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Exploradores

Una célebre frase de Miguel de Cervantes afirma que “el andar tierras y comunicar con diversas gentes hace a los hombres discretos”. Una referencia sabia, y algo enigmática, además, viniendo de quien viene. Pero ¿creen ustedes que nosotros, los españoles, deberíamos ser discretos, habiendo sido la primera monarquía global de la Historia? Yo no lo creo. Y mucho menos en los tiempos que vivimos de absoluta mediocridad de entendimiento, de esos que muchos llaman hordas relativistas y nihilistas que, con toda la violencia de la que son capaces, y sin disciplina alguna frente a la elección de su objeto de ataque, pretenden oscurecer nuestro pasado viajero de exploración y conocimiento alegando sandeces que sólo una mente alienada, rencorosa y ávida de poder absoluto sabe fabricar, tal y como lo hacían los más siniestros agentes de propaganda social y política que han existido. Lo peor del caso es que esas hordas, que hoy intentan imponer qué debemos pensar o hacer, no han leído un libro en su vida. Y dudo mucho que lleguen a hacerlo en un futuro. Yo no les llamaría “hordas”. Ese calificativo les da un empaque que los impregna de cierto prestigio al estilo de las tribus de las estepas euroasiáticas. No. Yo les llamaría banda de analfabetos que tienen por bandera su propia ignorancia y patetismo. Son bastante más vulgares de lo que ellos mismos creen.

Haciendo un alarde de optimismo resignado, porque el pesimismo no lleva a ninguna parte, y además parece que es de mal gusto, supongamos que aún queda un reducto para la esperanza y un miembro de esa tribu infame, cuyo coeficiente intelectual le sirve únicamente para hacer la puñeta a los demás como único objetivo vital, hojea este artículo en una revista que leen personas cultivadas con inquietudes especulativas, teóricas y espirituales de toda índole. Entonces se encuentra con que existe una pléyade talentosa a la que acaba envidiando con todas sus fuerzas. Porque ellos, los de las “hordas” irracionales, léase banda de analfabetos con ínfulas, son incapaces no ya de realizar proezas y hazañas reseñables, sino que están incapacitados siquiera para entender las que ya se han producido. Pero algo se mueve en su interior. Un vago sentimiento de impotencia y frustración ante lo que no comprenden. El germen de la envidia se convierte en la flor negra con la que denigran y niegan la grandeza que les corresponde a personas relevantes que han esculpido el mundo tal y como lo conocemos hoy; empezando por Cristóbal Colón y acabando por el completamente olvidado, el viajero malagueño del siglo XIX, Cristóbal Benítez. Estos son sólo un par de ejemplos entre los miles de nombres, sí, miles de hombres y mujeres que decidieron, durante siglos, ocupar sus vidas en vivirla.

"Desde tiempos bíblicos se ha criticado el viaje, la exploración y el conocimiento"

En realidad, no transitamos una época más oscura que otras. Desde tiempos bíblicos se ha criticado el viaje, la exploración y el conocimiento. El que se queda envidia al que es capaz de sacar los pies fuera de la seguridad del tiesto establecido. El que ha sido capaz de transitar por caminos, en principio intrincados y tortuosos, también ha tenido, entre sus enemigos, a admiradores impenitentes, como es el caso del explorador británico Walter Raleigh. A pesar de la enemistad histórica entre España e Inglaterra, al leer sus palabras he percibido cierta fascinación por nosotros, los españoles, a los que esas numerosísimas pandillas de envidiosos, cuyos cerebros sólo segregan obsesión, fanatismo y las decenas de estupideces que los caracteriza, nos han atacado sistemáticamente porque es lo único que saben hacer. Lo único. Se me antoja que es difícil no saber nada. No saber nada de Historia, ni de Ciencia, o de cómo funciona un mechero, y mucho menos de Filosofía Política o de Ética, dimensiones paralelas que no llegan ni a percibir. Pero ellos lo consiguen. Lo ignoran todo. Y no nos engañemos: la cosa irá a peor. Tanto fuera como dentro de nuestro país.

Raleigh escribió: “No puedo por menos de alabar la paciente virtud de los españoles. Raramente, o nunca, nos es dado encontrar una nación que haya sufrido tantas desgracias y miserias como sufrieron los españoles en sus descubrimientos de las Indias. Persistiendo, empero, en sus empresas con una constancia invencible, lograron anexionar a su país provincias tan hermosas que se pierde el recuerdo de tantos peligros pasados. Tempestades y naufragios, hambre, derrotas, alzamientos, el sol abrasador, el frío, la peste y toda clase de enfermedades —las ya conocidas junto a otras ignoradas— , pobreza extrema y carencia de todo lo necesario han sido los enemigos con los cuales se han encontrado en una y otra ocasión cada uno de sus descubridores”.

"Nuestra historia naval científica es casi inabarcable. Es inviable enumerar, en un artículo como éste, a todas las mentes prodigiosas que conforman nuestro bagaje cultural naval"

Estas palabras las escribió Raleigh a principios del siglo XVII, cuando Juan Sebastián Elcano acababa de ser el primer marino en la Historia en circunnavegar el globo y cuando la Carrera de Indias funcionaba como un reloj para alimentar de oro y plata a todo el Imperio. Las escribió cuando los españoles habían fundado ciudades, universidades y construido catedrales a lo largo del continente americano. Pero el mundo aún no había sido testigo de las grandes expediciones ilustradas españolas del siglo XVIII, ni algunas de las grandes batallas ganadas por la Real Armada en los cinco océanos y mares del planeta a todas las naciones que osasen enfrentarse a ella. Al fin y al cabo, Raleigh no llegó a ver la supremacía absoluta en la ciencia de la navegación, ni los logros en diversos campos, derivados de la exploración geográfica de los españoles. Son muchos, demasiados, los nombres de aquellos que supieron vivir la vida concentrados en sus objetivos, que no eran otros que su amor por el conocimiento, la pasión por la geografía y la exploración. Como lo fue el empeño de encontrar el paso del Noroeste; Alejandro Malaspina lo buscó en el siglo XVIII como uno de los objetivos de su extraordinaria expedición, atravesando fiordos helados en parajes indómitos de lo que hoy llamamos Alaska. O los que midieron el arco del meridiano en Ecuador, como los marinos y científicos ilustrados Jorge Juan y Antonio de Ulloa. Otro de estos insignes e ilustrados marinos españoles fue Cosme Damián Churruca, comandante de la Expedición Hidrográfica del Atlas de la América septentrional. Y es imposible olvidar al geógrafo del mundo, el cartógrafo y explorador Felipe Bauzá y Cañas. Pero, como les digo, la lista de marinos científicos expedicionarios es casi infinita.

Siento debilidad por la Real Armada Ilustrada española del siglo XVIII. Es cierto. Pero les aseguro que es posible encontrar nombres destacados en la navegación y la ciencia españolas remontándonos a la Edad Media, y en nuestro más inmediato pasado. Sí, es posible. Nuestra historia naval científica es casi inabarcable. Es inviable enumerar, en un artículo como éste, a todas las mentes prodigiosas que conforman nuestro bagaje cultural naval, que es brillante, que es portentoso. Y demasiado desconocido. Siempre he tenido ganas de preguntar a los historiadores profesionales cual es la razón por la que ha sido tan tibia la atención que se ha prestado a la Historia Naval española. Una historia que no sólo lleva aparejada hitos de la ciencia y la geografía, sino también del arte en todas sus manifestaciones y del desarrollo de la industria naval y la tecnología.

"Así que ya tenemos, al menos, una de las razones que motiva a las amebas prepotentes a insultar nuestra Historia. No soportan tanta envidia"

Así que ya tenemos, al menos, una de las razones que motiva a las amebas prepotentes a insultar nuestra Historia. No soportan tanta envidia. También lo dicen los psicólogos. Un envidioso tira por el camino de en medio y zanja el asunto pisando el castillito de arena construido por un niño que llora la ocurrencia de su compañero de juegos. Esos envidiosos unineuronales o mononeuronales, elijan ustedes el palabro que más les guste, que han conseguido, con mucho esfuerzo, aprender a leer y a realizar las cuatro reglas básicas del algebra contando con los dedos, tienen una vaga idea de los logros de los españoles a lo largo de la Historia. Los que no han leído nunca un libro se alimentan de las patrañas que inventan los anteriores que, a duras penas, consiguen hojear la cartilla de párvulo y tienen como oficio el de difamador profesional, una profesión tan antigua que su origen se remonta al principio de los tiempos. Entonces, estos jefes mononeuronales, ayudados por sus lugartenientes, los ejecutores celosos, diseñan su absurda ruta de acciones contra España y los españoles, inspirada en los insoportables celos históricos. Algo tendrán que hacer, digo yo, esos pobres desdichados para ganarse el pan de cada día desprestigiando, fastidiando, calumniando o lo que tengan ese día anotado en su apretada agenda de la nimiedad.

"Nosotros, con humildad y dedicación, tenemos la obligación de reclamar aquel mérito que muchos le han negado a la Historia de España. Sobre todo, a la Naval"

En fin, no podemos pecar de ingenuos. También sabemos que hay otros intereses mefistofélicos en aquellos que tienen bibliotecas abarrotadas de libros que sí han leído. Y que su ocupación favorita es el descrédito de España y su Historia. Créanme que no sé decidir qué facción me parece más inquietante.

Quedémonos, pues, con el impresionante paisaje de un océano que ha sido el escenario de magníficas hazañas, algunas convertidas en novelas, cuadros al óleo o relatos a la luz de la lumbre; quedémonos con el viento en las velas que impulsó un tiempo que jamás volverá. Pero que existió. Unos días en los que vivieron hombres y mujeres, intrépidos y valientes, que hoy nos inspiran. Mucho se han esforzado en ocultar la dimensión épica de aquellos viajes y los nombres de sus protagonistas que, durante varios siglos, ampliaron los límites geográficos conocidos y también los del saber. Nosotros, con humildad y dedicación, tenemos la obligación de reclamar aquel mérito que muchos le han negado a la Historia de España. Sobre todo, a la Naval. Es cierto que cualquier gloria es pasajera. Pero no tanto. Aquellos tiempos fueron heroicos. Como los relatados por Homero o Virgilio en sus poemas eternos, a los que siempre regresamos. Debemos poner la proa hacia ese espíritu, hacia esa época en la que la geografía y el conocimiento eran, aún, un mapa por trazar. Un mapa que dibujamos concentrados y en silencio mientras, fuera, en la intemperie de la ignorancia, el clamor de los estúpidos intentaba detenernos.

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