Cuando estuve en la cárcel —dando una conferencia, es cierto— planteé esta pieza original ante un grupo de internos y de internas que medio llenaban un desvencijado salón de actos. Ellas, pocas, en primera fila. Ellos, por corros. Establecí unas normas de intervención: levantar la mano, decir el nombre y no el mote ni el apellido, y recalqué que se decía lo que pensara cada cual. Con toda libertad. Estas tres sílabas sabían allí dentro a gloria. Pedí atención y dije que iba a leer en voz alta y medida una sola vez un texto y que lanzaría una pregunta. Expliqué que boyar significaba “flotar como una boya” y que una escollera es un dique hecho con piedras. Acabé de leer el centenar de palabras de «Pescando», advertí que la había escrito un reciente amigo argentino, Raúl Brasca, y dejé incompleta esta frase, mi cuestión de examen en definitiva: «Y esta historia la cuenta…».
Algunos profesores de Literatura nos debatimos entre explayarnos en la atractiva idea de la plurisignificación de la obra literaria —muchos significados, superpuestos, crecientes, contiguos, contrarios incluso o aparentemente irreconciliables… que pueden enriquecer el valor de un texto— o limitarnos a ser transmisores de la prudencia de que conviene ajustarse al cabal y exacto entendimiento de un texto. Soy de quienes creen firmemente en que una obra escrita crece cuantos más la leen. «Cum legentibus crescit», por recurrir a una expresión milenaria.
Pero aprendí, también, que antes de interpretar hace falta entender ajustadamente el nivel literal del texto (que boyar es flotar) y el todo y el continuará de esta intensa narración del argentino (Marcos Paz, 1948) Raúl Brasca. Desde que le eché el ojo —en una revista donde se ofrecía un adelanto del libro Las aguas muertas de este ingeniero químico, profesor de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Buenos Aires entre los cursos 1971 y 1988—, he ido llevando este cesto de puesto en puesto, ya digo. En las aulas, en cursos de verano, en talleres de narrativa en diferentes sitios, han llovido y arreciado interpretaciones. Desde que se trata de un ángel expulsado del cielo, del encuentro de dos personas bebidas, de dos peces (pero uno cae de la cesta y vuelve al mar mientras otro lo ve esforzarse por sobrevivir y sobrenadar), o un pez robado por una gaviota, o una gaviota que propina un picotazo a un pescador… Un alumno de la Universidad de Navarra, Manuel Corera, me permitió lanzar en su día este insólito texto en su programa de radio Cosas de peces. Intentaba yo que sus oyentes picaran con estas dos preguntas: qué pasa exactamente en el cuento y quién lo narra. Se daba anónimamente para que nadie repitiera el nombre y el apellido de este escritor y agudo estudioso del microrrelato: Raúl Brasca. Si quiere usted proponer su conclusión, ¿nos escribe a dosvecescuento@gmail.com?
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Pescando, de Raúl Brasca
Lo veía allá abajo empequeñeciéndose por la distancia. Agitaba los brazos como una marioneta en medio de un enjambre de puntos blancos y su gorra boyaba lejos, solitaria. Después la imagen empezó a nublarse, ya casi no lo veo. Trato de hacer memoria. Estábamos en la escollera, él había intentado proteger sus sardinas de las gaviotas; recuerdo un revuelo de alas blancas alrededor de la cabeza y, confusamente, el aleteo violento que le castigó la cara cuando un picotazo certero nos separó. Y a él, que se quedaba allí, hueco, debatiéndose. Y yo que me iba —que me voy— cautivo, por el aire cada vez más seco, mirándolo.
Las aguas madres, Buenos Aires, Sudamericana, 1994.


Bella sorpresa! Descubrí a Brasca en una antología titulada Sacamos a pasear el monstruo. Me fascinaron sus microrrelatos y los utilicé mucho con mis alumnos, sobre todo “Triángulo criminal”…De los tres que estábamos en el bar, usted, yo y el occiso… Excelente cuentista.
Lo que pasa es que un pescador de sardinas cae al agua por el picotazo de una gaviota e intenta salvarse agitando los brazos. El narrador es el alma del pescador ahogándose. Lo único que no cuadra es la última palabra del cuento, ese plural (“mirándolos”) debe de ser una errata, porque todo encaja mejor en singular: “Mirándolo”.
Sí, es una errata.