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Como Dragona de Cuera

Como Dragona de Cuera

Me llamo Felipe Tamariz, soy uno de los supervivientes de la Expedición Villasur, cabo primero de los Dragones de Cuera de Nuevo México…

Estas son algunas de las líneas que cierran el cómic El diario de Tamariz: La expedición de Pedro Villasur en 1720, junto a la viñeta en la que el cabo Tamariz nos mira desafiante a modo de colofón a su increíble aventura. Extraídas del diario real que fue encontrado doscientos años después por los indígenas pawnee, y que llegó en buen estado a manos del comandante Pierre Dugué de Boisbriand, Cascaborra Ediciones lo ha convertido en un cómic trepidante de la mano de Joan Da, cuyo dibujo y guión nos invita a ser parte activa de la travesía americana.

Con un dibujo realista en el que encontramos pocas sonrisas en los rostros de los sufridos protagonistas, el cómic, cuyo narrador es el superviviente Tamariz, nos descubre una historia que como tantas otras de los Dragones de Cuera, deberían abarrotar las plataformas de series y películas molonas de cuando el Oeste americano era español, y no el escenario almeriense de los cowboys que Hollywood encumbró como héroes patrios con la legitimidad yanqui que tienen por costumbre atribuirse.

Porque muchos, pero muchos años antes, ya estaban nuestros dragones por esas tierras hostiles de Norteamérica. Y los indios hablaban español, y es posible que bailaran sevillanas o una sardana o una jota alrededor de la hoguera.

"Con la adrenalina desbocada, los temores a que me cortasen la cabellera a machetazo limpio desaparecieron como por arte de magia"

He de confesar que me he sentido Dragona de Cuera desde la primera página. El polvo y la arena del desierto de Nuevo México se me ha metido en las entrañas. Y los diez kilos que pesa mi cuera, el chaleco que me han prestado, hecho de siete capas de piel, me ha librado esta vez de morir de un flechazo de los pawnee. Ha sido un verdadero privilegio unirme a esta expedición. Al frente iban el teniente gobernador Pedro de Villasur y sus oficiales, el teniente Diego Palacios y el capitán Cristóbal de la Serna. El pelotón lo formábamos cuarenta y dos dragones y sesenta indios pueblo, tres auxiliares y tres colonos voluntarios. Tamariz me advirtió de que sería más seguro quedarme en el presidio, junto a las otras mujeres. Nuestra misión era peligrosa. Teníamos que comprobar ciertas informaciones llegadas de los apaches sobre la presencia de franceses en las grandes llanuras. Ávida de pisar los lugares que tantas veces había visto en las películas del Oeste —Texas, Oklahoma, Colorado, Kansas…— no me bajé de mi caballo, un precioso e imponente pura sangre andaluz al que rebauticé con el nombre de Lucio. Tamariz me aconsejó que no me encariñase con el animal, que moriría de agotamiento en la caminata. Por ese motivo llevábamos más de una treintena de bestias de repuesto, entre caballos, potros y mulas. Me disgusté un poco sabiendo que Lucio tenía los días contados. Pero el grito de ¡Santiago y a ellos! insufló en mí pura vida. Y con la adrenalina desbocada, los temores a que me cortasen la cabellera a machetazo limpio desaparecieron como por arte de magia.

Nos pasaron un montón de cosas, aquel mes de junio en el año de nuestro señor de 1720. Por las noches cenábamos frijoles todos juntos, sentados alrededor de la hoguera. Alguien comentó que Villasur se había llevado la cubertería de plata. Sabíamos que la comida allí en medio del desierto sabría igual de rica en nuestros cuencos de barro. Al terminar, el cabo Tamariz solía retirarse a escribir. Me fascinaba aquel hombre que tras el duro peregrinaje, con el cansancio de todo el santo día al sol, sacara tiempo para tan noble misión como dejar constancia de lo acontecido. Porque cierto era que íbamos de aventura en aventura, a cuál más emocionante y peligrosa, pero tan orgullosa como mis compadres de nuestra hazaña a miles de kilómetros de la península. Cuando llegamos a Taos sentí miedo. Nos recibieron tres indios como tres armarios empotrados, con cara de malas pulgas. Sin ser consciente de lo que hacía, levanté mi mano derecha y grité: “¡Jao!”. El del centro esbozó una leve sonrisa. Tras eso los demás explotaron en una sonora carcajada. Tamariz me contó que no era la primera vez que visitaba el poblado, y que los indios eran encantadores. “Nuestro hogar es también vuestro hogar. Pueden quedarse todo el tiempo que necesiten”. Tras acomodarnos nos invitaron a sentarnos alrededor del fuego sagrado, para hacer hablar a los espíritus mientras fumamos la pipa. “¿De la paz?”, pregunté a Tamariz. “¡Por supuesto!”. ¡Yo estaba encantada!

"No estaba en mi destino perecer en Nuevo México, enterrada bajo toneladas de arena y pisoteada por los vaqueros americanos que siglos más tarde poblarían esas tierras"

Las siguientes jornadas fueron menos amables. En el horizonte inmensas llanuras, donde posiblemente merodeasen los gabachos. Flipé al ver a los bisontes campar a sus anchas, temblé al grito de “¡indios!”, me indigné cuando Hernando intentó abusar de una muchacha india. Y me emocioné escondida tras unos arbustos y fui testigo de cómo un kiowa perdonó la vida a Felipe en un gesto buenista de película de Spielberg.

Creo que tardaré años en olvidar a Tamariz y a los suyos. De los que formamos parte de la expedición Villasur solo sobrevivimos siete. Todavía no me creo la suerte que tuve. El 6 de septiembre estábamos de nuevo en Santa Fe. Apenas nos quedaba agua… y apenas nos quedaban fuerzas. No estaba en mi destino perecer en Nuevo México, enterrada bajo toneladas de arena y pisoteada por los vaqueros americanos que siglos más tarde poblarían esas tierras.

Pero como Felipe Tamariz, Joan Da para Cascaborra como pocos ha contado lo que realmente sucedió en ese lugar… con el empeño sincero de dignificar su gesta.

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Juan
Juan
20 ddís hace

Buenos días:
Interesantísimo episodio histórico y una agradable sorpresa esta publicación. Lo que no entiendo es el título de la reseña: “Como Dragona de Cuera”. ¿Qué quiere decir?
Gracias.
Saludos.

John P. Herra
John P. Herra
19 ddís hace

Hay un par de películas en las que salen los dragones de cuera, “Los cañones de San Sebastián” y “Las siete ciudades de oro”. Son producciones norteamericanas. Mejor que los productores nacionales no hagan nada sobre el tema, porque los españoles saldrían como asesinos, drogatas o gays.