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Viudas negras, p*tas y chorras

Viudas negras, p*tas y chorras

Callen. Todos. Porque haciendo uso del indigno oficio al que he resuelto dedicarme, al que nos dedicamos los que rebalsamos de resentimiento, los que estamos llenos de odio debido a nuestra falta de perseverancia (por esto de tengo talento pero me falta vida…) voy a opinar sobre la serie Viudas negras, p*tas y chorras (todos de pie), serie que un buen día se le ocurrió a la turrísima de Malena Pichot y, no contenta con que se le ocurra, fue capaz incluso de llevarla a cabo, a rabo, de dar con los actores exactos y necesarios (sin eso la cruzada falla), con directores que le entendieron el idioma, con unos coguionistas que lo mismo, y la música, y los productores, y todo lo demás. En definitiva, tuvo una buena idea y después se dio el “milagro de Almodóvar”, se le armó, en criollo bien hablado, el equipo. ¡Y yo la detesto sobremanera, mire usted! Porque casi imposible es lograr transmitir a cabezas ajenas el tono, el universo, los criterios de actuación cuando uno los tiene en el seso como música, ritmo, retazos. Como no sabía que era imposible, lo hizo, dicen que dijo Einstein, o quizá Mark Twain, o Almanso Wilder.

La cuestión es que por recomendación de Sacheri terminé viendo de mala gana el primer capítulo, y la acabé en dos días. Leí las críticas que encontré por ahí y la volví a mirar entera, ya con lupa de analista científico, concluyendo que es esta serie un espécimen en vías de extinción: perlitas a cada rato, palabras, frases que dicen algo, de esas que escapan al entendimiento de quienes dedican mucho de su valioso tiempo a mirar el TikTok, que eso diseca el cerebro y los encéfalos secos no conocen de sutilessen. “En la vida los hijos de puta nunca tienen lo que merecen…”. “A veces uno ama y odia a la vez, a veces querer es hacer daño”. Y la divina definición de la amistad: “Puedo ser boluda con vos en paz, no tengo que fingir nada, ¿entendés?”. “Bolacera”, “matufia”, “mamertos”, “pollerudo”, palabras que creía yo ya olvidadas son rescatadas del sarcófago en esta serie que en un tono farsorrealista con compromiso social, por etiquetar de alguna manera, exige al espectador elevar un poco el intelecto desvencijado del que es poseedor actualmente.

"Dos viudas negras, mujeres que se dedican a quedar con señores a los que duermen en sus casas para después robarles, son convocadas a hacer la labor una última vez pero se dan cuenta de que diez años después están viejas para el oficio"

A los seis minutos ya entendés de qué va. Dos viudas negras, mujeres que se dedican a quedar con señores a los que duermen en sus casas para después robarles, son convocadas a hacer la labor una última vez pero se dan cuenta de que diez años después están viejas para el oficio: los tipos no les dan más bola. La juventud, divino tesoro, es cosa del pasado. Pichot se ríe, todo el tiempo, ya no es la jovencita que solía, y las consecuencias del paso del tiempo. Se ríe del feminismo, y del machismo, de la justicia, de los prejuicios de los chetos (pijos) y de los humildes, del sistema idiota, de la contradicción humana. Su personaje de pasado desastroso pare dos hijos ejemplares, estudiosos, serviles, prolijos, y ella los manda a fumar marihuana a la esquina con los vagos, que sean un poco normales, expresa, preocupada. La madre de la otra protagonista (Pilar Gamboa) festeja a los gritos cuando la hija le confiesa que no había sido puta, como todos creían, que en realidad fue viuda negra y había matado a uno sin querer. “¡Bueno, mi vida… un error lo comete cualquiera!”.

La imagen de las ratas de Recoleta comiéndose a nuestros próceres, la patente del coche con el disco para que la fotomulta rebote, el estado actoral que se arma Pilar Gamboa cuando recibe de su esposo una cartera, ¡formidable! La madre humilde llegando al barrio de los ricos, las ricas viendo llegar a los humildes al barrio y que todas digan al mismo tiempo por lo bajo: son narcos… La jubilada que vende pis para cremas antiage porque no le alcanza lo que le paga el estado; la denuncia al maltrato del personal de limpieza (que es real); el actorazo que hace de productor teatral; la revista vieja de la peluquería con “escándalos de los de antes, de los que alegraban al pueblo…”.

Marina Bellati, la Callejón, Paula Ginszpan, Noralih Gago, Mónica Raiola, Julián Kartun, Pilar Gamboa, que con Pichot fluyen como si se conocieran desde hace mucho… Todos descollan actuación. El trío de chetas es genial, discrepando con muchas críticas que las acusan de exagerar. Están al límite, en esa delgada frontera entre la actuación desopilante y el pecar de hacerse el pelotudo, dijera Bartis, dijera Catalán. Y la callejón una bestia. La caracterización física y la energía que le pone a la actuación, no le encontré fisura. ¡Hija de p*uta!, me nacía de pronto frente al televisor a las dos de la mañana, si no tres, y lo mismo Pilar Gamboa, sus brotes repentinos, ¡las puteadas de Pilar! ¡Actuación en la tele! Estoy que no lo puedo creer. En definitiva, que ya me pasé de la carilla tanto entusiasmo, creo que conviene no dejarse arrastrar por el Homo de Francella y mirarse esta, si aún no la vio, aunque sea para opinar al ñudo, como yo, que a pesar de que no me caía nada bien Malena, sin querer queriendo pude separar a la obra de su autora, y ahora hasta le preguntaría si quiere ser mi amiga.

*El humor y el desconcierto acabarán con el odio entre pares.

* Chorras: ladronas, en lunfardo bien hablado.

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