Se pregunta la historiadora francesa Sophie Baby en su nuevo e interesante libro, ¿Juzgar a Franco? (Akal, 2025), cómo es posible que alguien siga negándose a condenar la memoria del dictador “que llegó al poder con la ayuda de los aviones de Hitler y las tropas de Mussolini después de tres años de guerra civil provocada por la insurrección del 18 de julio de 1936” (p. 11). Es una pregunta que nace de la perplejidad ante la contundencia de los datos aportados (en constante aumento) por la rigurosa investigación histórica, que revela y desvela los terribles crímenes cometidos durante la guerra y el franquismo y el indudable avance en la defensa y el reconocimiento de los derechos humanos de la España democrática plenamente integrada en la Unión Europea. Y sin embargo, lamentablemente no sólo es que haya quien se niegue a condenar su memoria, sino que en estos últimos años el ascenso de Vox y de parte de la derecha nos sitúa ante un panorama desolador, en el que la reivindicación de la figura del dictador ya no se oculta, es más, se esgrime con orgullo y nostalgia como modelo de un pasado glorioso.
Para ello, analiza la creación, pervivencia y obsolescencia del gran mito fundacional de la democracia española: el relato de la reconciliación, que legitimó la Amnistía, y “la intensidad de la presencia del pasado de la violencia en el debate público español” (p. 371). Baby rastrea los delgados hilos que contribuyeron a tejer dicho relato, que lo entrelazan con las complejas dinámicas internacionales. Así, por ejemplo, entendemos cómo a pesar de que en la década de los cuarenta las Naciones Unidas dictaminaron por unanimidad que Franco debía abandonar el poder, los intereses estratégicos imperantes hicieron que “los españoles fueran abandonados a un destino que escapaba a su control” (p. 37) y, frente a las constantes oleadas de denuncia internacional del régimen, Franco “siempre supo sacar el mayor partido” (p.66) jugando el papel de víctima o de vencedor según le convenía, llegando incluso, con una perversa inversión de la responsabilidad, a conseguir beneficiarse de las reparaciones económicas deducidas de las riquezas nazis.
En el interior, “Franco eligió el camino de la venganza, prolongando indefinidamente la crueldad originaria” (p. 85) y criminalizó a los vencidos con tal virulencia que incluso entre los vencedores se despertó la disidencia: “La tesis franquista de que debe sostenerse la victoria con su peso coercitivo (…) es, aparte de una brutalidad, una quimera (…). Al cabo de tantos años, muchos de los que fuimos vencedores nos sentimos vencidos”, declaró Dionisio Ridruejo en 1957 (recogido por Baby en p. 109). Para esos años, ya entre los vencidos se empezaba a imponer también la necesidad de proyectarse hacia el futuro y “enterrar los odios y rencores” (p. 108). Se consolida así una memoria común y transversal que conduce al reconocimiento de la culpa compartida y a la conclusión de que “la amnistía recíproca era necesaria para romper el ciclo de odio y poner fin a la irreversibilidad de la violencia” (p. 111).
No todos se plegaron a ese relato dominante. Como señala Baby, en los márgenes de la Transición se desarrollaron propuestas alternativas que señalaban la importancia de esclarecer los hechos y delimitar las responsabilidades como requisito previo para la reconciliación: “Buscaban herramientas que garantizaran la pacificación duradera de una sociedad sin dejar impunes los crímenes” (p. 170). Es en estos movimientos en donde nace y se desarrollan dos caminos diferentes: las demandas en tribunales internacionales que mostraron una imagen mundial de una España en la avanzadilla de la defensa de los derechos humanos cuando tuvieron resultados tan llamativos e importantes como el de la acusación y detención de Pinochet en 1998; y las exhumaciones de víctimas que, iniciadas de manera silenciosa al final de la dictadura, pasaron en el año 2000 a conformar una “imparable ola memorial que barría el país” (p. 337), movimiento memorialista sin el que no se puede entender la historia del siglo XXI y que puso en evidencia las contradicciones internas de un país campeón contra la impunidad de puertas afuera y, al mismo tiempo, campeón de la impunidad hacia dentro. En este interesante cuadro que Baby traza es fundamental el análisis de la violencia terrorista de ETA y de cómo esta complejizó la figura de víctima y fue utilizado, y sigue siéndolo, por aquellos que se oponen a las iniciativas de memoria referidas al pasado dictatorial.
Lamentablemente, queda mucho camino por recorrer antes de que lo sucedido pueda dejar de ser un “presente obsesivo que divide y obstruye la percepción del futuro y se convierta en lo contrario: un anclaje sólido” (p. 382), como reclama Baby y todos deseamos.
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Autor: Sophie Baby. Título: ¿Juzgar a Franco? Traducción: Pablo Batalla. Editorial: Akal. Venta: Todos tus libros.


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