La evolución del uso del lenguaje es extraordinaria. Pasamos del «buenos días, ¿cómo está usted?» a un «qué pasa, bro» en tan solo una generación. Los adolescentes actuales, a los que «les renta» o no hacer según qué cosas, ya no se ríen normal: han desarrollado una capacidad fuera de serie conforme pueden decir algo gracioso, o escucharlo, y que sus rostros permanezcan neutros e inescrutables. ¿Saben cómo lo hacen? Con un simple LOL, que sueltan sin más, ya sea por WhatsApp o en voz alta. Yo lo he visto. Muchos ya sabrán que LOL es el acrónimo de la expresión inglesa «laughing out loud», que es algo así como partirse de risa o reírse a carcajadas. Pues ahí lo tienen, y según parece ha venido para quedarse.
Tras esta afrenta, a la que ya me he acostumbrado, el 29 de octubre el Congreso aprobó la propuesta de no ley del Gobierno para utilizar de forma correcta la palabra “cáncer”. Se insta a la utilización de la palabra de forma empática y responsable, sobre todo en ámbitos públicos e institucionales, y en especial para eliminar construcciones bélicas tipo «perdió la batalla contra el cáncer» y para erradicar estigmas tipo «es un cáncer para la sociedad».
Tan pronto como supe la noticia pensé que se trataría de fake news, de un montaje chabacano típico de redes sociales, pues no entraba en mi mente de chorlito que el gobierno pudiese perder el tiempo en semejantes propuestas, dada la gravedad y urgencia de otros muchos asuntos, por no hablar de los LOL venidos del averno. Sin embargo, la noticia no solo era real, sino que al parecer contaba con el beneplácito de algunas asociaciones oncológicas. Así pues, superado mi estupor inicial, me dio por pensar que el Gobierno, ofuscado en sus múltiples quehaceres, perdía el tiempo en estas propuestas porque creía que el pueblo llano, sin duda, era completamente gilipollas. Es decir, que cuando alguien dice «falleció de cáncer, no lo superó», la gente normal no nos dábamos cuenta de que esto implicaba responsabilidad en el paciente, por no ser capaz de salvarse. Ya ven, y nosotros creyendo que esa expresión significaba que el enfermo había suspendido el examen de vivir, por incompetente. Me pregunto quién va a tener el valor de criticar a un enfermo o enferma de cáncer, al que —en su sencilla ignorancia— le dé por decir que está peleando contra la enfermedad.
—¿Qué tal estás? —preguntaríamos al paciente tras la sesión de quimioterapia.
—Nada, aquí, luchando.
—¿Cómo? —nos extrañaríamos, molestos—. Querrás decir «sonriendo a la vida».
—Ah. Pues no sé.
Vista la enjundia del problema, creo que el Gobierno debería abandonar otros asuntos de Estado para seguir haciendo propuestas. Por ejemplo, el uso del término «subnormal» es mucho más urgente y grave, pues a todos nos consta su utilización peyorativa; lo mismo sucede con la palabra «viejo», por no hablar de los críos que llaman «señor» o «señora» a personas de veinticinco años, que les puedo asegurar que se marchan a sus casas con el trauma entre los dientes y con la juventud diluida sin preaviso.
Por supuesto, me hará muchísima gracia comprobar cómo nuestros impuestos pagan salarios de personas que pretenden regular cómo se habla en las calles y no cómo se vive, porque el cáncer seguirá siendo una batalla, pero no de los enfermos, sino de los gobiernos que inviertan o no en investigación oncológica, en medios, en médicos y en ciencia. Entre tanto, atónitos ante el esperpento, sigan disfrutando del espectáculo. LOL.


Es uno de los mejores artículos que he leído en esta revista.
《Gobierno, ofuscado en sus múltiples quehaceres, perdía el tiempo en estas propuestas porque creía que el pueblo llano, sin duda, era completamente gilipollas.》
Sin duda lo cree. Como sociedad, no hacemos nada para demostrar lo contrario.
Legislar el lenguaje, totalitarismo de idiotas.