con ironías sutiles y referencias históricas que requieren de la atención de un lector formado. La novela de Thackeray se disfruta más con cierta experiencia lectora, ya que solo un lector atento percibirá la fina capa de sarcasmo en la voz del narrador y la crítica implícita a las costumbres aristocráticas. Por otro lado, las temáticas de crítica social, corrupción y fracaso moral que abordan ambas obras son más apropiadas para jóvenes adultos y adultos, capaces de contextualizar esos temas. En resumen, El Buscón y Barry Lyndon son lecturas ricas e instructivas, pero demandan un lector maduro que pueda apreciar tanto el ingenio satírico como la profundidad crítica de estas novelas.

"Don Pablos y Barry Lyndon se erigen como espejos literarios: dos pícaros separados por más de cien años, pero unidos por su ambición y falta de escrúpulos, cuyos periplos narrativos ponen en entredicho la estructura social de su tiempo"

A pesar de las distancias temporales y culturales, Don Pablos y Barry Lyndon se erigen como espejos literarios: dos pícaros separados por más de cien años, pero unidos por su ambición y falta de escrúpulos, cuyos periplos narrativos ponen en entredicho la estructura social de su tiempo. Ambos fracasan en su intento de llegar a más, dejando una lección amarga envuelta en humor: cambiar de fortuna no es posible sin cambiar de conducta. Con tono satírico implacable, Quevedo y Thackeray nos muestran que la persecución ciega del ascenso social puede conducir no a la prosperidad, sino al desenmascaramiento y la ruina, y lo hacen de un modo que entretiene a la par que invita a la reflexión crítica.

En definitiva, El Buscón y Barry Lyndon comparten una temática universal —la crítica a la vanidad y corrupción ligadas al deseo de medrar— y la transmiten mediante historias paralelas que, con ingenio satírico, siguen cautivando a lectores contemporáneos. Las aventuras de estos dos pícaros nos arrancan sonrisas y carcajadas, pero también nos confrontan con la eterna cuestión de si el fin (el ascenso social) justifica los medios, dejando en el aire una advertencia tan vigente hoy como en sus siglos: “nunca mejora su estado quien muda solamente de lugar, y no de vida y costumbres”, que lo decía mucho mi buen don Francisco de Quevedo.

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Mario Raimundo Caimacán
Mario Raimundo Caimacán
3 meses hace

Magnífico y erudito artículo de la magnífica y erudita Dra. Rosa Amor del Olmo. Felicitaciones y un millón de gracias.
Es pertinente decir que “El Buscón” es una obra de juventud del gran Francisco de Quevedo y él muchas veces negó su autoría para que no ser víctima de la Inquisición, y aunque circuló en manuscritos desde 1604 su primera publicación en imprenta fue en 1626. Claramente inspirado en El Lazarillo de Tormes, Quevedo se separó de su modelo al usar un lenguaje procaz que influirá mucho en James Joyce y su Ulises.

Rosa Amor
Rosa Amor
3 meses hace

¡Muchísimas gracias don Mario por su lectura generosa y por el comentario tan documentado! Coincido: El Buscón es una obra temprana cuya edición príncipe aparece en 1626, tras una amplia circulación manuscrita. Quevedo no la firmó en vida y, como han señalado varios estudiosos, llegó a desmentir su autoría en algún momento—probablemente como aquí recuerdas por prudencia ante la Inquisición y por la carga satírica del texto. Añadiría, si me permite, que además del Lazarillo pesa mucho el molde del Guzmán de Alfarache en la arquitectura moral del relato. Y más que “lenguaje procaz” a secas, ahí late el realismo degradado barroco y un conceptismo llevado al extremo, donde Don Pablos funciona como espejo social. Sobre Joyce: más que una influencia directa, hablaría de resonancias de la tradición picaresca que atraviesa Europa y desemboca, por distintas vías, en la modernidad de Ulises. Gracias de nuevo por enriquecer la conversación.

Amaia Millares
Amaia Millares
3 meses hace

¡Magnífico texto! El puente que tiendes entre Don Pablos y Barry Lyndon ilumina muy bien la ambición como motor y castigo. En ambos late la misma operación: fabricarse una identidad—hidalgo de papel en Quevedo, gentleman de alquiler en Thackeray—y comprobar que la máscara no consigue abolir el origen ni el orden social, solo posponer el desengaño.

Me ha gustado especialmente cómo asoma el realismo degradado de El Buscón frente a la ironía moral de Thackeray: mientras Quevedo exhibe el mundo como un vertedero de vanidades, Thackeray desmonta el barniz aristocrático desde dentro. En los dos casos, el ascenso es un arte de performance que acaba revelando su vacío.

Como guiño contemporáneo: cuesta no pensar en la “marca personal” y la economía de la apariencia—el pícaro de hoy no mendiga blasones sino validación. ¿Sería ese el nuevo linaje? Gracias por una comparación tan fértil; dan ganas de releer a Quevedo y volver a Lyndon con estos lentes.

Mario Raimundo Caimacán
Mario Raimundo Caimacán
3 meses hace

Admirada Dra. Rosa Amor del Olmo:

Muchas gracias por tan brillante, profundo y erudito artículo en nombre de todos los millones de costromeros que tenemos al genial Francisco de Quevedo como Poeta Predilecto, quien también fue un Narrador de Oro (sus “Obras Completas” son casi tan leidas como la Biblia, y en todo caso leídas con más alegría, libres del temor referencial, porque Quevedo nos enseñó a leer con libertad, tanto como Cervantes y El Quijote, nuestro Narrador Predilecto) y sus versos satíricos (“Las Zahúrdas de Plutón”, en cristiano “Los Chiqueros del Diablo”) inspiraron el Infierno que visitaron Leopold Bloom y Stephen Dedalus en Dublín, en “el negocio” de Bella Cohen, en la famosa novela”Ulises” de James Joyce, irlandés que renegó del Catolicismo y se metió a ateo, porque su Infierno literario no es el Hades homérico ni el Infierno Cristiano de Dante Alighieri ni cualquier otro anterior inspirado en la Biblia, ciertamente Quevedo imaginó su propia versión del Infierno por su original interpretación artística del Infierno bíblico.

Mario Raimundo Caimacán
Mario Raimundo Caimacán
3 meses hace

Por error que atribuyo al celular, en lugar de “temor reverencial”, la tecnología moderna erradamente lo sustituyó por “temor referencial”.

John Paul Herra
John Paul Herra
3 meses hace

Me gustan los dos. Lástima que no haya un Stanley Kubrick aquí, o mejor, un Kenneth Branagh.

SABRINA ANALIA CABRERA
SABRINA ANALIA CABRERA
3 meses hace

Esto quiere decir que estamos bastante mal como Sociedad hace largo rato.
La rapidez por ascender a-moral y la búsqueda del reconocimiento son vicios nuestros, de los Seres Humanos. No podemos culpar a nadie por elegir la manera.
‘Trabajo honesto’.

‘Virtud’. Creo que cuando logramos las cosas así, estamos tan satisfechos y en Paz que no necesitamos de los aplausos de los demás como medida.

Mario Raimundo Caimacán
Mario Raimundo Caimacán
3 meses hace

Y antes era peor. Imagine usted Sabrina, que eran tiempos de esclavitud como “institución” aceptada casi universalmente, la esclavitud, la suma de todos los crímenes; de Inquisición en todo el mundo católico; de racismo como norma; de privación de derechos humanos a las niñas y mujeres; de tortura como “método válido de investigación judicial”; de Estatutos de Limpieza de Sangre; de Monarquía Absoluta; de Religión de Estado… ciertamente usted tiene razón: Nuestra sociedad está mal, aunque algo mejoramos en comparación con los siglos 16 y 17, fundadores de la Novela Picaresca en Europa gracias a los geniales literatos satíricos españoles, que se atrevieron a escribir sus obras exponiéndose a terminar sus días en una mazmorra o en un auto de fe.

Atentamente,
B.S.M.

Mario Raimundo Caimacán

SABRINA ANALIA CABRERA
SABRINA ANALIA CABRERA
3 meses hace

Gracias leer lo que escribí.
Sí, claro que mejoramos!!
Saludos.