En el Madrid de los años veinte, un trío de jóvenes geniales forjaba una complicidad irreverente entre las paredes de la Residencia de Estudiantes. Federico García Lorca (poeta granadino), Salvador Dalí (pintor catalán) y Luis Buñuel (cineasta aragonés) coincidieron allí, rodeados de un clima intelectual efervescente. Eran tiempos de vanguardias: el surrealismo francés asomaba, las vanguardias españolas (ultraísmo, futurismo, creacionismo) bullían, y la Generación del 27 emergía con nuevos bríos artísticos. Frente al peso de la tradición literaria (la generación del 98, el modernismo sentimental) estos jóvenes “espíritus juveniles llenos de ocurrencias” se propusieron dinamitar lo rancio con humor provocador.
El origen de un término maloliente

«Putrefacto lector» (1925), dibujo caricaturesco de Dalí. Esta escena satírica muestra una ceremonia náutica ridículamente pomposa, repleta de autoridades burguesas empeñadas en seguir un protocolo rancio; justo el tipo de situación “anacrónica y conmovedoramente cursi” que Dalí y Lorca catalogaban de putrefacta. Técnica: Tinta sobre papel. Dimensiones: 21,5 x 16,5 cm. Año de ingreso: 1999. Número de registro: DE01340. Fecha: 1925. Serie: Putrefactos. Centro de Arte Reina Sofía.
Todo empezó con una palabra: “putrefacto”. En principio no parece el término más glamuroso para un grupo de jóvenes artistas, pero precisamente ahí residía la ironía. Putrefacto (literalmente “podrido, corrompido”) fue el epíteto que Lorca, Dalí, Buñuel y sus amigos adoptaron para referirse a todo aquello que detestaban en el arte y la sociedad de su época. «El término putrefacto designaba más especialmente al conservador en el arte», explicaría Francisco García Lorca (hermano de Federico), «aunque se extendiera al reaccionario en cualquier sentido, al mezquino, al pedante, al aburrido…». En otras palabras, lo putrefacto era lo caduco, lo inmovilista, lo sentimentalón y cursi; el espíritu rancio de un país aferrado a viejas costumbres que los vanguardistas querían dinamitar.
El origen concreto del vocablo en su jerga tiene visos de leyenda juvenil. Algunos atribuyen a Lorca el haber empezado a usar “putrefacto” como burla hacia ciertos literatos establecidos. Otros, como el hispanista Ian Gibson, sugieren que fue Dalí quien popularizó la palabra en el círculo. En realidad, pronto se convirtió en un juego compartido: todos la usaban para escarnecer a los “apolillados”. Por ejemplo, el joven Dalí llegó a proclamar provocativamente que Juan Ramón Jiménez —el laureado poeta de Platero y yo— era “el jefe de los putrefactos españoles”. La pulla tenía dardo: Platero y yo, con su burrito tierno y sus almibarados diálogos, encarnaba justo ese sentimentalismo empalagoso que ellos consideraban arte en descomposición. El burro de Juan Ramón se convirtió así en símbolo involuntario de la podredumbre artística, y no por casualidad un burro podrido terminaría protagonizando sus bromas y obras.
La ocurrencia cobró forma de proyecto creativo en 1925: Dalí y Lorca idearon El libro de los putrefactos, un álbum de caricaturas dibujadas por Dalí con texto de Lorca. La idea era retratar distintos tipos putrefactos, desde figuras costumbristas pasadas de moda hasta animales domésticos antropomorfizados con mordacidad y arte. Dalí garabateó decenas de dibujos en clave humorística e irónica, plagados de símbolos de decadencia: corazones dilatados de cursilería, señores bigotudos aferrados a rituales pomposos, escenas rurales con olor a naftalina. Lorca prometió escribir un prólogo sobre la “putrefacción” que diera contexto literario al conjunto, a la gran obra.
Entusiasmado, Dalí presionaba a su amigo: aquel cuaderno iba a ser su pequeño manifiesto irreverente. Sin embargo, el libro nunca vio la luz. Federico —quizás entretenido con otros proyectos, quizás no del todo convencido— jamás entregó el prólogo, pese a las insistentes súplicas de Salvador. Los dibujos quedaron dispersos, inéditos durante décadas, y la obra conjunta se volvió un mito estudiantil: el libro que no pudo ser. Con todo, el espíritu de Los putrefactos sobrevivió entre ellos. Buena prueba es que Dalí recicló la idea del burro podrido en un ensayo posterior titulado “El asno podrido”, donde desarrolló esa estética de la descomposición renovadora. Incluso en sus pinturas de 1927-28 Dalí incluyó asnos en descomposición (La miel es más dulce que la sangre, El asno podrido) como declaración anti-sentimental. Buñuel, por su parte, incorporaría la macabra imagen en el cine. Aquella palabreja maloliente que nació como chiste privado había cobrado vida propia como categoría estética: lo putrefacto como sinónimo de lo anticuado y falsamente emotivo, lo podrido como aquello que debe morir para fertilizar algo nuevo. El sello de “putrefacto” sería, a fin de cuentas, un grito de guerra de estos jóvenes contra todo lo que olía a viejo.
Un lenguaje secreto: carnuzos y bromas privadas
Como buenos revolucionarios con alma de club secreto, Lorca, Dalí y Buñuel desarrollaron su propio argot cómplice. Además de putrefacto, pronto añadieron a su léxico otra palabreja: “carnuzo” (o carnús). Este vocablo aragonés, que significa carroña o carne podrida, lo aportaron Buñuel y Pepín Bello, orgullosos hijos del Alto Aragón. Así, llamaban carnuzo a cualquier cosa particularmente hedionda en sentido figurado, y en sus chanzas lo asociaron al ya famoso burro en putrefacción. En las mentes de estos muchachos, la imagen de un asno muerto devorado por buitres se volvió emblema visual de todo lo anticuado y hipócrita (no deja de ser una metáfora potente: el burro, animal humilde y sentimental por excelencia gracias a Platero, reducido a carroña que alimenta nuevos ciclos de vida, tal como la tradición muere para abonar la tierra de la modernidad).
La génesis de esta figura tiene tintes casi surrealistas. El propio Luis Buñuel relató que de niño se topó en el campo con un burro reventado, rodeado de buitres; la pestilencia era terrible, y los pajarracos le parecieron curas con sotana sobre el cadáver. Aquella visión dantesca se le quedó grabada. Años después, en la Residencia, Pepín Bello solía evocar sus recuerdos de niñez en Huesca: los muladares donde se abandonaban bestias muertas para que se pudrieran a la intemperie. De esas charlas escabrosas surgieron las célebres imágenes simbólicas y términos fetiche de la pandilla: carnuzo, burro podrido, hormigas saliendo de la herida… Una poética de lo descompuesto que combinaba fascinación y repugnancia, muy en línea con la naciente sensibilidad surrealista (Dalí confesaba sentir mezcla de asco y deseo ante la podredumbre desde pequeño). Por supuesto, todo envuelto en una buena dosis de humor negro.
Entre ellos se llamaban “putrefacto” de cariño (¡vaya piropo!) o soltaban expresiones estrambóticas que pocos fuera del grupo entendían. En sus cartas y dibujos compartidos abundaban los chistes privados, dibujillos marginales y palabras inventadas. Por ejemplo, Dalí decoraba las misivas a Lorca con hormigas y alusión a la podredumbre, mezclando erotismo y burla. Se mofaban de profesores pomposos apodándolos putrefactos, y a los artistas amanerados los tildaban de “cursis funerarios” entre risas. Cuando algo les parecía excesivamente burgués o académico, ahí iba el veredicto jocoso: “qué putrefacto eres, querido”. Lorca, con su ingenio natural, también aportaba al juego lingüístico. Incluso llegó a fingir ser otro “Bello”: firmaba algunas bromas como Federico Bello o Pepín García Lorca, intercambiando identidades con Pepín para despistar a los aburridos.
Detrás de las risas y los motes estrafalarios latía una actitud de rebeldía seria. Lorca, Dalí y Buñuel compartían un rechazo frontal a los valores burgueses y académicos tradicionales. Lo dejaron claro en sus actos y obras, a veces de forma abierta y otras en clave satírica. Detestaban la hipocresía social, la rutina acomodada, el arte convertido en salón respetable. Y no perdían ocasión de hacer mofa de ello.
Su irreverencia hacia la academia quedó patente en hechos como la célebre expulsión de Salvador Dalí de la Escuela de Bellas Artes de San Fernando. En 1926, poco después de sus andanzas residenciales, Dalí se presentó al examen final y, con altanería juvenil, declaró que ninguno de los catedráticos era competente para evaluarle. Resultado: fue inmediatamente expulsado de la Academia por insolente. Este desplante real bien podría haber sido sacado de una de sus sátiras, pero fue verídico: Dalí despreciaba la vetusta autoridad académica y así lo escenificó. Buñuel tampoco se quedaba atrás en desacato: cursó estudios de manera indisciplinada y pronto cambió los libros por la cámara, seguro de que tenía que romper moldes en lugar de seguirlos. Federico García Lorca, aunque más diplomático de carácter, compartía el desdén por el pedante ambiente académico que ahogaba la creatividad.
El legado de un hedor genial
Resulta irónico (y profundamente literario) que de algo podrido naciera tanta frescura creativa. Lorca, Dalí y Buñuel hicieron del humor irreverente un arma cultural, riéndose de la muerte artística para afirmar la vida nueva. Su término “putrefacto”, acuñado entre amigos a carcajadas, terminó por definir todo un enfoque vanguardista: la demolición festiva de lo viejo para fertilizar lo nuevo. Aquellos estudiantes traviesos oliendo a azufre cambiaron la sensibilidad de una época sin perder jamás la sonrisa.
En sus memorias, Buñuel escribió: «Nuestra amistad fue una llama». Y ciertamente ardió con intensidad: una llama que quemaba las oxidaciones de la tradición. Los putrefactos se burlaron de la pompa vacía, pincharon el globo de la pedantería y dinamitaron la cursilería sentimentaloide, todo con ingenio lúdico pero crítica certera. Fueron, en el fondo, auténticos revolucionarios lúdicos. Su crónica es la de una vanguardia provocadora contada en clave de comedia: la alegre pandilla que, entre bromas y veras, ventiló el olor a cerrado del arte español.
Hoy, cuando releemos sus cartas, vemos sus dibujos caricaturescos o volvemos a ver Un perro andaluz, percibimos ese cóctel de risa y transgresión intacto. Su legado nos recuerda que la creatividad nace tanto del juego irreverente como del trabajo serio. Lorca, Dalí y Buñuel —los genios putrefactos— entendieron que a veces para alumbrar lo bello hay que saber apreciar cierto hedor… y reírse de él. Como diría Dalí, la miel es más dulce que la sangre, pero un poco de podredumbre estratégica puede dar sabor a la miel del arte. Aquella crónica divertida de una vanguardia nos sigue inspirando, demostrando que el humor, por muy negro que sea, puede ser el mejor abono para la creatividad. Muchos en nuestra etapa de jóvenes universitarios e incluso de profesores (doy fe) hemos transgredido las normas y lo seguimos haciendo ¡Olé por estos putrefactos, cuya amistad maliciosa supo convertir la descomposición en fuente de vida nueva! ¡Bien por contagiarnos!


Coinncido: para ser un BURLADOR / TRANSGRESOR / SUBVERSIVO tenés que entender muy bien de qué se trata aquello que BURLÁS / TRANSGREDÍS / SUBVERTÍS.
Apuntar es fácil.
Argumentar, complejo.
Mucho no conocía, por ende, busqué info.
Generación del 27en España: algunos de sus
destacados fueron Lorca (escritor) y
Dalí (pintor).
Dalí: “LA INTELIGENCIA SIN AMBICIÓN ES UN PÁJARO SIN ALAS”.
Lorca y la Justicia social: “EL DÍA QUE EL HAMBRE DESAPAREZCA, VA A PRODUCIRSE EN EL MUNDO LA EXPLOSIÓN ESPIRITUAL MÁS GRANDE QUE JAMÁS CONOCIÓ LA HUMANIDAD”. 1936 , el mismo año de su asesinato, previo al estallido de la agitación española.
Contexto de inestabilidad político-económica en gran parte del mundo para el siglo xx (Primer Guerra- La Crisis del ’29 – Guerra Civil Española entre el ’36 y el ’39).
Lo PUTREFACTO : lo rancio establecido como valores aceptados.
“NOSOTRAS TENEMOS NUESTRAS MANOS Y UN HOYO EN LA TIERRA DE LA VERDAD”. La Poncia (criada)
Personaje de “LA CASA DE BERNARDA ALBA” (1936).
“BERNARDA” : la “señora bien” que dice : “LOS POBRES SON COMO LOS ANIMALES; PARECEN COMO SI ESTUVIERAN HECHOS DE OTRAS SUSTANCIAS”.
EL VERBO SIEMPRE ALCANZA para describir y ACTÚA , como los RX , mostrar de qué estamos hechos.
Brillante y divertida exposición de lo que fue una revolución académica radical. Gracias como siempre Prof.Amor
Dalí= Arte visual.
Margarita Xirgu= Actuación y Dirección teatral.
Lorca= Escritor.
A Lorca se lo llevó la Guerra Civil Española.
A Margarita la exilió el Franquismo.
Dalí retrató su confusión sexual y el deseo en 1929 en el año , cuando la Economía del mundo padecía una alteración.
Margarita fue Bernarda Alba en
Buenos Aires. La fecha: un 8 de MARZO!!!! Hoy se Celebramos para ese día , el Día de la Mujer.
No guarda relación con Xirgu ni con Lorca… Lorca se ocupó de la Mujer
y sus deseos , su necesidad de elegir el rumbo de sus vidas. Ello quedó en “Yerma” y “La Casa de Bernarda Alba”.
En España, Xirgu actuó con escenografía realizada por Dalí.
Espero haber entendido bien las redes tejidas entre ellos (búsqueda de datos porque no manejo mucho la Historia).
Ellos vivieron en una Sociedad de mucha apariencia.
Ellos fueron muy peligrosos: los destinos de Lorca y Xirgu, lo dicen.
Me encanta la sensibilidad social que tuvo Lorca.
Es un todo conectado este conjuto de posteos de Rosa Amor.
Es la necesidad de mirarnos constantemente: qué decimos / qué hacemos.
Es una automirada filosófica con Fines
Espirituales, Nuestra Esencia.