“Para muchos españoles, Ramón Langa (reconocido actor, doblador y locutor español) es el sonido de Bruce Willis o Kevin Costner”, se comentaba recientemente en Zenda. El comentario atribuía al fenómeno valores positivos… para disgusto de servidor, que tiene el doblaje por fraude.
El arma de los actores es su voz. Y su voz su marca al agua, su insignia y su bandera. Una bandera que el doblaje les arrebata. ¿Alguien concibe a Alfredo Landa, José Sacristán o Marisol sin sus respectivas voces? No: sin su voz propia (y sonando, encima, como un anuncio de seguros) son inimaginables. ¿Y a los desaparecidos Paco Rabal, Pepe Orjas o Ismael Merlo? ¿Y a Fernán Gómez, Gracita Morales o Mari Carmen Prendes? Pues no: sin su voz son irreconocibles. Pues exactamente igual en el panorama internacional. ¿Qué decir de leyendas como Gregory Peck, Lauren Bacall o Richard Burton, cuyo prestigio profesional, al margen de su condición de estrellas, pivota en el uso brillantísimo que hicieron de su voz? Una voz no pocas veces corriente y moliente, de andar por casa y jamás de locutor de anuncio… hasta que ellos la convirtieron en arte.
No es casualidad que Richard Burton, con una voz vulgar que él llevaba siempre al nivel exacto de sus personajes, hiciera un Hamlet memorable en teatro antes de ser consagrado como dios por el cine, los dólares y Hollywood. Tampoco es extraño que Lauren Bacall cimentara su aura de femme fatale en una voz que aún hoy suena como cuando arrugas el papel de estraza; debidamente modulada por una actriz llena de recursos, conmovió al cabrón de Howard Hawks, que ya es conmover, y hasta al mismísimo Humphrey Bogart. Y a mí, que heredé de mi padre el culto a La Flaca.
Gregory Peck, que tenía un físico impactante (y que manejaba con elegante soltura), se beneficiaba también de una voz impactante que gobernaba con similar elegancia. No es extraño que el Destino le reservara personajes que él hizo carismáticos, como Atticus Finch, el Hombre de Boston o los literarios capitanes Horace Hornblower y Acab.
El doblaje, señores, es un delito. Exactamente igual que el robo o la falsificación de moneda. El doblaje es, literalmente, el timo de la estampita. Un escamoteo. Una tomadura de pelo.
No faltará aquí el listo de turno que quiere “entender lo que dicen” sin mirar “cartelitos”. No me parece mal. Tampoco me parece mal que haya quien coma gato.
Pero, por Dios, que no me ofenda afirmando que es liebre.


No sabe cómo lo siento (no de lamentar sino de sentir). Por su apellido deduzco que mamó ambas lenguas. Yo no. Necesité vivir en los USA y ver pelis en su idioma para darme cuenta de cómo cambia el tono. No sólo eso, si uno ve películas en inglés con subtítulos en español, se acaba aprendiendo algo de inglés, con el oído escuchando esta lengua y el ojo leyendo en español. Además, y no es pecata minuta, es imposible una traducción perfecta. Pierde fondo o pierde forma. Los refranes, las bromas, las expresiones…son casi siempre intraducibles, disipan su alma. Sé que me entiende.