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Las golondrinas

Qué espíritu habita en vosotras que nuestros ojos necesitan medir las estaciones con el ritmo de vuestro vuelo. Ningún otro es más anhelado ni mejor recibido y no es por el abanico de estrellas que se abre en vuestras plumas caudales. Hay algo en vosotras diferente, que tampoco es el arco abierto de vuestra envergadura ni vuestra manera de escribir la elegancia en el aire.

Se parece a una ternura despiadada, a una crueldad llena de amor. Será porque os veo cazar los insectos de la tarde, engullir la robótica determinación de las avispas en picados vertiginosos, en loops que nadie puede prever con la mirada.

Dibujáis el milagro de la vida y de la muerte en comandos audaces que partieron de un observatorio comunitario y gentil, y que luego se desenvuelve en la individualidad de la magia.

"Sois la cuadrilla del fulgor, el silencioso encendido de un cielo que está a un palmo de nuestras manos"

En esa magia os ocultáis por las mañanas. A veces aparece una enviada que trae el mensaje de la reparación de la ausencia. Esa es una de vuestras claves y es por eso que nos importáis tanto. Sois el cuerpo de la reaparición de la vida.

Cuando regresáis es la muerte la que queda atrás. Podemos respirar aliviados porque ha recomenzado el ciclo, porque llegáis para refutar a los escépticos y a los que anuncian la desaparición perpetua. Sois la cuadrilla del fulgor, el silencioso encendido de un cielo que está a un palmo de nuestras manos.

Es a partir del mediodía cuando de pronto estáis posadas en la rama del árbol seco o en el cable de la parra, agrupadas, observando un paisaje que ha de meterse por vuestros ojos como el camello por donde se enhebra la aguja: santas golondrinas en círculo sobre el trabajo del carpintero, urdidoras de las palabras celestes.

"Hay pocas felicidades comparables a lanzar una golondrina al aire y contemplar cómo vuelve a dominar el vuelo"

Y ya luego en la tarde, cuando le queda apenas una hora al sol, os abatís sobre la alberca para picotear las ondas multiplicadas del agua.

Una vez salvé a una de vosotras que había calculado mal el vuelo y se ahogaba. Ya en mi mano, las plumas estaban apelmazadas, chorreando. Y aquellos ojos donde la luz es un punto abrasador los cerraban de abajo arriba unos párpados grises como el Hades.

Te sequé al sol, mientras tus patas se aferraban a la palma de mi mano y con un dedo acaricié la fragilidad de tu cráneo.

Otro día una de vosotras había caído rota por el calor y fue hielo lo que puse debajo de tu tripa. Hasta que en ambos casos sacudisteis las alas, en una progresiva regresión a la conciencia.

Hay pocas felicidades comparables a lanzar una golondrina al aire y contemplar cómo vuelve a dominar el vuelo. Cómo se aleja para siempre olvidando la carencia y la curación.

Es entonces cuando la realidad ha vuelto a despertarse en el vértigo de un movimiento en el que solo siento quietud.

Al volar, estoy quieto. Y si fue cruel es porque es inevitable marcharse. Y si es amor es porque es inevitable volver.

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