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Pícaros en la literatura (IX): Marcos de Obregón, el pícaro ciberpunk del Siglo de Oro

Pícaros en la literatura (IX): Marcos de Obregón, el pícaro ciberpunk del Siglo de Oro

Un androide errante en un futuro distópico, con la batería al mínimo, infiltrado en corporaciones opacas y haciéndose pasar por mendigo virtual mientras registra “logs” de experiencias —casi como si vendiera NFT de la miseria—: parecería el argumento de un cyberpunk de última generación, pero describe, en clave metafórica, al protagonista de una novela española de 1618. Hablamos de Relaciones de la vida del escudero Marcos de Obregón, de Vicente Espinel, obra mayor de la picaresca tardía. Cada episodio opera como una ráfaga: cortes y recomienzos que cruzan Blade Runner con el Lazarillo en un callejón barroco de luces y sombras. La España que retrata Espinel se lee hoy como un paisaje de alto contraste, donde sobrevivir exige astucia, movilidad y una ética de mínimos.

Nota de método. La comparación con lo ciberpunk no pretende “traer” el Barroco a 2025, sino tender un puente heurístico: traducir la picaresca a códigos contemporáneos para hacer visible la continuidad de problemas —precariedad, vigilancia social, corrupción sistémica— entre el XVII y el presente. No es maquillaje posmoderno; es una lente que enfoca lo que el texto ya contenía.

Mundo abierto barroco: estructura, voz y precariedad

La picaresca —desde el Lazarillo (1554) hasta Guzmán de Alfarache (1599-1604)— había fijado un molde: narrador en primera persona, origen humilde, aprendizaje del engaño, movilidad constante y una promesa de enmienda que la realidad desmiente. Espinel recoge ese legado y lo somete a una actualización elegante. Marcos habla desde la edad madura y, como buen superviviente, narra sus pasos con el pulso de quien ha ahorrado hasta en palabras: no edifica catedrales morales, sino itinerarios. La organización en partes y capítulos —en algunas ediciones llamados “descansos”— segmenta la experiencia en módulos: cada bloque instala un mundo en miniatura con su propio código de conducta, su jerarquía y su precio. Es la lógica del mundo abierto: entrar, orientarse, improvisar, salir vivo.

"Esa cercanía explica que la obra se leyera largo tiempo como memorias noveladas. La primera persona no busca absolver al narrador; busca mostrar el sistema: sus reglas tramposas, sus cazadores y sus presas"

Ese diseño estructural no es un capricho formal: dramatiza el desengaño barroco. No hay una línea ascendente ni redención asegurada; hay misiones laterales: soldado en Flandes o Italia, estudiante pobre en Salamanca, músico ambulante, criado de señores de moral variable, poeta de ocasión, clérigo a ratos. Cada rol proporciona habilidades —retórica, latín para los despachos, manejo del honor, lectura del gesto ajeno— y suma cicatrices. El tablero se reconfigura, pero la economía de la necesidad devuelve siempre al inicio. De ahí que el final no sea un triunfo, sino una permanencia: seguir en pie y contarlo.

La voz de Marcos es otra clave. Frente al sermón, Espinel prefiere una primera persona de verosimilitud: escueta, móvil, con ironía seca. Por momentos roza la autoficción: los trayectos del protagonista duplican los del autor (estudiante, soldado, músico, clérigo), y el borde entre memoria y fábula se difumina. Esa cercanía explica que la obra se leyera largo tiempo como memorias noveladas. La primera persona no busca absolver al narrador; busca mostrar el sistema: sus reglas tramposas, sus cazadores y sus presas.

¿Y qué sistema era ese? Un Imperio exhausto, fiscalmente exprimido por guerras y por una corte que devora recursos; una sociedad de honores de papel, limpieza de sangre como salvoconducto, gremios que protegen y excluyen, mendicidad organizada en los márgenes, clero omnipresente, justicia que alterna celo y ceguera. No es el “Estado total” de una distopía tecnológica, pero sí un ecosistema de control y mediación: el individuo no se mide por lo que es, sino por protocolos de acceso —cartas, apellidos, recomendaciones— que funcionan como contraseñas sociales. En ese entorno, Marcos aprende una gramática crucial: simular para poder vivir. La máscara no oculta al yo; lo habilita.

"Por eso su mundo no envejece: la energía de la prosa está en la operatividad de las escenas. De ahí que la lectura contemporánea, lejos de capricho, se justifique en el funcionamiento del texto"

Todo ello explica la potencia de Marcos de Obregón como máquina de lectura del Barroco. La novela no sentencia desde arriba; circula. Cambia de escala, de registro, de compañía. A ratos parece un manual táctico de micropolítica de la supervivencia: cómo presentarse, cuándo callar, qué ofrecer, en qué esquina dormir, a qué patrón conviene huir antes de tiempo. No hay épica; hay técnicas. Y en ese inventario de técnicas se reconoce el lector de hoy: currículos afinados, perfiles pulidos, cartas de recomendación, soft skills para navegar instituciones opacas. Cambian los dispositivos; persiste la coreografía del margen.

La estética no es secundaria. Espinel escribe con una claridad que no excluye el brillo. La anécdota es precisa, la descripción sobria, el remate incisivo. No abunda el ornamento moral; sí el detalle operativo: cuánto costó, quién miraba, qué puerta estaba entreabierta. Por eso su mundo no envejece: la energía de la prosa está en la operatividad de las escenas. De ahí que la lectura contemporánea, lejos de capricho, se justifique en el funcionamiento del texto.

Del pícaro al hacker: por qué la metáfora ciberpunk funciona

Una distopía cyberpunk no necesita neones; necesita asimetrias radicales y sistemas de mediación donde la norma protege a quien menos la necesita. En ese sentido, el Barroco de Espinel comparte ADN con nuestros futuros oscuros. Las megacorporaciones encuentran su eco en patronazgos y gremios capaces de decidir acceso a trabajo, justicia o perdón; la vigilancia no es digital, pero existe: redes de delación, confesionario como archivo, fama como algoritmo reputacional. La identidad es un recurso: nombres compuestos, oficios prestados, armas verbales. Marcos no hackea bases de datos: hackea protocolos sociales.

"De ahí que el desenlace sin clímax se sienta verdadero: no hay “jefe final” que abatir ni botín definitivo; el premio es la voz conquistada, la capacidad de convertir la experiencia en relato"

El paralelismo se entiende mejor si seguimos el hilo sin esquemas. La estructura episódica de la novela produce una experiencia de apertura: cada nueva ciudad es un mapa que hay que aprender de cero, con reglas que no siempre coinciden con las del tramo anterior. La curva de aprendizaje es continua; las destrezas que Marcos va adquiriendo —si se quiere, sus “skills”— no son adornos, sino dispositivos de supervivencia: la cortesía en el umbral adecuado, el latín en el despacho correcto, la lectura del gesto exacto para evitar un duelo o ganarse una cama. El mundo de Espinel está atravesado por intermediarios que actúan como puertas giratorias; sin recomendación, sin padrino, sin gremio, el sujeto queda fuera de juego. Por eso la desconexión del patronazgo se vive como caída libre, y por eso mismo la lealtad es moneda y la autonomía, un lujo precario.

Cuando el sistema promete ascenso por mérito, pero bloquea por cuna, apellido o bolsillo, lo que hay no es derrota moral del individuo, sino falla estructural. Espinel no necesita proclamarlo: lo dramatiza. Marcos cumple encargos, aprende, corrige, y aun así el tablero lo devuelve a cero. Ese retorno no desmiente la inteligencia del personaje; denuncia la arquitectura. De ahí que el desenlace sin clímax se sienta verdadero: no hay “jefe final” que abatir ni botín definitivo; el premio es la voz conquistada, la capacidad de convertir la experiencia en relato. En ese punto se cruzan literatura y política: la narración como última propiedad inalienable del pobre.

Leída así, la novela conversa de igual a igual con nuestros mitos tecnológicos sin pedirles permiso. No se trata de forzar un anacronismo, sino de reconocer funciones equivalentes: el pícaro como operador en los márgenes, el hacker como experto en grietas del sistema, ambos moviéndose en zonas grises donde las reglas oficiales son sustituidas por reglas prácticas. Lo que cambia es el instrumental; lo que permanece es el oficio de vivir en condiciones de desigualdad.

***

Coda para los puristas. Las analogías contemporáneas no “modernizan” el texto: lo conectan. Como Espinel usó los códigos de su siglo para decir su verdad, nosotros usamos los nuestros para leer mejor la suya. Si la comparación ciberpunk/GTA funciona, es porque no obliga al libro a ser lo que no es: nos deja ver —con otra luz— lo que sigue siendo. Al cerrar Marcos de Obregón, uno imagina al protagonista como a un jugador veterano que apaga la consola con las manos vacías y el cuaderno lleno: perdió recompensas, ganó una voz.

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Fernado García Delgado
Fernado García Delgado
2 meses hace

Adjunto el comentario que hemos realizado mis alumnos de secundaria y yo mismo recogidos hoy, esperando que sea de conformidad para la profesora.

El texto consigue algo difícil: **activar a Espinel con códigos contemporáneos sin desfigurar el Barroco**. La metáfora ciberpunk funciona porque no es un barniz cool, sino un **marco operativo**: las corporaciones como patronazgos, los protocolos de acceso como cartas y recomendaciones, la reputación como algoritmo social. Ese traslado ilumina la **dimensión sistémica** de la picaresca —no moraliza al individuo; cartografía las trampas del tablero— y devuelve al lector la vigencia del “oficio de vivir” en condiciones de desigualdad.

El análisis de **estructura episódica** es especialmente certero: “descansos” como módulos de mundo abierto, “skills” que se ganan y se pierden, aprendizaje continuo sin promesa de redención. Esa lectura, además, **aclara el final**: no hay jefe final ni botín, hay **voz**; y que el premio sea narrativo —contarlo— conecta literatura y política sin proclamas. También aciertas al perfilar la **primera persona** de Marcos: verosímil, económica, con hierro y sin sermón; hace visible el sistema mientras camina por él.

En términos de estilo, la prosa mantiene un **pulso nítido y cargado de imágenes operativas** (“cuánto costó, quién miraba, qué puerta estaba entreabierta”). Ese énfasis en el detalle como herramienta —no como ornamento— está muy en la lógica de Espinel y explica por qué el texto “no envejece”.

Tres microajustes que pueden afilar todavía más la pieza para el futuro según suele la profesora pedir:

* **Coherencia léxica**: decidir entre *ciberpunk*/*cyberpunk* y mantener una sola forma. Corrige el arranque (“**Un** androide errante…”) y revisa guiones largos/medios para uniformidad.
* **Un anclaje textual**: incorpora 1–2 citas breves de *Marcos de Obregón* (escena en Salamanca; servicio militar en Flandes; episodio como músico) para que el lector vea la **prueba** de lo que afirmas.
* **Una línea de contexto**: una frase situando fecha, autor y lugar en el canon (1618; Espinel, músico y poeta; picaresca tardía entre *Guzmán* y *Buscón*) ayudará a lectores no especialistas sin romper el ritmo.
***Bravo por la coda para puristas*** en institutos andamos a bofetones literarios con estos asuntos. Gracias!!!

En conjunto, **es un comentario brillante**: convierte la novela en **herramienta de lectura del presente** y, a la vez, devuelve al Barroco su filo político y técnico.

Rosa Amor
Rosa Amor
2 meses hace

¡Muchas gracias Fernando! Si ha sido útil, me doy por satisfecha.

Mario Raimundo Caimacán
Mario Raimundo Caimacán
2 meses hace

La siempre brillante Dra. Rosa Amor del Olmo nos regaló un artículo extraordinario y reveló la esencia de la Novela Picaresca, que no está en el pasado porque siempre ha sido contemporánea: La fragilidad del ser humano en un mundo áspero y lleno de egoísmos, el hombre como un ser sujeto al azar y a fuerzas externas e incontrolables, víctima de las fortunas y adversidades como una brizna de hierba en el viento; el hombre como un ser débil ante la precariedad de un mundo donde la solidaridad, la generosidad, el altruismo, son bienes escasos, casi inexistentes, donde los más pobres e indefensos, para sobrevivir deben aguzar el ingenio y olvidarse de la moralidad, porque la realidad es injusta y la sociedad, fundada en las jerarquías, la desigualdad y la explotación, funciona con un orden terrible, de opresión, de exclusión, de violencia. Ésto lo expuso con claridad Fray Juan de Ortega en su Lazarillo de Tormes en 1554, antes de la Revolución Industrial y así era el mundo en la Antigüedad y lo es hoy, en nuestro tiempo de tecnologías digitales: La utopía cristiana del mundo solidario, altruista, pacífico, del amor al prójimo y la hermandad en Dios es un bonito ideal nunca alcanzado. Lo que existe es una sociedad fundada y anclada en las desigualdades, en las injusticias y productora de excluidos, de marginados, de parias, de Lazarillos, de pícaros, que muchas veces le niega al ser humano, desde la cuna, todo bien, hasta el ancla de una familia, de padres amorosos y protectores. Esta terrible realidad que Fray Juan de Ortega quiso mostrarle a Felipe II para que actuara y corrigiera tantos males (quien prefirió escuchar a un adulante consejero y decidió ser “El Rey Prudente”) es la realidad del mundo desde sus orígenes y permanece vigente: Ya superamos la esclavitud legal aunque sigue viva la esclavitud moderna y muchas injusticias que agobian a la Humanidad y reducen a los seres humanos a débiles víctimas de un mundo corrompido.
?Acaso ya no existen niños desamparados en las calles? ?Ya las niñas y mujeres sin pan ni techo no son arrojadas a la prostitución? ?Ya no hay mendigos y familias sin techo? ?Ya no muere gente por hambre?
Con los recursos, con las tecnologías, con los conocimientos del mundo contemporáneo la Humanidad podría erradicar todos estos males, que aún perduran por una realidad patente: Nuestras sociedades están fundadas en el egoísmo, en la codicia, en las más aberrantes injusticias y en la negación sistemática del mínimo de bienestar material para la subsistencia humana.

La Literatura expuso una realidad aberrante en el siglo 16 porque un hombre de letras intentó influir en su tiempo en el Rey más poderoso del mundo y pintó con palabras un retrato social de la pobreza en España fruto de las guerras y de los errores de las élites gobernantes, pero no era solo de España y de su tiempo, retrató al mundo y retrató todos los tiempos, retrató a la Humanidad. Por eso la Picaresca, que nació en España por el intelecto de sus escritores, alcanzó fama universal, porque nació de una realidad universal.
Hoy la exclusión, la marginación, los abismos de las desigualdades se mantienen. No es fruto de la Revolución Industrial, ni del Imperialismo Colonialista, ni de la Revolución Tecnológica, es la esencia de nuestras sociedades y se requiere (ante el catastrófico fracaso de la Utopía Marxista) una nueva utopía que impida el nacimiento de Lazarillos de Tormes.
Gracias a la Dra. Rosa Amor del Olmo, por su sabiduría al recordarnos que estamos aún viviendo los terribles tiempos de la Picaresca, que somos contemporáneos, que aún no logramos superar nuestra triste y vergonzosa iniquidad.