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Escribir con el vientre

Hay libros que se gestan en el vientre porque no pueden nacer en la mente, es imposible. Así sucede, por ejemplo, con Paula, de Isabel Allende, donde la autora se desahoga escribiendo sobre la muerte de su hija por la porfiria. A Mortal y Rosa, del que se cumplen ahora cincuenta años de su publicación, le sucede lo mismo. Umbral se volvió un dionisos del adjetivo, y se volvió loco adjetivando ese texto mientras lo escribía. Pues así, La historia de Horacio, del colombiano Tomás González (Medellín, 1950), si bien no narra la muerte de un ser amado por el autor, sí podemos reconocer que está muy presente la obsesión por la muerte, aunque nada más arrancar se lancen gargajos por entre los dientes a cinco metros de distancia. Porque La historia de Horacio no es apolínea, como van a comprobar.

"En realidad, si algo deslumbra en La historia de Horacio es el uso de imágenes que definen, permítanme que me atreva a escribirlo, dierto tremendismo mágico"

Al lector de esta novela le atraerán, sobre todo, las formas del decir, el extrañamiento que producen los enunciados y las oraciones, los giros y los modismos, la suspensión, porque somos tan bonitos cuando nacemos y tan feos cuando nos vamos… La historia de Horacio es una recreación colorida, pero sobre todo plástica, del más rotundo y sincero tópico renacentista: cotidie morimur. Todos morimos cada día, y Horacio, nuestro protagonista, incluso en la ficción, lo hace de una manera muy singular. Concentra lo que le rodea (relaciones y discusiones familiares, rutinas diarias, lazos de amistad y vecindad) para seducirnos con encanto. Vivimos y morimos de una manera única y Horacio es tan consciente de dónde se encuentra en el camino de la vida, que su propósito será embelesarnos con su historia, puesto que se trata de una condensación y una espumosa destilación sobre la parte final de su recorrido. Una esencia con la que nos demuestra con qué serenidad y con qué vitalidad va a afrontar su último stop. La ironía que despliega, será además, un condimento que utilizará cuando el narrador le permita opinar y matizar. Y lo hará sin tapujos. Como cuando nos advierte de que el sexo, “que cincuenta años atrás era un botón de rosa, ahora es un bollo varicoso del que cuelgan dos aguacates peludos”. La imagen, rotunda.

"Esta novela está muy atada a la realidad, aunque leamos en sus páginas que a Cupido un camión le pisara una oreja en febrero"

En realidad, si algo deslumbra en La historia de Horacio es el uso de imágenes que definen, permítanme que me atreva a escribirlo, cierto tremendismo mágico. Un tremendismo que se soporta sobre un léxico rebosante de coloquialismos y americanismos que dificultan, en ocasiones, la comprensión, el dictus narrativo. Por lo general, las escenas, además de ser verdaderas fotografías, provocan en el lector algún que otro exabrupto. Como cuando Pacho, un personaje, “descuajó la garrapata con cuidado, para no perturbar a la vaca, puso la garrapata en la palma de la mano por un momento, sin pensar en nada, solo detallando su forma horrenda, la colocó sobre una piedra que afloraba del pasto como una isla y la aplastó con la bota. Miró el mapa de la sangre en la piedra y buscó en uno de los bolsillos de la levantadora el paquete de cigarrillos y en el otro el encendedor Ronson, que olía a gasolina”. Porque “Pacho era capaz de sacarles los gusanos a las vacas apretándoles la piel y la carne con los dientes hasta que los parásitos le caían en la boca”. “¡Eavemaría Pacho, usted sí es muy cochino!”, le decimos ahora. No era maná, ni secreción dulce, porque lo que Pacho obtenía solidificado de la vaca y no del tamarisco, no era una golosina, sino un gusano. Y que algunos personajes de La historia de Horacio se comporten así, de manera desagradable, en realidad significa que les da mucho miedo vivir, ser personas; la vida les aterroriza. Por eso son los más puros antagonistas del protagonista, nuestro Horacio.

La historia de Horacio es una verdadera obra de la imaginación, como definiría Virginia Woolf a la buena novela: “No cae del suelo como un guijarro porque es como una tela de araña: está atada a la realidad, leve, muy levemente quizá, pero está atada a ella por las cuatro puntas”. Esta novela está muy atada a la realidad, aunque leamos en sus páginas que a Cupido un camión le pisara una oreja en febrero.

Tomás González ha conseguido con La historia de Horacio que su protagonista, Horacio, se enfrente a la muerte, no con aquella angustia que tuvo que soportar, por ejemplo, Juvencio Nava en la gran historia de Juan Rulfo “¡Diles que no me maten!”, sino con la certeza de que ha sido él quien se ha aprovechado de la magia que trae consigo la vida para encarar con todo el encanto que un ser humano es capaz de irradiar, su irremediable muerte.

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Autor: Tomás González. Título: La historia de Horacio. Editorial: Sexto Piso. Venta: Todos tus libros.

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