Desde 1959, los irreductibles galos resisten en su aldea dibujada contra un enemigo mucho más poderoso que el Imperio Romano: el paso del tiempo. Nacidos de la imaginación del guionista René Goscinny y del trazo vibrante de Albert Uderzo, Astérix y Obélix se convirtieron pronto en un fenómeno cultural europeo, espejo de ingenio, identidad y humor. La muerte de Goscinny en 1977 pareció, por un momento, sellar el destino de la saga; pero Uderzo, fiel a su amigo, decidió continuar en solitario. Y cuando también él se despidió en 2020, los galos, tercos como siempre, siguieron en pie.
En una mañana lluviosa, muy adecuada con la saudade portuguesa, los irreductibles galos volvieron a levantar sus cascos al viento. Esta vez no para enfrentarse a César, sino para conquistar una nueva tierra: Lusitania, el extremo occidental del Imperio. Allí han llegado de la mano de sus nuevos cronistas, quienes presentaron el nuevo álbum de Astérix, una aventura que celebra tanto la tradición como el cambio.
“Llevo ya muchos años trabajando con los Astérix”, confesaba el dibujante, con esa mezcla de orgullo y fatiga que solo da la responsabilidad de custodiar una leyenda. “Este es el segundo álbum de FabCaro para Astérix. Ya coincidimos en el anterior”. Y en esa coincidencia, decía, se ha forjado un entendimiento silencioso, una complicidad de trazos y palabras que hace posible revivir el espíritu de Goscinny y Uderzo sin traicionarlo.
En esta ocasión, la aventura los llevó al oeste, a un territorio más verde, más húmedo, “más intenso, más vivo”. Portugal, explicaba Conrad, no es solo un escenario, sino un personaje. “He intentado traducir el carácter de Portugal con los colores: esa vegetación exuberante, la luz atlántica, el brillo del agua”. Detrás de cada viñeta hay viajes, fotografías, modelos en 3D y días de documentación. “El equipo fue hasta Lisboa recorriendo la costa. Nos mandaban fotos para captar los tonos, las texturas, la atmósfera. Dibujar es también una forma de viajar”.
El resultado, dicen, es una Lusitania imaginada pero verosímil, un espacio donde los galos pueden seguir siendo ellos mismos y, al mismo tiempo, reflejar el mundo que nos rodea. Porque Astérix no es solo humor y aventura: es, como recordaba el guionista, “una foto de la sociedad actual”. Cada álbum, incluso ambientado hace más de dos mil años, dialoga con su tiempo. “La antigüedad es solo un pretexto”, dijo. “Hablamos del presente, de cómo somos. Cada generación tiene su propio César”.
Y en ese diálogo con el presente, el humor sigue siendo el arma más afilada. Ese humor que ironiza sin herir, que observa sin moralizar, que pone un espejo amable frente a los absurdos del poder y las debilidades humanas. En Lusitania, el humor viaja con los galos: se vuelve más sutil, más contemporáneo, pero conserva su esencia burlona. Hay guiños al turismo, a las rivalidades europeas, a los tópicos nacionales. “Astérix siempre ha sido un cómic de resistencia”, decía FabCaro, “pero también de risa, y reírse del mundo es otra forma de resistir”.
Entre las anécdotas del proceso, Conrad relató cómo incluso el color, un detalle aparentemente técnico, tiene alma propia. “El colorista se encarga del 95% del trabajo, pero yo reviso todo. No se trata solo de estética, sino de emoción”. En Lusitania, los verdes se oscurecen, los cielos se densifican, los azules se humedecen. El dibujo respira el aire atlántico.
El salón repleto de periodistas de la embajada de Portugal en Madrid —muchos de ellos adultos que crecieron leyendo las aventuras del pequeño guerrero— escuchaba con una sonrisa nostálgica. “Tenemos una conexión emocional con Astérix”, dijo su editora en España. “Nos criamos con ellos, y verlos volver es como reencontrarse con viejos amigos”. El equipo creativo lo sabe: mantener ese vínculo es quizá el mayor reto. “Las películas, las series, los nuevos álbumes… todo ayuda a mantener viva la aldea”.
Así, entre risas, guiños y recuerdos, los galos volvieron a conquistar al público. En tiempos inciertos, Astérix sigue recordándonos que siempre hay una pequeña aldea que resiste, un puñado de personajes que se niega a rendirse. Esta vez, en tierras lusitanas, el mensaje suena igual de claro: mientras haya humor, amistad y un poco de poción mágica, nada está perdido.



Aguanten las notas escritas por humanos.
Y si están bien descriptos los sentimientos, bien llevada la nostalgia, y tan bien escritas como esta, mucho mejor.