Hay novelas que no sólo narran una historia, sino que la respiran, la atraviesan, como si el tiempo literario que proponen pudiera permear la realidad. Es el caso de La Ciudad Amurallada, una de esas obras insólitas y necesarias con la que el autor completa el círculo narrativo que inició en este mismo sello con Cuando se vacían las playas hace ya más de una década. Y lo hace con una mirada más depurada y una ambición poco común en la narrativa contemporánea.
La intriga policial que articula el inicio de la narración opera como mera excusa argumental. Pronto, el lector comprende que la verdadera columna vertebral de la novela no es la resolución del caso, sino la transformación que experimentan los personajes a lo largo de esa persecución. No hay aquí concesiones al efectismo o a la espectacularidad del thriller; más bien una voluntad clara de sostener la narración desde los conflictos interiores, las pasiones, las decisiones éticas y las heridas de ambos: un hombre y una mujer que progresivamente se alejan de los márgenes de una sociedad vigilada, en busca de sentido, identidad y redención.
A pesar de estar emplazada en un futuro cercano, un año 2036 inquietantemente plausible, la novela trasciende los códigos de la distopía tradicional. Iglesias no se complace en los artificios del género, ni se limita a trazar una cartografía de lo que vendrá, sino que se sirve de ese telón de fondo para abordar, con notable sutileza, una serie de conflictos universales: el deber, la soledad, los celos, el deseo de libertad y la tensión ineludible entre el individuo y el poder.
La segunda parte del libro, inédita hasta ahora, nos sitúa veinte años después: Lara Márquez ha pasado de ser una joven trasgresora a convertirse en la líder de un grupo de insurgentes que, refugiados en cuevas tras huir de la ciudad, resisten al ejército comandado por el teniente Samuel Negro. A su vez, J Solo, abatido públicamente por los disparos de la policía y dado por muerto, se ha convertido en leyenda, en figura inspiradora de esta rebelión cada vez más arraigada.
Pero la novela no se detiene en el enfrentamiento. La figura de J Solo cabalga hacia una presencia simbólica, pacífica y filosófica que abre nuevas capas de lectura. El conflicto externo se ve imbuido de una dimensión espiritual, entre el ocaso y la fantasmagoría del más allá.
Una de las decisiones formales más interesantes de la novela es la inclusión de textos alegóricos escritos por Lara Márquez que funcionan como interludios visionarios, como piezas clave, y revelan no sólo la sensibilidad de este personaje femenino. Lara no es sólo la revolucionaria; es también la chispa poética, la utopía encarnada, la posibilidad de un nuevo lenguaje.
Eduardo Iglesias escribe desde la inquietud moral, sin perder nunca de vista la dimensión estética del lenguaje. Hay en su prosa una deliberada búsqueda de belleza, una cadencia que no desdeña lo lírico incluso en los pasajes más ásperos. En su universo, la libertad no es un concepto abstracto, sino una energía que germina en los personajes y que, a pesar del dolor y la pérdida, acaba por imponerse como la única vía posible a lo humano.
En un momento histórico donde el control social, las opresiones autoritarias, el miedo y la manipulación informativa parecen reforzarse cada día, esta obra actúa como advertencia y espejo. Iglesias parece haber intuido, desde hace ya trece años, el rumbo sombrío de los tiempos que vendrían.
Reescrita en su totalidad y publicada ahora en su versión íntegra, La Ciudad Amurallada se confirma como una novela total destinada a perdurar. Una obra que no se conforma con ser leída: aspira, como las mejores, a ser comprendida y recordada. Y se ofrece no sólo para el disfrute, sino para la transformación del lector.
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Autor: Eduardo Iglesias. Título: La ciudad amurallada. Editorial: Hermida. Venta: Todos tus libros.
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